
El desafío de que la igualdad de género en Brasil no debería ser un valor vacío sino una verdadera práctica.
“Vaca, puta, vagabunda…”. El pasado marzo, estos gritos ofensivos se mezclaron al sonido de las caceroladas que brotaron de forma espontánea en todo Brasil durante el discurso televisivo de la presidenta Dilma Rousseff, desde São Paulo hasta Brasilia, desde Rio de Janeiro hasta Porto Alegre, Recife y Fortaleza. Ocurría una semana antes de que la marcha a favor del impeachment de Dilma arrastrara a las calles a unos dos millones de brasileños, según el diario O Globo (menos de la mitad, según Datafolha, el instituto de investigaciones electorales del periódico Folha de S. Paulo).
Lo llamativo de esta protesta, protagonizada por la clase media de un país que está entrando lenta pero irreversiblemente en una crisis económica severa, es el tono injurioso y agresivo que los indignados reservaron a la primera mujer que lidera Brasil.
No era la primera vez que Dilma es blanco de improperios. Durante la ceremonia de inauguración del Mundial de Fútbol, en junio del año pasado, Rousseff fue abucheada y vilipendiada desde los sectores vip del estadio de São Paulo. Una escena que se repetiría varias veces a lo largo de la competición futbolística más importante del mundo.
“Brasil es un país bastante machista, donde las mujeres deben permanecer en alerta todo el tiempo para no sufrir violencia. Y muchas veces, a pesar de esto, no consiguen evitarla”, declara a esglobal Maíra Kubík, doctora en Ciencias Sociales y profesora de Género y Diversidad en la Universidad de Salvador de Bahía.
Entre 1980 y 2010, más de 92.000 mujeres fueron asesinadas en Brasil, según los datos del Mapa de Violencia. Además, unas 527.000 personas son violadas cada año, según un estudio del Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea). El 88,5% son mujeres. De estos casos, apenas el 10% llega a ser denunciado en comisaría. Al mismo tiempo, el 78% de las entrevistadas en un estudio del instituto Data Popular, asegura haber sufrido algún tipo de acoso: un abordaje ofensivo o violento en un bar o discoteca, o ser besada a la fuerza. Tres de cada 10 mujeres reconocen que han sido acosadas físicamente en el transporte público.
“Se necesita mucho valor para gritar a pleno pulmón que alguien es una “vaca” desde la ventana de su piso, con todos los vecinos y los transeúntes mirando en la calle”, escribe en su blog el periodista y profesor universitario Leonardo Sakamoto. “Valor o la certeza de que nada va a acontecer. Porque a lo mejor la persona sabe que vivimos en una sociedad misógina, que premia ese tipo de comportamiento. Una sociedad que es incapaz de hacer críticas o demostrar insatisfacción e indignación sin invocar las cuestiones de género. Llamar “vaca” no es hacer un análisis ...
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