La renovación política, inmutable a los cambios experimentados en diversos ámbitos durante las últimas décadas, podría ser la clave de una nueva relación transatlántica.

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(Fotomek/Fotolia)

¿Joven? Reinvéntate. Sigue adelante. Crea tu propia marca personal. No te cierres puertas. Aprovecha las oportunidades, no renuncies a nada, ve donde haga falta. Recíclate, abre tu mente y olvídate de seguir la senda laboral que hasta ahora han recorrido tus padres. Esta crisis, hazte a la idea de una vez, lo ha cambiado todo. ¿Quieres trabajar? IN-NO-VA.

Innova, innova, innova. ¿Y esto qué tiene que ver con la relación transatlántica? Mucho, creedme. La innovación tecnológica y social forma parte de nuestra vida, de nuestro aprendizaje y de nuestra conducta. En pocos años, de la Sega Mega Drive al Mac que tengo delante, hemos podido transitar varios mundos. Con sus respectivos universos Fringe, quiero decir. Piénsenlo, desde el Nokia 3310 (con su bendita Snake) hasta el smartphone que llevamos en el bolsillo pasaron siete años. Menos de dos legislaturas.

Si todavía queda algún ámbito donde crear una relación transatlántica, ése es el de la innovación política. No digo mejorar, fortalecer, ensanchar, o profundizar. Digo crear. Es más, me refiero a crear algo sólido, útil y que enganche a los ciudadanos. Es cierto que el tratado de libre comercio será un paso de gigante, pero que las mejores mentes de uno y otro lado del charco piensen juntas cómo rescatar el sistema democrático y la soberanía popular será auténticamente histórico. Esta Europa, que a veces tanto duele, y estos Estados Unidos, que a veces tanto deslumbran, lo tienen al alcance de la mano. Lo hemos hecho más veces y no ha salido tan mal.

No es fácil. Nunca lo ha sido. Y menos en esta época de desencanto y relativismo, de renuncia a las utopías y de búsqueda desesperada de equilibrio. En lo tecnológico, los ritmos de aceleración son enormes. En lo social también. En este momento, para ilustrar el cambio social, escucho a mi padre, madre, abuela o abuelo decir "‘cuando yo tenía tu edad [agregue aquí su texto]"‘, comentario al que invariablemente le sigue un "¡qué fuerte!"‘ acompañado de una sonrisa.

Sin embargo, resulta que cuando cambiamos de tema, cuando hablamos de política, los ritmos se ralentizan enormemente. La política es, de hecho, uno de los últimos recovecos donde aún se puede encontrar a un siglo XX burlón e inmóvil. Inmutable, nuestra querida política vive al margen de muchos de los cambios y de las transformaciones sociales. Dicho de otra manera, la política, los partidos, se están quedando atrás. Ahora la sociedad va por delante. Y eso significa que algo falla, que algo está desacompasado con los tempos que rigen en nuestro día a día. Para los que nacimos durante la década de los 80, de repente, la política 2.0 empieza a ser una especie de exigencia biológica. Si todos los ámbitos de nuestra vida evolucionan, ¿por qué no éste? Hay síntomas crecientes que indican que el modelo político que actualmente nos rige no parece tan sólido como antaño. Se llame como se quiera, la demanda juvenil es clara.

Y entonces, llega el miedo al populismo. Como en los años 30, dicen los más agoreros. Pero no desesperemos, hay antídoto. No es fácil, nunca lo es. Pero existe y está al alcance de la mano. La innovación, aplicada esta vez a uno de los sectores más reticentes a cambiar, puede volver a ser clave para ambos lados del Atlántico, como lo fue tras la Revolución Industrial. Hoy, sorprendentemente, hay muchas personas que no se resignan a observar la decadencia económica, moral y cultural que les corroe. Se dice que consume a todo Occidente, que el declive relativo es inevitable y que el centro del mundo hoy está en el Pacífico, con los ojos en Asia. La clave, se suele escuchar, es el desarrollo de una economía del conocimiento y de la innovación.

Lo que propongo es que nuestras autoridades y nuestras sociedades junten cerebros y demuestren por qué Occidente sigue siendo el mejor lugar para vivir del globo. Frente al panorama que deja la crisis, marcado por el desempleo, el empobrecimiento general y la decadencia política de nuestros gobernantes, tenemos la oportunidad de conectarnos y pensar en conjunto. Estados Unidos y la Unión Europea deben practicar una de sus especialidades: la innovación institucional. En este mundo multipolar y global, el G-Zero que describe Ian Bremmer, no garantiza la primacía de la democracia frente a otras formas de gobierno. Rescate va, rescate viene, pero todavía nadie ha hablado del rescate democrático; de volver a reenganchar a millones de jóvenes.

Mi generación tiene un buen reto por delante. Nos toca empezar a cambiar las cosas, entre ellas, la relación transatlántica y la innovación política. ¡Anda que no podemos o podríamos discutir de eso antes que de la crisis! Que la crisis, ésa omnipresente, no es más que el reflejo de un enorme y complejo reequilibro geopolítico global. Ha venido para quedarse. Y qué quieren que les diga, yo quiero una democracia fuerte y sólida. Por eso, quien mejor la conoce y la defiende –Estados Unidos y la Unión Europea– tienen la oportunidad de adaptarla antes de que nos la adapten. Adiós, siglo XX. También aquí. Hola, siglo XXI.

 

 

 

 

 

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