
El riesgo de muerte en las primeras semanas de vida está estrechamente relacionado con las deficiencias en los sistemas de salud y con la pobreza. ¿Qué está haciéndose al respecto? ¿Cuáles son los principales desafíos?
Las dos primeras décadas del siglo XXI están caracterizándose por una verdadera revolución biosanitaria, que se ha traducido en avances inéditos y asombrosos en los indicadores globales de salud, particularmente en lo que respecta a la mortalidad infantil. De hecho, nunca en la historia de la humanidad las posibilidades de sobrevivir de un recién nacido en este planeta han sido mayores que las que observamos hoy. Para nuestra fortuna, la mortalidad infantil en los países ricos se ha convertido en un hecho prácticamente anecdótico, y el número de muertes prematuras en la edad infantil ha ido menguando a nivel global de forma progresiva y constante, pasando de los más de 17 millones de muertes anuales al principio de los 70 a los menos de 6 millones actuales, o lo que es lo mismo, menos del 5% de los aproximadamente 130 millones de nacimientos anuales.
Estos impresionantes progresos, sin precedentes en la historia de la humanidad, son el resultado de circunstancias excepcionales y de la suma de muchos esfuerzos a escala nacional e internacional. Sin embargo, los avances pueden explicarse en gran medida gracias al efecto catalizador del establecimiento en 2000 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), una serie de metas ambiciosas acordadas por los gobiernos de los 191 países miembros de Naciones Unidas diseñadas para luchar de forma global contra la pobreza, el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, la degradación medioambiental y la discriminación de género.
En relación a la mortalidad infantil, muchos países consiguieron reducirla en el periodo entre 1990 y 2015 en un mínimo de dos tercios en relación a los indicadores, tal y como estipulaba el ODM número 4, aunque el objetivo a nivel global no fuese alcanzado y el progreso fuera desigual según las zonas geográficas. El empuje y tracción resultante de los ODM para disminuir las muertes infantiles ha sido relevado por los más recientes Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y en concreto por el ODS 3.2, que propone una nueva meta si cabe aún más ambiciosa para 2030, lo que debería ser entendido como una nueva oportunidad para salvar millones de vidas.
Es importante destacar que esta tan aplaudida mejoría en la supervivencia infantil ofrece unos matices importantes. Desde un punto de vista geográfico y socioeconómico, y a pesar de que las reducciones se han visto confirmadas en todos los continentes, es cierto que estas disminuciones han sido mucho más modestas en países de baja o media renta, y en particular en el continente africano, donde las cifras de muertes prematuras en niños siguen siendo descorazonadoras. No es ninguna coincidencia que casi un 99% de las muertes infantiles se circunscriban a estos entornos, un recordatorio estridente de las muchas inequidades que influencian ...
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