Francia no quiere perder influencia en África con la llegada de nuevos actores al continente. Este temor garantiza que la Françafrique -el conjunto de relaciones poco transparentes entre el Elíseo y algunos jefes de Estado africanos- continúe gozando de buena salud.
Con 10. 000 militares en suelo africano, “Francia sigue siendo el gendarme de África”, constata Philippe Hugon, director de investigaciones en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) de París. Todavía es el gendarme, pero cada año que pasa es menos el partenaire.
Desde el punto de vista comercial, el Estado galo es el tercer socio de África, por detrás de China y EE UU, mientras que “hace apenas 10 años, los países francófonos de África hacían la mitad de sus intercambios comerciales con Francia”, según apunta Alain Antil, investigador del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI). En 2009, la lengua compartida entre la ex metrópoli y las ex colonias pierde ventaja, ya que pese a “la red de centros culturales y liceos franceses, nuestro país se retira del continente africano como consecuencia de la competencia y de la reducción de los medios financieros que precisa nuestra presencia”, se lee en un reciente informe del parlamento galo sobre la política del país en África.
En este contexto, la llegada de Nicolas Sarkozy al poder aportó un lenguaje renovado para el diálogo franco-africano. Prometió una nueva era en las relaciones entre ambas partes. Quería hacer olvidar los fragmentos de la historia que han devaluado la imagen de Francia en el continente. Sin embargo, la “ruptura” no llega y la françafrique -el conjunto de relaciones incestuosas entre el Elíseo y algunos jefes de Estado africanos desde la independencia de las ex colonias francesas-sigue viva.
Samuël Foutoyet, autor del libro Nicolas Sarkozy ou la Françafrique décomplexée (Nicolás Sarkozy o la Franciáfrica sin complejos), define la Françafrique como “la esencia de las relaciones entre Francia y África”. Aunque para otros doctos en la materia, representa sólo una realidad mínima de estas relaciones. Según Antoine Glaser y Stephen Smith, que han escrito Sarko en Afrique (Sarko en África), el término Françafrique “ha perdido su significado” de 1955, cuando fue acuñado por el primer presidente de Costa de Marfil, Félix Houphouët-Boigny, pero esto no excluye que hoy designe una de las formas con las que el Estado francés interactúa con el continente.
Esa relación todavía se construye gracias a personas sin misión oficial pero con tanta responsabilidad –o más– que un ministro. El abogado Robert Bourgi es una de ellas. El pasado verano, éste acompañó al despacho de Sarkozy a Karim Wade, hijo del presidente senegalés, Aboulaye Wade. En aquella cita, Wade junior dio luz verde al proyecto de construcción de una central nuclear en Senegal en beneficio de los grupos galos Areva, Bouygues y EDF. Todo ello a cambio de una foto del jefe de Estado galo con un delfín que no oculta sus pretensiones políticas.
No hay que apuntar todos los méritos a Bourgi. Entre los ...
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