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La decisión del presidente Barack Obama de intervenir militarmente en Libia ha comenzado bien. Lo digo desde la perspectiva de alguien que veía la intervención con enorme escepticismo. Me preocupaba que Estados Unidos acabara por dirigir la campaña y que, por consiguiente, al margen del éxito militar que tuviera, las autoridades estadounidenses tuvieran que comprometerse no sólo a derrocar al dictador libio, Muamar el Gadafi, sino a construir a continuación un país semiestable. En otras palabras, si interveníamos, el problema sería nuestro, como en Irak y Afganistán.

Si EE UU hubiera intervenido hace dos semanas, quizá habríamos teniendo un Irak o Afganistán a pequeña escala

Sin embargo, al menos en sus fases iniciales, el panorama es mucho mejor de lo que me esperaba. EE UU no parece haberse colocado en primera fila. Los franceses y los británicos están presentes con sus fuerzas aéreas y marítimas, tan involucrados como nosotros. La Liga Árabe y Naciones Unidas respaldan la operación, e incluso el Ejército egipcio está abasteciendo a los rebeldes en el este de Libia. La actitud lenta y aparentemente deslucida por la que critican al Gobierno de Obama, tanto los neoconservadores como los progresistas, está siendo tal vez lo que impide que monopolicemos la misión; y eso es una garantía de que no acabaremos políticamente empantanados en el país a medida que transcurran las semanas. No creo que el presidente haya sido tímido; creo que ha sido astuto. El profundo escepticismo de algunos sectores de la Administración estadounidense respecto a la intervención es, precisamente, lo que ha obligado a la Liga Árabe y a los europeos a dar un paso al frente y aliviarnos de esa carga política.

Si hubiéramos intervenido de forma decisiva hace una o dos semanas, habríamos tomado las riendas de la misión y quizá habríamos acabado teniendo un Irak o un Afganistán a pequeña escala. Pero el retraso ha permitido que se nos unieran los aliados, no sólo en teoría sino en la práctica.

Nadie sabe cómo evolucionará la situación a partir de ahora. Todavía es posible que EE UU asuma el papel de líder, dada su superioridad militar en comparación con nuestros aliados. Puede que haya una guerra civil o un caos prolongado en el país, que es, en acertada opinión de muchos, un Estado débil. Pero la cosa ha empezado bien, porque los tambores de guerra se oyen tanto en Londres, París y El Cairo como en Washington.
La estrategia militar estadounidense, siempre a lo grande, necesita, en una época en la que hay desafíos prolongados en el extranjero y contención fiscal en casa, que otros países democráticos y de ideas afines compartan las responsabilidades y asuman, en ocasiones, el liderazgo. Me alegro de que Obama se haya metido en esto en el último momento en vez de encabezar el ataque desde el principio. Eso hará que Estados Unidos se exponga menos y permitirá que el presidente y su equipo mantengan la atención en Afganistán, Pakistán y otros compromisos.

Que quede claro: el objetivo es impedir unas atrocidades que constituirían una catástrofe moral. No hemos intervenido para ayudar a gobernar Libia.

 

 

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