Poca gente tiene oportunidad de ver cómo un joven tímido se convierte en un dictador despiadado y sobrevivir para contarlo. Pero, para un profesor norcoreano, Kim Jong Il es mucho más que el hombre que mantiene secuestrado a su país. Es un antiguo alumno.
Kim Jong Il
Conocí a Kim Jong Il en octubre de 1959. Él estudiaba en el Instituto Superior de Namsan, un centro de élite, y yo tenía 27 años y era profesor de ruso en la Universidad de Educación de Pyongyang. Se daba la circunstancia de que también me habían elegido para ser uno de los tutores particulares de la familia del presidente norcoreano Kim Il Sung. Un día, el Gran Líder comentó que el ruso de su hijo le parecía muy pobre, y me dijo que fuese a su instituto y evaluase tanto el nivel de Kim Jong Il como la calidad de la enseñanza del ruso. Designado por Josef Stalin para gobernar Corea del Norte, y excelente hablante de ruso, Kim Il Sung consideraba que el estudio de este idioma era esencial para las relaciones con la URSS, principal valedora política, económica y militar de Corea del Norte. Fui a todas las clases de ruso del instituto, realicé evaluaciones, y entonces llamé a Kim Jong Il –que tenía 17 años– al despacho del director. Éste, uno de los profesores de ruso y yo realizamos conjuntamente, tal como había ordenado Kim Il Sung, un examen oral a su hijo. El examinado, por aquel entonces un simple estudiante, parecía estar muy nervioso, sentado él solo frente a nosotros para hacer un examen oral organizado a instancias de su padre. Aquel chico tímido de mejillas rojizas e hinchadas respondió dócilmente a todas las preguntas que le planteé.
“Por favor, abra el libro, Ri Su Bok, el Matrosov norcoreano, y tradúzcalo”, pedí a Kim.
El chico empezó a leer lentamente pasajes del libro y a traducirlos al coreano. Sus traducciones no eran extraordinarias, pero consiguió leer y traducir el texto sin cometer un error.
Un poco después, le dije: “Por favor, resuma los contenidos del libro”.
“¿Quiere decir en coreano?”, inquirió Kim.
“No. Deberá hacerlo en ruso, evidentemente”, le respondí.
Con cierto nerviosismo, empezó a hablar en ruso de forma entrecortada. Su nivel de conversación parecía estar por debajo de su nivel de lectura y traducción.
“Vale. Ahora evaluaré sus conocimientos sobre inflexiones nombre/adjetivo, tiempos verbales y la primera, la segunda y la tercera formas personales”.
Cuando su padre me ordenó evaluar el ruso de Kim, había alabado los conocimientos gramaticales de su hijo. Y tenía razón. Le lancé una lluvia rápida de palabras y me respondió sin la más mínima vacilación.
“Por último, le examinaré de conversación. Por favor escuche mis preguntas y comentarios y responda de manera acorde”. Le hice preguntas típicas como cuál era su nombre, qué día nació, la fecha y día de la semana o qué tiempo hacía, y aún así pasó grandes ...
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