Tendencias globales que experimentan su ocaso.

Lista: Cinco ideas en auge

La NASA

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Si John F. Kennedy levantara la cabeza, no daría crédito: ¿La Agencia Aeroespacial de Estados Unidos (NASA, en sus siglas en inglés) pagando a los rusos para que dejen viajar a un astronauta estadounidense en sus transbordadores espaciales?  Sí, y mucho dinero. Solo por los vuelos de ida y vuelta hacia la Estación Espacial Internacional de seis astronautas en 2016 y 2017, la NASA abonará 425 millones de dólares (unos 320 millones de euros)  a la Agencia Espacial Rusa. En total, 70 millones por asiento. A día de hoy, Rusia es el único país capaz de transportar seres humanos al espacio en sus famosas naves Soyuz.

La NASA suspendió su programa de trasbordadores en 2011. El Atlantis fue el último en volar. Los transbordadores tenían que ser renovados, pero Barack Obama canceló ese año la partida presupuestaria de Constellation, el programa quinquenal con el que se construirían los nuevos aparatos, las naves Orión y los cohetes Ares. “Por culpa de la reducción significativa de la financiación del plan presidencial, no podremos apoyar el lanzamiento de estadounidenses hasta 2017”, afirmaba recientemente el jefe de la NASA, Charles Bolden.

El presupuesto total de la NASA alcanzó su máximo a mediados de los 60. Entonces suponía más de un 5% del total federal, unos 5.000 millones de dólares. Había que ganarle la carrera espacial a la Unión Soviética. Desde entonces, la financiación ha caído de forma radical, hasta el 1% en 1973, y poco más del 0,5% en 2008. En 2012 no llegó a los 20.000 millones de dólares. “En estos momentos, el presupuesto es la mitad de un ‘penique’  [100 peniques = 1 dólar] de cada dólar de impuestos. Por el doble, un penique, podemos transformar el país desde una nación taciturna y desanimada, cansada de la lucha económica, hacia una que reclame su derecho del siglo XX como sueño de su futuro”, aseguró ante el congreso estadounidense el astrofísico Neil deGrasse Tyson.

Pero la NASA no está muerta. Sigue insistiendo en explorar el espacio. Entre sus objetivos está el de “extender y sostener las actividades humanas en el Sistema Solar”. Continúa enviando robots al espacio, y se ha centrado en la comprensión de “la Tierra y el Universo” y en los avances de la aeronáutica.

 

El poder

Un presidente envidia a un rey; un rey a un dictador; un dictador a un emperador y un emperador probablemente sólo a Dios. El poder ha ido reduciéndose a lo largo de la Historia. César, Alejandro Magno, Isabel I, Abraham Lincoln y Barack Obama. En esa enumeración se aprecia que el tipo y rango del poder de los principales líderes históricos muestra una tendencia a ir disminuyendo con el tiempo.  El pueblo, normalmente a través de revoluciones, retoma poco a poco parte del poder: se independiza, depone al tirano o le impone severos check and balances (contrapesos).

Vivimos unos años revolucionarios, en los que el poder está transformándose y cambiando de manos.

Desde 2010 ha habido al menos 20 focos revolucionarios, más o menos violentos, o de protestas masivas en las calles. Por un lado, han estado las revoluciones, alzamientos, manifestaciones y guerras civiles derivadas de la Primavera Árabe: Túnez, Egipto, Libia, Siria, Argelia, Bahréin, Irak, Jordania, Marruecos, Omán y Yemen. Otras han sido eminentemente pro democráticas y de equilibrio del poder: Turquía, Irán, Tailandia y Kirguizistán. Y gran parte han sido económicas, sobre todo en España, Grecia, Portugal, Brasil y Estados Unidos.

El punto común de todas estas situaciones ha sido el intento desde debajo de transformar el poder establecido.

Pero también ha habido movimientos horizontales del poder. Para empezar está el muy debatido traspaso de poder hacia Oriente. Pekín sigue siendo la promesa de un contrapoder a Washington, aunque de momento no deja de ser tan sólo un pretendiente con mucho camino por recorrer.
No todos los cambios han sido moderadores del poder. Las recientes revelaciones del espionaje masivo de sus ciudadanos por parte de los gobiernos anglosajones y francés ha revelado que el poder se atrinchera, trata de fortalecerse y todo ello de espaldas al gran público, que parece haberse convertido en el principal enemigo, o al menos el lugar donde se esconde ese enemigo.

Moisés Naím en su último libro, El fin del poder: desde los Consejos de Dirección, a las Iglesias, los Estados –por qué estar en el poder no es lo que solía ser–, asegura que el poder no sólo cambia de lugar y se dispersa. También estaría decayendo: los que lo tienen hoy ya no pueden hacer tanto con él como antes. El número de dictaduras ha descendido en 35 años desde 89 a 23, con más de la mitad del mundo viviendo ya en democracias. Hay una lucha en marcha entre los antiguos “megajugadores” y los nuevos “micropoderes”, que según el autor pueden desmantelar gobiernos, romper monopolios corporativos y abrir nuevas oportunidades, aunque también producir inestabilidad y caos.

 

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La teoría de las supercuerdas

Las supercuerdas son a la Física lo que las hombreras a la moda: alcanzaron su apogeo a finales de los 80 y principios de los 90, ahora hay quien sigue usándolas, aunque no estén de moda, y cuentan con críticos acérrimos.

De forma excepcionalmente resumida, esta teoría presupone que todo lo que ocurre en el universo se produce por la vibración de unas pequeñísimas cuerdas, que ejercerían el papel de las partículas de la física clásica. En realidad, se trata de una elucubración matemática con un objetivo: tratar de encontrar una única teoría que explique todo lo que ocurre en el universo –desde por qué cae una manzana al suelo hasta por qué se enciende una bombilla, y predecir al mismo tiempo los movimientos de los astros y las explosiones de las partículas en los aceleradores como el CERN de Ginebra, por ejemplo.

Todas las fuerzas de la naturaleza (electromagnetismo y fuerzas atómicas) están unificadas, con la salvedad de la fuerza gravitacional, que no termina de encajar. Eso es lo que pretende la teoría de las supercuerdas y su complejo teórico llamado Teoría M.

Pero en los últimos años (décadas, pues en ciencia la decadencia siempre va más despacio) las críticas han arreciado sobre estas teorías. No por su enorme complejidad (cuentan con diez dimensiones, frente a las cuatro del mundo que observamos: largo, ancho, alto y el tiempo). Se le acusa de tener carácter de pseudociencia: no se podría demostrar que es falsa a base de experimentos (la llamada falsación científica) y, por lo tanto, queda fuera del alcance de la Ciencia.

Así, mientras otras teorías como el Modelo Estándar de la Física de Partículas han acaparado gloria y titulares recientemente con el descubrimiento de una de sus partículas elementales (la “de Dios” o bosón de Higgs), las supercuerdas, por el momento, ni se han encontrado ni se las espera.

 

Los BRIC

En la viñeta se muestra un grupo de animales vestidos con trajes arrugados, cabizbajos y con maletines en la mano. Presentes, un oso con la bandera de Rusia en su bolsa de mano; un panda, con la de China; un tigre, con la de Brasil; un lagarto, con la de Indonesia, etcétera. En la habitación cuelga un cartel que reza “Grupo de Apoyo a los Mercados Emergentes. Martes de 6 a 9”. El texto del artículo del diario The Wall Street Journal que acompaña a la tira cómica no es más halagüeño: “Cómo los mercados emergentes perdieron su mojo”. Estas economías han visto esfumarse casi “2 billones de dólares en valor de mercado desde que golpeó la crisis económica en 2007”. Uno de los principales motivos, apunta el autor Ruchir Sharma, es el tamaño bestial de sus empresas públicas, del orden de 9 billones de dólares de capitalización de mercado.

Sean cuales sean las razones, lo cierto es que Sharma no está solo en su análisis. En los últimos meses, uno de los temas de conversación más habituales en los círculos económicos es el de si China va a tener un aterrizaje suave o forzoso de su economía. No hace tanto el gigante asiático crecía casi al 10% de su PIB, y ahora está en el 7,7%. En Brasil, las protestas populares han puesto de manifiesto que, bajo la superficie de entusiasmo que generan los Juegos Olímpicos y la Copa del Mundo de Fútbol, hay una masa de población muy insatisfecha con el desarrollo económico que tiempo atrás fascinaba al mundo entero.

El dinero, caprichoso, parece que está saliendo de estos Estados: más de 19.000 millones de dólares sólo de los fondos que invierten en estos países en desarrollo se han ido en el último año, según EPFR Global.

Por supuesto, la situación puede ser perfectamente temporal y derivada de la anemia estadounidense y la recesión europea. Pero algunos temen que haya explotado o vaya a explotar la burbuja. El caso de China es el más significativo: ¿Ha alcanzado el techo de cristal? ¿Hay una burbuja inmobiliaria? ¿Qué pasará ahora que los salarios suben y el yuan también?

 

El Protocolo de Kioto

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En su momento álgido, los acuerdos vinculaban a los países responsables del 33% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es lo que se llamaba el primer período de compromiso del Protocolo de Kioto. El segundo período, el actual, incluye tan solo el 15% de las mismas.

A finales de 2012, varios países de peso económico como Canadá, Japón, Rusia o Nueva Zelanda confirmaron que no iban a participar en la segunda ronda. Estados Unidos tampoco, pero nadie le esperaba de todos modos.

Para algunos, la salida de estos Estados ha supuesto un golpe definitivo al protocolo. Para otros, el acuerdo ha tenido éxito, entre otras cosas al conseguir parte de sus objetivos: las 37 naciones principales de Kioto, junto con EE UU, emitieron en 2010 en total un 7,5% menos de CO2 que en 1990, según un estudio del Centro de Investigación de la Comisión Europea.

El plan, sin embargo, está en decadencia, no solo porque algunos países hayan abandonado el protocolo, sino porque este tiene fecha de caducidad. Este segundo período vinculante termina en 2020. Y después, ¿qué? Las primeras conversaciones para buscar un tratado sucesor en la lucha contra el cambio climático, la reunión de  Doha de diciembre de 2012, no dieron frutos claros. Se acordó un calendario para llegar a un nuevo acuerdo, con fecha tope en 2015. Sin embargo, no hubo ningún indicio de que China, India o Estados Unidos, los tres principales emisores, pretendieran unirse a ningún acuerdo global vinculante.