• American Political Science Review,
    vol. 97, agosto 2003,
    Washington (EE UU)

 

Por qué cada vez más personas dan sus vidas en ataques suicidas
en todo el planeta? Hasta ahora, los escasos estudios sobre este fenómeno
insisten en su irracionalidad y, en general, afirman que el fundamentalismo
religioso es su única explicación.

Tras un estudio minucioso, Robert A. Pape, profesor de Ciencias Políticas
en la Universidad de Chicago, asegura en American Political Science Review que
ni el fanatismo religioso es la causa del terrorismo suicida ni éste
es irracional. Al contrario, responde a una lógica estratégica,
y cada vez se emplea más porque los terroristas han llegado a la conclusión
de que funciona.

Desde el atentado contra la embajada de Estados Unidos en Beirut en 1983 hasta
2001 se produjeron al menos 188 ataques suicidas en el mundo, 31 de los cuales
se perpetraron en los 80, 104 en los 90 y 53 entre 2000 y 2001. En definitiva,
los líderes terroristas lo utilizan cada vez más y de forma cada
vez más mortífera.

Aunque sólo un 3% de las acciones terroristas son suicidas, éstas
suponen un 48% de las muertes causadas por el terrorismo. Es ese carácter
letal lo que les induce a seguir esta táctica y no el fanatismo religioso.
Prueba de ello es que el grupo que más ha empleado el ataque suicida
y que más bajas ha causado es el Ejército de Liberación
de los Tigres de Tamil, en Sri Lanka, cuya ideología se basa en el marxismo-leninismo.

Los atentados suicidas se utilizan como instrumento de coerción para
lograr un objetivo estratégico: "La expulsión de una nación
democrática del territorio que los terroristas consideran su patria".
Así lo confirman las declaraciones de líderes de grupos como las
Brigadas de los Mártires de Al Aqsa -cuyo objetivo declarado es
la retirada de Israel de Gaza y Cisjordania- o Bin Laden, que pretende
expulsar a Estados Unidos y a sus aliados de la tierra del islam.

La idea es infligir a quienes quieren expulsar de "su patria"
un daño suficiente como para que éstos decidan abandonar su ocupación
o conseguir que sus ciudadanos se rebelen contra sus gobernantes, recurriendo
al método más letal. Mientras los 188 ataques suicidas perpetrados
entre 1980 y 2001 -sin contar los del 11-S- mataron a 13 personas
cada uno de promedio, el resto de atentados no suicidas en el mismo periodo
sólo causó una baja por acción.

Protesta explosiva: seguidores de Hamás portan cinturones explosivos en una manifestación en un campo de refugiados en Gaza.
Protesta explosiva: seguidores
de Hamás portan cinturones explosivos en una manifestación
en un campo de refugiados en Gaza.

Pero el mayor poder de convicción de la estrategia reside en el miedo
que produce saber que no se puede detener a un suicida y en la certeza de que
los ataques se van a repetir sin que nadie esté a salvo.

Estos ataques han estado dirigidos en el 100% de los casos estudiados por
el autor contra Estados democráticos. Son, a los ojos de los terroristas,
los más vulnerables, pues sus ciudadanos tienen bajos umbrales de tolerancia.
"Aunque la población kurda -afirma el autor- ha sufrido
más brutalidad en Irak que en Turquía, los grupos kurdos violentos
sólo han empleado el ataque suicida contra la Turquía democrática".
Esto constituye una prueba más de la racionalidad de los terroristas
suicidas.

¿Realmente funcionan las acciones kamikaze? Los estrategas terroristas
están convencidos, a la vista de los logros. Entre 1980 y 2001 se produjeron
11 campañas suicidas. Seis de ellas consiguieron resultados significativos
favorables a sus objetivos; por ejemplo, la salida de las tropas de Francia
y EE UU de Líbano; tres obtuvieron al menos algún resultado; en
un caso se iniciaron negociaciones sobre la soberanía del territorio
en liza (los Tigres tamiles en Sri Lanka en 1993-1994), y otras cinco campañas
no obtuvieron ningún resultado. Pero el hecho de que en más del
50% de los casos se obtuviera de los gobiernos, al menos, un acercamiento parcial
a las demandas de los terroristas constituye un éxito relativo importante,
ya que los Estados no obtienen con otros tipos de coerción internacional
-como embargos o sanciones- un porcentaje de éxito tan alto.

Otro ejemplo de la relativa eficacia de esta técnica lo encontramos
en Israel, donde las campañas de Hamás y Yihad Islámica
en 1994 y 1995 fueron determinantes para lograr un cambio de actitud de los
israelíes con respecto a la retirada de los territorios ocupados. Aunque
los Acuerdos de Oslo de 1993 obligaban a Israel a retirar sus efectivos militares
de Gaza y Cisjordania, en abril de 1994 las fuerzas israelíes todavía
no se habían replegado. En ese mismo mes Hamás realizó
dos ataques suicidas, y en mayo Israel comenzó la retirada. El propio
ex ministro israelí Isaac Rabin declaró en 1994 que "la
única respuesta" a los ataques de Hamás y Yihad Islámica
era "acelerar las negociaciones" y, días más tarde,
reconocía que "cada israelí (…) es un objetivo para
sus planes asesinos", con lo que desvelaba el miedo a los casi seguros
futuros ataques de las organizaciones terroristas.

Una conclusión similar se extrae de un estudio del investigador israelí
Yoni Fighel sobre las mujeres involucradas en atentados suicidas islámicos,
cuya participación estaba antes reservada a las organizaciones terroristas
laicas. Según este psiquiatra, los extremistas islámicos han comprobado
que los ataques que perpetran "ellas" son más "eficaces"
porque despiertan menos sospechas israelíes.

Los logros del terrorismo suicida son, para el autor, muy limitados y no pueden
desalojar a esos Estados de áreas que consideran cruciales para su seguridad
o riqueza, como demuestra el aumento de los asentamientos en la zona autónoma
de Cisjordania, hoy reocupada de facto (a excepción de Jericó)
por Israel, cuyo Ejército además realiza frecuentes incursiones
en la franja de Gaza. Sri Lanka, por su parte, a pesar de haber sufrido más
atentados suicidas que Israel, no ha accedido a las demandas de los Tigres tamiles
sobre parte de su territorio.

Para Pape, ni una escalada en la respuesta militar ni las concesiones a los
terroristas son la solución. La eliminación de líderes
terroristas sólo logró poner fin a una campaña suicida,
la del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), cuyo líder,
tras su detención, pidió a sus seguidores el cese de la violencia.
Las democracias deben centrarse en su seguridad y en la separación física.
Por ello, el autor apoya la retirada
israelí de Cisjordania y la construcción de un muro en las fronteras
reconocidas internacionalmente. Por su parte, para defenderse de Al Qaeda, Estados
Unidos debe reforzar sus fronteras y avanzar hacia la independencia energética,
lo que reducirá la necesidad de tropas estadounidenses, cuya presencia
acentúa el riesgo de atentados suicidas en la superpotencia.

ENSAYOS, ARGUMENTOS Y OPINIONES DE TODO EL PLANETA

La lógica de la sinrazón suicida. Natalia
Herráiz

American Political Science
Review, vol. 97, agosto 2003,
Washington (EE UU)

Por qué cada vez más personas dan sus vidas en ataques suicidas
en todo el planeta? Hasta ahora, los escasos estudios sobre este fenómeno
insisten en su irracionalidad y, en general, afirman que el fundamentalismo
religioso es su única explicación.
Tras un estudio minucioso, Robert A. Pape, profesor de Ciencias Políticas
en la Universidad de Chicago, asegura en American Political Science Review que
ni el fanatismo religioso es la causa del terrorismo suicida ni éste
es irracional. Al contrario, responde a una lógica estratégica,
y cada vez se emplea más porque los terroristas han llegado a la conclusión
de que funciona.
Desde el atentado contra la embajada de Estados Unidos en Beirut en 1983 hasta
2001 se produjeron al menos 188 ataques suicidas en el mundo, 31 de los cuales
se perpetraron en los 80, 104 en los 90 y 53 entre 2000 y 2001. En definitiva,
los líderes terroristas lo utilizan cada vez más y de forma cada
vez más mortífera.
Aunque sólo un 3% de las acciones terroristas son suicidas, éstas
suponen un 48% de las muertes causadas por el terrorismo. Es ese carácter
letal lo que les induce a seguir esta táctica y no el fanatismo religioso.
Prueba de ello es que el grupo que más ha empleado el ataque suicida
y que más bajas ha causado es el Ejército de Liberación
de los Tigres de Tamil, en Sri Lanka, cuya ideología se basa en el marxismo-leninismo.

Los atentados suicidas se utilizan como instrumento de coerción para
lograr un objetivo estratégico: "La expulsión de una nación
democrática del territorio que los terroristas consideran su patria".
Así lo confirman las declaraciones de líderes de grupos como las
Brigadas de los Mártires de Al Aqsa -cuyo objetivo declarado es
la retirada de Israel de Gaza y Cisjordania- o Bin Laden, que pretende
expulsar a Estados Unidos y a sus aliados de la tierra del islam.

La idea es infligir a quienes quieren expulsar de "su patria"
un daño suficiente como para que éstos decidan abandonar su ocupación
o conseguir que sus ciudadanos se rebelen contra sus gobernantes, recurriendo
al método más letal. Mientras los 188 ataques suicidas perpetrados
entre 1980 y 2001 -sin contar los del 11-S- mataron a 13 personas
cada uno de promedio, el resto de atentados no suicidas en el mismo periodo
sólo causó una baja por acción.

Protesta explosiva: seguidores de Hamás portan cinturones explosivos en una manifestación en un campo de refugiados en Gaza.
Protesta explosiva: seguidores
de Hamás portan cinturones explosivos en una manifestación
en un campo de refugiados en Gaza.

Pero el mayor poder de convicción de la estrategia reside en el miedo
que produce saber que no se puede detener a un suicida y en la certeza de que
los ataques se van a repetir sin que nadie esté a salvo.

Estos ataques han estado dirigidos en el 100% de los casos estudiados por
el autor contra Estados democráticos. Son, a los ojos de los terroristas,
los más vulnerables, pues sus ciudadanos tienen bajos umbrales de tolerancia.
"Aunque la población kurda -afirma el autor- ha sufrido
más brutalidad en Irak que en Turquía, los grupos kurdos violentos
sólo han empleado el ataque suicida contra la Turquía democrática".
Esto constituye una prueba más de la racionalidad de los terroristas
suicidas.

¿Realmente funcionan las acciones kamikaze? Los estrategas terroristas
están convencidos, a la vista de los logros. Entre 1980 y 2001 se produjeron
11 campañas suicidas. Seis de ellas consiguieron resultados significativos
favorables a sus objetivos; por ejemplo, la salida de las tropas de Francia
y EE UU de Líbano; tres obtuvieron al menos algún resultado; en
un caso se iniciaron negociaciones sobre la soberanía del territorio
en liza (los Tigres tamiles en Sri Lanka en 1993-1994), y otras cinco campañas
no obtuvieron ningún resultado. Pero el hecho de que en más del
50% de los casos se obtuviera de los gobiernos, al menos, un acercamiento parcial
a las demandas de los terroristas constituye un éxito relativo importante,
ya que los Estados no obtienen con otros tipos de coerción internacional
-como embargos o sanciones- un porcentaje de éxito tan alto.

Otro ejemplo de la relativa eficacia de esta técnica lo encontramos
en Israel, donde las campañas de Hamás y Yihad Islámica
en 1994 y 1995 fueron determinantes para lograr un cambio de actitud de los
israelíes con respecto a la retirada de los territorios ocupados. Aunque
los Acuerdos de Oslo de 1993 obligaban a Israel a retirar sus efectivos militares
de Gaza y Cisjordania, en abril de 1994 las fuerzas israelíes todavía
no se habían replegado. En ese mismo mes Hamás realizó
dos ataques suicidas, y en mayo Israel comenzó la retirada. El propio
ex ministro israelí Isaac Rabin declaró en 1994 que "la
única respuesta" a los ataques de Hamás y Yihad Islámica
era "acelerar las negociaciones" y, días más tarde,
reconocía que "cada israelí (…) es un objetivo para
sus planes asesinos", con lo que desvelaba el miedo a los casi seguros
futuros ataques de las organizaciones terroristas.

Una conclusión similar se extrae de un estudio del investigador israelí
Yoni Fighel sobre las mujeres involucradas en atentados suicidas islámicos,
cuya participación estaba antes reservada a las organizaciones terroristas
laicas. Según este psiquiatra, los extremistas islámicos han comprobado
que los ataques que perpetran "ellas" son más "eficaces"
porque despiertan menos sospechas israelíes.

Los logros del terrorismo suicida son, para el autor, muy limitados y no pueden
desalojar a esos Estados de áreas que consideran cruciales para su seguridad
o riqueza, como demuestra el aumento de los asentamientos en la zona autónoma
de Cisjordania, hoy reocupada de facto (a excepción de Jericó)
por Israel, cuyo Ejército además realiza frecuentes incursiones
en la franja de Gaza. Sri Lanka, por su parte, a pesar de haber sufrido más
atentados suicidas que Israel, no ha accedido a las demandas de los Tigres tamiles
sobre parte de su territorio.

Para Pape, ni una escalada en la respuesta militar ni las concesiones a los
terroristas son la solución. La eliminación de líderes
terroristas sólo logró poner fin a una campaña suicida,
la del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), cuyo líder,
tras su detención, pidió a sus seguidores el cese de la violencia.
Las democracias deben centrarse en su seguridad y en la separación física.
Por ello, el autor apoya la retirada
israelí de Cisjordania y la construcción de un muro en las fronteras
reconocidas internacionalmente. Por su parte, para defenderse de Al Qaeda, Estados
Unidos debe reforzar sus fronteras y avanzar hacia la independencia energética,
lo que reducirá la necesidad de tropas estadounidenses, cuya presencia
acentúa el riesgo de atentados suicidas en la superpotencia.