La UE se equivoca al tragarse de buen grado la farsa de reformas en Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Arabia Saudí.

 









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Las noticias sobre las elecciones en los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin quedaron empequeñecidas por el inesperado anuncio del rey Abdulá de Arabia Saudí de que las mujeres podrán votar y presentarse como candidatas en las elecciones municipales previstas para dentro de cuatro años, así como que podrán incorporarse a la Majlis al Shura, la asamblea consultiva formada por designación. La Unión Europa, si se da por enterada, seguramente se limitará a dar un chasquido de aprobación ante los acontecimientos. Las relaciones entre la UE y los Estados del Golfo son todavía escasas, centradas en cuestiones económicas y comerciales, y asombrosamente alejadas del tipo de partenariados que se ofrecen a los Estados mediterráneos en los que se proclama que la reforma política es un objetivo fundamental.

De todas formas, tampoco es que Bahréin o los EAU figuren mucho en las noticias. Ni que se espere que los resultados de los comicios vayan a cambiar nada. En ambos casos, lo que se votó fue la composición de unos órganos consultivos con poder legislativo real. En los EAU, un colegio electoral compuesto por 130.000 ciudadanos cuidadosamente seleccionados (que representan aproximadamente al 10% de la población nacional) votaban a 20 de los 40 miembros del Consejo Federal Nacional (CFN); los otros 20 son designados. En Bahréin había elecciones parciales para decidir 14 de los 18 escaños de la cámara baja del Parlamento (para los otros cuatro se presentaron unos únicos candidatos) que el grupo de oposición al Wefaq dejó vacantes cuando dimitió en masa en febrero, en señal de protesta por la violencia con la que se habían reprimido las manifestaciones en el país.

¿Por qué celebrar elecciones para órganos que carecen de cualquier poder real? ¿Por qué permitir que voten las mujeres mientras se les sigue obligando a estar bajo la tutela de sus parientes masculinos y se les prohíbe conducir? Todo forma parte de una fachada que protege no sólo a los regímenes gobernantes sino también a sus adláteres europeos. Una fachada que intenta crear la ilusión de que esos regímenes están avanzando poco a poco, a un ritmo seguramente marcado por el carácter conservador de sus sociedades, hacia más reformas políticas, más disposición a rendir cuentas y más apertura. El truco está en mostrar justo la voluntad de reforma suficiente para obtener apoyos. Es una farsa que la UE se traga de buen grado porque ha decidido que el Golfo constituye una realidad paralela, una excepción, en la que las aspiraciones de las rebeliones árabes no merecen que se las apoye. Los recursos energéticos, la riqueza financiera y los intereses de seguridad militan contra la defensa de los derechos cívicos y políticos.













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