The 9/11 Commission Report.
Final Report of the National Commission on Terrorist
Attacks upon the United States
(Informe de la Comisión sobre el 11-S. Informe final sobre los
ataques terroristas contra EE UU)

567 págs., Norton, Nueva York y Londres, 2004 (en inglés).


Pocos informes oficiales llegan a las listas de los libros más vendidos
en Estados Unidos y en el Reino Unido. El caso del Informe de la Comisión
independiente sobre el 11-S en EE UU, con sus apretadas 567 páginas,
está más que justificado, aunque pueda encontrarse de forma gratuita
en Internet (www.9-11commission.gov). Es un libro lleno de información,
bien escrito y con un buen aparato conceptual. Por detrás se nota la
mano de Philip Zelikow, director del equipo asesor de casi ochenta personas
que ha apoyado a los 10 miembros –cinco republicanos y cinco demócratas– de
la Comisión Nacional sobre los Ataques Terroristas contra los Estados
Unidos. Así se trabaja con rigor y seriedad. A lo largo de dos años
se han leído 2,5 millones de páginas y entrevistado a 1.200 individuos.
El resultado es un relato ameno, pormenorizado y profundo.

El informe contiene excelentes lecciones sobre cómo funciona el Ejecutivo
en EE UU y la pérdida de peso del Departamento de Estado en beneficio
del Pentágono, un "imperio" con un presupuesto superior
al PIB de Rusia y de la Casa Blanca. O sobre cómo, para ganar la guerra
fría, EE UU armó a combatientes islamistas en Afganistán
y luego, tras la derrota soviética y la caída del muro de Berlín,
los olvidó, aunque Al Qaeda y otros grupos –en lo que fue una "asimetría
cultural" de unos Estados Unidos que se sentían vencedores– siguieron
desarrollándose sobre ese caldo de cultivo y la globalización.
Mientras,
EE UU siguió su "relación amorosa con la tecnología",
que se convirtió en uno de sus activos, pero también, como quedó demostrado
el 11 de septiembre de 2001, en un pasivo.

Es también el relato de "una organización lista para aprovechar
el momento histórico": Al Qaeda. Queda patente que el nuevo terrorismo
islamista (pues es nuevo, aunque no naciera el 11-S) es un fenómeno
moderno, que se diferencia del terrorismo tradicional en varios aspectos clave:
suicida; formado por células durmientes (de las que puede haber centenares
en EE UU, aunque los autores materiales del 11-S vinieran casi todos de fuera);
no admite el diálogo ni busca la negociación, pero tiene objetivos
geoestratégicos, si bien cambiantes; es paciente y planifica con cuidado,
y a veces años de antelación, sus operaciones, que también
sabe suspender ante el riesgo de fracaso; que no diferencia entre objetivos
civiles y otros, ni habla de "daños colaterales", pues los
civiles son su objetivo primario. Y además, resulta barato. La planificación
y ejecución del 11-S costó entre 400.000 y 500.000 dólares,
según la Comisión, que aún desconoce el origen de estos
fondos. Poco, en comparación con los de 10 a 20 millones de dólares
anuales que Bin Laden entregaba a los talibanes para asegurarse su santuario
en Afganistán. El objetivo no es EE UU, o no sólo, sino muchos
regímenes que apoya Washington, con lo que "EE UU se encuentra
atrapado en un choque en el seno de una civilización" y con un
enemigo doble: Al Qaeda como red sin Estado de terroristas, y un movimiento
radical ideológico en el mundo islámico.

Dentro de EE UU, el ataque del 11-S "cayó en el vacío
entre las amenazas externas y las internas", sin que los servicios ni
los medios policiales u otros estuvieran preparados, pese a los avisos previos:
fundamentalmente, el primer ataque contra el World Trade Center de Nueva York
el 26 de febrero de 1993, y, posteriormente, las amenazas del Milenio o los
ataques contra el buque USS Cole frente a Yemen o embajadas de EE UU en África.
La Administración Clinton cometió fallos y errores, pero quizá lo
más original, que reconocen sus responsables, es no haber hecho público
a tiempo lo que se sabía sobre la amenaza de Bin Laden y su organización,
pues así se mermaron las posibilidades de movilización nacional
e internacional en su contra. La Administración Bush directamente desmovilizó la
lucha contra este terrorismo a la que no prestó la atención debida,
incluso en el verano de 2001, cuando ya, según el entonces director
de la CIA, George Tenet, "el sistema parpadeaba en rojo".

Los fallos derivados de tensiones entre servicios de información son
notables, y el deterioro de los filtros de seguridad, cada vez más en
manos privadas, también. Por ello, la Comisión recomienda crear
un Centro Nacional Antiterrorista, dirigido por un civil, y un nuevo director
de Inteligencia Nacional para combinar la inteligencia de todas las agencias
con una capacidad de acción conjunta. Esta recomendación ha sido
aceptada por Bush. No así otras, que apoya Kerry, entre ellas, la creación
de un consejo en el seno del Ejecutivo para supervisar la aplicación
de las propuestas y de la defensa de las libertades civiles en
EE UU, pues ésta es también una gran preocupación para
la Comisión, además de buscar las causas cercanas y remotas de
este nuevo terrorismo, lo que lleva a rechazar el concepto de "guerra
contra el terrorismo" para alejarse de un mal genérico y pedir
una definición más específica de la amenaza. La Comisión
elabora así recomendaciones, no sólo organizativas sino políticas,
para hacerles frente, incluida una "estrategia preventiva", más
diplomática que militar, y la revisión de algunas constantes
de la política exterior estadounidense.

Aporta elementos nuevos, aunque muchos se conocieran a través de los
múltiples libros que se han publicado desde entonces sobre estas cuestiones.
Se echan en falta datos mayores, como los referentes a la salida de saudíes
del país en las horas y días posteriores al 11-S: la Comisión
no ha encontrado pruebas. Es el precio a pagar en aras de la unanimidad que
ha apoyado este informe, que concluye que hubo fallos de "imaginación,
política, capacidades y gestión". Aun así, no es
nada seguro que incluso si se hubieran atendido las alarmas se hubiera podido
evitar el atentado. Pero esta Comisión, con el aparato que la ha acompañado,
ha demostrado capacidad de investigación y dejado atrás buen
número de otros libros con autores más famosos. Servirá de
pauta para toda otra comisión de investigación.

CRÍTICAS DE LOS LIBROS MÁS DESTACADOS PUBLICADOS EN EL MUNDO.

La mejor lectura del 11-S. Andrés Ortega


The 9/11 Commission Report.
Final Report of the National Commission on Terrorist Attacks upon the United
States
(Informe de la Comisión sobre el 11-S. Informe final sobre los ataques
terroristas contra EE UU)

567 págs., Norton, Nueva York y Londres, 2004 (en inglés).


Pocos informes oficiales llegan a las listas de los libros más vendidos
en Estados Unidos y en el Reino Unido. El caso del Informe de la Comisión
independiente sobre el 11-S en EE UU, con sus apretadas 567 páginas,
está más que justificado, aunque pueda encontrarse de forma gratuita
en Internet (www.9-11commission.gov). Es un libro lleno de información,
bien escrito y con un buen aparato conceptual. Por detrás se nota la
mano de Philip Zelikow, director del equipo asesor de casi ochenta personas
que ha apoyado a los 10 miembros –cinco republicanos y cinco demócratas– de
la Comisión Nacional sobre los Ataques Terroristas contra los Estados
Unidos. Así se trabaja con rigor y seriedad. A lo largo de dos años
se han leído 2,5 millones de páginas y entrevistado a 1.200 individuos.
El resultado es un relato ameno, pormenorizado y profundo.

El informe contiene excelentes lecciones sobre cómo funciona el Ejecutivo
en EE UU y la pérdida de peso del Departamento de Estado en beneficio
del Pentágono, un "imperio" con un presupuesto superior
al PIB de Rusia y de la Casa Blanca. O sobre cómo, para ganar la guerra
fría, EE UU armó a combatientes islamistas en Afganistán
y luego, tras la derrota soviética y la caída del muro de Berlín,
los olvidó, aunque Al Qaeda y otros grupos –en lo que fue una "asimetría
cultural" de unos Estados Unidos que se sentían vencedores– siguieron
desarrollándose sobre ese caldo de cultivo y la globalización.
Mientras,
EE UU siguió su "relación amorosa con la tecnología",
que se convirtió en uno de sus activos, pero también, como quedó demostrado
el 11 de septiembre de 2001, en un pasivo.

Es también el relato de "una organización lista para aprovechar
el momento histórico": Al Qaeda. Queda patente que el nuevo terrorismo
islamista (pues es nuevo, aunque no naciera el 11-S) es un fenómeno
moderno, que se diferencia del terrorismo tradicional en varios aspectos clave:
suicida; formado por células durmientes (de las que puede haber centenares
en EE UU, aunque los autores materiales del 11-S vinieran casi todos de fuera);
no admite el diálogo ni busca la negociación, pero tiene objetivos
geoestratégicos, si bien cambiantes; es paciente y planifica con cuidado,
y a veces años de antelación, sus operaciones, que también
sabe suspender ante el riesgo de fracaso; que no diferencia entre objetivos
civiles y otros, ni habla de "daños colaterales", pues los
civiles son su objetivo primario. Y además, resulta barato. La planificación
y ejecución del 11-S costó entre 400.000 y 500.000 dólares,
según la Comisión, que aún desconoce el origen de estos
fondos. Poco, en comparación con los de 10 a 20 millones de dólares
anuales que Bin Laden entregaba a los talibanes para asegurarse su santuario
en Afganistán. El objetivo no es EE UU, o no sólo, sino muchos
regímenes que apoya Washington, con lo que "EE UU se encuentra
atrapado en un choque en el seno de una civilización" y con un
enemigo doble: Al Qaeda como red sin Estado de terroristas, y un movimiento
radical ideológico en el mundo islámico.

Dentro de EE UU, el ataque del 11-S "cayó en el vacío
entre las amenazas externas y las internas", sin que los servicios ni
los medios policiales u otros estuvieran preparados, pese a los avisos previos:
fundamentalmente, el primer ataque contra el World Trade Center de Nueva York
el 26 de febrero de 1993, y, posteriormente, las amenazas del Milenio o los
ataques contra el buque USS Cole frente a Yemen o embajadas de EE UU en África.
La Administración Clinton cometió fallos y errores, pero quizá lo
más original, que reconocen sus responsables, es no haber hecho público
a tiempo lo que se sabía sobre la amenaza de Bin Laden y su organización,
pues así se mermaron las posibilidades de movilización nacional
e internacional en su contra. La Administración Bush directamente desmovilizó la
lucha contra este terrorismo a la que no prestó la atención debida,
incluso en el verano de 2001, cuando ya, según el entonces director
de la CIA, George Tenet, "el sistema parpadeaba en rojo".

Los fallos derivados de tensiones entre servicios de información son
notables, y el deterioro de los filtros de seguridad, cada vez más en
manos privadas, también. Por ello, la Comisión recomienda crear
un Centro Nacional Antiterrorista, dirigido por un civil, y un nuevo director
de Inteligencia Nacional para combinar la inteligencia de todas las agencias
con una capacidad de acción conjunta. Esta recomendación ha sido
aceptada por Bush. No así otras, que apoya Kerry, entre ellas, la creación
de un consejo en el seno del Ejecutivo para supervisar la aplicación
de las propuestas y de la defensa de las libertades civiles en
EE UU, pues ésta es también una gran preocupación para
la Comisión, además de buscar las causas cercanas y remotas de
este nuevo terrorismo, lo que lleva a rechazar el concepto de "guerra
contra el terrorismo" para alejarse de un mal genérico y pedir
una definición más específica de la amenaza. La Comisión
elabora así recomendaciones, no sólo organizativas sino políticas,
para hacerles frente, incluida una "estrategia preventiva", más
diplomática que militar, y la revisión de algunas constantes
de la política exterior estadounidense.

Aporta elementos nuevos, aunque muchos se conocieran a través de los
múltiples libros que se han publicado desde entonces sobre estas cuestiones.
Se echan en falta datos mayores, como los referentes a la salida de saudíes
del país en las horas y días posteriores al 11-S: la Comisión
no ha encontrado pruebas. Es el precio a pagar en aras de la unanimidad que
ha apoyado este informe, que concluye que hubo fallos de "imaginación,
política, capacidades y gestión". Aun así, no es
nada seguro que incluso si se hubieran atendido las alarmas se hubiera podido
evitar el atentado. Pero esta Comisión, con el aparato que la ha acompañado,
ha demostrado capacidad de investigación y dejado atrás buen
número de otros libros con autores más famosos. Servirá de
pauta para toda otra comisión de investigación.