• Nekudat Ha Al-Hazor: Hamodiyin Ha-Israeli Mul Iran Ve-Hizballah
    (Punto sin retorno: la inteligencia israelí contra Irán y Hezbolá)

    Ronen Bergman
    607 págs., Kinneret,
    Tel Aviv (Israel), 2007 (en hebreo)

El 22 de agosto de 1988, un alto funcionario de la inteligencia israelí declaró ante el Comité de Asuntos Exteriores y Defensa del Parlamento de su país. En aquella época, la guerra entre Irán e Irak duraba ya ocho años. El funcionario aseguró al comité: “Basándonos en las informaciones de nuestras mejores fuentes, nuestra valoración es que la guerra se prolongará durante muchos años”. Cuando volvía a su despacho, oyó en la radio que el líder supremo iraní, el ayatolá Jomeini, había acordado un alto el fuego con Irak.

Éste no es más que uno de los numerosos ejemplos que el periodista israelí de investigación, Ronen Bergman, relata en su nuevo libro, Punto sin retorno, en el que sostiene que los servicios de espionaje llevan 30 años fracasando una y otra vez en sus guerras contra Irán y Hezbolá. A pesar de su excelente reputación, dice, el espionaje israelí es tan capaz de cometer errores y de ser ineficaz como cualquier otro.

En la preparación de la obra, el reportero ha investigado con extra- ordinario detalle el triángulo Irán- Hezbolá-Israel. Ha entrevistado a cientos de personas, desde Argentina hasta Bosnia, para recoger material relacionado con la participación del régimen de los ayatolás en actividades terroristas. Ha examinado informes secretos de los servicios militares de inteligencia. Ha reunido un increíble volumen de detalles, muchos hasta ahora desconocidos, y a partir de ahí ha elaborado su relato. En su trabajo como periodista especializado en temas de seguridad nacional en el diario israelí Yedioth Ahronoth, Bergman ha cubierto desde la guerra de Yom Kippur de 1973 hasta la participación palestina en actividades terroristas, y desde el trabajo de los servicios de inteligencia hasta el programa nuclear iraní. En Punto sin retorno, un libro fascinante, pone al descubierto informaciones nuevas e importantes. Añade nuevos datos sobre la ayuda militar israelí a Irán durante los 80, sobre todo, como parte de los acuerdos del Irangate, que tan mal terminaron para EE UU y, en menor medida, Israel. Bergman revela que Israel ya había empezado a suministrar grandes cantidades de equipamiento militar a Irán en 1980 y siguió haciéndolo hasta 1988. Investiga a fondo los dos atentados cometidos en 1992 y 1994 contra lugares israelíes y judíos en Argentina, y explica que ambos fueron planeados por Irán y Hezbolá en venganza por la muerte del ex secretario general de Hezbolá, Abbas Musawi, a manos de la fuerza aérea israelí. Bergman explica que la decisión de matar a Musawi la tomaron en cuestión de minutos, sin ser conscientes de todas sus repercusiones estratégicas a largo plazo.

No todo es negativo en el relato de Bergman: el libro destaca algunas victorias de los servicios de inteligencia. Una de ellas se produjo en el periodo entre 1979 y 1981, después de la llegada del actual régimen iraní al poder, cuando el Mossad, el espionaje israelí, llevó a cabo una audaz operación de rescate para sacar a 40.000 judíos de Irán. Sin embargo, en el relato de Bergman, los fallos de sus espías han ensombrecido cualquier triunfo. Y dichos fallos son frecuentes. Israel no es ninguna excepción. Tiene uno de los mejores servicios de inteligencia del mundo, que ha conseguido muchos éxitos desde su creación. No obstante, también ha sufrido fracasos, el más famoso, el análisis erróneo de las informaciones en vísperas de la guerra de Yom Kippur. Por tanto, el hecho de que los servicios israelíes hayan tenido ciertos fallos en su lucha contra Hezbolá y, en menor medida, contra Irán, no debería extrañar. Bergman, como periodista bien informado, debería comprenderlo. Pero su relato ignora las dificultades intrínsecas con las que se debaten los servicios de inteligencia y sugiere que existe una gran descompensación entre los éxitos y los fracasos israelíes.

Para ser justos, Irán y Hezbolá son huesos duros de roer. Es difícil penetrar en el círculo íntimo de los que toman las decisiones y comprender su política exterior y de seguridad. ¿Emplearán la bomba para tratar de eliminar a Israel, como insinuó su presidente, Mahmud Ahmadineyad? Cualquier decisión de controlar y contener la capacidad nuclear iraní tendrá que estar basada en la labor de los servicios de inteligencia, y cualquier valoración que se haga, que seguramente no contará con información cualitativa que la respalde, puede ser errónea.

En cuanto a la lucha contra Hezbolá, Israel ha sufrido tropiezos, sin duda. La guerra de 2006 en Líbano puso al descubierto serios defectos en la preparación de las fuerzas militares israelíes y en el proceso de toma de decisiones desde arriba. Pero la mayoría de los fallos no fueron de información. Es cierto que los servicios secretos no obtuvieron una información precisa y actualizada sobre las posiciones militares de Hezbolá en la frontera. Tampoco fueron capaces de identificar la situación exacta de miles de cohetes de la organización. Sin embargo, Israel consiguió algunas victorias importantes. Por ejemplo, destruyó la mayor parte del arsenal de cohetes de largo alcance de la milicia, gracias a una excelente labor de información. La comisión de investigación oficial sobre la guerra llegó a la conclusión de que los servicios militares de inteligencia suministraron a sus clientes, tanto militares como políticos, una imagen correcta, fiable y clara de cómo estaba la organización. Pero a Bergman no le interesan esos éxitos: frente a las docenas de páginas que hablan de fracasos, sólo dedica unas 20 frases a los triunfos. Punto sin retorno tiene otros inconvenientes. La fuerza del libro está en los detalles, la nueva descripción de los hechos. En cambio, el análisis de las diversas cuestiones contribuye poco a entender mejor el comportamiento iraní. En muchos casos, resume ideas y estudios antiguos sobre el tema, y hoy existe mucha más literatura sobre el desafío iraní. Algunas fuentes que utiliza el periodista no son objetivas, y sus relatos necesitan comprobación. Y algunas descripciones que presenta tienen errores fácticos. Por ejemplo, afirma que la planta iraní de enriquecimiento de uranio en Natanz fue descubierta en octubre de 2003, cuando, en realidad, lo fue en agosto de 2002; dice que Irán ha impedido por completo a los inspectores internacionales el acceso a las instalaciones militares de investigación de Lavizan, cuando dichos inspectores visitaron el lugar en junio de 2004 y enero de 2006 (por supuesto, después de que los iraníes arrasaran las instalaciones). No obstante, el ensayo ayudará a los lectores a comprender por qué Irán y su representante terrorista, Hezbolá, se han convertido en un serio desafío para EE UU, el mundo occidental, los regímenes musulmanes y árabes moderados y, desde luego, Israel. Hay que recordar que el verdadero reto relacionado con la amenaza iraní está todavía por llegar, si Irán adquiere armas nucleares.