El titular del artículo de Louise Richardson ‘La hidra de mil
causas’ (abril/mayo, 2005) me parece muy acertado a la hora de enfocar
un tema de mucha actualidad como es el terrorismo. La hidra, como bien señalaba
la mitología, era capaz de reponerse de la mortalidad de la decapitación,
regenerando por duplicado cada cabeza que le era sesgada. Haciendo un ejercicio
de abstracción, puede uno encontrar un ejemplo metafórico en
la propagación del terrorismo por la heterogeneidad de sus causas. Los
autores que han escrito sobre las ‘Causas del terrorismo’, han
señalado como tales las cuestiones políticas, religiosas, económicas,
psicológicas y culturales.

Coincido con Jessica Stern en que "la cultura de la sospecha y la islamofobia
empeoran las cosas". Añadiría que es otro problema pensar
que sólo la democracia garantiza la ausencia de terrorismo, como afirma
la Administración Bush. Las dicotomías ayudan, en ocasiones,
a comprender la realidad, pero la excesiva dependencia de ellas a la hora de
analizar cualquier realidad política nos conduce al ámbito comunitarista
del ellos y el nosotros. Tanto las consignas de los radicales islámicos
como el proselitismo del Gobierno de Bush se encuentran en la sintonía
del choque de civilizaciones de Huntington. No creo que esta perspectiva pueda
llevar a resolver los conflictos terroristas, sobre todo porque las ideas comunitaristas
vienen intrínsecamente unidas a las ideas de exclusión y no a
las de integración y convivencia.

Sólo los sistemas democráticos consolidados pueden garantizar
la desaparición del terrorismo, siempre y cuando se alcance un pacto
entre las distintas fracturas sociales, al que exclusivamente se puede llegar
con la renuncia de la violencia y con una estabilidad económica distributiva.
La única manera de dotarse de legitimidad democrática para la
derrota del terrorismo (sobre todo los que se sirven de la religión)
es ganar el pulso dialéctico, y ello requiere mucho esfuerzo y paciencia.
Por tanto, sólo cabe preguntarse: ¿cuántas personas están
dispuestas?

  • Juan Antonio Gollonet
    Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas
    en la Universidad Autónoma de Madrid, España

El titular del artículo de Louise Richardson ‘La hidra de mil
causas’ (abril/mayo, 2005) me parece muy acertado a la hora de enfocar
un tema de mucha actualidad como es el terrorismo. La hidra, como bien señalaba
la mitología, era capaz de reponerse de la mortalidad de la decapitación,
regenerando por duplicado cada cabeza que le era sesgada. Haciendo un ejercicio
de abstracción, puede uno encontrar un ejemplo metafórico en
la propagación del terrorismo por la heterogeneidad de sus causas. Los
autores que han escrito sobre las ‘Causas del terrorismo’, han
señalado como tales las cuestiones políticas, religiosas, económicas,
psicológicas y culturales.

Coincido con Jessica Stern en que "la cultura de la sospecha y la islamofobia
empeoran las cosas". Añadiría que es otro problema pensar
que sólo la democracia garantiza la ausencia de terrorismo, como afirma
la Administración Bush. Las dicotomías ayudan, en ocasiones,
a comprender la realidad, pero la excesiva dependencia de ellas a la hora de
analizar cualquier realidad política nos conduce al ámbito comunitarista
del ellos y el nosotros. Tanto las consignas de los radicales islámicos
como el proselitismo del Gobierno de Bush se encuentran en la sintonía
del choque de civilizaciones de Huntington. No creo que esta perspectiva pueda
llevar a resolver los conflictos terroristas, sobre todo porque las ideas comunitaristas
vienen intrínsecamente unidas a las ideas de exclusión y no a
las de integración y convivencia.

Sólo los sistemas democráticos consolidados pueden garantizar
la desaparición del terrorismo, siempre y cuando se alcance un pacto
entre las distintas fracturas sociales, al que exclusivamente se puede llegar
con la renuncia de la violencia y con una estabilidad económica distributiva.
La única manera de dotarse de legitimidad democrática para la
derrota del terrorismo (sobre todo los que se sirven de la religión)
es ganar el pulso dialéctico, y ello requiere mucho esfuerzo y paciencia.
Por tanto, sólo cabe preguntarse: ¿cuántas personas están
dispuestas?

  • Juan Antonio Gollonet
    Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas
    en la Universidad Autónoma de Madrid, España

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