La política exterior debe volver a ocuparse de las ideas y los valores, y cambiar su forma de actuar. En el futuro tendrá que basarse, sobre todo, en el diálogo, y no en la simple afirmación de los valores occidentales. España, como otros países, necesita un nuevo tipo de diplomacia y de diplomáticos.
En los últimos tres años ha quedado más clara la índole de las nuevas prioridades de la seguridad internacional y los retos que plantean a los ejecutores de la política exterior. Entre éstas se incluyen el terrorismo internacional, la proliferación de las armas de destrucción masiva (ADM), los Estados fallidos, el crimen organizado, la degradación medioambiental, la escasez de recursos, la pobreza y la emigración masiva. Aun cuando se reconoce la importancia de estos temas, no todos se consideran problemas para la seguridad. Resulta, sin embargo, esencial entender que los asuntos relacionados con esta cuestión no son sólo aquellos que atañen a las armas, a la violencia explícita o a las soluciones militares/policiales, sino también aquellos que podrían amenazar el bienestar económico o la integridad física de los ciudadanos. Esto adquiere mayor importancia dada la tendencia que, desde que se declaró la guerra contra el terrorismo, muestran los gobiernos occidentales a conceder una prioridad abrumadora a las cuestiones relacionadas con la seguridad, mientras se relegan otras a un segundo o incluso a un tercer nivel de importancia. Sin embargo, a medio y largo plazo, estas otras cuestiones podrían plantear riesgos considerablemente mayores que los que plantea el terrorismo.
Los temas de la agenda de la seguridad internacional comparten varios rasgos. Están interrelacionados, y se refuerzan mutuamente de muchas maneras, no siempre de una forma directa. En consecuencia, no es posible aislarlos y tratarlos por separado. Exigen una estrategia integrada y holística. Para ninguno existe una respuesta o solución directa. Todos ellos tienen un carácter global, tanto en su alcance como en sus consecuencias, de las que ningún país, ni ningún grupo regional de países, puede aislarse. Y ningún Estado por sí mismo, ni siquiera la única superpotencia mundial, posee los recursos para abordarlos en solitario.
Estos asuntos sólo pueden tratarse mediante una amplia colaboración a la que se incorporen regiones y países de diferentes culturas e ideologías políticas. Pero la cooperación con otros gobiernos, o incluso con élites políticas no es suficiente. Para que sea un éxito tiene que extenderse, de una manera más amplia, a otras sociedades, así como en las nuestras. Hay que decir, por último, que los gobiernos y sus agentes (es decir, los diplomáticos) no siempre serán los interlocutores más idóneos, sino más bien lo contrario.
Dos ejemplos son suficientes para exponer claramente lo que queremos decir: el terrorismo internacional y las enfermedades epidémicas. Cabría establecer que los objetivos clave de la confrontación con el terrorismo islamista internacional consisten en abortar los ataques, detener o dar muerte a los terroristas y desmantelar sus redes, reducir su capacidad de reclutamiento y de conseguir financiación, y marginarlos dentro de ...
En los últimos tres años ha quedado más clara la índole de las nuevas prioridades de la seguridad internacional y los retos que plantean a los ejecutores de la política exterior. Entre éstas se incluyen el terrorismo internacional, la proliferación de las armas de destrucción masiva (ADM), los Estados fallidos, el crimen organizado, la degradación medioambiental, la escasez de recursos, la pobreza y la emigración masiva. Aun cuando se reconoce la importancia de estos temas, no todos se consideran problemas para la seguridad. Resulta, sin embargo, esencial entender que los asuntos relacionados con esta cuestión no son sólo aquellos que atañen a las armas, a la violencia explícita o a las soluciones militares/policiales, sino también aquellos que podrían amenazar el bienestar económico o la integridad física de los ciudadanos. Esto adquiere mayor importancia dada la tendencia que, desde que se declaró la guerra contra el terrorismo, muestran los gobiernos occidentales a conceder una prioridad abrumadora a las cuestiones relacionadas con la seguridad, mientras se relegan otras a un segundo o incluso a un tercer nivel de importancia. Sin embargo, a medio y largo plazo, estas otras cuestiones podrían plantear riesgos considerablemente mayores que los que plantea el terrorismo.
Los temas de la agenda de la seguridad internacional comparten varios rasgos. Están interrelacionados, y se refuerzan mutuamente de muchas maneras, no siempre de una forma directa. En consecuencia, no es posible aislarlos y tratarlos por separado. Exigen una estrategia integrada y holística. Para ninguno existe una respuesta o solución directa. Todos ellos tienen un carácter global, tanto en su alcance como en sus consecuencias, de las que ningún país, ni ningún grupo regional de países, puede aislarse. Y ningún Estado por sí mismo, ni siquiera la única superpotencia mundial, posee los recursos para abordarlos en solitario.
Estos asuntos sólo pueden tratarse mediante una amplia colaboración a la que se incorporen regiones y países de diferentes culturas e ideologías políticas. Pero la cooperación con otros gobiernos, o incluso con élites políticas no es suficiente. Para que sea un éxito tiene que extenderse, de una manera más amplia, a otras sociedades, así como en las nuestras. Hay que decir, por último, que los gobiernos y sus agentes (es decir, los diplomáticos) no siempre serán los interlocutores más idóneos, sino más bien lo contrario.
Dos ejemplos son suficientes para exponer claramente lo que queremos decir: el terrorismo internacional y las enfermedades epidémicas. Cabría establecer que los objetivos clave de la confrontación con el terrorismo islamista internacional consisten en abortar los ataques, detener o dar muerte a los terroristas y desmantelar sus redes, reducir su capacidad de reclutamiento y de conseguir financiación, y marginarlos dentro de ...
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