A China le conviene adoptar un tipo de cambio flotante.

 

A medida que el déficit comercial de EE UU sigue aumentando, los políticos estadounidenses vuelven a estar en pie de guerra en contra de su blanco favorito: China. El creciente déficit comercial bilateral con Pekín, que podría rebasar ya los 250.000 millones de dólares (unos 170.000 millones de euros), da munición a quienes afirman que las políticas monetarias del gigante asiático son las culpables del desequilibrio comercial de Estados Unidos. Las reservas de divisa extranjera que posee China, cada vez mayores (superan en la actualidad los 1’5 billones de dólares) y su enorme superávit de cuenta corriente (alrededor del 12% del PIB) alimentan las acusaciones de que Pekín manipula la moneda: al mantener un tipo de cambio fijo frente al dólar, China hace que el yuan esté siempre barato y, por consiguiente, juega con ventaja a la hora de vender sus productos en el extranjero. Mientras no revalorice su moneda, dicen las voces críticas, no se puede confiar en que haya igualdad de condiciones.

 

La reforma del yuan ayudará a China mantener la inflación baja y estable.

 

Las autoridades comunistas consideran, ante la presión que supone dirigir la economía en mayor expansión del mundo, que la reforma de la divisa les distraería de sus objetivos. Hoy les preocupa más completar la transformación radical de su país, que ha pasado de ser una economía agraria y atrasada a convertirse en un motor industrial. A juicio de los burócratas de Pekín, no existen muchos motivos para permitir la revalorización, ni siquiera modesta, de su moneda; si lo hicieran podrían disminuir las exportaciones y eso, a su vez, podría reducir su capacidad de crear puestos de trabajo para los millones de emigrantes que se trasladan del campo a la ciudad cada año. Además, es una cuestión de orgullo: ¿quién va a querer hacer lo que le mande un puñado de políticos de EE UU?

Pero no se trata de lo que quieran los estadounidenses. Pekín tiene un motivo mejor para adoptar un tipo de cambio más flexible: sería positivo para el país. A pesar de sus éxitos económicos, China tiene en sus manos una serie de desequilibrios peligrosos. Por ejemplo, su asombroso crecimiento  –hoy en día, más del 11% anual– se debe sobre todo a las inversiones interiores y las exportaciones, pero el consumo interior está relativamente estancado. A la mayoría de los Estados les gustaría contar con el enorme volumen de dinero que entra en China procedente de otros países. Ahora bien, tanto y tan rápido ha hecho que el capital sea muy barato. Hay sumas enormes que están entrando en el sector inmobiliario y los mercados de valores y que, por consiguiente, aumentan el riesgo de que surjan burbujas de precios que en cualquier momento podrían estallar.

Para evitar estos peligros, Pekín debería poner en marcha una política de tipos de interés independiente y cuyo principal objetivo sea mantener una inflación baja y estable, en vez de preocuparse por controlar el nivel de los tipos de cambio. Evitar que el yuan suba significa que el Banco Central chino debería emitir más dinero para mantener los tipos de interés bajos y la moneda barata. Pero entonces podría haber demasiado dinero para comprar demasiados pocos bienes. Una inflación baja crea un entorno más sano, en el que la gente, las empresas y los gobiernos pueden tomar decisiones más sólidas en materia de ahorro e inversiones, gracias a una mayor certidumbre sobre los precios. Eso no significa que la política monetaria deba ignorar otros objetivos como el de un crecimiento elevado y estable. Sin embargo, al centrarse en la baja inflación, la economía tiene menos probabilidades de dar pasos demasiado audaces, tropezarse y caer.

La flexibilidad de los tipos de cambio no es un fin en sí, pero facilitaría las  reformas que pretende Pekín. Por ejemplo, pensemos en las inversiones financiadas por bancos. En estos momentos, los responsables del Banco Central chino piensan en un tipo de cambio determinado porque no les queda otra opción. Eso significa que tienen escaso margen para elevar los tipos de interés hasta un nivel que contribuya a desanimar las inversiones demasiado arriesgadas en sectores recalentados como la industria del automóvil, en la que las factorías siguen produciendo vehículos pese a que los precios de los coches están cayendo. Si el Banco Central de China tuviera capacidad para elevar los intereses dentro de un sistema de tipos de cambio flexibles, el riesgo de ciclos de expansión y contracción sería menor. Pero si intentan subir de forma muy pronunciada los intereses conservando el tipo de cambio fijo, podrían entrar más inversiones que acabarían recalentando la economía. Ese dinero seguiría estando demasiado barato y, por lo tanto, facilitaría nuevas inversiones, que acabarían por recalentar la economía. Con un tipo de cambio flexible, los responsables del Banco Central chino podrían abordar todos estos problemas con mucha más eficacia.

Las autoridades del gigante asiático suelen alegar que necesitan adaptar su sistema bancario, anticuado y pesado, antes de poder empezar a pensar en reformar la divisa. Pero se equivocan. Con la apertura de China a los mercados durante el último decenio, el banco central ha intentado conseguir que los bancos funcionen como instituciones modernas que actuan en función de los tipos de interés, y no se limiten a obedecer órdenes de Pekín. No obstante, como la entidad estatal tiene escaso control sobre los tipos de interés, ha recuperado su vieja costumbre de decir a los bancos cuánto tienen que prestar y a quién. Esta práctica no empuja en absoluto a los bancos a comportarse como entidades comerciales e independientes normales, acostumbradas a estudiar y valorar con cuidado los riesgos. Con un tipo de cambio flexible y libertad para modificar los intereses, los responsables del banco central dispondrían de mejores estímulos para hacer que los bancos se conviertan en intermediarios financieros sólidos y eficientes, que, a su vez, podrían contribuir a transformar la economía financiando el sector privado, que es más dinámico.

Revalorizar el tipo de cambio, además, impulsaría el consumo interior. China es un país de ahorradores diligentes, que ponen a resguardo casi la cuarta parte de sus ingresos netos en previsión de tiempos peores. Sin embargo, si los hogares chinos pudieran obtener más dólares por sus yuanes, aumentarían su poder adquisitivo y gastarían más, no sólo en productos hechos en su país sino también en bienes de otras partes del mundo. ¿Y no es ésa la esencia del bienestar económico: la capacidad de adquisición?

Al fin y al cabo, ése es el objetivo fundamental de los dirigentes comunistas: que sus ciudadanos acaben teniendo un poder de gasto equiparable al que tienen hoy los habitantes de países más ricos como Estados Unidos. Pekín no debe dejar de lado la reforma de la divisa sólo porque los políticos estadounidenses la utilicen como arma retórica. Deben comprender que un tipo de cambio flexible es beneficioso para la transición de su sociedad hacia una economía de mercado. Y con otra ventaja añadida: los políticos de Estados Unidos tendrán que encontrar algo distinto de lo que quejarse.