Cinco lugares que han aceptado con un “sí, en mi patio trasero” la porquería que nadie quiere.

 

Rusia

El vertido: residuos nucleares

El primer ministro Vladímir Putin tiene ambiciosos planes para el sector nuclear ruso. Éstos van más allá de su apuesta por convertirse en un proveedor mundial para países que no pueden enriquecer su propio uranio. En 2001, el entonces presidente firmó un paquete de leyes permitiendo a Rusia importar combustible nuclear gastado. Se abría así la puerta a un negocio que ha reportado cerca de 20 billones de dólares (unos 15.700 millones de euros) la década pasada, y que consiste en almacenar y reprocesar residuos irradiados. Moscú ha importado combustible gastado de reactores de investigación de Bulgaria, República Checa, Letonia y Libia; así como decenas de miles de toneladas de uranio empobrecido de plantas energéticas de Francia, Alemania y Países Bajos. Rusia está obligada legalmente a garantizar que el combustible reenriquecido y los residuos reprocesados son devueltos o debidamente eliminados. Sin embargo, sólo un pequeño porcentaje del material original es enviado de vuelta. ¿Qué ocurre con el resto? Unas 700.000 toneladas de desechos de uranio radioactivo descansan en Siberia en cámaras frigoríficas, algunos al descubierto en oxidadas latas metálicas en la planta de Mayak, la única instalación que posee el país para el reprocesamiento nuclear, y escenario de un terrorífico accidente en los 50.

 

México

El vertido: excavación petrolera en el mar

Barack Obama puede estar reconsiderando seguir con las extracciones tras el reventón de BP. La gran preocupación del presidente mexicano, en cambio, es que su país no perfora lo suficiente. Con un evidente descenso de las reservas de crudo –la producción diaria ha caído cerca de un millón de barriles desde 2004–, Pemex, la empresa estatal petrolífera, está ansiosa por taladrar nuevos pozos. Algo que debería poner nerviosos a los animales del Golfo de México, dado el historial de la compañía: más de 1.000 trabajadores han muerto en accidentes laborales en los últimos 20 años, y ostenta el récord previo del mayor vertido en tiempos de paz, el desastre de Ixtoc, en 1979.

 

Ghana

El vertido: basura

Durante años, el Gobierno ghanés ha buscado hacer dinero con sus enormes provisiones de basura. El negocio está en el aprovechamiento energético de los residuos, un proceso según el cual se capturan los gases de los desechos y se convierten en combustible. Ghana espera poder generar 50 megavatios de electricidad en los próximos 15 años. Pero, aunque el país tiene de las peores condiciones higiénicas de África, sus vertederos son tan selectos que no hay basura lo suficientemente buena como para convertirla en energía. Por ello, en 2008 el Gobierno lanzó un proyecto para importar e incinerar basura de Europa occidental y Canadá. Aunque el plan está aún en fase de desarrollo, Ghana es ya un vertedero para los desechos electrónicos europeos, con contenedores llenos de teléfonos móviles estropeados y discos duros de ordenadores que llegan cada mes al puerto de Tema. La legislación europea prohíbe la exportación de materiales peligrosos pero, al clasificar esta basura como donación caritativa, hay una laguna jurídica.

Países bajos

El vertido: presos

Pacíficos, prósperos y tolerantes hacia la marihuana y las prostitutas. Los Países Bajos tienen un índice tan bajo de delincuencia que se han visto obligados a cerrar ocho prisiones y a reducir más de 1.000 puestos de trabajo en el sistema penitenciario. La vecina Bélgica afronta el problema opuesto: masificación de las cárceles con alrededor de 10.400 internos, 2.000 más de su capacidad. En este momento radiante de la integración europea, los países parecen haber encontrado una solución que se ajusta a sus necesidades. El Gobierno belga planea alquilar 500 celdas neerlandesas por 38 millones de euros al año, y enviar presos a la casi deshabitada cárcel de Tilburg, en el sur de los Países Bajos. Los internos seguirán estando bajo la jurisdicción de las Cortes belgas, pero tendrán un poco más de espacio en su nuevo alojamiento.

 

Australia

El vertido: opio

Aunque la morfina, derivada del opio, se prescribe en todo el mundo como un paliativo del dolor, la mayoría de los países son reacios a cultivar las amapolas productoras de esta sustancia, temiendo un aumento del crimen organizado, la drogadicción e incluso el terrorismo. Esta renuencia dio una nueva oportunidad a la escarpada isla de Tasmania, que se inició en el cultivo del opio en los 70, y que ahora es responsable de la mitad de las plantaciones legales del planeta. El único Estado de Australia donde es legal la siembra de opio amasa más de 60 millones de dólares cada año fruto del comercio de este narcótico. La ubicación remota de la isla, en la costa sureste de Australia, ha resultado una ventaja al dificultar a los traficantes de droga su aprovechamiento para el negocio de la heroína. Aparte de algún turista colocado y de un puñado de canguros con alucinaciones, Tasmania ha visto pocos efectos negativos en este cultivo industrial.