¿Puede el conflicto armado remover el tablero regional? ¿Con qué aliados balcánicos cuentan Rusia y la UE? ¿Podría la guerra en Ucrania poner en riesgo la estabilidad en la zona?

Kosovo_Ucrania
Un grupo de kosovares se manifiesta en defensa de Ucrania en Prístina. Ferdi Limani/Getty Images

El no alineamiento del mariscal Tito fue una operación de ingeniería diplomática extraordinaria. Desde el célebre “No” a Stalin en 1948, emprendió una campaña de acercamiento a las naciones emergentes que habían declarado su independencia tras la colonización. Repudiado en Moscú, y ante las suspicacias de la Administración de Harry Truman, mandó a sus embajadores a que fueran tejiendo una red de contactos en Latinoamérica, África y Asia, al margen del conflicto entre los dos bloques. El 30 de noviembre de 1954 se embarca en un viaje de dos meses a Asia en su barco Galeb para, como él mismo declaró: “Conocernos y fortalecer los lazos con los países que, como nosotros, luchan por la paz, con el objetivo de actuar de manera conjunta”. Esta iniciativa asentó las bases principales del movimiento de países no alineados tras la Conferencia de Bandung, pero sobre todo logró su fin último, que era asentar la soberanía y la autonomía yugoslava frente a las grandes potencias.

La no ampliación de la UE a los Balcanes occidentales ha venido avivando los malos presagios en Estados cuya trayectoria parecía encapsulada por los criterios de adhesión a la UE. Las circunstancias ahora exigen alinearse, definir una política de compromisos más proactiva que se ajuste a los propios intereses, pero también a la pulsión social, donde las sensibilidades, sin una perspectiva europea rotunda, se diversifican y están sujetas a interrogantes geopolíticos. El mantra indiscutido desde la congelación de la ampliación en 2014 es mantener la estabilidad y la seguridad en la región, y muchos políticos se acostumbraron a que sus actos no serían juzgados por Bruselas mientras mantuvieran la paz. Ahora parece que no solo se exige la paz, sino lealtades más sólidas con el proyecto europeo.

La guerra en Ucrania ha forzado a los gobiernos balcánicos a posicionarse sobre la ofensiva de Vladímir Putin, cuando antes los costes de acercarse a Rusia se diluían en las buenas intenciones de las cumbres europeas, la interdependencia comercial con Moscú y los rápidos ciclos informativos. El jefe de política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, declaró que al bloque le preocupaba que la invasión rusa de Ucrania pudiera extenderse a los países vecinos, incluidos Moldavia, Georgia y los Balcanes Occidentales. Con el comienzo de la invasión a Ucrania, Belgrado se encontraba en una difícil tesitura, aunque no se esperaban sorpresas al respecto. Serbia ya había apostado por la neutralidad tras las sanciones de la UE impuestas a Rusia con motivo de la crisis ucraniana de 2014. 

Serbia junto con Suiza fue de los últimos países europeos en pronunciarse al respecto. Tanto Rusia como Ucrania son Estados pertenecientes a la cosmología eslava, estuvieron en gran medida del lado de Belgrado durante las guerras de los 90, estuvieron en contra de los bombardeos de la OTAN y no reconocen la independencia de Kosovo, aunque la balanza se decante, entre otros factores, porque el que establece el precio del gas en Serbia sea Putin. El presidente serbio, Aleksandar Vučić, después de la reunión del Consejo Nacional de Seguridad Nacional, con un acentuado tono victimista y autocompasivo, y con alguna referencia calculada a la Iglesia ortodoxa, declaró que: Serbia ha sufrido importantes presiones, pero que respeta la integridad territorial ucraniana y no impondrá sanciones a Moscú. El país balcánico se desmarcaba así de las condenas del resto de candidatos y miembros de la UE. Sin embargo, pocos días después firmaba en Naciones Unidas, junto a 141 Estados más, una resolución de condena a Rusia.

Un resumen sucinto revela que en Albania se congelarán los activos de 654 personas, incluido el presidente ruso. También se impondrán restricciones a las relaciones comerciales con Rusia. En Montenegro, el gobierno de Zdravko Krivokapić, líder de una coalición proserbia, también ha declarado que seguirá la política marcada por Bruselas y la OTAN. En Kosovo, el primer ministro Albin Kurti, la presidenta Vjosa Osmani y el presidente del Parlamento, Glauk Konjufca, emitieron una declaración conjunta condenando el ataque de Rusia. Macedonia del Norte también siguió en la misma línea. Incluso el partido de la oposición, el VMRO-DPMNE, y su líder actual Hristijan Mickoski, que han coqueteado recurrentemente con una orientación pro Putin, han insistido en la paz y en el respeto a la integridad territorial ucraniana. De momento, este último y Albania ya han cerrado su espacio aéreo a Rusia.

El presidente de Macedonia del Norte, Stevo Pendarovski, declaró que: “En cuestiones de seguridad, si Putin conquista Ucrania, Banja Luka es el punto más vulnerable en los Balcanes Occidentales”. En Bosnia y Herzegovina no existe una política exterior común. La presidencia serbo-bosnia de Milorad Dodik estuvo a la espera de conocer la reacción de Vučić. Esto da cuenta, una vez más, de que los términos de las amenazas de Dodik, sobre una hipotética Republika Srpska independiente, dependen, en gran medida, de la alianza con Belgrado. Dodik mira con preocupación las sanciones a los oligarcas rusos, porque han representado un sustento y una alternativa para su política de confrontación con la UE y la OTAN. 

El riesgo de una escalada en Bosnia y Herzegovina concierne a los analistas. Esto llevó a la EUFOR a duplicar, durante las próximas dos semanas, sus efectivos, venidos desde Austria, Bulgaria, Rumanía y Eslovaquia. El grupo de ayuda se unirá a los actuales 600 miembros que ya hay en el país desde 2014. Dušanka Majkić, representante del partido SNSD de Dodik, señaló hace poco: “Un recordatorio: Moscú dijo en marzo de 2021 que reaccionaría si Bosnia y Herzegovina tomaba medidas para unirse a la OTAN. No digáis después que no sabíais”, pero no parece una prioridad estratégica para los aliados atlánticos sacudir el árbol balcánico cuando ni siquiera hay consenso interno sobre el ingreso en la OTAN.

Dos aliados de Dodik, como han sido Janez Janša en Eslovenia y Viktor Orban en Hungría, han condenado también la decisión de Putin de invadir Ucrania, aunque el primer ministro húngaro es contrario a enviar ayuda militar a Kiev y ha tenido una posición más tibia que el primer ministro esloveno, más camaleónico, y ahora intensamente crítico con Moscú. Orban, durante más de una década, ha mantenido un discurso atemperado respecto a Putin y la UE. Esto anula, de momento, cualquier aventura que desestabilice a la UE en el flanco del sureste europeo, por lo menos en las claves geopolíticas actuales. En esta misma órbita, el lado bosnio-croata liderado por Dragan Čović mide sus palabras según lo que dictamine Zagreb, pero también se venían contrapesando las afinidades con Putin o Dodik, con la perspectiva de prosperar en una nueva ley electoral que derivara en una tercera entidad bosnia exclusiva para la comunidad bosnio-croata, que se sumaría a la Republika Srpska y la Federación de Bosnia y Herzegovina. Hace poco ha optado también por condenar de la mano del primer ministro croata.

Serbia_Rusia
El presidente ruso, Vladímir Putin, se saluda con su homólogo serbio, Aleksandar Vucic, en Sochi, Rusia, noviembre de 2021. Kremlin Press Service/Handout/Anadolu Agency via Getty Images

La guerra en Ucrania puede remover el tablero regional en diferentes direcciones, pero también algo nos dirán los próximos comicios en abril. De igual modo que Orban afronta unas elecciones ese mes, donde la guerra en Ucrania puede cambiar la preferencia del voto hacia la oposición, Aleksandar Vučić también se enfrenta a un escenario parcialmente similar. La neutralidad militar en la crisis ucraniana aísla relativamente a Serbia en un momento de adhesión europeísta, pero reafirma la política de Vučić que, desde su llegada al poder, predica la estabilidad regional, el ingreso en la UE y su amistad con Rusia como prioridades en su agenda, por muy contradictorio que parezca desde afuera. La crisis internacional eleva su perfil, al no alinearse con la OTAN, en una sociedad serbia con una mayoría contraria al atlantismo, después de los bombardeos a Yugoslavia en 1999, pero también debilita su posición en Belgrado, donde la oposición es cada vez más fuerte y las inercias europeístas y antiautoritarias son más intensas. Perder Belgrado supone la antesala de la gran derrota política, y Vučić ha mostrado sobradamente que es tan favorable a la estabilidad en Bosnia y Herzegovina y Kosovo como puede dejar de estarlo si pierde puntos en una geopolítica adversa.

La respuesta unívoca de la UE a la invasión de Ucrania contrarresta el impulso de cualquier rupturismo con Bruselas, en el contexto de una guerra que obliga a muchos exyugoslavos a rememorar la dramática experiencia de los 90, y a una mayoría a identificarse con los ucranianos ante la agresión del más fuerte. Como ocurrió con la empresa diplomática de Tito, hace más de medio siglo, más que moverse entre bloques, los países de la región se alinean buscando garantizar su soberanía. La experiencia de Ucrania acaba de demostrar que no están a salvo del gigante ruso. En cualquier caso, una lectura más juiciosa no debe desatender que no parece tan importante el alineamiento de los líderes ante esta agresión de Putin, que también, sino cuál será el desarrollo de la guerra en Ucrania. Primero, porque la ayuda política, económica y militar que pueden prestar estos países a Ucrania es escasa y limitada. Segundo, porque el compromiso europeísta de muchos líderes de la región, como se ha demostrado durante estos años, no es firme en todos los casos y depende de la fortaleza geopolítica que demuestren la UE o Rusia. Y, tercero, porque Moscú es un actor influyente en la región, sobre todo a nivel de finanzas, energía y poder blando. Tanto si su presencia se intensifica, como, todo lo contrario, la UE deberá dar una respuesta política. Esto obliga a tomarnos muy en serio la política hacia los Balcanes occidentales, porque existen los rudimentos necesarios para espolear la confrontación en Bosnia y Herzegovina o Kosovo, con una dimensión explosiva que abra un nuevo frente de preocupación para toda Europa. De ahí el valor de las elecciones en abril, de ahí la importancia de lo que se juega la UE y nos jugamos los europeos en Ucrania.