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Una caravana durante una cabalgata muestra a Bjoern Hoecke, miembro de AfD, Thomas Kemmerich, que fue ministro presidente de Turingia, y Mike Mohring, de CDU. (Lukas Schulze/Getty Images)

La Unión Cristianodemócrata (CDU) está en plena implosión. La ruptura del cordón sanitario a la ultraderecha en Turingia ha hecho emerger las tensiones, contradicciones y fracturas internas que venían fraguándose desde hace años, aprovechando los vacíos que está generando el crepúsculo de la era Merkel.

La crisis del mayor partido alemán de los últimos 15 años —y el que más miembros aporta al primer grupo parlamentario en la Eurocámara— amenaza con terminar de dinamitar el sistema de partidos de la primera economía europea y levanta interrogantes sobre su capacidad para seguir produciendo estabilidad en Berlín, un activo esencial para el proyecto europeo.

El pasado 5 de febrero se rompió algo. Ese día, en la tercera votación para elegir al jefe del Ejecutivo del estado federado de Turingia, cuando ya sólo hacía falta una mayoría simple, los conservadores de la CDU unieron su voto a liberales del FDP y a los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AfD) para lograr, por sorpresa, que se hiciese con el gobierno un liberal, en lugar del tripartito de izquierdas que había negociado un acuerdo de coalición para reeditar el ejecutivo de la legislatura anterior (aunque en esta ocasión sin mayoría). Conservadores y liberales nunca han aclarado si sabían que AfD iba a respaldarlos (porque presentó un candidato alternativo pero votó al del FDP). Pero el elegido, Thomas Kemmerich, aceptó el cargo y la CDU en Turingia defendió lo sucedido en un primer momento como un mal menor.

Entonces estalló la tormenta. Porque esta aparente carambola en un land de segunda fila generó un cataclismo a escala federal. La CDU empezó a ser la diana de todas las críticas y su presidenta, la delfín de Merkel llegada al cargo a lomos del continuismo en 2018, Annegret Kramp-Karrenbauer, fue incapaz de imponerse y hacer valer la resolución del partido de no cooperar nunca ni con AfD ni con la izquierda. Fue incluso en persona a Turingia a tratar de convencer a los líderes locales, pero fue en vano.

Angela Merkel tuvo que entrar en escena. Espero más de un día, consciente de que ya no ejerce ningún cargo orgánico en el partido como parte de su abandono escalonado de la política. Y entonces, desde Suráfrica, donde se encontraba de viaje oficial, tachó de “imperdonable” la elección de Kemmerich. Las cuadernas del partido crujieron. El líder de la CDU en Turingia abandonó todos sus cargos. Pero también, desautorizada, Kramp-Karrenbauer —la heredera de Merkel— tiró la toalla y avanzó que no se presentaría como candidata a la Cancillería y que abandonaría pronto la presidencia del partido.

 

El próximo líder conservador

La situación de zozobra en la CDU ahora es enorme. En primer lugar, porque el conflicto de Turingia sigue abierto en canal. Kemmerich acabó dimitiendo por las presiones y la aritmética en el parlamento regional obliga a los conservadores a posicionarse para ayudar a conformar una mayoría, ya sea cooperando de forma activa con AfD o tolerando un tripartito con la izquierda al frente. De una u otra forma estaría respaldando a una formación que se comprometió a no apoyar, traicionando sus resoluciones internas. Y en segundo lugar, porque en estos momentos de crisis carece de una figura a la que aferrarse con su presidenta en funciones y su canciller desentendiéndose de los problemas del partido.

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Friedrich Merz, candidato a liderar la Unión Cristianodemócrata. JENS SCHLUETER/AFP via Getty Images

El próximo líder conservador está cocinándose. La CDU ha convocado para el 25 de abril un congreso extraordinario en el que se elegirá a su nuevo presidente (y candidato a la Cancillería en las elecciones de 2021) y tres políticos han saltado al ruedo. La diversidad no es un plus. Los tres son hombres, blancos, renanos, católicos, casados y rondan los 60 años. Incluso los tres están licenciados en Derecho y tienen tres hijos cada uno. Difieren, sin embargo, en sus posicionamientos políticos, en sus posturas ante la economía, los asuntos sociales y la política exterior.

Friedrich Merz es el candidato que ha prometido “renovación y resurgimiento”, aunque su propuesta es una vuelta atrás, al mainstream de su partido antes de Merkel: conservadurismo social y liberalismo económico. Enemigo declarado de la canciller —quien lo apartó de la primera línea de la política hace más de quince años—, Merz es un macho alfa arrogante e inteligente, con gran experiencia en el sector privado, que cuenta con el respaldo del núcleo conservador del partido y, concretamente, del exministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. Quiere bajar los impuestos, liberalizar la economía, aumentar la seguridad y restringir la inmigración.

Armin Laschet es el continuismo merkeliano hecho político. En las formas y en el fondo. Es conocido por su capacidad para tender puentes y lograr compromisos, y por haber defendido la entrada de peticionarios de asilo, como responsable de Integración de Renania del Norte-Westfalia, primero, y luego como jefe del Ejecutivo de este land. Laschet cuenta con una gran experiencia en distintos niveles de gobierno, de alcalde a eurodiputado, pero no parece la figura líder capaz de proporcionarle a la CDU el revulsivo que precisa.

A medio camino se encuentra Norbert Röttgen, el caballo negro de esta contienda. Que podría representar la vía intermedia y tener una opción de hacerse con la presidencia solamente si la puja entre bloques se enquista. Tenaz y algo díscolo, es conocido por su sintonía con Los Verdes en los primeros años. Fue ministro de Medioambiente y luego se reinventó como experto en política internacional. Es moderado, pero no cuenta con el favor de Merkel (por desavenencias personales).

 

Contexto adverso

Quien se haga con la presidencia no lo tendrá fácil. Primero, porque tendrá que conseguir reagrupar el partido. Cerrar las grietas que empezaron a abrirse cuando Merkel anunció que dejaba la presidencia del partido y se convocó el congreso de diciembre de 2018, en el que Kramp-Karrenbauer se impuso de forma precaria a Merz, sentando las bases para la actual inestabilidad.

En segundo lugar, porque quien asuma las riendas de la CDU tendrá que enfrentarse a un sistema de partidos que poco tiene que ver con el ecosistema de fuerzas predominante durante décadas en Alemania, prevalente aún cuando Merkel accedió a la Cancillería en 2005. Entonces los conservadores y el Partido Socialdemócrata (SPD), las dos grandes fuerzas tradicionales, sumaban casi el 70 por ciento de los votos y sólo había otras tres formaciones en el Bundestag. Los últimos sondeos les auguran una fuerza combinada de entre el 40% y el 42% (27% para los conservadores, 14% para los socialdemócratas). La gran coalición no lograría una mayoría.

Esta situación se debe a varios factores. El primero, fundamental, es el surgimiento del ultraderechista AfD a lomos de la reacción nacionalista y xenófoba a la crisis de los refugiados. Sus apoyos, estabilizados desde hace unos dos años entre el 10% y el 15%, han hecho mella, principalmente en los conservadores y en los liberales, aunque también se nutren de voto protesta y de antiguos abstencionistas.

En segundo lugar, el rebrotar de los Verdes. Los ecologistas superan desde hace meses de forma consistente en las encuestas el umbral del 20% (en las elecciones de 2017 obtuvieron el 8,9%). Esto se debe a que el partido ha sabido posicionarse en las antípodas de AfD en el nuevo clivaje abierto-cerrado que ha creado la cuestión migratoria, llegando por momento a arrinconar a la tradicional disyuntiva izquierda-derecha, en la que Los Verdes siempre se han sentido incómodos. El partido, además, se ha estandarizado y ha moderado de forma significativa su discurso económico. Las fuertes sequías de los dos últimos veranos, que han lastrado a la agricultura y a la economía, y el arraigo de las protestas estudiantiles Fridays for Future ha hecho el resto.

En tercer lugar, se sitúa el recurso a la gran coalición. Esta alianza ha pasado de ser un remedio excepcional para asegurar la gobernabilidad —empleada en tan sólo una ocasión en las cinco primeras décadas de la República Federal— a ser la forma habitual del Ejecutivo en Berlín. Tres de las cuatro legislaturas encabezadas por Merkel han sido coaliciones a priori contra natura de conservadores y socialdemócratas. Se ha normalizado así el rodillo de los dos grandes partidos frente a la oposición y, por el camino, se han desdibujado los programas e idearios de las dos formaciones, lo que ha desencantado a importantes ámbitos de la militancia y alienado a un sector del electorado.

 

Disyuntiva y desgarro

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Armin Laschet en un encuentro celebrado por la Unión Cristianodemócrata. INA FASSBENDER/AFP via Getty Images

En el arranque de 2020, el sistema de partidos alemán se parece cada vez menos al bipartidismo imperfecto de décadas atrás —donde los liberales ejercían de bisagra— y cada vez más a un sistema multipartidista polarizado, con un partido principal en el centro más débil en torno al cual se articulan mayorías de aluvión, con una gran oferta partidista bastante ideologizada, una oposición bilateral (a izquierda y derecha) y partidos antisistema. Con la desventaja añadida de que los alemanes aborrecen la inestabilidad y su clase política carece de experiencia con gobiernos en minoría y geometrías variables.

De mantenerse un equilibrio de fuerzas similar al retratado por las encuestas en los últimos dos años, se vislumbran dos opciones antitéticas de gobierno en Alemania (y un claro riesgo de desgarro para la CDU en ambos casos). Si AfD se mantiene en torno al 15 %, si la CDU y el SPD no logran remontar de sus actuales mínimos y si los tres partidos de izquierdas no consiguen sumar (porque el auge de Los Verdes es a costa de los socialdemócratas y la izquierda), sólo van a ser posibles tripartitos de conservadores y liberales con los Verdes o con la ultraderecha.

Por eso quién esté en el timón de la CDU es fundamental para Alemania (y para Europa). Laschet y Röttgen volverían la vista hacia los Verdes. La alianza entre conservadores y ecologistas, que opera ya en Austria, no es mera aritmética: los conservadores han asumido cada vez más tesis medioambientales y los Verdes se han moderado. Pero con Merz al frente, los ecologistas no serían una opción. Su propuesta es la de girar a la derecha para recuperar a aquellos electores que migraron a AfD. Y no puede descartarse que se replantee acabar con el cordón sanitario para mantener el Ejecutivo. En ambos casos —pero sobre todo en el segundo— los conservadores correrían un grave peligro de fractura, ante la imposibilidad de que todo su espectro ideológico interno asuma cualquiera de las dos alianzas. El dilema de Turingia es sólo el aperitivo.