Estados Unidos está llevando a cabo una de las mayores concentraciones militares de la historia. Y la excusa es una amenaza que se desvanece a toda velocidad.  

Muchos países no tienen interés en apuntar con sus misiles a EE UU.

Si se cumplen las peticiones presupuestarias del presidente George W. Bush, Estados Unidos gastará este año más que nunca en su sistema de defensa antimisiles balísticos: alrededor de 12.000 millones de dólares (unos 8.000 millones de euros), o casi el triple de lo que gastaba anualmente en este apartado durante los años de la guerra fría. De ser así, Washington empleará más de 60.000 millones de dólares durante los próximos seis años, una suma sin precedentes, incluso para el Pentágono. Pero esa cifra es aún más extraordinaria si tenemos en cuenta que la amenaza a contrarrestar está disminuyendo. Hay menos misiles, programas de misiles y países hostiles con misiles dirigidos contra Estados Unidos y sus Fuerzas Armadas que hace 20 años. El número de proyectiles de largo alcance desplegados por China y Rusia se ha reducido un 71% desde 1987. El número de artefactos demedio alcance dirigidos contra los aliados de la Casa Blanca en Europa y Asia ha disminuido un 80%. Los 28 países que poseen misiles balísticos no tienen, en su mayoría, más que Scud de corto alcance, que recorren menos de quinientos kilómetros y son cada vez más viejos y menos fiables. Incluso el número de países que tratan de construirlos disminuye.

Eso no quiere decir que no haya peligros. Rusia tiene más de 660 proyectiles capaces de atacar EE UU. China, unos veinte. Pero esas armas no son el objetivo del programa antimisiles. Es más, las autoridades estadounidenses han hecho todo lo posible para dejar claro a Moscú que las bases antimisiles que quieren establecer en República Checa y Polonia no están pensadas contra el Kremlin. No pueden estarlo. Tanto los rusos como los chinos pueden equipar sus  armas con una serie de medidas contrarias que harían perder su eficacia a cualquier sistema de interceptación. No, la justificación que ofrece Estados Unidos para su programa antimisiles balísticos es la supuesta amenaza que representa Irán. De los 60.000 millones de dólares que pretende gastar, 10.000millones están destinados a contrarrestar un futuro misil iraní.

El coste es real, pero los misiles no. Irán y Corea del Norte están tratando de desarrollar proyectiles de largo alcance capaces de alcanzar países muy lejanos. Sin embargo, hasta ahora han tenido escaso éxito. Las dos pruebas de los famosos cohetes Taepodong de Corea, en 1998 y 2006, acabaron en sendos fracasos. El primero recorrió unos 1.200 kilómetros y no consiguió poner un satélite en órbita; el segundo estalló 40 segundos después del lanzamiento. En los 80 y 90, Irán compró a Corea del Norte un puñado de misiles con un alcance de 900 kilómetros, los pintó con colores patrióticos y les dio el nombre iraní de Shahab. Teherán presume de que podría usar esas armas para desarrollar una nueva generación de proyectiles de largo alcance. Pero el programa de pruebas de Shahab ha tenido tantos fracasos como éxitos. Además, incluso aunque lo lograran, los iraníes no tienen una cabeza nuclear que colocar en un misil, y les faltan entre cinco y diez años para poder tenerla.

Es preciso impedir los esfuerzos de Irán para construir misiles de medio alcance. Pero éstos representan una amenaza muy inferior a las 5.000 cabezas nucleares que el ex presidente Ronald Reagan pretendía interceptar cuando emprendió el programa antimisiles balísticos en 1983. Aquéllas eran auténticas cabezas en auténticos misiles. Podrían haber destruido la vida sobre el planeta. Pese a ello, el programa de Reagan no tuvo, durante los 80, más que un presupuesto anual medio de 4.000 millones de dólares. Hoy, EE UU gasta mucho más y, sin embargo, la tecnología no es más eficaz que hace 20 años.

La verdad es que la diplomacia ha destruido muchos más misiles que los dispositivos de interceptación. Los acuerdos que negoció Reagan durante su presidencia redujeron el arsenal soviético de proyectiles de largo alcance a la mitad y eliminaron por completo los de alcance medio e intermedio. Nuevos acuerdos podrían disminuir aún más los arsenales de largo alcance, y una prohibición mundial de los de alcance medio e intermedio podría eliminar dichas armas antes de que se fabriquen. Mientras tanto, hay una serie de acuerdos individuales. Libia negoció el fin de su programa de misiles balísticos en 2003. Corea del Norte ha suspendido sus pruebas con misiles de largo alcance y podría terminar su programa si las negociaciones actuales obtienen frutos. Un acuerdo con Irán para contener su programa nuclear en el uso exclusivamente civil también podría acabar con su programa de misiles.

 

 

Los jefes supremos del Pentágono no han sido nunca partidarios de gastar miles de millones en programas que benefician en poco a sus tropas. La Junta de Jefes de Estado Mayor ha tolerado un gasto inmenso en el programa antimisiles balísticos durante los últimos años porque, al mismo tiempo, se ha disparado el presupuesto del Departamento de Defensa en su conjunto. No siempre será así y, a medida que el presupuesto del Pentágono se reduzca, es muy probable que la Junta prefiera gastar ese dinero en aviones, carros de combate y buques. Un factor en estos cálculos será la guerra de Irak, que ha devorado la mitad del equipamiento del Ejército y el cuerpo de marines.

La amenaza de los misiles balísticos es limitada y cambia gradualmente. Los únicos medios probados de defensa contra ella son la diplomacia, la disuasión y una cierta preparación militar. Hay motivos para creer que esta estrategia puede ser tan eficaz ahora como lo fue en los 80. Las autoridades habrían cambiado con gusto la amenaza limitada de hoy en día por los peligros de la guerra fría. Si las tecnologías de defensa antimisiles son practicables, sobre todo las diseñadas para contrarrestar los misiles de corto alcance, más numerosos, es posible que encuentren sitio en la estrategia defensiva militar. Pero no son una panacea. Cuanto antes recupere Washington una evaluación realista de las amenazas, un presupuesto inteligente y una diplomacia enérgica, antes estará preparado para las verdaderas amenazas del siglo XXI. Hasta entonces, sus enemigos seguirán riéndose mientras ven cómo desperdicia miles de millones de dólares en combatir una amenaza que disminuye día a día.