Cómo la crisis en el Cáucaso Norte podría hacerse global.

Las fúnebres noticias diarias que llegan de la revuelta región rusa del Cáucaso Norte -bombas en edificios policiales en Ingushetia, activistas pro derechos humanos asesinados en Chechenia y tiroteos en Daguestán- dejan claro que la insurgencia allí sigue lejos de estar acabada, a pesar de que Moscú se atribuya a menudo la victoria. El conflicto se ha fragmentado y metastatizado, y ambos bandos son culpables de cometer todo tipo de atrocidades. Las guerrillas están recurriendo cada vez más a los atentados suicidas, y no descartan más tomas masivas de rehenes, como la de la escuela de Beslán en 2004. Los activistas en favor de los derechos humanos y los rivales del presidente chechenio, Ramzán Kadírov, son asesinados en Moscú, en Grozni (la capital de Chechenia) y en el extranjero con total impunidad.

 
 
KAZBEK BASAYEV/AFP/Getty Images

El que definitivamente sería el peor de los escenarios -una unión gradual de los insurgentes de Asia Central con los jóvenes combatientes islamistas del Cáucaso Norte- podría ser remoto, pero ahora es posible. En primer lugar, tendría que continuar la política rusa de brutalidad indiscriminada en la zona, garantizando un flujo regular de nuevos reclutas para la causa islamista. En segundo lugar, los talibán deberían consolidarse a lo largo de las fronteras de Afganistán con países como Turkmenistán, Uzbekistán o Tayikistán, convirtiendo las zonas fronterizas en refugios seguros y creando una serie de conductos que permitieran a los combatientes desplazarse desde Afganistán al interior de Asia Central y más allá. Por último, los yihadistas de Asia Central provenientes de países como Kirguizistán, Tayikistán o Uzbekistán deberían convertirse en una fuerza de combate de un tamaño lo suficientemente grande como para ejercer una presión seria en la región. Lo primero ya está sucediendo. Lo segundo es cuestión de tiempo. Lo tercero no se puede descartar. Estos sucesos amenazan con transformar el conflicto en el Cáucaso, convirtiendo una lucha secesionista en algo mucho más amenazador.

¿Cuál es en al actualidad la situación del conflicto? Por un lado está Kadírov, antiguo miembro de la guerrilla separatista y después autoproclamado defensor de las fronteras de Rusia. Él se ha convertido en el principal paladín del Kremlin en la región. En el otro lado se sitúan las guerrillas del Cáucaso Norte, lideradas por Doku Umarov. Como Kadírov, éste también luchó en la primera guerra contra los rusos, de 1992 a 1996. Desde entonces ha adoptado la causa islamista. Él y sus combatientes luchan por el establecimiento de un califato, y ahora es conocido como “el emir del Emirato del Cáucaso”. Umarov está secundado por un hábil organizador guerrillero que responde al nombre en clave de Magas. Pertenece a la etnia ingush y está conectado con el ataque contra la escuela de Beslán en 2004 en el que murieron 330 personas, entre ellas 176 niños. En el pasado, muchos guerrilleros chechenos, incluyendo a su antiguo líder, Aslán Masjádov, repudiaron este tipo de barbarie. Umarov, no obstante, señaló en una reciente entrevista que “si es la voluntad de Alá” habría más ataques del estilo de Beslán. “En la medida de lo posible, intentaremos evitar los objetivos civiles”, explicó. “Pero para mí no hay civiles en Rusia”.

El gobierno regional es igualmente siniestro. Los medios de comunicación y grupos en defensa de los derechos humanos occidentales llevan tiempo acusando a los servicios de seguridad de Kadírov de una desagradable lista de atrocidades, incluyendo el secuestro, la tortura y el asesinato, todo lo cual, obviamente, él niega. A mediados de julio, una de las activistas a favor de las libertades más conocidas de Chechenia, Natalia Estemirova, fue secuestrada y asesinada. En agosto, Zarema Sadulayeva, que trabajaba para una organización benéfica infantil, y su marido fueron secuestrados en su oficina y asesinados. Dos miembros de la familia Yamadayev, señores de la guerra cercanos a los servicios de inteligencia militar rusos, murieron hace poco tras enemistarse con Kadírov el año pasado. Uno fue asesinado en las cercanías de la oficina del primer ministro en el centro de Moscú, el otro en Dubai. Recientemente, se produjo un intento de asesinato sobre un tercer hermano.

Kadírov rechaza cualquier responsabilidad por estos sucesos. Los ataques a los Yamadayev tienen el propósito de desacreditarle, según afirma. Niega además cualquier conexión con el asesinato de Estemirova. “¿Por qué iba Kadírov a matar a una mujer que nadie necesita?”, declaró durante una reciente entrevista con Radio Free Europe/Radio Liberty. “Ella nunca tuvo honor, dignidad o conciencia”. Su retorcida lógica recuerda a la de su autoproclamado ídolo, el primer ministro Vladímir Putin, quien, cuando se le preguntó sobre el asesinato en 2006 de la periodista crítica Anna Politkovskaya, describió su influencia como extremadamente insignificante.

Las frívolas baladronadas de Putin en momentos como ese marcan el tono de la brutalidad general de la lucha en el Cáucaso Norte. He aquí un hombre que regaló cuchillos de caza a sus tropas en Chechenia en el momento álgido de esa batalla, en enero de 2000. La política de Moscú, si es que puede llamarse así, puede resumirse en dos simples puntos. Primero, ignora el conflicto durante todo el tiempo que sea posible. Mantenlo lejos de los medios de comunicación convencionales, y por tanto de la mirada de la opinión pública. Asegúrate de que las masas no se ven distraídas o desmoralizadas por las noticias. Segundo, si la cosa se pone de verdad muy mal, manda las tropas.

Esta política no está funcionando y antes o después al Kremlin le va a explotar de nuevo en la cara. La agitación se intensifica lentamente en el interior del Cáucaso Norte. Si la escalada continúa existen muchas probabilidades de que se produzca un reforzamiento mutuo —en lo que respecta a recursos, propaganda y estrategias— con los combatientes que de modo gradual están regresando a Asia Central desde Afganistán.





























           
Esta política no está funcionando y antes o después al Kremlin le va a explotar de nuevo en la cara
           

La nueva generación de la guerrilleros esta región es consciente de lo que está sucediendo en el resto del mundo musulmán. Con frecuencia han recibido una mejor educación que sus predecesores y en casi todos los casos son expertos en el manejo de ordenadores. Hoy la mayoría de los movimientos de la zona tienen webs, y algunos incluso usan Twitter. Utilizan cada vez más las tácticas suicidas que suelen preferir los talibán y Al Qaeda, lo que significa que no necesitan tantos combatientes para causar estragos. No es ninguna coincidencia. Sus páginas contienen y remiten a vídeos de atentados suicidas en Irak y Afganistán y sus propios candidatos a shahid (mártir) graban ahora despedidas, al estilo de sus camaradas iraquíes y afganos.

Los vínculos entre los insurgentes del Cáucaso Norte y los de Afganistán son profundos y antiguos. Cientos de combatientes originarios de Asia Central recibieron adiestramiento en Chechenia a finales de los 90 de manos de dos de los más conocidos guerrilleros de esa época: Shamil Basáyev y su compañero de armas saudí, Ibn al Khatab (quien, por cierto, ganó su primera experiencia en combate luchando con los muyahidin, supuestamente al lado de Osama bin Laden, contra las fuerzas soviéticas). Cuando el combate en Chechenia se fue apagando, estos voluntarios se reagruparon y se unieron a otros conflictos: en Afganistán y después en el noroeste de Pakistán. Allí, presuntamente se han alistado en el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), un grupo que aglutina a islamistas de Asia Central, el Cáucaso Norte y las zonas musulmanas de Rusia, como Tatarstán.

Según se cuenta, un pequeño número de ajados combatientes del MIU ha regresado a Asia Central —a la frontera con Rusia— este verano. Esta tendencia es preocupante. Los Estados de este área son muy corruptos, incompetentes y autoritarios —todos edificaciones tremendamente frágiles. La prontitud con la que países como Tayikistán y Uzbekistán abrieron sus instalaciones al Ejército estadounidense les ha convertido en un objetivo aún más atractivo para los islamistas. Y situado junto a la más revuelta y violenta provincia de Rusia, repleta de fuerzas radicales.

La situación en el Cáucaso parece mala, pero podemos estar seguros de que se volverá mucho peor si el Kremlin permite que siga fermentando este status quo sanguinario. Puede que deje de resultar descabellado imaginar el día en que los combatientes del Emirato del Cáucaso se unan a sus aliados yihadistas de Asia Central, convirtiendo gran parte del borde sur de la antigua URSS en una zona de guerra de baja intensidad que destruirá sueños y reputaciones políticas desde Moscú hasta Washington.

 

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