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El presidente francés, Emmanuel Macron mirando un busto de l filósofo francés Francois-Marie Arouet, conocido como Voltaire, en Chateau de Ferney-Voltaire, 2018. FABRICE COFFRINI/AFP/Getty Images

Tres libros de historia que aportan claves para entender el presente de una Francia en plena crisis de identidad.

France in the World: A New Global History

Patrick Boucheron y Stephane Gerson

Other Press, 2019

Diderot and the Art of Thinking Freely

Andrew S. Curran

Other Press, 2019

Catherine and Diderot: The Empress, the Philosopher and the Fate of the Enlightenment

Robert Zaretsky

Harvard University Press, 2019

Una serie de películas han contado en los últimos años con historiadores para proporcionar asesoramiento en temas tan variados como las relaciones entre judíos y polacos, los matrimonios entre personas del mismo sexo en España, la política en la Inglaterra del siglo XVIII y los matrimonios presidenciales en Estados Unidos: El pianista, Elisa y Marcela, La duquesa y Lincoln sugieren que el declive en el número de estudiantes que eligen licenciarse en Historia en Estados Unidos y el Reino Unido, la ignorancia y el deterioro en la comprensión del pasado pueden estar llegando a su fin. El mundo está en un gran proceso de cambio y el conocimiento y el entendimiento de la historia son más esenciales que nunca. Puede que adquirir la capacidad para escribir código o para entender de mecánica cuántica sea lo que ha estado causando furor desde la caída del Muro de Berlín, pero las limitaciones de un enfoque tecnocrático y de gestión de la política se han hecho demasiado evidentes: las decisiones sobre el Brexit, el ascenso de China o el auge de los gobernantes autoritarios en India o Turquía no se pueden comprender sin recurrir a la historia.

La historia, para la mayoría de las naciones, es una serie de narrativas, y, por supuesto, cada una de ellas está convencida de que la suya es la única que cuenta. Y esto es tan cierto en Francia como en cualquier otra parte. Durante generaciones, en este país, el llamado Petit Lavisse ofrecía toda la panorámica de lo que los franceses llaman la roman national desde la época de los galos hasta el general Charles de Gaulle, con un lugar de honor para la Revolución Francesa. El expresidente Nicolás Sarkozy, como corresponde a un auténtico conservador, quería una “historia compuesta por hombres y mujeres, símbolos, lugares, monumentos, acontecimientos que encuentran su sentido y su significado en la progresiva construcción de la civilización única de Francia”. Y, como corresponde a un político con un padre húngaro y una abuela judía otomana, declaró que “cualquiera que sea la nacionalidad de vuestros antepasados, jóvenes franceses y francesas, en el momento en el que os convertís en franceses, vuestros antepasados son los galos y Vercingétorix”.

En estos días, la prueba de fuego para comprobar qué postura mantiene una persona respecto a la brecha cultural en Francia es si considera la roman national como algo que debe ser recuperado o desmantelado. Reclamar una historia que haga que la gente se sienta orgullosa está muy bien, pero la historia tiene que ser algo más que orgullo: ¿deberían los franceses enorgullecerse de Vichy y de las masacres de Sétif en Argelia en 1945? En 1987 la historiadora Suzanne Citron deconstruyó las premisas en las que se basaban las narrativas tradicionales que se enseñaban entonces en las escuelas, y que a menudo se apoyaban en cimientos académicos inestables. Sin embargo, siguieron ejerciendo una poderosa influencia durante muchos años, aunque solo fuera porque ya habían configurado la forma en que pensaba la élite política.

No obstante, cuanto más se pronunciaban los políticos sobre el pasado, más se movilizaban contra ellos los académicos y los profesores que lo enseñaban. Un grupo de historiadores fundó una asociación para detener estas lois mémorielles después de que sucesivos gobiernos franceses legislaran sobre la conmemoración del genocidio armenio y el tráfico de esclavos en 2001, y después, en 2005, sobre el pasado colonial de Francia. Hace dos años, durante unas elecciones presidenciales que se disputaron bajo la sombra de la extrema derecha del Frente Nacional, se publicó un libro de gran interés para los estudiosos que se ha traducido ahora al inglés. France in the World es un buen símbolo de las profundas divisiones que persisten en el país galo en lo referente a la interpretación de su historia, el significado de su pasado y su lugar en el mundo. Ofrece una réplica colectiva a la historia nacionalista y su editor, el distinguido medievalista del Collège de France Patrick Boucheron, ha invitado a docenas de sus colegas a contribuir con ensayos breves y ágiles sobre temas enfocados en torno a fechas concretas. El pasado de Francia, argumenta la obra, solo puede entenderse dentro de un contexto más amplio —global sería el término moderno— en el que las ideas, las personas y los bienes circulaban entre fronteras e influían los unos sobre los otros. Un mensaje así difícilmente es sorprendente para un historiador de la Edad Media pero resulta ser también el mensaje de Emmanuel Macron, cuya campaña para las elecciones presidenciales ofreció un audaz proyecto para modernizar Francia. La mayor parte de los autores que han contribuido a este libro no son muy conocidos para el público general, pero sus ensayos son ingeniosos, inesperados y tienen mucho que enseñarnos. Por supuesto, existe el peligro de intentar ver una globalización en el pasado, cuando el comercio internacional desempeñaban un papel mucho menor que el de hoy y cuando la mayoría de las comunidades eran en gran medida autosuficientes. Dicho eso, las élites, ya fueran comerciales o intelectuales, tendían a ser cosmopolitas, al igual que las minorías, tanto ayer como hoy.

Notre-Dame fue una gran catedral situada en el corazón de un estilo gótico internacional que podía encontrarse por todo el continente europeo, en el que clérigos y artesanos cualificados se movían fácilmente de Estado en Estado. Pero existe también una tradición francesa de intolerancia que obligó a algunos de sus grandes pensadores, como René Descartes y Voltaire, a buscar asilo en el extranjero, en las Provincias Unidas y Suiza, respectivamente, antes de que fueran de nuevo reclamados por la nación. El mensaje que recorre el libro es el de que los países prosperan cuando acogen a los extranjeros y sufren por las consecuencias de su propia intransigencia. Es posible que esto no conforme en su conjunto una narrativa histórica coherente, y los autores tampoco lo pretenden. Ir leyendo los capítulos al azar es un auténtico disfrute y la traducción es excelente. El lector, sin embargo, tiene derecho a preguntarse si la victoria de Macron fue un triunfo tardío de una forma romantizada de interconexión global más nostálgica de los años de Tony Blair y Bill Clinton o un rechazo del fascismo por parte de todos los partidos. La oposición a la globalización encarnada en los chalecos amarillos nos ha recordado que el reciente invierno del descontento se ha desencadenado una vez que el peligro de una victoria del Frente Nacional fue superado. Pero France in the World fue concebido para sacar de sus casillas a los nacionalistas y gente como Alain Finkielkraut, autoproclamado guardián de la vieja historia, denunció el libro como un acto de traición intelectual y calificó a sus autores de “sepultureros de la gran herencia francesa”. La obra, no obstante, se convirtió en un sorprendente éxito y vendió decenas de miles de ejemplares.

Abandonar por completo la narrativa y sustituirla por una multitud de historias y anécdotas en las que podemos ir picando a voluntad plantea sus propios problemas, ya que entonces la idea de un pasado compartido por muchos desaparece de la vista. Cuando esta narrativa común desaparece, algo que ha unido y sostenido a una nación se pierde. Retrocediendo dos siglos y medio en el tiempo, Denis Diderot, uno de los pensadores más radicales del siglo XVIII, aunque aun así eclipsado por sus contemporáneos Voltaire y Jean-Jacques Rousseau, sigue siendo el gran elemento disruptivo. He aquí un hombre cuya Enciclopedia (1751-1772) de 74.000 artículos ofreció el marco intelectual de las ideas que socavaron el Ancien Régime y condujeron a la Revolución de 1789 más que ningún otro libro. La Enciclopedia contiene multitud de perlas escondidas bajo los más insospechados epígrafes que desafían al pensamiento convencional en un amplio abanico de temas. Su influencia por toda Europa fue enorme, en especial entre los jefes de Estado extranjeros, particularmente la emperatriz Catalina de Rusia. Está salpimentado de comentarios mordaces que alarmaron a las autoridades por atacar a la religión y subvertir el gobierno. Otros libros como Historia de las dos Indias apareció bajo el nombre de un amigo y ofreció una dura denuncia de la esclavitud; Las joyas indiscretas, en el que las joyas eran vaginas que hablaban por obra de un anillo mágico, provocó la furia de las autoridades. Este iconoclasta, quizá el más famoso de la historia intelectual francesa, fue un hombre de su época y un amante de París, pero también una figura que se adelantó a su tiempo.

Su vida está muy bien reconstruida por Andrew S. Curran en la obra Diderot and the Art of Thinking Freely, pero la visita que Diderot hizo a San Petersburgo hacia el final de su vida y su intento de influir en Catalina la Grande gracias a sus tête-à-têtes probablemente pueda situarse como la más extraordinaria conversación entre poder e intelecto que el mundo ha presenciado. El libro de Robert Zaretsky, Catherine and Diderot: The Empress, the Philosopher and the Fate of the Enlightenment, sobre esa visita se lee como un thriller. La emperatriz pronto se cansó de un hombre que, aunque luchaba por el poder de la razón y de la ciencia, veía que ambas tenían inherentes fragilidades. Si nuestras vidas individuales están predeterminadas por las circunstancias materiales, entonces ¿cuál es el sentido de la vida? ¿Nos dicen la razón, la ciencia y el conocimiento que en última instancia no somos libres en absoluto? Este brillante conversador que con frecuencia agarraba a su interlocutor por el brazo o la pierna para dar más énfasis a sus argumentos hizo que Catalina se viera obligada a colocar una mesa entre ellos durante sus conversaciones. Diderot seguramente habría accedido al cuestionamiento del sentido de la historia de Francia que el primero de estos libros plantea tan bien. Estas tres obras ofrecen unas pocas claves para comprender mejor a un país al que le gusta poner a sus intelectuales en un pedestal y que está atravesando un episodio de profunda ansiedad por su identidad y su lugar en el mundo.