El Kremlin está fomentando una cultura de patriotismo con tintes militares, en parte para obtener apoyos a las intervenciones armadas en el extranjero. Este sentimiento nace del orgullo y la nostalgia del pasado de Rusia como potencia mundial. Sin embargo, la posibilidad de que los nacionalistas de extrema derecha se adueñen de él debería preocupar a Moscú.

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La gente sostiene carteles del presidente Vladimir Putin mientras participan en un mitin para celebrar un año de la anexión de Crimea. (Alexander Utkin/AFP/Getty Images)

¿Cuál es la novedad? En los últimos años, el gobierno ruso ha llevado a cabo una política de movilización patriótica, consistente en fomentar el orgullo nacional, conmemorar las victorias militares del pasado y promover una visión de Rusia como potencia mundial renacida. Aunque no es el único país en emprender un proyecto así, en su caso destacan la dimensión y la relación con la nueva y agresiva política exterior rusa.

¿Por qué es importante? Para el presidente Vladimir Putin, la movilización patriótica es una forma de afianzar su poder y construir apoyo popular para las intervenciones militares en otros países, cercanos y no tan cercanos. Sin embargo, el Kremlin puede perder el control de la movilización, sobre todo con el ascenso de los movimientos de extrema derecha que convierten el amor al país en patrioterismo étnico y cometen actos violentos.

¿Qué hay que hacer? El creciente sentimiento nacionalista, como la agresividad en el extranjero, es seguramente una característica indisoluble de la política rusa actual. Los países occidentales deben tratar de comprender los motivos de queja que lo engendraron después de la Guerra Fría y ser conscientes de que alcanza a todo el espectro de la sociedad rusa. El Kremlin tendría que dejar de hacer concesiones a los grupos nacionalistas de extrema derecha si no quiere que conduzcan la política rusa por caminos peligrosos.

Desde los primeros años de este siglo, Rusia ha vivido el renacimiento de la movilización reivindicando la identidad rusa. No es un renacer espontáneo, sino que se apoya en un esfuerzo coordinado del Estado para imbuir valores patrióticos, ensalzar el pasado militar de Rusia y fomentar la reaparición de Moscú como potencia mundial. Aunque no carece de detractores dentro del país, esta movilización parece haber contribuido a que los ciudadanos corrientes respalden la política exterior y la creciente agresividad de Moscú, incluidos su pulso cada vez más resentido con Occidente y las intervenciones en países del antiguo espacio soviético y más allá. Es muy probable que este sentimiento facilitara la movilización de voluntarios rusos para luchar contra los separatistas respaldados por Moscú en el este de Ucrania. Y dentro de la propia Rusia, da la impresión de que ha tenido peligrosos efectos secundarios, ha reforzado el sentimiento ultranacionalista y ha impulsado a los grupos violentos de extrema derecha. El presidente Vladimir Putin, que comienza ahora su cuarto mandato, debería tratar de controlar ambos.

El aumento del patriotismo es una característica de los movimientos populistas en alza en todo el mundo. En ese sentido, no es un fenómeno exclusivamente ruso. Igualmente, que el Estado ensalce a los militares es habitual, y ocurre también en varios países occidentales y en la periferia inmediata. Y ni Rusia ni otros países tienen un monopolio del concepto. Los ciudadanos, a veces, expresan su sentimiento de pertenencia a la nación de maneras que no encajan muy bien con la versión aprobada por las autoridades. Este tira y afloja se desarrolla en forma de batalla por la memoria histórica, por la identidad de Rusia y por su lugar en el mundo. El resultado es la división entre aquellos a los que el Estado considera patriotas y los que no.

Aun así, lo que sí es digno de mención son los decididos esfuerzos del gobierno ruso para alimentar este sentimiento, su escala y su ambición. El Estado ha reclutado a las escuelas, los grupos de la sociedad civil y la Iglesia Ortodoxa, entre otros, para su campaña dirigida a inculcar esos valores. Existen fondos federales a disposición de diversos grupos, como las organizaciones de veteranos de guerra, para que ayuden al Estado a promover su proyecto de orgullo nacional. Aunque, en los últimos 18 años, ha habido sucesivas campañas de movilización patriótica con esas mismas aspiraciones, el foco de atención ha evolucionado, y cada vez se pone más énfasis en las actividades militares y el orgullo que suscitan las fuerzas armadas. Los jóvenes participan de forma habitual en recreaciones de batallas o se inscriben en entrenamientos de tipo militar.

Es importante conocer las raíces de la movilización patriótica de Rusia. En parte surgió como reacción a la percepción de Moscú de que, tras el fin de la Guerra Fría, Occidente humilló a Rusia cuando se entrometió en su esfera de influencia y exigió que se adaptase a la visión occidental de la seguridad mundial. Este movimiento de reivindicación nacional creciente influye en cómo ven los rusos no solo el mundo exterior sino la propia política exterior del Kremlin. El orgullo por el papel de Rusia en la derrota del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial ha influido en la percepción de las guerras en las que participa hoy Moscú, en especial la del este de Ucrania, y ha llevado a considerar estos nuevos enfrentamientos como continuaciones de la larga tradición rusa de luchar contra el fascismo.

Los esfuerzos del Estado para inspirar el sentimiento nacional coinciden con una política cada vez más agresiva de Rusia en el extranjero, con intervenciones militares en escenarios próximos —Ucrania— y lejanos —Siria—. Aunque no está claro hasta qué punto las campañas patrióticas facilitan esas intervenciones, sí parece que contribuyen a que esas intervenciones militares tengan un coste menor para el Kremlin en casa. Las organizaciones de veteranos y otras que promueven el patriotismo ayudaron a movilizar a voluntarios para luchar en el este de Ucrania. Y el hecho de que el Kremlin presentara al gobierno de Kiev —que contaba con el respaldo de Occidente— como una especie de junta nazi también motivó a los que se alistaban. Es posible que el creciente sentimiento patriótico ayudara también a neutralizar o compensar —al menos provisionalmente— el impacto político de las medidas internacionales de castigo, como las sanciones.

Hay poco que puedan hacer las potencias occidentales para invertir esta tendencia. Pero deben mantener relaciones con los sectores más amplios posibles de la sociedad rusa, a través de intercambios culturales, educativos o científicos. También deberían intentar tener en cuenta el factor del patriotismo en alza a la hora de elaborar políticas, comprender el profundo sentimiento de agravio que está en su origen y tratar de comunicar lo mejor posible los objetivos de estrategias como las sanciones, pese a que las políticas de ese tipo siempre serán malinterpretadas, por muy bien que se expliquen.

El estallido del sentimiento patriótico puede tener repercusiones más allá de la política exterior rusa. Esta movilización tiende a fortalecer la cohesión nacional, aunque suele hacerlo frente a un enemigo común. Sin embargo, el nacionalismo, que es su apéndice ideológico y también está en aumento, en parte gracias a las campañas patrióticas del Kremlin y su benevolencia con los grupos de extrema derecha, puede dar el resultado contrario y crear unas divisiones sociales que pongan en peligro un Estado de tanta diversidad étnica como la Federación Rusa. El ascenso de movimientos nacionalistas opuestos al Kremlin y la violencia de los grupos etno-nacionalistas hacen pensar que el gobierno corre el riesgo de crear un fenómeno que escape a su control. Ahora que el presidente Putin inicia su cuarto mandato debería encauzar esas fuerzas para que la presión nacionalista no limite las opciones políticas del gobierno e incluso encamine al Kremlin en una dirección más peligrosa, tanto dentro como fuera de sus fronteras.

Este artículo es un extracto del informe de International Crisis Group Patriotic mobilisation in Russia

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia