Protestas en Moscú contra la invasión a Ucrania. (Konstantin Zavrazhin/Getty Images)

Moscú tiene un equilibrio en sus relaciones centro-periferia muy complejo, que podría derivar en tensiones secesionistas teniendo en cuenta la coyuntura actual.

La invasión militar rusa a Ucrania y la posibilidad de asistir a un escenario de eventual desintegración territorial de facto del Estado ucraniano implican observar otra realidad, en este caso enfocada en el país invasor, Rusia. La atención se concentra en observar en qué medida el conflicto podría reactivar tensiones secesionistas hasta ahora aletargadas dentro de Rusia, y cómo las mismas podrían afectar a las relaciones centro-periferia e, incluso, a la propia definición de la identidad nacional rusa.

Partiendo del hecho de que el carácter plurinacional de la Federación Rusa permite observar ciertos esquemas de autonomismo regional, el conflicto armado en Ucrania podría eventualmente constituirse en un catalizador de posibles tensiones secesionistas hasta ahora "adormecidas" en el espectro político ruso.

 

La integridad estatal como prioridad máxima

La integridad estatal de Rusia y, particularmente, la preservación de su identidad nacional se han convertido en prioridades absolutas para el Kremlin. Lo que repercute también en sus decisiones tanto a nivel interno como regional.

Con la finalidad de ofrecer cánones que legitimen su decisión de intervenir militarmente en Ucrania, el presidente ruso Vladímir Putin ha utilizado en algunos de sus discursos oficiales determinados factores relativos a la "unidad histórica y cultural" e incluso "espiritual" de una "identidad común ruso-ucraniana" que, visto desde la perspectiva histórica para Moscú, implica compatibilizar dentro del "mundo ruso" bajo un nuevo relato histórico.

Conflicto en la región separatista de Transnitia. (Hannah Wagner/picture alliance via Getty Images)

No obstante, y a treinta años de la desintegración de la URSS, la Rusia postsoviética ha observado también la aparición de fuerzas secesionistas internas, especialmente en el Cáucaso ruso (Chechenia entre 1991 y 2008), que terminaron con la imposición por la fuerza por parte del poder estatal.

Toda vez reforzaba internamente el poder estatal evitando mayores desafíos insurgentes, Rusia procreaba simultáneamente una geopolítica de Estados de facto (Abjasia, Osetia del Sur, Transnistria, Donbás) en aquellos países de su periferia euroasiática ex soviética (Georgia, Moldavia, Ucrania) como mecanismo que le permitieran asegurar sus esferas de influencia. Con el foco en la defensa de las comunidades étnicas y lingüísticas rusas, así como erigiéndose, en otros casos, como interlocutor de la resolución de conflictos (Nagorno Karabaj).

Cómo compatibilizar esa geopolítica de Estados de facto para garantizar sus intereses, mantener la integridad estatal, reforzar el nacionalismo y la identidad nacional rusas y contener cualquiera reactivación de tensiones secesionistas internas supone para Moscú un desafío que, a priori y tomando en cuenta el contexto actual, no parece constituir un problema inmediato para la Federación rusa.

No obstante, debe tomarse en consideración que estas tensiones secesionistas podrían alterarse dependiendo de la evolución del conflicto ucraniano. Así que podría traducirse en un desafío para los equilibrios entre el centro y la periferia del poder ruso.

 

Rusia: Estado plurinacional y relaciones centro-periferia

Una radiografía de la composición político-territorial y étnica de Rusia nos permite observar su carácter plurinacional esclarecido por un intenso mosaico de etnias, pueblos y religiones.

La Constitución de la Federación rusa, vigente desde 1993, establece que Rusia es un Estado federal y plurinacional, integrado por lo que oficialmente se denominan como Sujetos Federales (son 86 en total, incluyendo Crimea y Sebastopol, anexadas en 2014), y entidades constitutivas de la Federación que reciben distintos nombres (repúblicas, oblast, krais, oblast autónomo, distritos autónomos, ciudades federales, región, distrito, etc) sin que ello suponga diferencias significativas en cuanto a las competencias que cada entidad puede ejercer. En el fondo, la relación centro-periferia está determinada por aspectos más bien enfocados en la fidelidad de esas regiones en sus relaciones de poder con Moscú y, en el caso de Putin, de sintonía con el propio presidente ruso.

Por otro lado, la reforma de la Constitución rusa de 2018 ha preservado la diferencia entre el componente étnico y religioso y la condición de ciudadanía. El adjetivo "ruso" (Russkii) define una condición determinada por la lengua, la etnia y la cultura rusa. El adjetivo Rossiyane "de Rusia", hace referencia a la condición del ciudadano en su relación con el Estado, independientemente de su lengua, etnia o religión.

Desde el punto de vista étnico, la mayor parte de la población es rusa (80%), lo cual le otorga una posición predominante. Otras comunidades son los tártaros, ucranianos, chuvasios, bielorrusos, monrovianos, alemanes, chechenos, ávaros, armenios y judíos. Desde el punto de vista religioso, Rusia es un Estado aconfesional en el que la religión mayoritaria es la cristiana ortodoxa rusa (50%). Un 25% es ateo mientras que el 6,9% se define como musulmán.

En los últimos años, el nacionalismo ruso oficialmente impulsado desde el Kremlin se ha metabolizado en una especie de patriotismo étnico que, si bien pareciera definir cierta exclusividad con respecto al resto de las nacionalidades (especialmente con los pueblos caucásicos y de Asia Central), él mismo ha logrado de manera simultánea compatibilizarse dentro del amplio mosaico étnico y religioso existente en la Federación rusa. Este proceso de asimilación "patriótica" se ha fortalecido bajo el manto de un discurso oficial que apela a gestas históricas heroicas comunes para todas estas nacionalidades, como fue la Gran Guerra Patriótica contra el nazi-fascismo durante la II Guerra Mundial.

 

Los focos secesionistas en Rusia

La desintegración de la URSS en 1991 alimentó ciertas tensiones secesionistas en la naciente Federación rusa, en especial en aquellas donde la población étnicamente rusa era minoritaria. Debe destacarse que en 13 de las 83 entidades constitutivas, la proporción de rusos en la población es inferior al 50%, sobre todo en el Cáucaso ruso y la república de Tuvá, limítrofe con Mongolia.

Ha sido el Cáucaso ruso el principal foco de tensiones separatistas con Chechenia como epicentro. Entre 1991 y 1996 se libró un conflicto armado con Moscú que llevó a la proclamación de la República Chechena de Ichkeria, una entidad que prácticamente operó como independiente entre 1996 y 1999. Aunque en sus inicios dominado por los sectores nacionalistas civiles, el separatismo checheno estuvo impregnado por la presencia de militantes integristas yihadistas. Se creó así un Emirato Islámico del Cáucaso, de breve trayectoria pero que buscó su expansión regional.

Otros focos de irredentismo caucásico contra Rusia se observaron en las repúblicas de Daguestán, Osetia del Norte, Kabardino Balkaria, República de Abazínskaya, Lezgistán (de origen azerí) y la República de Karacháyevo-Cherkesia. Todos ellos tuvieron una trayectoria breve ya que, tras proclamar sus respectivas independencias al calor de la desintegración soviética, progresivamente sus intenciones independentistas fueron apagadas por Moscú.

Fuera del espacio caucásico está la República de Tartaristán, feudo histórico del pueblo tártaro en torno a su capital Kazán. Las tensiones entre el poder central y los tártaros fueron intermitentes entre 1992 y 2002, cuando finalmente el Consejo de Estado de Tartaristán adoptó el encaje constitucional de la Federación rusa. Moscú dispuso de un estatuto de autonomía especial para los tártaros. Aunque a partir de 2017, fue progresivamente disminuyendo su capacidad. Por otro lado, actores externos como Turquía han resucitado la versión del "panturquismo" para acercarse, vía relaciones culturales e incluso económicas, hacia las comunidades túrquicas existentes en Rusia, con los tártaros como epicentro de atención.

En otras latitudes del territorio de la Federación rusa se han encontrado leves focos de autonomismo y tensiones separatistas en el enclave de Kaliningrado (óblast entre Alemania y Polonia de mayoría rusa, pero con un amplio mosaico étnico), la península de Carelia (próxima a Finlandia), la región de Múrmansk y la del Ural, con epicentro en Sverdlovsk y Cheliábinsk. En Siberia, a partir de 1993, se recreó la posibilidad de una República independiente siberiana con base en la ciudad de Novosibirsk, un proceso similar acaecido en el Extremo Oriente ruso, en torno a la ciudad de Vladivostok.

 

El mosaico ucraniano y sus tensiones secesionistas

Por otro lado, está Ucrania. De acuerdo a la Constitución de 1996 actualmente vigente, Ucrania es una república democrática presidencial, parlamentaria y unitaria, con un sistema político pluripartidista.

Conflicto en Ucrania. (Str/picture alliance via Getty Images)

En Ucrania están representadas más de 110 nacionalidades y etnias, siendo los ucranianos la principal nacionalidad (77,82%) seguidos por los rusos (17,28%). También están bielorrusos, moldavos, tártaros de Crimea, búlgaros, húngaros, rumanos, polacos y comunidades de gitanos. En cuanto a la religión, domina la cristiano-ortodoxa (54,1%) bajo dominio de la Iglesia nacional ucraniana. También hay católicos, protestantes, judíos y musulmanes, entre otros.

Las tensiones separatistas en Ucrania se han focalizado sobre todo en Crimea y la región étnicamente rusa del Donbás, (repúblicas de Donetsk y Lugansk) reconocidas de manera oficial como independientes por la Federación rusa el pasado 21 de febrero de 2022. Previo a la invasión militar.

Otros focos de posibles tensiones son la región de Transcarpatia, de mayoría húngara. Fuera de las fronteras ucranianas, pero enclavada entre este país y la vecina Moldavia, está la República Pridnestroviana de Transnistria, que declaró su independencia en 1991 tanto de Moldavia como de Ucrania y a la cual Rusia le ha prestado asistencia logística y militar.

 

El factor checheno en la guerra en Ucrania

En las operaciones militares rusas en Ucrania ha sido notoria la presencia de combatientes chechenos al lado de las tropas rusas, lo cual pareciera evidenciar un mensaje por parte de Moscú (principalmente hacia Ucrania) en lo relativo a la "normalización" del asunto de las nacionalidades internas en favor del fortalecimiento de la integridad estatal rusa.

La pacificación vía manu militari rusa de Chechenia en 2008 le ha permitido a Moscú controlar esas tensiones secesionistas en el Cáucaso ruso. En gran medida, amparándose en un estrecho aliado político como el presidente checheno Ramzán Kadírov, que le ha permitido desplegar en esa república caucásica importantes inversiones económicas y de infraestructuras con la finalidad de acallar las tensiones contra Rusia.

La sintonía de relaciones de poder entre Kadírov y Putin se ha fortalecido incluso en el contexto actual de la guerra en Ucrania, donde el protagonismo del líder checheno ha sido muy notorio, incluso con tintes propagandistas a favor de los intereses rusos. Por otro lado, resulta ciertamente irónico que siendo Chechenia en su momento el mayor desafío existente a la integridad estatal de Rusia, sean hoy los combatientes chechenos los que pelean al lado de las tropas rusas en la tarea de "reconquistar" Ucrania para que "vuelva a formar parte de la Rusia histórica".

La presencia chechena en Ucrania ha sido analizada por expertos como una especie de arma psicológica utilizada por Rusia con la finalidad de amedrentar a las tropas ucranianas. Hay que tomar en cuenta la experiencia de combate y la marcada agresividad de los chechenos en el campo de batalla. Su presencia también podría deberse a la intención de Moscú de contar con tropas expertas ante la posibilidad de afrontar episodios de "guerrilla urbana" en los combates en las principales ciudades ucranianas (Kiev, Járkov, Mariúpol, Jersón, Odessa). Podría existir la posibilidad de que se reproduzcan situaciones similares a las vividas en la capital chechena Grozny durante el conflicto con Rusia.

No obstante, algunos expertos consideran que una porción considerable de las tropas rusas que combaten en Ucrania no son étnicamente homogéneas, ya que no sólo incluyen a chechenos sino a numerosas comunidades de etnias no rusas, cuya adaptabilidad dentro de las fuerzas armadas rusas puede no ser exactamente satisfactoria para los intereses del Kremlin. Este aspecto podría complicar el panorama para Moscú si la guerra se prolonga y sus objetivos en Ucrania comienzan a estancarse. En particular a la hora de observar posibles deserciones y descontento entre las tropas.

Por otro lado, la brutalidad de la guerra en Chechenia y el férreo control establecido por el Estado ruso tras su pacificación, amparado en alianzas controvertidas como la del propio Kadírov, son aspectos que también podrían haber persuadido a otras nacionalidades con aspiraciones autonomistas dentro de Rusia (tártaros, daguestaníes, bashkires) a no desafiar tan abruptamente el status quo establecido por el Kremlin en el Cáucaso ruso.

 

Después de la guerra: ¿hacia un nuevo status centro-periferia?

Treinta años después de la desintegración de la URSS y al calor del actual conflicto en Ucrania, no se observan, a grosso modo, desafíos secesionistas o autonomistas de elevado nivel que permitan presagiar un peligro irreversible para la integridad del Estado ruso.

Con todo, la invasión militar rusa a Ucrania podría de forma inesperada reactivar esas tensiones secesionistas que aún albergan expectativas de renovación. Todo dependerá del éxito o del fracaso de la guerra en Ucrania. Si Putin logra preservar sus prioridades geopolíticas y militares, difícilmente se manifestarán, al menos a corto y mediano plazo, esos focos de irredentismo entre el centro y la periferia dentro de la Federación rusa.

Con ello, es previsible que se reforzará oficialmente el discurso de legitimación del nacionalismo ruso, al mismo tiempo que su compatibilización dentro de las demás identidades étnicas no rusas existentes en la Federación. En especial hacia aquellas fuerzas de combatientes como los chechenos, que "ayudaron" en el esfuerzo bélico ruso para "liberar Ucrania".

Por el contrario, un eventual fracaso militar ruso en Ucrania implicaría un descrédito para el sistema de poder de Putin, aspecto que eventualmente podría alimentar el descontento entre las regiones periféricas; siempre que la crisis económica se agudice debido a las sanciones occidentales a Rusia. Este descontento podría alimentar las tensiones centro-periferia si la crisis se prolonga, especialmente en regiones conflictivas como el Cáucaso ruso.

Batallones y milicias voluntarias en Ucrania. (Yurii Rylchuk / Ukrinform/Future Publishing via Getty Images)

Otro factor a tomar en cuenta es el auge de movimientos nacionalistas de extrema derecha en Ucrania (Svoboda, Batallón Azov, Pravy Sektor, entre otros) y cómo los mismos podrían suponer un enfoque potencialmente más agresivo hacia otras comunidades, con especial atención hacia la población ruso-parlante.

Con un pasado fascista enclavado en la invasión nazi a Ucrania (1941-1944), estos movimientos extremistas han adquirido un protagonismo político y militar en esta guerra con Rusia. Está por ver cuál sería el papel político de estos movimientos extremistas en la Ucrania postconflicto, en particular tomando en cuenta el protagonismo que han adquirido los grupos de resistencia efectivos a la hora de confrontar la invasión militar rusa.

La presencia de estos grupos extremistas en el marco político ucraniano también podría suponer un dilema para las aspiraciones de Kiev de insertarse en el marco de integración europeo, abiertamente contrario a encajar ese tipo de ideologías dentro del marco legislativo que prima la tolerancia y el respeto por los derechos humanos.

No debemos olvidar que el discurso oficial ruso para legitimar su intervención militar ha sido precisamente el de "desnazificar Ucrania". Por tanto, para las autoridades ucranianas, el posible ascenso político de estos grupos ultranacionalistas podría suponer un factor de incomodidad no sólo en sus relaciones con Occidente, sobre todo con la Unión Europea, sino también ante la posibilidad de una negociación postconflicto con Rusia. La presencia de estos movimientos también influiría en el equilibrio de fuerzas políticas internas en Ucrania, tomando en cuenta que estos grupos extremistas de naturaleza paramilitar han comenzado a adquirir un notable respaldo popular, incluso con anterioridad a la invasión militar rusa.

Del mismo modo, la guerra en Ucrania ha confirmado dos prioridades esenciales para Putin: en primer lugar, su temor a observar en Rusia la posibilidad de reproducción de la desintegración estatal de la URSS y cómo esto afectaría las relaciones centro-periferia. En especial en aquellos territorios con notable presencia de rusos étnicos. Por otro lado, la desconfianza de Putin hacia Occidente, en especial en lo relativo a los intereses occidentales por desgajar entidades territoriales como sucedió con la guerra de Kosovo en 1999 y el conflicto checheno. Putin se erige así en baluarte de la defensa del "mundo ruso" y una visión cada vez más eurasianista de su política exterior. En 2017, declaró que poseía informes sobre la presunta labor de los servicios de inteligencia estadounidenses de presuntamente ayudar a grupos islamistas y separatistas en el Cáucaso.

Por otro lado, está la clave demográfica, esencial para comprender igualmente los intereses de Putin en Ucrania. La notable caída de la natalidad en Rusia podría presagiar, en las próximas décadas, un eventual desequilibrio demográfico que termine alterando  el predominio de la etnia rusa y eslava a favor de las comunidades no rusas, en especial las musulmanas. Rusia tiene en la actualidad 147 millones de habitantes. La tasa de fecundidad en 2019 fue de 1,5 hijos por mujer, un índice que llevó al propio Putin a impulsar políticas de natalidad orientadas a fomentar el aumento hasta alcanzar los "1,7 hijos por mujer en 2024″.

El viraje absolutamente conservador de la Rusia de Putin y, en particular, su sintonía con la Iglesia Ortodoxa rusa son factores que también explican esa "necesidad" de aumento demográfico entre la población rusa con el fin de mantener su predominio en el equilibrio demográfico. No sería, por tanto, descartable observar que, en lo referente a la intervención militar en el Este de Ucrania, Moscú se vea persuadido a impulsar el recurso de la expansión territorial como herramienta geopolítica en clave demográfica. Tal y como se observó, con anterioridad, con la anexión de Crimea.

Más allá de todos estos factores, la guerra en Ucrania coloca en el centro de atención la posibilidad de complicaciones dentro del encaje político y administrativo existente en Rusia, su carácter de Estado plurinacional y las relaciones centro-periferia. En este apartado, se prevé un período de mayor centralización política por parte del Estado ruso y un viraje geopolítico cada vez más euroasiático.