El Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, señala en un mapa de la península de Yucatán durante la conferencia matutina en el Palacio Nacional en Ciudad de México, México. (Héctor Vivas/Getty Images)

Cuatro países de América Latina habían conseguido romper una larga secuela de fallidas alianzas comerciales en ese continente, pero los sedujo el fervor ideológico.

Desde hace 17 años, cuando ya competía en la arena política por la posición que hoy ocupa, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha repetido un concepto que, básicamente, solo significa algo para él, pero que terminó por regir la política exterior de su gobierno, más como un mantra, un silabeo mágico, antes que una estrategia detallada del ejercicio público. 

Para justificar, o escabullirse de ofrecer explicaciones sobre las extravagancias del jefe del Ejecutivo en su relación con el mundo, se dice: “La mejor política exterior es la interior”. Y eso es todo. 

“Gobierno que tiene prestigio, que tiene resultados, que tiene el respaldo de la mayor parte de la población, puede tener voz y peso en el exterior”, ilustró el canciller  mexicano, Marcelo Ebrard, en enero de 2022, al abundar sobre el significado de esa frase, oración dorada, que es el eje de la política exterior del país estos días. No hay más. López Obrador cree en duendes y fantasmas; también imagina que domina las relaciones internacionales.

El hombre se resiste a viajar fuera del país —es el líder mexicano con menos giras internacionales en los últimos 65 años; intentó, de hecho, vender el avión presidencial; como no pudo, lo arrumbó —, pero tiene, no obstante, grandes ideas para el gobierno global. 

En 2021, propuso, en voz del canciller Ebrard, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, cuya tribuna no ha pisado en cuatro años de mandato, de seis, que le confirió el voto popular, algo que denominó el Plan mundial de fraternidad y bienestar, para dar “vida digna” a 750 millones de personas. Y en 2022, envió al Consejo de Seguridad de la ONU su propuesta para poner fin a la invasión rusa a Ucrania; para esto, invitó como mediadores al primer ministro de la India, Narendra Modi; al Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, y, sorpresa para un par de naciones católicas ortodoxas, al papa Francisco. Sugirió además una tregua de cinco años para que Volodimir Zelensky y Vladímir Putin se saluden y dialoguen. La iniciativa de paz fue ametrallada por las críticas. Hasta el principal asesor del presidente ucraniano la distinguió con su desprecio: Mijailo Podoliak llamó pro ruso a López Obrador.

“Nos respetan. A México lo respetan y al pueblo lo quieren mucho en todas partes”, comentó el presidente el 15 de junio de 2022, cuando tituló su habitual sermón, una conferencia de prensa diaria caracterizada por el escaso apego a la veracidad, con la mentada frase de “la mejor política exterior es la interior”. 

Los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador, y El Salvador, Nayib Bukele, caminan al salir de la conferencia de prensa sobre la iniciativa Plantando Vida en un cuartel militar en Tapachula, México. (Toya Sarno Jordan/Getty Images)

México, afirmó su presidente ese día, “ha recobrado su prestigio, su grandeza, su gloria”; para probarlo, relató el gusto que les dio a los pueblos y autoridades de Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice verlo en persona, en mayo de ese mismo 2022. El periplo incluyó Cuba. Ha sido su única gira al extranjero, además de tres visitas a la Casa Blanca, en Washington. “Muy contentos de que los visitáramos”, fue el resumen de su gran aventura de tres días por Centroamérica. Sonó más como el campesino que relata su primer viaje a la ciudad para saludar a sus parientes que como el mandatario de una nación emergente, una de las 20 economías más grandes del mundo (la número 16); potencia en turismo; socia del bloque comercial más poderoso del planeta; integrante del G20; cuyo territorio posee una de las más ricas biodiversidades del planeta y contiene los vestigios de dos de las culturas más relevantes en la historia humana: olmeca y maya, y que por su vecindad con Estados Unidos, es la opción más pertinente para reubicar una fábrica ante la gran mudanza que obliga el fin de la sociedad entre Occidente y China. 

Locamente millonarios

Correspondió a Gan Kim Yong, ministro de Comercio e Industria de Singapur, celebrar la conclusión de las negociaciones de un tratado comercial entre su país y la Alianza del Pacífico, un club de naciones latinoamericanas integradas en un mercado común y bien dispuestas al libre comercio.

Durante siete años Singapur había mostrado interés en la Alianza que México, Colombia, Chile y Perú constituyeron en 2011. En 2017, ya con carácter de estado asociado, la potencia media asiática se concentró en lo siguiente: el tratado de libre comercio con los aliados latinoamericanos.

WESTIN LIMA HOTEL, LIMA, PERU: De izquierda a derecha: Marcelo Ebrard, Secretario de Asuntos Exteriores de México; Graciela Márquez Colin, Secretaria de Economía de México; Teodoro Ribera, Canciller de Chile; Néstor Popolizio, Canciller de Perú; Edgar Vásquez Vela, Ministro de Comercio Exterior de Perú; Carlos Holmes, Canciller de Colombia y José Manuel Restrepo, Ministro de Comercio, Industria y Turismo de Colombia, en la cumbre de la Alianza del Pacífico en Lima, Perú. (Carlos Garcia Granthon/Getty Images)

El 21 de julio de 2021, el ministro Gan participó en una videoconferencia con sus contrapartes de la Alianza. “Esto manda un poderoso mensaje a la comunidad internacional de que nuestros países siguen abiertos para los negocios”, dijo en una de sus intervenciones. 

Para entonces, Australia, Canadá, Corea del Sur, Costa Rica, Ecuador, Panamá y Nueva Zelanda estaban en fila para convertirse en Estados asociados de la Alianza. Son en total 63 países los que se mantienen como “observadores” del club que, en conjunto, se ubica como la sexta potencia exportadora de bienes en el mundo.

La Alianza, el “nuevo motor de desarrollo de América Latina”, como la definió hace una década el entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos, algo que sonó creíble y fácil de posicionar, era “lo más emocionante” sucediendo en el continente aquellos días, de acuerdo al periódico Financial Times

Apenas el 24 de noviembre de 2022, el canciller mexicano Marcelo Ebrard afirmó: “la Alianza funciona. Las alianzas que no funcionan no tienen solicitudes de ingreso y hoy casi toda la sesión (de ministros de relaciones exteriores del bloque comercial) fue para escuchar a los países que quieren formar parte”.

No es de extrañar entonces que Singapur se apresurara a ser miembro de un grupo tan promisorio. Aunque hoy, el ministro Gan quizá esté desconcertado. Transcurridos apenas 19 meses de su festiva videoconferencia, hay indicios de que el fascinante club al que se unió puede cerrar. 

Patria o mercado libre

A mediados de la década pasada, la Alianza era para México “la herramienta más importante de política exterior para América Latina”, según Natalia Saltalamacchia, una de las inteligencias más reconocidas en materia de relaciones internacionales del país. “El proyecto favorito de (el expresidente) Peña Nieto” en Suramérica, de acuerdo a otra eminente internacionalista mexicana, Olga Pellicer.

La Alianza, siempre ligera en burocracia, franca en su planteamiento de un regionalismo abierto, donde la libre movilidad de productos, servicios, capitales y personas es el eje prioritario, se ideó ajena a temas de gobernanza regional; fue concebida como un instrumento para el comercio, no para la lucha social. Pero, en la realidad política, es innegable que siempre fue vista como una reacción, al menos por parte de México, al liderazgo económico de Brasil en el sur del continente.

La Alianza quiso hacer frente a “distintos experimentos poshegemónicos en la región, respaldados por Argentina, Brasil y Venezuela”, ha escrito el académico Juan Pablo Prado Lallande. 

En su ensayo “La agenda mexicana en América Latina: la Alianza del Pacífico”, Natalia Saltalamacchia refiere que interesado en delimitar un área de influencia, Brasil promovió, en la segunda década del siglo, la narrativa de Suramérica como una región en sí misma, ya no más una gran Latinoamérica. Y de esa zona, naturalmente, México estaba excluido. 

Apenas creada, la Alianza recibió una batería de críticas del presidente brasileño Luiz Inazio Lula da Silva, de Brasil. La señalaba de servir al interés geopolítico de Washington. Para entonces, la vida de Hugo Chávez, presidente de Venezuela, se extinguía y con él languidecía la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), un club de naciones abiertas al libre comercio, pero con boina roja, pues fue concebida por él y Fidel Castro para traficar un gran producto: resistencia al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), algo similar, pero hecho en Washington.

Raúl Castro, Presidente de Cuba, escucha a Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela, durante la inauguración de la cumbre extraordinaria de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) dedicada al control y prevención del ébola en la región, en Habana, Cuba. (Sven Creutzmann/Getty Images)

Lula tenía desde entonces puesto el corazón en el Mercado Común del Sur (Mercosur), que en 1991 inició su evolución hacia una zona arancelaria única entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, y que busca ser un bloque de libre comercio con integración profunda.

En vociferar contra la Alianza, a Lula solía unirse Evo Morales, esos años ya con miras a un tercer periodo como presidente de Bolivia. Para 2015, ya sin Lula en la presidencia de Brasil, Morales insistía en pergeñar grandilocuencias en Twitter: “La Alianza del Pacífico es el proyecto del imperio que quiere resucitar el área de libre comercio de las Américas (ALCA)”. Incluso, acusaba que el acuerdo de integración de México, Colombia, Chile y Perú pretendía “privatizar los servicios básicos”.

Sopa de letras

Había una clara lucha por el territorio suramericano entre dos frentes ideológicos: el neoliberalismo, que tenía en la Alianza del Pacífico su pie de playa, y la izquierda populista que con Lula y Chávez motivaron una oleada de triunfos electorales en las naciones circundantes de líderes políticos con plataformas similares y, pareciera, cada uno con un nuevo organismo aglutinador entre el pecho y la banda presidencial.

Eran los días fastuosos de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), que comenzó operaciones el mismo año que la Alianza, aun cuando se constituyó desde 2008. UNASUR inició con 12 Estados miembros. Tenía la grande pretensión de limar las asimetrías económicas y elevar el bienestar entre las naciones asociadas; querían lo mismo erradicar el analfabetismo, combatir delitos transnacionales, agilizar la migración, cuidar el medio ambiente, construir infraestructura común; hablaban de una “ciudadanía suramericana” y se imaginaron como un frente político, comercial y cultural consolidado ante el mundo. Poseía parlamento y banco propio.  

Antes de una década, UNASUR comenzó a ser abandonada. Hoy solo suma cuatro integrantes, Bolivia, Venezuela, Surinam y Guayana. Cambió de nombre, se hace llamar Prosur. Es tan obsoleta, que hasta Evo Morales se olvidó ya de que existe y el año pasado convocó a crear, como continuidad de aquel bombástico grupo, algo que llama Runasur, que toma la palabra quechua "runa", hombre, y la une con "sur". 

Alberto Fernández, Presidente de Argentina, recibe al Presidente de Colombia, Gustavo Petro, en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Buenos Aires, Argentina. (Pablo Barrera/Getty Images)

Con sorna, los internacionalistas nativos suelen referirse a todo esta lista de asociaciones y sus respectivas siglas como la “sopa de letras latinoamericana” —habría que mencionar también a CELAC, MILA, ALADI, Caricom, Parlacen—. Es el barroco institucional. Cuando dos presidentes latinoamericanos se reúnen componen más letras que Bad Bunny. Ya han llegado al cielo, con la novedosa ALCE, la Agencia Latinoamericana y Caribeña para el Espacio.

Y está por suceder, otra vez, aunque para ello se condene a la Alianza del Pacífico al destino común de todas las anteriores asociaciones mencionadas —con excepción, aún, de Mercosur y CELAC, en esta última, de manera imprevista, China logró meterse—: dejarla activa, pero sin uso; permitir que camine, aunque sin vida; convertirla en un zombi, un muerto que respira, algo que por cierto, es otro entrañable producto regional de exitosa exportación.

Un nuevo plan: la “albita”

Tras múltiples abrazos y una defensa fervorosa del régimen cubano, el 11 de febrero pasado, Andrés Manuel López Obrador concluyó una reunión más con el presidente de aquel país, Miguel Díaz Canel.

La capital del sureño estado de Campeche, a 920 kilómetros de la Habana, sirvió como escenario del encuentro. Fue la cuarta visita de Díaz Canel a México en cuatro años. 

Esta vez el cubano volvió a su patria con la máxima distinción que el gobierno de México entrega a los extranjeros, el Águila azteca, colgada al cuello y en una carpeta bajo el brazo un contrato de compra de piedra caliza, 200.000 toneladas mensuales, para una obra pública faraónica en la península de Yucatán, una vía de tren de 1.460 kilómetros de longitud, que sin preocuparse demasiado por permisos de impacto ambiental, ha empleado más de un decreto presidencial como machete para tumbar selva en los lindes de la reserva ecológica de Calakmul, que se extiende al norte hacia Campeche desde la frontera con Guatemala.

López, por su parte, se fue a su rancho particular, La Chingada, en el vecino estado de Chiapas. El canciller mexicano, Marcelo Ebrard, informó a la prensa que los mandatarios habían decidido convocar a una reunión de países con “agendas progresistas”; una idea que al parecer se les ocurrió ese mismo día.

Tres semanas después, el 2 de marzo, el presidente mexicano precisó la propuesta: habló de un “acuerdo económico-comercial” con selectos países de la región para fomentar el intercambio de mercancías y así revertir los precios de alimentos en cada nación participante.

Los países invitados son: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Chile, Honduras, cuyas presidencias son ocupadas en este momento por políticos del ala izquierda, a quienes López Obrador se refiere como “afines compañeros”. En Campeche, Ebrard mencionó que se incluiría también a Venezuela.

López ha dicho que este nuevo pacto entre naciones será un “plan antiinflacionario de ayuda mutua”. Pero, con excepción de Argentina y Venezuela, ningún otro de los países incluidos afronta problemas graves con la inflación, que comienza a ceder tras un 2022 que fue problemático para todo el mundo en este aspecto.

Hugo Chávez solía mofarse de toda iniciativa de alianza comercial fuera del ALBA; las llamaba “alquitas”, en referencia al ALCA que impulsaba Washington, el cual, como el ALBA, tampoco prosperó. Las veía como herramientas del dominio estadounidense en la región. El plan de López y Díaz-Canel aparenta ser copia del ALBA, podría llamársele, pues, la “albita”.     

El tsunami

El fin de la Alianza del Pacífico, o al menos su predecible debilitamiento, comenzó el día que Pedro Castillo, en Perú, quiso dar el más ridículo de los golpes de Estado que los latinoamericanos, acostumbrados a esos desplantes, han visto en tiempos recientes.

El 7 de diciembre de 2022, el mismo día que el Congreso sesionaría para votar una moción para destituirlo, su tercer intento en 16 meses de gobierno, el presidente del Perú, tragado por la angustia de la espera y sin consultar con nadie, sin tener de su lado a las multitudes, al Ejército, a su gabinete —ni siquiera a uno de los 78 diferentes ministros de los cinco sucesivos gabinetes que nombró en sus 500 días al frente del Ejecutivo—, anunció, en una transmisión en vivo, que disolvía al Congreso, que cerraba las cortes y que comenzaría a gobernar como un autócrata, a fuerza de decretos.

Pedro Castillo, Presidente de Perú, da una rueda de prensa de emergencia ante corresponsales extranjeros acreditados y denuncia un intento de golpe de Estado constitucionalmente sancionado por el fiscal nacional, que lo acusa de liderar una organización criminal, en Lima, Perú. (Carlos García Granthon/Getty Images)

Temblaba tanto que hizo pensar que el primer decreto sería el relativo a su funeral de Estado, porque parecía iba a morir en ese instante fulminado por su audaz estupidez. Antes de dos horas era detenido en la calle por sus propios escoltas, mientras huía por la calles congestionadas de Lima en busca de refugio en la embajada de México.

No hubo entre los líderes del continente quien se indignara con tal fuerza como el presidente de México. Le pareció injusto que no prosperara la intentona de aplastar las instituciones democráticas de Perú. Hasta esta fecha, López Obrador sigue comportándose como un agitador callejero, llama a Castillo presidente y reclama su liberación. Este incidente ha probado cómo su política exterior refleja la interior, pasando por alto lo que la propia ley mexicana dice respecto a la no intervención en asuntos de otros países. Se tornó obsesivo ofendiendo a la presidenta sustituta, Dina Boluarte, electa por el Congreso según dicta la Constitución de su país, al grado que ésta retiró a su embajador de la capital mexicana, el pasado 24 de febrero, dos meses después de declarar persona non grata al representante diplomático de México en Lima y pedirle que se largara.

La Alianza del Pacífico fue arrastrada por este tsunami de sobresaltos, porque el 25 de noviembre de 2022 López Obrador iba a entregar la presidencia pro tempore del club comercial a Castillo. Pero ya la vida institucional del peruano era caótica. El Congreso le había negado el permiso para viajar a México a la reunión de jefes de Estado en que se celebraría ese pase de mando. 

En las horas siguientes, López Obrador, pese a su tradicional reticencia a salir de México, anunció que viajaría a Perú, para allá entregar la presidencia pro tempore a Castillo. Pero siete días después, sin mayores consideraciones, aquel televisó su intentona de golpe de Estado. Hoy está en prisión mientras llega el día de su juicio; quizá lo condenen a 30 años de encierro.  

La profecía

En agosto de 2022, un libro, La Alianza del Pacífico frente a su segunda década, anticipó con precisión, aunque sin ese propósito, qué fracturaría al bloque comercial. “Las presidencias pro tempore han funcionado relativamente bien como base administrativa y cuasi secretariado de la Alianza”, escribieron Juan Pablo Prado Lallande, José Briceño Ruiz y Thomas Legler en el capítulo 2 de la obra. Y consignan: “…hasta la fecha no ha habido un eslabón débil, un país cuyo desempeño como presidente pro tempore haya puesto el proyecto colectivo en riesgo, una maldición de otras instituciones latinoamericanas”.

Cuatro meses después, tal aserto había adquirido carácter de augurio. Por su presidencia pro tempore fue que la maldición latinoamericana alcanzó a la Alianza. La profecía es memoria, tal como alertó el escritor Tzvetan Todorov.

“La Alianza se nos está rompiendo”, me comentó el doctor Prado Lallande a inicios de marzo. Agregó, en entrevista, que a López Obrador no le importa la política exterior; no le interesa la integración económica; no le interesa la Alianza.“Las ideologías van y vienen. Pero los procesos de integración (comercial) no pueden ser tan volátiles”, dijo. Y agregó que en América Latina la integración continúa dependiendo “en demasía de la voluntad política y fervor ideológico en turno, sea de derechas o de izquierda”.   

A Prado, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense, para quien la Alianza del Pacífico es una de sus líneas de investigación predilectas, así como procesos de integración comercial en América Latina y cooperación sur-sur, le parece paradójico que la Alianza se haya “caído” justo cuando los cuatro países fundadores estaban en sintonía: con López en México; Gustavo Petro, en Colombia; Gabriel Boric, en Chile; y Pedro Castillo, en Perú, todos de izquierda.

 “Hay una dificultad permanente en América Latina para consolidar procesos de integración”, comentó Prado. Es común que no se logren “sentar las bases de verdaderas garantías jurídicas, políticas e institucionales”.  Se preguntó: “¿Cómo nos vamos a integrar, cómo a hacer más negocios si nos separamos? Esos terrenos ganados en la Alianza se lograron con mucho esfuerzo, jurídico, migratorio; se puede venir abajo”. Aventuró otra profecía: “Quizá la Alianza se vuelva un zombi. Un mecanismo que exista, de facto, pero que esté ahí olvidado”.

La vuelta de Lula

Veinte años después de su primer periodo como presidente de Brasil, Lula da Silva ha vuelto al puesto. Y viene recargado.

Luiz Inacio Lula da Silva, Presidente de Brasil, llega a la 7ª cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en Buenos Aires, Argentina. (Matias Baglietto/Getty Images)

Ahora, por invitación del propio presidente de México, tendrá la oportunidad de sepultar a la Alianza del Pacífico. El 5 de abril podría desenvainar la hoz, pues se ha fijado esa fecha para una primera reunión virtual de los presidentes, los “afines compañeros” cuyos gobiernos integrarán el llamado plan de ayuda mutua antiinflacionario, la "albita".

“Si a López Obrador no le gusta la Alianza y a Lula tampoco, pues hay puntos de coincidencia”, comentó Prado Lallande. Dijo más: “A Lula no le gusta México, en realidad. No le gusta la Alianza.  Siempre la vio como un alto competidor contra Mercosur. Son mecanismos diferentes, claro”. No descartó que “estemos en un escenario incipiente de un nuevo modelo aglutinador subregional de América Latina”; que se fragüe entre los “afines compañeros” un nuevo modelo; “una Alianza del Sur; nuevos relacionamientos, algo diferente, pero liderado por Brasil”.

El dogma como arancel

Si la política exterior es regida por la interior, de acuerdo al mantra de López Obrador, entonces la Alianza del Pacífico tiene pocas esperanzas de recibir apoyo institucional en México. El suyo es un gobierno nacionalista, mira hacia adentro, hacia el interior; el mundo le interesa poco. Luego, el bloque fue ideado por el personaje político que más detesta, quien lo derrotó en las urnas electorales con mínima diferencia de votos, en 2006, el expresidente Felipe Calderón, algo que no olvida, sobre lo que a diario habla en su cotidiana conferencia de prensa. También porque la Alianza fue gestada por neoliberales —Calderón en México, Santos en Colombia y Piñeira en Chile— y para los seguidores de esa doctrina económica tiene abundancia de denuestos, como para todo aquel que lo contradice o se le opone. 

Si una esperanza hay para la Alianza del Pacífico esa germina en Perú. El 10 de marzo, el Consejo Empresarial del bloque se reunió, al cobijo de la Cámara de Comercio de Lima, para continuar algo que López Obrador se afana en detener: el traspaso de la presidencia pro tempore del grupo.

Para los empresarios, la nueva presidenta pro tempore del Consejo Empresarial de la Alianza es ya la peruana Rosa Bueno de Lercari. Recibió el mando del mexicano Valentín Diez Morodo.

Perú también se apresuró a validar, a finales de febrero, el tratado de libre comercio que la Alianza negoció con Singapur. Se requiere de la aprobación de los otros tres miembros del bloque para que el país asiático entre de lleno a los negocios. 

“Perú puede aprovechar, o al menos lo está intentando, sacar ventaja de este momento de la política exterior”, hizo notar Juan Pablo Prado. En el país hay una crisis, dijo; pero no es un Estado fallido. “¿Qué tal que Perú está relacionándose mejor que México?”

En junio pasado, Corea del Sur inició a negociar un tratado de libre comercio con la Alianza del Pacífico. A Singapur le tomó cuatro años finalizar ese proceso. Por el resquebrajamiento del bloque, la vía podría ser más tortuosa y con ello retrasar inversiones directas o ingreso de divisas por exportaciones a la décima economía del mundo. El peor arancel es el prejuicio. 

Caminos de difícil tránsito son los que recorren en este momento miles de migrantes por América Latina. De Honduras y Venezuela salen los grupos más numerosos que arriban a la frontera sur de México. De Cuba también vienen multitudes; incluso, colombianos comienzan a nutrir oleadas migratorias relevantes.   

Personas de la caravana de migrantes de Centroamérica caminan junto a la autovía, en su rumbo hacia Estados Unidos, cerca de Santo Domingo Zanatepec, México. (Mario Tama/Getty Images)

Con la propuesta de Díaz Canel y López Obrador en mente, la del club de países con “agendas progresistas”, miré la cifras de migrantes irregulares detenidos en 2022 en el municipio de Palenque, Chiapas, territorio donde se ubica el rancho del presidente de México. Aquí el adecuado colofón de esta historia: el 85% de los migrantes irregulares detenidos en los alrededores del rancho La Chingada durante el año 2022, provienen, en orden decreciente, de: Honduras, Venezuela, Cuba, Colombia, Brasil, Chile, Bolivia y Argentina. Sumaron 7.823 individuos.

Palenque, con 9.189 casos totales en 2022, fue el cuarto municipio que más detenciones de migrantes irregulares registró en Chiapas, entidad de México donde a su vez ocurre el mayor número de aprehensiones en el país. Puesto el ojo solo en Palenque, es dable decir que los gobiernos con los que López Obrador prefiere tratar, por ser afines a su ideología, obligaron a 7.823 seres humanos a arriesgar la vida por caminos rotos, plagados de policías corruptos y otras especies de delincuentes, hacia un Norte que imaginan próspero; no llegaron más lejos que donde está su rancho, en el sur profundo de México. Allí, entonces, debiera realizarse un primer encuentro para dialogar sobre cuán eficaces son los gobiernos con “agenda progresista” para mantener a sus contribuyentes huyendo hacia naciones que ellos sueñan más libres y más justas.