Las dos potencias asiáticas llevan al terreno económico sus disputas territoriales.

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Xiao Shu pasó cerca de una década trabajando en Japón, primero como peón de la construcción y luego en diferentes puestos de la hostelería. Hoy, a los 40 años, aún guarda un buen recuerdo de aquel periodo. Y de la gente. “Una cosa es el pueblo japonés y otra el Gobierno”, responde cuando se le pregunta por las relaciones entre Pekín y Tokio, que atraviesan momentos de tensión.

A pesar de sus palabras de concordia, Xiao se ha convertido en una víctima colateral de los problemas geopolíticos de Oriente. El pequeño restaurante que regenta en el centro de Pekín, Baxiwei, ha perdido el 25% de su clientela desde hace un año. El propietario es pekinés. Los empleados son todos chinos. Sin embargo, se trata de un establecimiento especializado en cocina nipona que, como muchos otros de la capital, ha sufrido una importante bajada de la demanda debido a las pasiones nacionalistas.

Las economías de ambas potencias asiáticas se encuentran estrechamente ligadas. Los japoneses han aportado enormes cantidades de tecnología para la modernización de China. Las grandes multinacionales niponas se beneficiaron primero de los bajos costes de la mano de obra china y más tarde del creciente mercado de consumo local. En estos momentos, sin embargo, se están deshaciendo los lazos de entendimiento económico que empezaron a tejerse hace tres décadas.

Los intereses japoneses en el gigante asiático están sufriendo desde que en otoño del año pasado el Ejecutivo de Tokio anunciara la compra de las islas Senkaku o Diaoyu, como se conoce respectivamente en Japón y en China a un pequeño grupo de peñones situados entre Taiwan y Okinawa. La disputa diplomática entre la segunda y la tercera economías del mundo por la soberanía de estas islas desencadenó una oleada de disturbios, actos vandálicos y protestas antiniponas en suelo chino en septiembre. Un hombre fue apaleado entonces frente a su familia por una turba nacionalista cuando conducía su Toyota en la ciudad de Xi’an.

Ahora las aguas están más calmadas, pero aún se sienten los efectos. Muchos propietarios de vehículos de marcas niponas llevan puestas pegatinas en la carrocería defendiendo la innegociable soberanía china sobre las Diaoyu.

La fiebre anti japonesa está lastrando las ventas de los productos nipones. En el primer trimestre de este año, las exportaciones japonesas a China cayeron un 16,6% respecto al mismo periodo del año pasado, según las últimas estadísticas de aduanas de Pekín. Las importaciones globales chinas crecieron, en cambio, un 8,4%.

Pocos sectores han sentido más el parón que los productores de automóviles nipones, que el año pasado capturaron un 15% de cuota de mercado en el Imperio del Centro, de acuerdo a las cifras de la Asociación de Fabricantes de China. Las ventas de Toyota cayeron un 12% interanual en marzo –últimas cifras disponibles–, por un 15% de Nissan y un 6,6% de Honda. China es desde 2009 el mayor mercado de automóviles del planeta.

Los efectos también se sienten a la inversa, aunque no con la misma intensidad. Las exportaciones chinas a Japón cayeron un 3,6% en los tres primeros meses de 2013. En contraste, las ventas totales de China en el exterior subieron un 18,4% en el mismo periodo.

La importancia relativa de ambos países, sin embargo, no es la misma. China es el primer mercado de exportación para los bienes japoneses, el país donde coloca el 20% de sus ventas en el exterior. Para China, en cambio, el mercado japonés no resulta tan vital. Representa alrededor del 7% de las exportaciones, por detrás de la Unión Europea y Estados Unidos, los mayores clientes de sus manufacturas. Las inversiones chinas en Japón también son comparativamente menores.

Es, por lo tanto, Tokio quien más tiene que perder en la disputa. Hasta ahora, no obstante, la economía nipona parece haber encajado bien el golpe. Tras un periodo de recesión, regresó al crecimiento en el cuarto trimestre del año pasado. En los últimos meses, el enorme paquete de estímulo monetario puesto en marcha por Banco Central está provocando una caída del precio del yen significativa, incrementando la competitividad de los exportadores.

Precisamente ahí reside un nuevo foco de conflicto con el Gobierno de Pekín. La devaluación del yen respecto al yuan podría mermar la competitividad de las fábricas chinas. Es un “chantaje monetario” a todos los exportadores de Asia, advirtió recientemente el economista Li Daokui, de la Universidad Tsinghua, en declaraciones al diario hongkonés South China Morning Post.

 

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