Manifestaciones contra el Gobierno en Manaus, Amazonas, Brasil. (Raphael Alves/AFP/Getty Images)
Manifestaciones contra el Gobierno en Manaus, Amazonas, Brasil. (Raphael Alves/AFP/Getty Images)

¿Cuál es el panorama político que se perfila en Brasil con el auge de los ultraconservadores?

“Lo que necesita Brasil es una gran coalición de partidos para luchar contra la corrupción y un nuevo líder que no esté manchado por los escándalos. Alguien como Jair Bolsonaro”, dice Julia que tiene 28 años y trabaja como médico. El pasado 13 marzo se vistió con la camisa verde y amarilla de la selección de fútbol de Brasil y salió a la calle junto a otros 3,6 millones de personas para protestar contra el Gobierno de Dilma Rousseff, el Partido de los Trabajadores (PT), y la corrupción. Han sido las mayores manifestaciones de la joven democracia brasileña, tanto por el número de participantes como de ciudades: más de 300.

Julia no es la única persona que invoca la llegada de un líder carismático, ajeno a los tejemanejes de la política actual. Desde que en 2013 estalló el escándalo de Petrobras, un esquema de corrupción y desvío de fondos destinados al pago de propinas a políticos de todos los colores, son muchas las voces que piden un cambio de Gobierno. Aunque la presidenta Rousseff no está formalmente acusada de ningún delito, se ha convertido en el blanco de todas las críticas. Ni siquiera la filtración de documentos oficiales que demuestran que las propinas comenzaron hace más de 30 años han cambiado la percepción de buena parte de la población (69%), que desaprueba su gestión en los sondeos.

Desde el mes de marzo, la Cámara de Diputados del país tropical está analizando una petición de impeachment (proceso de destitución) contra Rousseff. Entre tanto, el vicepresidente Michel Temer del Partido de Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) ha abandonado la coalición de gobierno y negocia alianzas en el caso de que Dilma sea alejada del poder, a pesar de que un grupo de políticos esté preparando otros procedimiento de impeachment contra él. Mientras los partidos de derecha organizan su escalada al poder, con el fin último de acabar con los programas sociales de la ‘era Lula’, hay un minoría de extrema derecha que está ganando cada vez más adeptos en un país donde la crispación y la polarización crecen por momentos.

Ligados a la iglesia católica y evangélica, estos movimientos está liderados por tres hombres: Jair Bolsonaro, Marco Feliciano y Silas Malafaia. Junto a los grandes terratenientes del país, conforman lo que se conoce como BBB: Bancada do Bói, Bíblia e Bala, es decir, la coalición entre empresarios del sector agropecuario, seguidores de las iglesias cristianas y defensores de la mano dura contra el crimen. Todos juntos, controlan el 40% de los votos en el Parlamento de Brasil. Un dato curioso: BBB es la sigla que corresponde al Gran Hermano de Brasil (Big Brother Brasil), un guiño que algún diputado gracioso quiso añadir para la posteridad.

Jair Bolsonaro, del Partido Progresista, fue el diputado federal más votado en Río de Janeiro en las últimas elecciones parlamentarias de 2014: recibió 464.000 sufragios. Fue capitán del Ejército, es el principal exponente de la ‘Bancada da Bala’, vinculada a antiguos policías y militares. Muy conocida es su postura a favor de la reducción de la edad penal de 18 a 16 años.

Aún más conocidas son sus polémicas declaraciones sobre el periodo más sombrío de la historia brasileña: “El error de la dictadura fue torturar, y no matar”; “Pinochet debería haber matado a más gente”. Hace exactamente un año, el día del 51 aniversario del golpe militar, Bolsonaro celebró esta efeméride alegando que “los militares salvaron Brasil de una cubanización”. Para él, el 31 de marzo de 1964 es el día que otorgó “libertad” al país.

En su apasionada defensa de la dictadura, no escatima ataques machistas a sus contrincantes. En una agitada sesión parlamentaria, llegó a decir a una diputada que elogió el trabajo de la Comisión de la Verdad sobre los crímenes de la dictadura: “No te violo porque no te lo mereces”. Ese comentario le proporcionó una avalancha de críticas en las redes sociales y una querella. En otra ocasión, Bolsonaro se volvió a explayar atacando a la presidenta Rousseff: “Espero que su mandato acabe hoy, infartada o con cáncer, o de cualquier manera. Brasil no puede continuar sufriendo con una incompetenta, somos demasiado grandes para eso”.
Otro de sus caballos de batalla es la homofobia .“Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. Prefiero que mi hijo muera en un accidente a que aparezca con un tipo con bigote por ahí”, señaló en una entrevista. No es una casualidad que un periodista del diario francés Le Monde le tachara de “homófobo, misógino y racista”. “La mujer debería ganar un salario menor porque se queda embarazada”, ha afirmado Bolsonaro. En abril de 2015, fue condenado a pagar una multa de 150.000 reales (37.500 euros) por sus declaraciones.
“Un fenómeno como el de Bolsonaro no representa ninguna novedad. En Brasil siempre ha existido un sector muy conservador. Son las personas que en su momento apoyaron la dictadura militar”, señala Bruna Nunes, experta en educación y tecnología. “Lo que pasa es que en sus 14 años de Gobierno, el PT ha llevado a cabo varias reformas que han beneficiado a algunas minorías. Las mujeres y los homosexuales han ganado voz propia y hay cuotas para negros en las universidades. Eso ha incomodado a las clases burguesas, que han tomado la delantera protestando contra este tipo de avances”, añade.

“La representatividad de Bolsonaro se divide en dos subgrupos: los que realmente tienen una ideología de extrema derecha y los que no se ven representados por la actual polarización entre el PT y sus opositores. Estas personas están desencantadas con la política y comienzan a tener pensamientos más radicales. La mayor parte de las personas que apoyan a Bolsonaro no tiene dimensión de lo que esto significa históricamente, pero siente que es diferente de las otras opciones políticas, justamente por el hecho de ser extremo”, explica Maurício Araújo, periodista y consultor de nuevos negocios.

Marco Feliciano es un pastor de la Catedral do Avivamento, una iglesia neopentecostal ligada a la Assembleia de Deus, la mayor iglesia de Brasil, con 12,3 millones de fieles según el último censo, aunque otras fuentes hablan de 22,5 millones. En 2014, Feliciano (Partido Social Cristiano) fue reelegido diputado federal con casi 400.000 votos. Un año antes, llegó a presidir la Comisión de Derechos Humanos y Minorías de la Cámara, un hecho que enfureció a los activistas por sus posturas contra los gays, los negros y la igualdad de las mujeres.

Sus constantes meteduras de patas en Twitter son sonadas: “El sida es el cáncer gay”; “La podredumbre de los sentimientos de los homoafectivos llevan al odio, al crimen, al rechazo”. Sus ataques contra los homosexuales se mezclan con comentarios racistas. En otros tuits dijo que la maldición sobre África supuestamente proviene del “primer acto de homosexualidad de la historia”. Atacado por los internautas, se defendió con estas palabras: “El caso del continente africano es sui generis: casi todas las sectas satánicas, de vudú, son oriundas de allí. Las enfermedades como el sida provienen de África”.
Defiende con ahínco el modelo de la familia tradicional: “Cuando se estimula una mujer a tener los mismos derechos del hombre, cuando ella trabaja, su parcela como madre comienza a quedar anulada, y para que ella no sea madre, solo hay una forma: o no se casa, o mantiene una relación con una persona del mismo sexo (…) . Es una manera sutil de alcanzar la familia; cuando se estimulan las personas a liberar sus instintos y a convivir con personas del mismo sexo, se destruye la familia, se crea una sociedad donde solo hay homosexuales, y esta sociedad tiende a desaparecer porque no genera hijos”. En 2013, dijo en un programa de televisión que “la mujer fue creada para adornar el mundo y la vida del hombre”.

Muy dado a las escenificaciones teatrales, llegó a culpar a Francia por los atentados terroristas del pasado mes de noviembre, alegando que es un de los países más liberales del mundo, donde se defiende el aborto, hay libertad sexual y los franceses no tienen hijos, lo que ha permitido que los inmigrantes convirtiesen Francia en un país musulmán en 10 años. “Brasil es un país muy conservador, habitado por personas mal informadas, que leen muy poco. Y te diré una cosa: no solo los pijos votaron a Bolsonaro & Co. También hay muchas personas de renta baja entre sus electores”, afirma Bel Mercês, guionista de São Paulo.
Silas Malafaia es un pastor evangélico que lidera la Assembleia de Deus Vitória em Cristo. Es un religioso con un gran carisma televisivo, que usa la TV desde hace tres décadas para afianzar el enorme poder de las Iglesias evangélicas en Brasil. Graduado en psicología, también es vicepresidente del Consejo de Ministros Evangélicos de Brasil (CIMEB), una entidad que alberga a unos 10.000 pastores de casi todas las iglesias evangélicas. Homofóbico, machista y misógino, según sus detractores, es conocido por sus ataques a los derechos de los homosexuales. También defiende a capa y espada la familia tradicional de “macho y hembra”.

En las elecciones parlamentarias de 2014, seis de los ochos candidatos que apoyó fueron elegidos, incluido su hermano Samuel, que recibió más de 140.000 votos. En 2013 reconoció que había invertido cuatro millones de reales (1,33 millones de euros) para formar a líderes religiosos con cursos en la Universidad de Harvard. Promotor de la Marcha para Jesús en Río de Janeiro, que en 2014 llegó a reunir a medio millón de personas, Malafaia es contrario al aborto y, junto con Bolsonaro, es considerado un enemigo por los activistas gay. Hijo de un militar de la Aeronáutica, asegura que ser gay es un “comportamiento” y que existen “ex gays”. En la actualidad está preparando un gran “acto profético” en Brasilia, en el que promete revelar predicciones sobre el “fin de la corrupción y de la crisis económica” en Brasil.
“Dudo que estos líderes se conviertan en una fuerza decisiva en Brasil. Hay diferente matices entre las personas que apoyan estos movimientos”, señala Bruna Nunes. “Hay gente que pide la vuelta de la dictadura y al mismo tiempo defiende la libertad sexual. Hay gente que no quiere volver a la dictadura, pero defiende la heteronormatividad. No creo que un personaje como Bolsonaro tenga tanta fuerza. Es más bien una espectacularización de los medios de comunicación, que lo colocan en un lugar muy central”, añade.

“En Brasil hay políticos que hablan para pequeños nichos. El caso de Bolsonaro es muy claro: él se dirige a 500.000 personas. No le importa crear un revuelo cada vez que suelta una de sus perlas, porque lo que quiere es afianzar el apoyo de sus electores”, opina el sociólogo Paulo Baía, profesor de la Universidad Federal do Río de Janeiro.

Actualmente, la Cámara de Diputados está formada por 513 parlamentarios que pertenecen a 28 partidos diferentes. El PT, con 70 escaños, y el PMDB, con 66, son las principales formaciones. La elevadísima fragmentación política obliga a hacer pactos que a menudo se ven alterados por el oportunismo, el transfuguismo (parcialmente permitido en el sistema político brasileño) o incluso la venta de votos, como quedó demostrado tras el escándalo del ‘Mensalão’, durante el segundo mandato de Luiz Inácio Lula da Silva.

Es muy difícil prever qué giro tomará la complicada situación política de la octava economía del mundo, en recesión desde el año pasado. Habrá que esperar para saber si prospera el impeachment contra Dilma Rousseff, que ella ha calificado de “golpe” en varias ocasiones. En este caso, su sucesor natural, el vicepresidente Temer, asumiría el poder hasta las elecciones de 2018. Para entonces, un deslegitimado Lula da Silva, acusado de recibir propinas dentro del caso Petrobras, podría intentar conseguir su tercer mandato frente a un Bolsonaro cada vez más fortalecido entre los ciudadanos cansados de la corrupción. “Seré el candidato de la derecha y no tengo vergüenza de decirlo”, ha dicho Bolsonaro.
La influencia de los diputados ultraconservadores, que controlan más de un tercio de los votos en la Cámara, será muy importante en los próximos meses. Para Cláudio Couto, profesor de Ciencia Política da Fundación Getúlio Vargas (FGV), el problema de fondo reside en la falta de líderes en el actual panorama político. “Antes de Dilma, tuvimos líderes que sabían relacionarse con el Congreso, estaban bien asesorados. Eso hacía que el presidencialismo de coalición funcionase sin grandes traqueteos. Pero con un mal liderazgo como ahora, sin capacidad de negociación, la cosa no avanza”, concluye.