El lago artificial de Qaraoun en el Valle de la Bekaa, Líbano, abril de 2014.
El lago artificial de Qaraoun en el Valle de la Bekaa, Líbano, abril de 2014.

La crisis humanitaria de Líbano forma parte de un frente climático regional.

Líbano se encuentra en primera línea de una de las regiones más conflictivas del mundo, rodeado por la guerra civil de Siria, las tensiones entre Israel y Palestina y ahora la guerra de la Coalición contra el Estado Islámico.

En especial, desde el comienzo de las hostilidades sirias, en 2011, más de un millón de refugiados han huido a este país de 4 millones de habitantes. En un territorio que equivale a la isla de Puerto Rico, la Agencia para los Refugiados de la ONU proyecta que la cifra podría llegar a 1,5 millones a final de año.

Líbano y las comunidades libanesas de todas las confesiones religiosas han demostrado una extraordinaria generosidad ante esta inmensa carga. No obstante, la población añadida aumenta de forma increíble la demanda de recursos locales y servicios públicos, sobre todo el agua.

Resulta inoportuno, pues, que en el último año el país haya vivido tal vez la peor sequía que se recuerda, que ha supuesto un duro golpe para el suministro de agua en la región. Según la Organización Meteorológica Mundial, el verano de 2014 ha sido en todo el mundo el más cálido de la historia. En Líbano, el invierno pasado -la estación lluviosa- no tuvo más que la mitad de las lluvias normales, y prácticamente nada de nieve.

Sin precipitaciones para reponer las capas freáticas, los recursos hídricos está empezando a escasear precisamente cuando más se necesita. El mes pasado, un gran estudio medioambiental demostró que, en varias regiones importante, el nivel de los acuíferos subterráneos se había reducido a la mitad, y que los arroyos, las presas y los pantanos de todo el país también tenían un volumen peligrosamente bajo. Cuando trabajé en Líbano, a finales de los 90, era impensable que pudiera haber tal desabastecimiento de agua. Se calcula que asegurar un suministro aceptable va a costar nada menos que 1.300 millones de dólares (unos 1.000 millones de euros).

El agua, por supuesto, es necesaria para vivir. Cuando es escasa, y normalmente también cara, aumentan las presiones socioeconómicas: se limitan los cultivos, las industrias que utilizan mucho este recurso pierden beneficios, y la salud y el bienestar de los grupos más vulnerables suelen empeorar de golpe.

Esta situación agudiza las dificultades para los refugiados -que hoy forman ya un grupo demográfico crucial en Líbano- y para las comunidades libanesas que los acogen. De hecho, aunque hay refugiados en todo el país, la mayoría de ellos está en 242 comunidades, cuyos residentes ya vivían bajo el umbral de pobreza antes de la guerra de Siria. Es inevitable que la rivalidad entre los habitantes locales y los refugiados a la hora de obtener empleos y servicios públicos engendre tensiones sociales.

Además, los ataques realizados recientemente contra Arsal -una ciudad libanesa fronteriza con Siria- por el EI y el Frente al Nusra, afiliado a Al Qaeda ...