Soldados de Nagorno Karabaj desfilando en Stepanakert, la capital de este enclave, mayo de 2012. Karen Minasyan/AFP/Getty Images
Soldados de Nagorno Karabaj desfilando en Stepanakert, la capital de este enclave, mayo de 2012. Karen Minasyan/AFP/Getty Images

Perpetuar los conflictos congelados en el Cáucaso se ha convertido en una estrategia muy efectiva para Moscú.

El caso de Nagorno Karabaj es uno de los llamados “conflictos congelados” cuya existencia conviene a Moscú. El historial de Vladímir Putin desde 2000 ha sido perpetuarlos y fomentarlos en beneficio propio. Al tiempo que mantiene viva la disputa entre Armenia y Azerbaiyán, el Kremlin hace prevalecer sus intereses.

Según el ex secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen, el presidente ruso, Vladímir Putin, quiere ver “extenderse los conflictos congelados en el vecindario”. El motivo sería frenar a los países que estuvieron en la esfera de influencia de Moscú de integrarse a la UE y la OTAN. Con independencia de si ese es o no el fin último de sus intenciones, Moscú rutinariamente ha venido apoyando a secesionistas en los Estados fronterizos.

A un Putin cada vez más despótico le conviene el estancamiento de estos conflictos territoriales para poder garantizar una paz en sus propios términos. El mandato de Barack Obama, considerado el presidente más débil de la historia contemporánea de Estados Unidos, es especialmente propicio.

¿Cabe añadir a esa lista (anexión de Crimea y desestabilización del este ucraniano; el territorio separatista de Transnistria, en Moldavia, o las regiones rebeldes de Osetia del Sur y Abjasia, en Georgia) el caso de Nagorno Karabaj en el Cáucaso Sur? Aunque el papel de Rusia en la larga disputa entre armenios y azeríes tiene sus propias peculiaridades y no es tan evidente, la respuesta es afirmativa.

Poblado durante siglos por armenios cristianos y turcos azeríes, Nagorno Karabaj se incorporó al Imperio Ruso en el siglo XIX. Karabaj es una palabra de origen turco y persa que significa "jardín negro". Nagorno viene del ruso y significa montaña. La población de origen armenio prefiere llamar a la región Artsaj, el nombre armenio antiguo. En 1905 y 1918, dos guerras enfrentaron a los montañeses armenios con los tártaros de los valles, llamados en adelante azerbaiyanos. Conquistado en 1920 por los bolcheviques, en 1923 pasó a formar parte de Azerbaiyán, convertida en república soviética.

El problema de Nagorno Karabaj es étnico y territorial más que religioso. A su vez se enmarca en la cuestión que afecta a toda la región del Cáucaso: el acceso y control de los recursos energéticos.

Los antecedentes más inmediatos de este conflicto se remontan a 1988 cuando el Parlamento local de Nagorno (enclave con 80% de mayoría armenia) decidió pedir la anexión a la Armenia soviética por las evidentes conexiones etnoreligiosas. En septiembre de 1991, con el colapso soviético, se proclamó la República de Nagorno Karabaj (RNK). La resolución fue confirmada en referéndum con presencia de observadores internacionales. El Parlamento elegido ratificó la Declaración de Independencia en enero de 1992. Ese mismo año la pugna se convirtió en guerra. Su precio, altísimo: 30.000 muertos (5.000 del lado de Armenia y RNK y 25.000 de Azerbaiyán). Y alrededor de un millón de refugiados: la población azerí, cerca del 25% antes de la guerra, huyó de NK y Armenia; los habitantes de etnia armenia salieron de Azerbaiyán. El acuerdo de alto el fuego llegó en mayo de 1994 bajo la mediación de Moscú. Se reconoció la victoria militar de Armenia y RNK, que se hicieron con el control del territorio disputado y otras regiones de Azerbaiyán, que envuelven completamente RNK (de hecho incluye las siete poblaciones aledañas que en total abarcan el 20% de la superficie de Azerbaiyán).

Un tratado de paz, sin embargo, nunca fue firmado. Desde entonces, RNK es un territorio (apenas más grande que Luxemburgo) independiente de facto, enclavado dentro del actual Azerbaiyán. Sin reconocimiento oficial internacional por parte de ningún Estado, está sostenido económica, política y militarmente a través de la cooperación fluida de Armenia y su activa diáspora. En su capital Stepanakert (Jankendi, para los azerbaiyanos), vive algo más de un tercio de la población total de 143.000 habitantes.

El gobierno de Azerbaiyán insiste en su intención de resolver el conflicto por la vía pacífica. Está dispuesto a conceder a Nagorno Karabaj una autonomía autogestionada. Pese a ello, en varias ocasiones su autoritario presidente, Ilham Alíyev, ha asegurado que “Nagorno Karabaj nunca será independiente” y que tarde o temprano, aunque sea por la fuerza, esta región volverá al “vientre materno”. El aviso en el contexto de una guerra que “no ha terminado” es claro.

Con los fondos que le reportan sus pozos de petróleo Bakú se dedica a potenciar su arsenal. Tiene en Turquía, que mantiene cerrada su frontera con Armenia, un aliado incondicional. El rápido rearme azerbaiyano desde 2010 hace temer una reanudación de los combates con consecuencias incalculables para el conjunto del Cáucaso.

Pero si Azerbaiyán tiene petróleo, los armenios tienen la diáspora. Una parte importante de la ayuda enviada por las comunidades armenias de todo el mundo llega a RNK.

El proceso de paz se encuentra estancado. Las cuatro resoluciones de la ONU sobre la retirada de las fuerzas armenias de ocupación no han logrado destrabar las negociaciones. Tampoco lo ha conseguido el Grupo de Minsk, formado por 12 países y copresidido por EE UU, Rusia y Francia, encargado desde 1992 de encontrar una salida a este conflicto.

El alto el fuego es frecuentemente violado por ambas partes. En agosto, una serie de peligrosos incidentes, acompañada de acusaciones recíprocas, volvió a generar tensión y violencia. Se informó de la muerte de unos 40 soldados armenios y azerbaiyanos en duros combates.

A consecuencia de la violencia, ambos presidentes, Aliyev y el armenio Serzh Sargsyan, se reunieron en Sochi el 10 de agosto en presencia de Putin. Expresaron su voluntad de encontrar soluciones al conflicto a través de negociaciones y medios pacíficos. No obstante, las prioridades del líder ruso son otras.

Antes de la reunión, Moscú había estado afianzando su control sobre el Cáucaso Sur respaldando a Armenia. A cambio del apoyo de Moscú, el gobierno de Yereván renunciaba a sus ambiciones de firmar un acuerdo de asociación con la UE anunciando que se sumaba al proyecto de Unión Aduanera impulsado por el presidente ruso

Poco antes de la cumbre, en la cual Putin propuso el despliegue de pacificadores rusos adicionales, los armenios habían comenzado un ataque coordinado, por sorpresa, en tres lugares. Alíyev, fuera del país durante el ataque, aún no habían aceptado participar en la misma. Sargsyan, sí. Es muy poco probable que su Ejército iniciara tal provocación, sin haber sido coordinada con el Kremlin.

 

¿Cuál es el interés de Rusia en mantener el statu quo?

La inestabilidad permanente limita la orientación hacia la UE y bloquea la expansión de la OTAN. Según la organización, “disputas territoriales sin resolver” descartan que un país sea miembro de la Alianza.

Al anexionar Crimea el Kremlin necesita reemplazar este conflicto con otros en el este. Más que las anexiones son las disputas sin resolver las que proporcionan oportunidades de influir.

El Cáucaso Sur bordea Rusia, Irán y Turquía. Domina la vital ruta energética, posibilitando que el petróleo y el gas natural fluyan desde Asia Central a Europa sin pasar por territorio ruso. Es vital para Moscú revertir o impedir el gran proyecto de gasoducto, acordado en diciembre, que aliviaría la dependencia europea del combustible ruso. Para ello obliga a Estados clave como Azerbaiyán y Armenia a aceptar los dictados que impone en su papel de mediador.

Desde que la guerra terminó en 1994 la fuerza militar armenia está profusamente integrada por tropas rusas que manejan la defensa aérea, además de controlar elementos clave de la economía e infraestructura del país. Moscú expande la cooperación militar y técnica con su socio estratégico que adquirirá misiles de largo alcance. Lo hace en el marco de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva.

Al mismo tiempo, Rusia sigue vendiendo armamento a Azerbaiyán que recientemente le ha comprado tanques armados y sistemas de artillería por valor de 750 millones de dólares.

En su función de supremo jefe pacificador, el Kremlin ha encontrado maneras de mantener vivo el conflicto. En los 90, cuando Armenia y Azerbaiyán firmaron hasta tres acuerdos de paz, Rusia supo hacer descarrilar la participación de Armenia. Así en 1999, por ejemplo, un periodista sospechoso de haber sido ayudado por Moscú, asesinó al primer ministro de Armenia, al presidente del Parlamento y a otros funcionarios gubernamentales.

La disputa irresuelta -el conflicto congelado– da así a las fuerzas rusas una excusa para estar presentes y coaccionar a ambas partes. Una vez instaladas allí, ninguna puede cooperar estrechamente con Occidente, sin miedo a una represalia por parte de Moscú.

A la aludida debilidad de la Administración Obama hay que añadir la escasa capacidad de aprendizaje de los funcionarios estadounidenses que sin mayores preocupaciones “dieron la bienvenida” a la reunión patrocinada por Rusia. Las escisiones forzadas en la extinta URSS impulsadas o, al menos, respaldadas por Rusia hasta ahora no han sido una enseñanza para Washington.

Nagorno Karabaj es un buen ejemplo del empeño del Kremlin en congelar conflictos. Lo que en su origen pudo ser una política oportunista resultó ser una herramienta efectiva convirtiéndose en un mecanismo corriente. Si bien la RNK se ha ido revelando como un pequeño y próspero Estado, con una economía mixta que saca partido de las inversiones de los armenios allí desplazados es altamente improbable que consiga el reconocimiento de la comunidad internacional. Mientras su inquilino sueñe con restaurar glorias y tiempos pasados, el Kremlin no es el mediador indicado para facilitar una salida. La solución llegará con una estrategia que permita resistir la presión de Moscú ofreciendo a estos países y sus elites una independencia real.