He aquí los países donde las comunidades cristianas sufren de una intolerancia y persecución crecientes.

Los cristianos vuelven a sufrir de nuevo las consecuencias del fanatismo y la intolerancia en varios puntos del planeta donde constituyen minorías. El norte de África y Oriente Medio representa la zona más crítica en un momento en el que el islamismo –y, en especial, la intolerancia de las doctrinas más radicales y el yihadismo– gana enteros. Durante años, los cristianos, al igual que otras minorías del Oriente Medio y el Norte de África, apoyaron a regímenes autocráticos que garantizaban su seguridad y libertad de culto. Así ocurrió en el Egipto de Hosni Mubarak, el Irak de Saddam Husein y la Siria de los Assad, todos regímenes caídos o experimentando profundos cambios. Hoy sufren en sus carnes una intolerancia y desprotección crecientes. El respeto a las minorías cristinas pone a prueba, en suma, las aspiraciones democráticas de una amplia región en la que el islam es la creencia dominante. Igualmente, en África, las amenazas que sufren las comunidades cristianas de Nigeria, Somalia, Kenia, Sudán o Malí evidencias los riegos de la combinación letal de fanatismo, desesperación y pobreza en sociedades fértiles para el extremismo islámico. En otras zonas del mundo, como Asia, también se registran actos frecuentes de persecución a las comunidades cristianas. En los países de mayoría budista –como Myanmar, Sri Lanka, Camboya o Mongolia– los ataques contra las escuelas o iglesias se repiten de forma creciente en los últimos años. Salvar a los cristianos. Lo zanjaban recientemente en un artículo en el diario New York Times Daniel Brode, Roger Farhat y Danie Nisman, especialistas en inteligencia en la consultora Maz-Security Solutions: “Salvar a la comunidad cristiana de Siria es coherente con los intereses estratégicos de Occidente. Si las experiencias de Irak y Egipto son indicativas, la intolerancia religiosa es una fuente de inseguridad y volatilidad”.

 

Siria

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La posible caída del régimen de Bashar El Assad acrecienta los temores de la comunidad cristiana siria –alrededor del 10% de la población–, que tradicionalmente había vivido al amparo de un régimen construido en torno a otra minoría –la alauita– y el Partido laico Baaz. La comunidad cristiana abomina de un futuro Estado dominado por fuerzas islamistas suníes dispuestas a desquitarse después de largas décadas de marginación –a pesar de constituir más del 70% de la población siria– contra los dominadores. De ahí, que, de forma general, los cristianos sirios no hayan retirado su apoyo a Bashar El Assad tras más de 17 meses de revolución. Las dudas sobre la naturaleza de la oposición siria son aún muy profundas en el seno de la comunidad internacional. El creciente papel que juegan en las filas rebeldes grupos yihadistas llegados de todo el mundo árabe hace pensar en una larga posguerra llena de revanchas y agresiones sectarias. La creación de un microestado que diera cabida a la comunidad alauita –una variante del islam chií– podría complicar aún más las cosas para los cristianos, que quedarían en un limbo de consecuencias impredecibles. Por ejemplo, en la ciudad de Homs, bastión triunfante de los rebeldes, el 90% de la población cristiana huía el pasado marzo a zonas controladas por el Gobierno de El Assad. Bechara Raï, jefe de la Iglesia maronita, resume el sentir y las cautelas cristianas: “Estamos con la Primavera Árabe, pero no con esta primavera de violencia, guerra, destrucción y asesinatos”.

 

Malí

El terremoto político y social que vive desde el mes de marzo el país del Sahel deja tras de sí el temblor permanente de la intolerancia religiosa y el fanatismo. En el autoproclamado Estado islámico de Azzawat, un extenso territorio que la triunfante revuelta tuareg logró desgajar de Bamako, los radicales –de ideología fundamentalmente salafista, una de las variantes rigoristas del islam– dominan hoy la situación imponiendo la sharía sobre la población. Las comunidades cristianas del nuevo Estado han sido desde el principio uno de los blancos preferidos de grupos islamistas como Ansar Dine –o defensores de la fe–, milicia asociada a la franquicia de a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y encargada de hacer cumplir la nueva legalidad islamista. Recientemente, el diario argelino Al Khabar informaba de la huida de 200.000 personas, la mayoría cristianas, a tierras de las vecinas Mauritania y Argelia. Desprovistos de agua y servicios básicos, aguardan un mejor destino en tiendas de campaña situadas en pleno desierto.

 

Sudán

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La secesión el pasado año de Sudán del sur respecto de Jartum, no ha logrado poner fin a un conflicto –que se ha cobrado más de dos millones de vidas y dejado cuatro millones de desplazados– entre la parte septentrional, de mayoría musulmana y árabe, y la meridional, donde predominan cristianos y animistas. Las tensiones entre las dos entidades políticas en torno a la gestión de los recursos económicos del país –el 75% de las reservas de petróleo se encuentran en el sur, pero las conducciones se hallan principalmente en el norte– continúan vivas y amenazan con seguir animando los enfrentamientos entre los distintos grupos étnicos del complejo mapa sudanés. La situación de los cristianos sigue siendo difícil. Durante décadas, los cristianos del sur han combatido los intentos de imposición islámica del norte haciendo de su identidad religiosa un factor de resistencia. Hay poderosas razones para pensar que el Gobierno islamista de Jartum está haciendo todo lo posible por precipitar una nueva guerra con el sur. Por ejemplo, Jartum decidía el pasado mes de abril desposeer de la nacionalidad sudanesa a más de 700.000 personas, la mayoría cristianas. Dos semanas después del anuncio, eran forzadas a poner rumbo al sur. El Gobierno de Juba asegura asimismo que de los 30.000 esclavos que hay en el norte la mayoría son cristianos y teme por el futuro de quienes siguen viviendo bajo el régimen de Jartum. Asimismo, la actividad de las milicias islámicas opuestas al nuevo Gobierno de Sudán del sur representa una nueva amenaza para la población.

 

Myanmar

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Los viejos métodos autoritarios persisten en Myanmar. Aunque no hay religión de Estado en la antigua Birmania, lo cierto es que el Gobierno discrimina positivamente al budismo sobre el resto de minorías religiosas del país asiático. La intención indisimulada de las autoridades es la de crear un Estado homogéneo basado en la religión budista y de lengua birmana. Recientemente, una ONG local –Chin Human Rights Organization– alertaba de la persecución sufrida a menudo por las comunidades cristianas del país –constituyen en torno al 5% de la población–, que se ven forzadas a convertirse al budismo. El informe de la citada ONG aseguraba que los estudiantes cristianos de las escuelas de la provincia occidental de Chin son a menudo obligados a ser monjes o a ingresar en el Ejército. Igualmente, miles de cristianos del Este del país tuvieron que abandonar sus tierras en los últimos años. No en vano, el último informe del Departamento de Estado de EE UU incluía a Birmania entre los países más intolerantes en materia religiosa del mundo. La pobreza y la persecución pública se seguirán cebando contra las minorías de Myanmar. En otros lugares del continente, como Vietnam o China, las comunidades cristianas sufren igualmente una persistente persecución. En el gigante asiático, la legislación impide a los protestantes y católicos leales ser inscritos como personas jurídicas ante el Gobierno para celebrar sus actos de culto. Asimismo, Pekín continúa persiguiendo las casas templo cristianas, como la iglesia Shouwangla en la capital. En Vietnam, las autoridades siguen practicando registros a iglesias y deteniendo a fieles cristianos. Asimismo, se registran casos de amenazas e intimidación a grupos de esta confesión, como los jemeres protestantes.

 

Nigeria

Los brutales ataques contra templos y fieles cristianos protagonizados fundamentalmente por el grupo islamista radical Boko Haram –que literalmente significa “la educación occidental está prohibida”– se repiten sin remedio en el país africano que, en una situación similar a la de Sudán, se divide entre un sur mayoritariamente cristiano y un norte musulmán. En enero pasado, el portavoz de Boko Haram –que imita la forma de proceder de os talibanes– daba un ultimátum de tres días a las comunidades cristianas del norte para abandonar el territorio. El último episodio de violencia indiscriminada contra poblaciones cristianas se producía el pasado mes de julio, cuando la secta islamista radical se cobraba la vida de, al menos, 58 personas en una matanza en el centro del país. Según Human Rights Watch, unas 1.000 personas fueron asesinadas por episodios de violencia comunitaria a lo largo de 2010 sólo en torno a la ciudad de Jos, situada en la zona central de Nigeria. Los grupos cristianos acusan al presidente Jonathan de no hacer lo suficiente por protegerlos contra un grupo radical que podría haberse infiltrado en la policía, el Ejército y el Gobierno y advierten de que se defenderán de las agresiones. La guerra civil podría acabar precipitándose. La combinación de corrupción, pobreza y la falta de servicios públicos han allanado el camino a Boko Haram, que amenaza con imponer la sharía en toda Nigeria y seguir reclutando militantes.