• La Casta. Così i politici italiani sono diventati intoccabili
    (La Casta. Cómo los políticos italianos se han hecho intocables)
    Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella
    284 págs., Saggi Italiani,
    2007, Roma (en italiano)

 

 

Italia es un país montañoso. Y con un transporte engorroso, una agricultura difícil y un escaso interés por la industria, los pueblos y las aldeas de las tierras altas avanzan a un ritmo más lento que las comunidades que habitan en lugares situados a menor altitud. ¿Cuál es el resultado? La renta per cápita en las montañas italianas suele ser mucho más baja que la media nacional.

Es también un país donde el sentido de comunidad y de solidaridad desempeña un papel importantísimo en las relaciones interpersonales y en las políticas del Gobierno. Así pues, en la década de los 70, el Ejecutivo creó le comunità montane o comunidades de montaña. Éstas fueron diseñadas como áreas diferenciadas en las tierras altas que se beneficiarían de subsidios, recortes fiscales y facilidades en la concesión de créditos para hacer más llevaderas las penurias de la vida en esa zona. En 2005, recibieron ayudas de más de 180 millones de euros, o de 22 euros por residente.


En lugar de repartir los subsidios, como se estableció, los políticos italianos han atribuido esta vaga etiqueta a cualquier ciudad, pueblo o aldea donde el favor político esté en venta. En consecuencia, las montañas han llegado hasta el mar. Por ejemplo, en Palagiano, un pequeño pueblo al sur de Italia ubicado a sólo 39 metros sobre el nivel del mar, esos fondos no han terminado en los bolsillos de los ciudadanos; se han usado para pagar las nuevas oficinas públicas y a un pequeño ejército de burócratas.

El caso de Palagiano abre el nuevo libro de dos periodistas especializados en temas políticos que gozan de gran respeto, Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella: La Casta. Così i politici italiani sono diventati intoccabili (La Casta. Cómo los políticos italianos se han hecho intocables). Según los autores, veteranos del periódico Corriere della Sera, la vida política de Italia ha sido monopolizada por quienes denominan la Casta, una clase política que ha diseñado leyes para enriquecerse a costa del erario público con escaso temor a las inspecciones o a la persecución judicial. La Casta, afirman, se extiende hasta el presidente de la República. Los periodistas informan de que los miembros del Parlamento siguen perteneciendo a ésta incluso después de abandonar su cargo, de que al menos 16 de ellos tienen antecedentes penales, y de que el coste que genera el funcionamiento del palacio presidencial italiano es cuatro veces superior al de Buckingham Palace. Se trata de una sorprendente denuncia de los privilegios, los costes, abusos y despilfarros de la política italiana a partir de cientos de páginas de documentos oficiales desclasificados.

No es de extrañar que el libro se haya convertido en el centro del debate en este país. Para muchos, se trata de una discusión que comenzó en 1992 con la investigación criminal de políticos de primera fila por cargos de sobornos y corrupción, llamadas Mani pulite o Manos limpias, tras la que el partido democratacristiano y el socialista se desmembraron y desaparecieron. La obra ha vendido casi un millón de copias, una cifra impensable para este tipo de publicación, y es ya el libro del año.

Los ciudadanos están hartos de la manera en la que han dirigido su país, y, acudiendo en masa a las librerías, están expresando su verdadera decepción de una forma más inmediata y efectiva que en las urnas. En Italia, el liderazgo político no se genera a raíz de la libre competencia de ideas, con partidos que presentan sus listas de candidatos de entre las que los votantes puedan elegir a quienes mejor les parezca. En lugar de ello, la Casta decide quién formará parte de ella y quién no. En las urnas, el electorado tiene ante sí símbolos de los partidos y listas de nombres cerradas.

Durante años se dio una respuesta estándar a cualquiera que criticase la infinita generosidad que se otorgaban los partidos y sus miembros sólo hacia sí mismos: “La política tiene sus costes y ése es el precio de la democracia”. Pero, en honor a la verdad, se está produciendo un debate sobre los costes de la política en toda Europa, sobre en qué medida el Estado debería financiar a los partidos y qué retribución tendría que corresponder a quienes se ocupan de los asuntos públicos. En Italia los ciudadanos no tienen la oportunidad de cambiar a los políticos que no les gustan.

Rizzo y Stella atribuyen el estatus único de los políticos italianos en parte a las garantías económicas que la Casta concede a sus miembros. Todos los meses, un senador recibe entre 13.000 y 14.000 euros, lo que incluye tanto un salario base de unos 4.300 euros y toda una serie de inmunidades y privilegios grandes o pequeños, desde billetes gratis en tren o en avión hasta asientos reservados en partidos de fútbol, películas y espectáculos. En teoría, no son estipendios astronómicos, pero el problema se hace evidente cuando se compara el nivel de retribución con el perenne pésimo estado de las finanzas públicas. Durante más de veinte años, los gobiernos italianos han tenido que enfrentarse a una deuda muy superior al 100% del PIB. En 2007, Roma tendrá que pagar 75.000 millones de euros en intereses sobre su deuda, o casi el 80% de lo que gasta para financiar uno de los mejores sistemas sanitarios universales de Europa.

En otras democracias, los corruptos y despilfarradores serían despojados de su cargo en el siguiente ciclo electoral. Sin embargo, en Italia tanto políticos de izquierdas como de derechas forman parte de esta clase política que se autoperpetúa. Por supuesto, hay excepciones, pero los pocos políticos éticos libran una batalla casi perdida en contra de esta nomenklatura, cuyas raíces se ramifican por todo el país. En septiembre, el descontento público se canalizó a través de una protesta liderada por el popular cómico Beppe Grillo, que organizó un Día de Vaffanculo con el fin de recoger firmas para presentar una ley de iniciativa popular que prohibiera la elección de políticos condenados por conducta delictiva y que estableciera un máximo de dos legislaturas de cinco años para los parlamentarios. En una tarde, reunió 300.000 firmas.

La Casta calificó la iniciativa electoral como la típica apatía y desconfianza populista hacia la política. Aquellos que se irritaron ante la petición sólo confirmaron que esta clase política cree que sólo ella debe participar en la gobernanza italiana. Pero, con un millón de copias vendidas de este crítico libro, no es probable que los ciudadanos se queden de brazos cruzados. La Casta nunca pareció menos intocable que ahora.