La conflagración social arranca titulares en Egipto, Brasil, Turquía o incluso Bahrein, pero otros lugares podrían ver eclosiones similares a medio o largo plazo. Éstos son algunos de ellos.

Unión Europa: retroceso y desmantelamiento

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Los países de la UE presentan actualmente el mayor riesgo de conflictividad social, según un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo. La estabilidad europea se resquebraja por diversas partes, especialmente en los llamados países débiles de la periferia, y las manifestaciones de inquietud son múltiples: Grecia acumula tres huelgas generales en lo que va de año y es el escenario de un peligroso movimiento contra los inmigrantes; los políticos españoles sienten el hálito de una ciudadanía cansada de la austeridad, el desempleo galopante y la corrupción; en Italia, el descontento ciudadano ha llevado a un descrédito político sin precedentes y al consecuente poderío (seguido, eso sí, por su actual implosión) del antipolítico Movimiento Cinco Estrellas. La recesión de la periferia y la propensión de algunos países del núcleo hacia el estancamiento amenazan con que otros grandes países de la UE se sumen a esta Primavera europea en ciernes.

Suráfrica: tensión en las minas
En 2010, Suráfrica celebró un Mundial de fútbol sin verse envuelta en grandes levantamientos populares, al contrario de lo que presumiblemente ocurrirá el año que viene en Brasil. Probablemente ahora las cosas serían diferentes, ya que el riesgo de conflictividad social se ha disparado en el país africano. Una de cuatro personas está en paro, y el desempleo afecta al 70% de los jóvenes, pero este fenómeno no es nuevo. Lo que ha prendido la mecha son los despidos masivos y los bajos salarios en la poderosa industria minera del país, que han provocado los peores enfrentamientos vividos desde el apartheid (especialmente cuando el año pasado 34 manifestantes fueron abatidos en una mina de platino).

Suráfrica alberga además a líderes incendiarios como Julius Malema, ex presidente de las secciones juveniles del Congreso Nacional Africano, proyectado no hace tanto como el probable líder del país en el futuro, y actualmente apartado de su cargo por azuzar protestas violentas. Quienes más sufren los rigores de la desigualdad y la pobreza surafricana son los inmigrantes de otros países de la región, que han sido repetidamente masacrados y expoliados por hordas de descontrolados. A la mayor economía de África se le resiste la tranquilidad, mientras lucha por alcanzar una mejor convivencia racial y contiene la respiración por la salud de Mandela.

Indonesia: por un justo reparto de la riqueza nacional

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Después de varios años consecutivos de fulgurante crecimiento económico, este titán demográfico aspira a hacerse un hueco en los BRICS. Sin embargo, en ese éxito radica la semilla del malestar social que sacude Indonesia: el pueblo quiere que las ganancias del país se traduzcan en beneficios tangibles para todos, un anhelo legítimo que lleva tiempo encarnándose en protestas masivas cada vez más frecuentes. El último gran episodio ha tenido lugar recientemente, cuando miles de personas se echaron a la calle para protestar contra la decisión del gobierno de reducir los subsidios al combustible. El pasado 1 de mayo, decenas de miles de indonesios se manifestaron para exigir que las ganancias del país, que lleva dos años creciendo alrededor del 6%, no se queden en los bolsillos de las grandes fortunas. A finales del año pasado, Indonesia fue testigo de protestas masivas reclamando el aumento del salario mínimo, mientras que en octubre de ese mismo año una huelga industrial paró alrededor de mil fábricas. Los ciudadanos ven cada vez más lejos la mordaza de la dictadura y, en paralelo a la consolidación democrática, se sienten más cómodos reivindicando sus derechos.

África subsahariana: la carestía de los alimentos prende la mecha
En otras zonas del mundo, la conflictividad social suele deberse al carácter cada vez más reivindicativo de segmentos de la población que, al ver reducida su pobreza, encuentran una plataforma sólida para hacerse oír. En los países más pobres del África subsahariana, sin embargo, el elemento con más posibilidades de desestabilización social es la volatilidad del precio de los alimentos básicos. Los expertos señalan las masivas protestas registradas en varios países del mundo tras la escalada del precio de los alimentos en 2008, como recordatorio del poder desestabilizador del hambre.

A pesar del crecimiento económico general que experimenta la región, la subida del precio de los alimentos tiene un efecto desproporcionado sobre la población más vulnerable, y contribuye a hacer que dicha población se eche a la calle para pedir compensaciones, aumentos salariales, o directamente cambios de gobierno. Las consecuencias podrían sentirse muy pronto: el trigo se ha encarecido y, según la compañía de análisis de riesgo Maplecroft, el 75% de los países de la zona tienen un riesgo alto o extremo de sufrir protestas masivas a causa de la subida de los precios. La situación más complicada se da en aquellos lugares en los que existen además conflictos armados de envergadura, como la República Democrática del Congo o los países del Sahel, ya que la violencia también encarece los alimentos.

Venezuela: batallas políticas, fractura social y crimen

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Siete muertos y decenas de heridos fue el saldo de las masivas protestas y enfrentamientos que tuvieron lugar tras las elecciones presidenciales venezolanas del pasado abril. Seguidores del sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, y del opositor Henrique Capriles, airearon toda la frustración e incertidumbre de un país tan rico como desigual y polarizado. El terreno podría estar abonado para un estallido aún mayor de ira ciudadana, a causa de la inflación rampante, el desabastecimiento de bienes de primera necesidad y la creciente división política. Este cóctel de enfrentamiento, frustración por el infraaprovechamiento de las riquezas naturales y desigualdad socioeconómica tiene su corolario en la elevadísima tasa de homicidios venezolana, entre las cinco mayores del mundo, lo que ha provocado el envío de soldados a los barrios más conflictivos. En estas aguas revueltas deben nadar un Gobierno abonado al rédito social del chavismo y una oposición que siente cómo se le escapa su gran oportunidad. Ambos flancos están envueltos en masas de seguidores que pueden movilizar y que amenazan con agravar aún más la división del país.

Rusia: la sociedad quiere perder el miedo
La visibilidad internacional de los desmanes autoritarios del presidente ruso Vladímir Putin alcanzó su clímax el año pasado, con el arresto y condena de las integrantes de la banda Pussy Riot. Es la punta del iceberg de una actitud deliberada de supresión de las protestas y las libertades individuales, y de erosión de la oposición política. Varios episodios recientes jalonan esta deriva autoritaria, como el juicio a activistas antiPutin o la detención de decenas de manifestantes homosexuales. En junio, miles de personas inundaron Moscú para protestar contra las medidas del Presidente.

El Kremlin se ha mostrado desafiante, pero la agitación social le preocupa y todos los pasos que da no hacen sino ahondarla: en junio se aprobó una ley que impone sanciones económicas a quienes participen en manifestaciones. La represión es el rumbo tomado por el poder, pero el silencio basado en el miedo va perdiendo fuelle. La inquietud de las autoridades se ve intensificada por la naturaleza dispersa, incluso irreconciliable, de los ciudadanos que se reúnen para protestar. En las manifestaciones pueden verse juntos a nacionalistas de ultraderecha reclamando “Rusia para los rusos”, junto a ciudadanos progresistas. Esta combinación es nueva para el Kremlin, que va agotando su margen de maniobra para hacer frente a reclamaciones cada vez más dispares.

India: una clase media enardecida

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A medida que India da origen a una clase media en expansión (podría superar los 500 millones de personas en 2025), una parte importante de la población se vuelve más afirmativa. Este despertar de la clase media irá acompañado de crecientes demandas y de protestas masivas contra desmanes corruptos, injusticias y violaciones de los derechos humanos hasta ahora silenciadas, como ha podido verse con las recientes manifestaciones contra la violencia de género.

Junto a esta resistencia urbana, el campo indio se ve crecientemente expuesto a la ira colectiva de los campesinos sin tierra, hartos de su pobreza, de las deudas inasumibles y de la ausencia de reformas de calado en la distribución de la propiedad agraria. A su vez, las fricciones del sistema de castas podrían originar protestas masivas en dos dimensiones opuestas: por un lado, las reivindicaciones de las castas bajas por mejorar su posición, y por otro, el descontento de miembros de castas altas desfavorecidos por un sistema de cuotas que privilegia la presencia de las castas bajas en el anhelado sector público. Así, la satyagraha o resistencia pacífica inventada por Gandhi el pasado siglo tiene visos de amoldarse al nuevo escenario indio.

China: primeras fisuras
Según un estudio de Europe China Research and Advice Network, en 2005 se produjeron en China unas 80.000 protestas, y en 2010 más de 200.000. El país concilia su creciente pujanza con una intensificación de la disconformidad social; a medida que el pueblo se enriquece y aumenta su nivel cultural, mayores son sus exigencias. Estas demandas son especialmente visibles entre los trabajadores del interior que emigran a las zonas fabriles del litoral; a pesar de ser aún conocidos en todo el mundo como mano de obra barata, sus exigencias crecen, y también sus actos de protesta.

La inestabilidad social en el gigante asiático se nutre también de la corrupción manifiesta de algunos miembros de sus élites, y de la propensión de las autoridades a expropiar ilegalmente terrenos y a expulsar a gente de sus casas para levantar proyectos inmobiliarios. A esto se suman una degradación medioambiental masiva y revueltas étnicas de gran magnitud en el Tibet y en Xinjiang. El país tampoco fue ajeno al embrujo de la Revolución de los Jazmines tunecina, ya que en 2011 acogió diversas manifestaciones prodemocráticas. Sin embargo, y a pesar del campo de minas sobre el que caminan, las autoridades son todavía capaces de amortiguar la ira social. Nada hace pensar que vayan a perder a corto plazo esta capacidad de control, pero no deberían olvidar que la población china es cada vez más asertiva.