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Aunque le pese, Trump necesita a su partido para poder gobernar. ¿Cómo afecta el conflicto abierto dentro del partido al presidente de Estados Unidos?

Hace poco tuve un momento de revelación en Facebook durante un breve intercambio de mensajes con un amigo republicano de un amigo mío. Intervine en su conversación sobre el fracaso de los republicanos para derogar y sustituir el Obamacare, y este hombre, que se definía a sí mismo como “un verdadero conservador”, afirmó que los conservadores de la Cámara, que quieren revocar la ley sin ofrecer una alternativa, se habían apuntado un éxito logrando bloquear el populismo de Trump. Si uno puede pasar por alto el alucinante giro de los acontecimientos que supone que sean los populistas quienes ponen freno al populismo del presidente, se trata de una afirmación fascinante sobre la actual guerra civil que se está produciendo en el Partido Republicano, sobre por qué es importante y sobre lo que significa para la presidencia de Trump.

 

Las raíces de la guerra civil

Los republicanos llevan embarcados en una guerra civil desde que en 2010 el Tea Party apareció en escena para oponerse al Obamacare. Es importante señalar que el famoso Tea Party no es en absoluto un partido, sino un movimiento de activistas de derecha. En cierta manera, se encontraban en el lugar adecuado en el momento adecuado, porque normalmente se produce un efecto de corrección en las siguientes elecciones si un partido controla la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado. De modo que no es excesivamente sorprendente que los republicanos recuperaran la Cámara en las elecciones de mitad de mandato de 2010, y como consecuencia quedaran a cargo de trazar los nuevos límites de los distritos electorales. Esta es una pieza importante del puzle porque los nuevos (y muy republicanos) distritos que crearon permitieron a los activistas del Tea Party reemplazar a representantes republicanos moderados con conservadores del ala dura.

Esta acción del Tea Party ha sido muy efectiva y ha aportado un nuevo verbo a nuestro vocabulario político: primarizar. O lo que es igual, el proceso por el que los republicanos presentan a un candidato alternativo en las primarias para enfrentarse a congresistas también republicanos que no les parecen lo suficientemente conservadores. Así es como los activistas del Tea Party han cambiado su partido y su capacidad para legislar.

Para comprender el impacto sobre el partido dentro del Congreso, es importante entender que los congresistas son miembros de sus respectivas agrupaciones políticas pero también son miembros de los diversos caucuses. Merece la pena recordar que en la elección del Congreso de Estados Unidos no se utilizan listas, ya que cada miembro es votado directamente por los ciudadanos de su estado o distrito. No existe, por lo tanto, “disciplina de partido” y este sistema de caucuses, formal en la Cámara e informal en el Senado, permite la expresión de diferencias de ideología entre los miembros de un mismo partido.

Estos caucuses, formados por miembros que tienen objetivos legislativos comunes, van desde el muy específico Congressional Azerbaijan Caucus [Caucus de Azerbaiyán en el Congreso] al mucho más conocido Congressional Black Caucus [Caucus Negro en el Congreso], con el que Trump se reunió recientemente. Algunos de ellos traspasan las fronteras de los partidos, mientras que otros no lo hacen. Un ejemplo de caucus bipartidista es el Americans Overseas Caucus [Caucus de los Estadounidenses en el Extranjero] que fue fundado para llamar la atención sobre cuestiones que afectan a los ciudadanos estadounidenses que viven fuera del país.

El Tea Party Caucus, fundado en 2010 y, más recientemente, el Freedom Caucus, cuyos miembros, en gran medida, provienen de representantes apoyados por el Tea Party, son los que han tenido un mayor impacto en la Cámara de Representantes, donde son conocidos por su obstruccionismo. ¿Recuerdan el “cierre” del Gobierno estadounidense de 2013? Aquello estuvo fundamentalmente liderado por Ted Cruz y otros miembros del Tea Party Caucus, demostrando su creencia, muy arraigada, en un papel mínimo del Ejecutivo. Para ellos y sus seguidores, es una medalla al valor el haber logrado cerrar la Administración. Para el entonces presidente de la Cámara, John Boehner, y otros republicanos del establishment fue una pesadilla temeraria y vergonzante.

Aunque el Tea Party Caucus todavía existe, es el Freedom Caucus, que surgió en 2015, el que se ha convertido en la verdadera fuerza motriz. Trump culpa al Freedom Caucus por el fracaso en la derogación y sustitución del Obamacare e incluso ha comenzado a amenazarlos.

Pero estoy adelantando acontecimientos.

 

Paul Ryan antes de hablar en el Capitolio. (Drew Angerer/Getty Images)

Baños de sangre y legislación

El fracaso en el intento de derogar y sustituir el Obamacare nos permitió atisbar, por primera vez, la incapacidad de Trump para trabajar con su partido con el objetivo de aprobar leyes. Pero este no es necesariamente un problema específico de él: tanto el expresidente de la Cámara, John Boehner, como el actual presidente, Paul Ryan, han demostrado su inefectividad para lograr unir a los miembros del partido en las votaciones importantes. Esta labor, técnicamente llamada whipping (literal: azotar con el látigo), es una tarea fundamental del presidente de la Cámara, en un lado, o del líder de la oposición, en el otro, y algo en lo que la actual líder de la minoría demócrata, Nancy Pelosi, es tan legendariamente buena que hace que tanto los representantes demócratas como los republicanos se echen a temblar.

Dicho esto, tampoco es que se pueda culpar a Ryan o a Boehner por su incontrolable partido, que era mucho más fácil de gestionar cuando todo lo que tenían que hacer era oponerse a Obama. Ahora que tienen que gobernar, esta guerra es un obstáculo mucho más relevante.

Es una burda generalización dividir a los republicanos del Congreso en dos grupos, los conservadores de la línea dura representados por el Freedom Caucus y los moderados, normalmente conocidos por su relación con un caucus llamado Tuesday Group [Grupo del Martes]. Quizá una generalización ligeramente menos exagerada sería la que apunta a cinco grandes corrientes diferentes dentro del partido, según la división establecida por Nate Silver y que expliqué en un artículo sobre 10 candidatos republicanos.

Cometí el importante error de dejar fuera a Trump porque creí que su candidatura era un chiste, pero aun así vale la pena repasar estas categorías: moderados, establishment, conservadores cristianos, liberales y Tea Party. Silver tiene un gráfico útil para visualizar el solapamiento que se produce entre estos grupos, con Paul Ryan justo en el centro de todo en la corriente del establishment, aunque también muy cerca del Tea Party y los liberales. Me resulta personalmente reconfortante que Silver también excluyera a Trump en el momento en el que lo diseñó, aunque sería casi imposible intentar colocar al actual presidente en ese gráfico, en especial durante su campaña.

Si volvemos a la reforma del sistema sanitario, encontramos un caso que resulta muy instructivo. Trump, Mr. Antiestablishment, dejó los detalles a… bueno, el establishment: su vicepresidente, Mike Pence (que se sitúa en la confluencia entre el establishment y los conservadores cristianos), Ryan y su jefe de Gabinete, Reince Priebus, antiguo presidente del Partido Republicano y hombre del establishment. La cuestión de dónde y con quién se alinearía su ideología era un gran interrogante en noviembre porque la campaña de Trump iba sobrada de tópicos pero falta de ideología. Ahora hemos empezado a ver las respuestas por nosotros mismos al contemplar cómo de verdad gestionan el Gobierno.

Para complicar aún más las cosas, fue una combinación de 33 republicanos provenientes tanto de los conservadores del Freedom Caucus como de los moderados del Tuesday Group (junto a unos pocos que se sitúan entremedias), la que se opuso a la alternativa de Ryan para el Obamacare. Estos votos, unidos al voto en contra unánime de los demócratas, habrían significado la derrota y, por tanto, Ryan se vio obligado a cancelar la votación. La Oficina de Presupuesto del Congreso había calculado que 24 millones de estadounidenses perderían su cobertura sanitaria en los próximos diez años si el plan del presidente de la Cámara se llevaba a la práctica. Muchos de los representantes moderados y otros republicanos sintieron la intensa presión de sus distritos llenos de ciudadanos que perderían su cobertura sanitaria. Los políticos, después de todo, quieren salir reelegidos.

 

El presidente Donald Trump habla en el Comité Nacional Republicano. (Jim Lo Scalzo – Pool/Getty Images)

¿Alguna posibilidad de alto el fuego?

Para resumir: tenemos un Congreso controlado por los republicanos pero el partido está en guerra consigo mismo, principalmente entre los halcones cercanos al Freedom Caucus y los perfiles más moderados o proestablishment. Añadamos a esto un presidente republicano que basó su campaña en un mensaje antiestablishment y que parece seguir una ideología nacionalista y populista que no encaja bien en ninguno de los dos bandos de la batalla. Al mismo tiempo, el propio Trump ha mostrado un total desinterés por el proceso de diseñar políticas, y no digamos ya por aprender sobre los detalles de estas.

Por ahora, Trump parece haber centrado sus esfuerzos en ponerse del lado del establishment y arremeter contra los conservadores. El pasado jueves 30 de marzo, envió este tuit amenazante y destinado a provocar titulares:

“El Freedom Caucus perjudicará todos los objetivos de los republicanos si no se une al equipo, y rápido. ¡Debemos combatirlos, y a los demócratas, en 2018!”

Por supuesto, las presiones y amenazas son un clásico recurso de Trump y esta no es la primera vez que las dirige al Freedom Caucus. También siente predilección por enfrentar a personas y a grupos entre sí, así que quizá le veamos intentando sacar provecho de estas divisiones. Su desafío es doble: en primer lugar, el legado de un presidente depende de que apruebe leyes, no de que firme decretos presidenciales. Y, en segundo lugar, necesita a un Partido Republicano unido para lograrlo.

“Los demócratas harán un trato conmigo sobre el sistema sanitario tan pronto como el Obamacare se hunda, no queda mucho. ¡No os preocupéis, estamos en plena forma!”

¿Lo está? Trump también ha indicado que está dispuesto a tender puentes a los demócratas para poder aprobar reformas en la sanidad y, posiblemente, también reformas fiscales, que es el próximo gran desafío. A diferencia de los republicanos del Freedom Caucus, la obstrucción no es una medalla de honor para los demócratas que valoran el trabajo legislativo. Existe un conflicto dentro del Partido Demócrata sobre si deberían combatir a Trump con uñas y dientes o si deberían intentar llegar a acuerdos allí donde se pueda. La disposición de los demócratas a establecer compromisos con el enemigo los hace parecer débiles ante algunos votantes y pragmáticos ante otros. Teniendo en cuenta que los índices de aprobación de Trump, según Gallup, se sitúan en un muy bajo 38%, es difícil imaginar que los demócratas quieran hacer otra cosa que luchar contra él. Pero de nuevo hay que recordar que legislar está en su ADN.

Al mismo tiempo, la cordialidad y la transigencia con los demócratas podrían enfurecer a los seguidores de Trump, que tienden hacia el populismo antiestablishment de derechas y albergan una profunda ira contra Obama y los demócratas. Y también podrían molestar a los congresistas republicanos, especialmente a los cercanos al Freedom Caucus, que no dudarán a la hora de tildarle de fraude y de hipócrita. La verdad es que no hay ninguna solución buena porque, incluso si puede conseguir que algunos demócratas voten con él, son solo 193 de los 435 miembros de la Cámara y 46 de los 100 senadores. Aunque no quiera admitirlo, Trump necesita a su problemático partido.