Mohamed VI en el Kremlin, Moscú, en 2016. (Alexander Nemenov/AFP/Getty Images)

El soberano alauí ha inaugurado una nueva era en las relaciones exteriores de Marruecos, marcada por la diversificación de socios y orientaciones. Con el Sáhara Occidental muy presente, el distanciamiento de la familia árabe y el entierro del proyecto de integración magrebí ha tenido como colofón un fulgurante regreso a la escena africana. Con Europa y Estados Unidos en el retrovisor, se ha producido un acercamiento con Moscú y Pekín, pero también hacia Asia y América Latina.

Fue sonada la ausencia de Mohamed VI en la 28ª Cumbre de la Liga Árabe celebrada en Amán a finales de marzo. El motivo, que el propio Abdalá II había acudido a Rabat días antes para convencer al soberano alauí. No obstante, la buena relación y complicidad entre ambos reyes se antojó insuficiente. La desafección de Marruecos con la instancia panárabe es patente, sobre todo tras renunciar Rabat a la organización la cumbre de junio de 2016, que finalmente acogió Nuakchot (Mauritania). El entonces número dos de la diplomacia del Reino, Naser Burita, reconocía en declaraciones a la agencia oficial de prensa, la MAP, “la no utilidad de este tipo de encuentros en un contexto de divisiones entre los países árabes sobre cuestiones vinculadas con el terrorismo, la situación en Irak, en Siria o en Palestina”. Para Hasán II el mundo arabo-musulmán era una suerte de círculo de pertenencia colectiva del que se desprendían elementos de su identidad estratégica: la imagen de una monarquía estable, democrática, de fuerte impronta islámica pero fundada en una visión moderada del islam y un alineamiento diplomático con la Liga Árabe y la Organización de la Conferencia Islámica, matizado, eso sí, de dosis de pragmatismo hacia Israel y Occidente. “Elementos éstos que marcaban nuestra singularidad como Estado a difundir entre las instancias internacionales para, en caso de conflicto, erigirnos en interlocutores entre las potencias extranjeras y el mundo árabe”, enfatiza un ex diplomático marroquí.

La actual ‘política árabe’ de Marruecos se articula, predominantemente, en torno a la estrecha relación que existe con el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que en 2011 invitó a Marruecos y a Jordania a adherirse a su organización. A pesar de que la iniciativa fue bien acogida por el antiguo ministro de Asuntos Exteriores y actual consejero de Mohamed VI, Taieb Fasi Fihri, el ofrecimiento fue declinado en último término por Rabat. Aún así, tal y como afirmó Mohamed VI durante la cumbre del CCG en Riad, en abril de 2016, “aquello que os afecta, nos afecta”, poniendo una vez más la consonancia y particular entente del Reino de Marruecos con Arabia Saudí y sus adláteres. Más allá de los nexos con el CCG, que han conducido al país a, entre otros, integrar la coalición militar encabezada por Riad en Yemen y a defender una posición común en Siria; y con Palestina, donde Rabat mantiene su ascendiente social y cultural a través del Comité Al Qods presidido por Mohamed VI, el distanciamiento de Marruecos con el mundo árabe ha sido persistente desde la entronización del actual monarca, en 1999. Del mismo modo, la inestabilidad y ausencia de un interlocutor cualificado en Libia, las fricciones con Mauritania desde la llegada al poder de Mohamed Uld Abdel Asis y la arraigada enemistad con el vecino argelino, y no sólo al hilo del dossier saharaui, han ido alejando al Reino de su inmediato entorno y, por ende, del proyecto de integración magrebí. La Unión del Magreb Árabe (UMA) ha sido definitivamente enterrada por Mohamed VI, quien llegó a afirmar durante una intervención pública que “su llama se ha apagado porque la fe en el interés común ha desparecido”.

Mohamed VI durante un discurso ante la Unión Africana en Adís Abeba, Etiopía en 2017. (GettyImages)

Debido al desapego de la familia árabe y al certificado de defunción de la UMA, África se ha impuesto de forma natural como alternativa estratégica de la diplomacia marroquí. “Parece que acabásemos de descubrir el continente pero lo cierto es que siempre hemos estado aquí, nunca nos hemos ido”, destaca un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Desde las independencias de los Estados africanos en los 60, Marruecos ha perseguido jugar un rol de primer orden en la escena diplomática del continente. Participando activamente en el proceso de construcción de la unidad africana en el marco del denominado “grupo de Casablanca”, el abuelo del actual rey, Mohamed V, ya promovió una política de apertura hacia África. Esta orientación fue continuada con Hasán II y en los 70, el país participaba de forma mucho más directa en los asuntos continentales, hasta el punto que se llegó a denunciar su intervencionismo, como cuando envió tropas marroquíes a Zaire, la actual República Democrática del Congo, para socorrer a Mobutu Sese Seko durante la guerra de Shaba, en 1977. Más allá de este ‘intervencionismo’, Rabat también puso en marcha iniciativas de orden político para reforzar la cooperación con el continente en lo jurídico, económico, social y cultural. “La gran originalidad de la deriva diplomática marroquí en África es que éste siempre ha dotado su compromiso continental de un fundamento ideológico e histórico, y de un contenido simbólico”, considera Yousra Abourabi, investigadora vinculada al Centro Jacques Berque de Rabat.

Quitar oxígeno a la RASD

A partir del 2000 otro cambio substancial en la política exterior marroquí es la relajación progresiva de su postura hacia aquellos actores que reconocen a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), contra quienes Rabat mantenía una posición abiertamente hostil. El 2017 pasará a la historia como el año en que el Marruecos retornó a la Unión Africana (UA) según los designios de Mohamed VI, quien había manifestado su voluntad de corregir un “error histórico”, en alusión a la retirada de su país de la otrora Organización de la Unión Africana, el 12 de noviembre de 1984, justamente para protestar contra la adhesión de la RASD. Rabat siempre había puesto como condición para su vuelta a la UA la salida de la “seudo república saharaui”, como la califican en Marruecos. “El Reino ha decidido abrazar soluciones más pragmáticas con una política extranjera que apremia la integración económica con todos los países sin excepción, la cooperación en materia de seguridad y una estrategia de influencia soft que pasa por la difusión de la identidad cultural marroquí”, explica el ex ministro y politólogo, Abdalá Saaf. Esta evolución estratégica no reduce un ápice el anhelo de Rabat de quitar el oxígeno a la RASD. “No existe contradicción alguna con la posición tradicional de nuestro país y se trata, solamente, de un cambio de estrategia. Una vez dentro, recuperado el asiento en la UA, Rabat va a presionar a los Estados miembros y congelar o suspender la membresía del adversario saharaui, ya que la expulsión no está contemplada por la organización”, declara Brahim Fasi Fihri, presidente del think tank Instituto Amadeus.

“¡Es bello el día en que uno vuelve a su casa después de una larga ausencia”, comenzó Mohamed VI su emotivo discurso ante la cumbre de jefes de Estado de la UA que sancionó la vuelta de su país a la familia africana, el 31 de enero. Antes de llegar ese momento, a partir del Oeste continental, donde el arraigo marroquí es un hecho en lo político y económico, pero también en lo social, cultural y religioso; Mohamed VI tuvo que ganarse apoyos hacia el Este y el Sur del continente, encabezando personalmente un contingente humano compuesto por consejeros, responsables políticos y operadores económicos, auspiciando la firma de decenas de acuerdos y tratados y tejiendo alianzas con países tradicionalmente proclives a las tesis del Frente Polisario. Ruanda, Tanzania, Nigeria, Zambia, Etiopía, Madagascar o Sudán del Sur, fueron algunos de sus destinos, en los que se acordaron millones en ayudas económicas y se consintió la mitad de la inversión directa extranjera para proyectos continentales, erigiendo al país en el segundo inversor africano en la región, sólo superado por Suráfrica. Marruecos también multiplicó otro tipo de gestos, promoviendo una vasta operación de regularización de inmigrantes subsaharianos e incluso pronunciando Mohamed VI su tradicional discurso del trono por vez primera fuera de su país, desde Dakar en esta ocasión. La organización en noviembre del pasado año de la COP22 en Marrakech, a la que acudieron altos mandatarios de todo el planeta y hasta una veintena de presidentes africanos, evidenció el referencial marroquí en el continente.

Persuadidos analistas y observadores de que el colofón a la política africana de Marruecos había llegado con la efectiva reincorporación a la UA, el 24 de febrero, a través de un documento dirigido a Ellen Johnson Sirleaf, presidenta de Liberia y de la Comunidad Económica de Estados de África del Oeste (Cedeao), Rabat demandaba oficialmente su adhesión a esta organización. Subsiguientemente, Marcel Alain de Souza, presidente de la Comisión de la Cedeao, precisó que “el dossier de adhesión (de Marruecos) debe ser sometido a la conferencia de jefes de Estado y de gobierno”. La diplomacia marroquí trabaja de manera activa en el dossier y han empezado a circular insistentes rumores sobre los preparativos para una inminente visita oficial de Mohamed VI a la capital de Liberia, Monrovia, donde tendrá lugar la próxima cumbre. En los pasillos del Ministerio de Asuntos Exteriores, a proximidad de la necrópolis de Chellah, en la capital marroquí, reina el optimismo y se confía en una “acogida favorable” de la Cedeao. “Marruecos mantiene relaciones privilegiadas con, al menos, la mitad de presidentes y jefes de gobierno de esta comunidad. Desde 2000 disponemos de un estatuto de observador en la institución. Ha llegado el momento de coronar estos fuertes nexos políticos, humanos, históricos, religiosos y económicos”, explica una fuente diplomática marroquí. A la luz de las recientes declaraciones de algunos de los pesos pesados de la Cedeao todo parece encarrilado para la integración de Marruecos en su seno. “Rabat utilizará la carta de la Cedeao para pesar más en la UA, pero antes es necesario desarrollar un trabajo de fondo para crear un clima de solidaridad y cohesión en la organización a nivel político, ya que esta instancia a día de hoy no es ejemplo de estabilidad y unidad en la toma de decisiones”, advierte Saaf.

Diversificación y “no alineamiento”

“Los vaivenes de Washington y Bruselas sobre la cuestión saharaui, unido a la falta de neutralidad en el dossier del entonces secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, nos impelieron a buscar nuevos aliados”, interpreta un diplomático marroquí para justificar el giro hacia Rusia y China. Tras haberlo pospuesto en sucesivas ocasiones, el 15 de marzo de 2016 Mohamed VI acude a Moscú cuando se produce un deterioro de sus relaciones con la UE por la anulación del acuerdo agrícola y pesquero por la Corte Europea de Justicia. Rusia adopta sobre el papel una posición neutral que conviene a Marruecos, haciendo propia la proposición de autonomía para el Sáhara bajo soberanía marroquí. Los contactos al más alto nivel con China también se acrecientan y se conceden ayudas sobre aquellas cuestiones que afectan a los intereses vitales de uno y otro, e intercambian declaraciones y buenos oficios en lo concerniente a su integridad territorial. Rabat considera a la isla de Taiwán como una provincia china y respeta la posición de Pekín sobre el Tíbet; mientras que China no reconoce al Frente Polisario y considera que el Sáhara Occidental pertenece a Marruecos. “El acercamiento con Rusia y China no se hace en detrimento de los socios históricos”, puntualizan responsables marroquíes para recalcar que la relación privilegiada con Occidente sigue intacta.

Las nuevas disposiciones de la diplomacia marroquí se inscriben en el marco de una nueva estrategia que en Exteriores califican de “no alineamiento”. La diversificación a nivel de actores y de orientaciones ha sido la tónica desde el advenimiento de Mohamed VI. Junto con la omnipresencia de la cuestión saharaui, la “nueva era” está marcada por preocupaciones económicas y de seguridad, la toma de posición sobre ciertos dossiers, como la situación en Siria, la seguridad y la inmigración, o incluso la extensión de los acuerdos de libre-cambio. Han sido años de una apertura hacia el exterior sin parangón, yendo mucho más allá de los tradicionales aliados. Una cuarentena de embajadas y consulados marroquíes han visto la luz en un corto lapso de tiempo en países como Chad y Panamá, de importancia estratégica regional e internacional, pero también en la pequeña Barbados, por citar algunos ejemplos. La representación del Reino ante instancias internacionales y regionales también se ha multiplicado, acompañada de una política de un acercamiento al África Subsahariana, pero también a la UE, a través de la obtención de un “estatuto avanzado”, a Asia, donde Marruecos ha integrado un buen número de foros interregionales, e incluso hacia América Latina para paliar “la importante influencia del Frente Polisario en la zona”, afirmaba un documento del Ministerio de Asuntos Exteriores filtrado a los medios en diciembre de 2012. El acuerdo para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba, rotas desde 1980, se inscribe en esta línea. Para Abourabi, “en un contexto globalizado, los países buscan diversificar sus partenariados y no están obligados a escoger un campo. Rabat implementa de forma más proactiva una política extranjera moderada que pone de relieve sus activos y defiende sus intereses, sin más”.