La UE y sus opciones en los pasillos de poder en El Cairo.

 

AFP/Getty Images

 

Egipto está poniendo a prueba la capacidad europea de influir en los acontecimientos que se desarrollan en sus vecinos del sur. En enero de 2011, los manifestantes de la Plaza Tahrir derrocaron al presidente Mubarak pese al tibio apoyo de los países occidentales. Después de que Mubarak perdiera el poder, la UE adoptó una nueva política basada en el principio de “más por más”; cuanto más implante reformas democráticas un país, más ayuda podrá recibir de la Unión. En noviembre de 2012, tras las elecciones que desembocaron en la breve presidencia de Mohamed Morsi, la UE anunció un paquete de ayudas y préstamos por un total de casi 4.200 millones de euros. La semana siguiente, el presidente Morsi proclamó su asunción autocrática de los poderes constitucionales egipcios. Cuando las autoridades europeas protestaban por la violación de los derechos religiosos o de las mujeres en Egipto, los líderes de los Hermanos Musulmanes hablaban del aumento de la islamofobia en Europa. Ahora, a pesar de las intensas presiones diplomáticas de Estados Unidos y Europa, el gobierno provisional ha empleado una fuerza desproporcionada para dispersar las sentadas en favor de Morsi y ha causado la muerte de más de 800 personas. El resultado ha sido una espiral de violencia, con la muerte de policías y agentes de seguridad como respuesta. Egipto se encuentra hoy al borde del precipicio de un nuevo conflicto violento.

Las relaciones diplomáticas de Europa con el gobierno de Morsi eran complicadas, pero las cosas no han mejorado. Los liberales y moderados del gobierno actual -a los que la UE y Washington consideraban aliados- han acabado absorbidos o superados por los partidarios de la línea dura. El primer ministro Hazem el Beblawi, un economista liberal, apoyó la acción policial contra las manifestaciones y ha insinuado que tal vez se anule el permiso a los Hermanos Musulmanes para funcionar como partido político. Otro interlocutor de Occidente moderado y fundamental, Mohamed El Baradei, ha perdido toda capacidad de influir desde que dimitió en señal de protesta por la violencia, una decisión que incluso le puede suponer problemas legales. Mientras tanto, Tamarod, un movimiento de base que parecía compartir los valores occidentales, está volviéndose más nacionalista y ha pedido que se rompa el tratado de paz de Egipto con Israel y se ponga fin a la ayuda militar de Estados Unidos.

Debido a la violencia la UE ha decidido interrumpir la venta de todas “las armas que puedan tener uso interno”. En la práctica, lo más probable es que la medida suponga el fin de las exportaciones de armas pequeñas, municiones y tal vez vehículos acorazados de transporte. El Ejército y la policía son demasiado poderosos para que la decisión de la UE altere el equilibrio interno de poder. Y, si las Fuerzas Armadas egipcias se le acaban las armas y las balas, existen muchos otros proveedores capaces de reponer sus reservas. Y, dada la proliferación de armas en lugares como Libia, por ejemplo, sucede lo mismo en el caso de los islamistas. Por consiguiente, la decisión de la UE no va a servir demasiado para que las partes vuelvan a la mesa de negociación. Parece más bien calculada para dejar claro que Europa desaprueba la violencia, pero no el nuevo régimen.

Si la Unión hubiera querido mostrar una postura más enérgica, podría haber suspendido la ayuda, retirado a sus embajadores, presentado una protesta común ante el Ministerio de Asuntos Exteriores egipcio o impuesto sanciones económicas contra los bienes y movimientos de altos responsables militares y del gobierno. Desde luego, la UE está aún a tiempo de hacer todas estas cosas, pero parece poco dispuesta a enfrentarse con las autoridades egipcias. Egipto es demasiado importante para varios intereses europeos: la seguridad del Canal de Suez, la paz árabe con Israel y la lucha contra el islam yihadista.

A puerta cerrada, los servicios estadounidenses y europeos de seguridad e inteligencia habrán recibido con agrado la sustitución de Morsi por el general Abdel Fattah al Sisi. El gobierno de Morsi miró para otro lado mientras la anarquía imperaba en la península del Sinaí. En los dos últimos años se han producido 13 atentados terroristas contra el conducto de gas natural a Israel y Jordania. La península se ha convertido en una vía para el tráfico de armas de Libia a Hamás y los grupos rebeldes sirios (los servicios de inteligencia están especialmente preocupados por la proliferación de los lanzamisiles capaces de derribar helicópteros y aviones). En el Sinaí se producen ataques casi diarios contra la policía y el Ejército (a mediados de agosto murieron 24 policías en una emboscada). Seguramente, a pesar de las restricciones a las exportaciones de armas, casi todos los gobiernos europeos confían en que las fuerzas de seguridad egipcias tengan suficientes armas para volver a imponer el orden en la región.

Pero no parece que la caída de Morsi traiga la paz. El líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, ha pedido a sus seguidores que resistan contra el gobierno provisional en El Cairo. La economía egipcia sobrevive con respiración asistida. Los ataques sectarios contra los cristianos coptos y sus iglesias están aumentando. El Canal de Suez -un cuello de botella por el que circula alrededor del 8% del tráfico marítimo mundial- está en peligro. Con todo ello, Europa se encuentra en la incómoda posición de tener que dar prioridad a sus intereses de seguridad por delante de sus valores liberales, pero sin tener la seguridad de que vaya a poder proteger ni unos ni otros.

La historia de los esfuerzos europeos para ejercer influencia en Egipto está relacionada con los cambios del equilibrio de poder en sus vecinos del sur. Como Estados Unidos no quiere involucrarse, los países europeos han intentado, no siempre con éxito, tomar la iniciativa en los problemas de Libia, Malí y Siria. Ahora, en Egipto, la UE compite con los países del Golfo. Arabia Saudí, Kuwait y los EAU, cuya principal preocupación es el apoyo que tienen entre sus respectivos ciudadanos los Hermanos Musulmanes, han recibido bien su caída y han entregado al gobierno provisional un cheque por valor de 12.000 millones de dólares, casi 9.000 millones de euros. La UE, con el razonamiento de que Egipto, si quisiera, podría ignorar a Europa y recurrir a los Estados del Golfo, ha decidido mantener intactas su ayuda y sus relaciones comerciales. Cree que, si denuncia la violencia y detiene las ventas de armas pero conserva otros lazos, podrá mantener abiertas las puertas en El Cairo.

Un hecho positivo para la UE en la crisis de Egipto es que los Estados miembros están permitiendo que Catherine Ashton coordine la política de la Unión. Ashton fue la primera autoridad europea que visitó Egipto tras la caída de Mubarak y la única autoridad extranjera que ha visitado a Morsi tras su arresto. Los gobiernos europeos deberían encargarles a ella y al Representante especial de la UE para la región, Bernardino León, que coordinen sus esfuerzos con los países del Golfo y EE UU y tiendan la mano al gobierno provisional para ayudar a entablar un diálogo político nacional.

La influencia de Europa depende también del poder de sus mercados. El paquete de ayuda europeo asciende a menos de la mitad del compromiso financiero de los Estados del Golfo, pero a Egipto le hacen más falta inversiones extranjeras y relaciones comerciales sólidas que una línea de crédito. Cuando se haya restaurado la estabilidad, la UE debe estar preparada para ayudar al país a resolver su círculo vicioso de desempleo, inflación, fuga de capitales, incremento de la deuda, caída de las reservas de divisas y aumento del déficit presupuestario (que representa alrededor del 12% del PIB) mediante una mayor apertura de sus mercados a los bienes egipcios. Con el tiempo, el Gobierno egipcio tendrá también que reducir sus subsidios al combustible y el pan, una medida que podría provocar la agitación popular. La UE ha dicho además que la ayuda macrofinanciera a Egipto -por valor de 500 millones de euros- está condicionada a que se logre negociar un préstamo del FMI. Los líderes europeos deben seguir presionando al gobierno provisional para que llegue a un acuerdo aunque la atmósfera política no sea aún la más propicia.

Con los Hermanos reprimidos, el Ejército constituye la institución política más organizada del país. En la situación actual, unas elecciones precipitadas significarían casi con certeza la victoria del candidato militar, tal vez el propio Al Sisi, e indignarían a los partidarios de los Hermanos. En una reunión celebrada en marzo en El Cairo, uno de los oradores, después ascendido a un muy alto cargo, dijo que, si el gobierno de Morsi fracasaba, supondría la quiebra del islam político en Egipto. Hoy, sus palabras parecen una receta política. El gobierno provisional ha detenido a 75 miembros de los Hermanos Musulmanes, entre ellos el propio Morsi. Según la ley electoral actual, con los cargos penales pendientes sobre ellos, muchos de sus dirigentes no podrían presentarse a las elecciones. Con la purga que está llevando a cabo, el general Al Sisi confía en impedir que sus opositores tengan un papel sustancial en la política egipcia.

La UE está interesada en que haya una democracia pluralista, no un gobierno militar cuya legitimidad consiste en unos comicios apresurados. Por difícil que resulte, para dar una oportunidad a los partidos de la oposición, lo sensato sería agrupar a todas las partes (incluidos los Hermanos) en un proceso que les permita decidir el calendario electoral. El recién creado Fondo Europeo para la Democracia podría emplear sus fondos, aunque sean limitados, para ayudar a algunos de los nuevos partidos políticos egipcios.

Ahora bien, si el Ejército insiste en empujar a los Hermanos a la clandestinidad, es muy posible que eso cree más problemas de seguridad. A medida que se les cierren las vías de participación democrática, aumentarán las probabilidades de que sus partidarios recurran a la violencia (como sucedió en Argelia en 1991 cuando el Ejército intervino para arrebatar a los islamistas su victoria electoral, una actuación que desencadenó la guerra civil). Los partidarios de la línea dura en la organización ganarán influencia y acusarán a Estados Unidos y Europa de ser anti-islámicos e hipócritas, por aprobar el derrocamiento de un gobierno elegido democráticamente. También podría ser que los Hermanos se retractaran de su renuncia a la violencia. El islam político en Egipto se volvería más antioccidental y menos favorable a las ideas democráticas, lo cual podría dar paso a un aumento del extremismo violento, incluso contra intereses occidentales, en una región plagada de conflictos. Lo trágico es que el acceso de Europa a los pasillos del poder en El Cairo sería entonces todavía más importante, precisamente cuando sus opciones políticas serían aún más desagradables.

 

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