Pistoleros palestinos enmascarados, algunos de ellos de los grupos Lions’ Den, portando sus armas durante la ceremonia de conmemoración de los palestinos asesinados a tiros por el ejército israelí en 2022, el 9 de febrero en la ciudad de Naplusa, en la Cisjordania ocupada. (Nasser Ishtayeh/Getty Images)

Los jóvenes palestinos han formado nuevos grupos armados en toda Cisjordania. Pequeños, desarticulados y dispersos, no tienen un programa político claro. Pero tanto Israel como la Autoridad Palestina han encontrado motivos para exagerar hasta qué punto amenazan el statu quo.

En los últimos dos años ha aparecido entre los palestinos de Cisjordania una nueva generación de grupos armados que han suscitado críticas tanto de Israel como de la Autoridad Palestina (AP) y han llamado la atención fuera de sus fronteras. Que estén apareciendo es destacable, pero hay precedentes. En otros tiempos estaban afiliados a las principales facciones políticas, en general a alguno de los elementos de la Organización para la Liberación de Palestina o el movimiento islamista Hamás. Sin embargo, las investigaciones llevadas a cabo en marzo en Nablús demuestran que los nuevos grupos no parecen estar alineados y actúan de forma independiente. Los mueve una frustración incipiente pero intensa con la situación, con la ineficacia de los dirigentes palestinos, la brutalidad cada vez mayor de la ocupación israelí y una economía enferma.

Estos grupos, que aparecieron por primera vez en Yenín, en el norte de Cisjordania, y desde entonces se han reproducido por todo el territorio, suelen enfrentarse al Ejército israelí cuando este lleva a cabo incursiones en sus respectivas zonas. Sus militantes también han atentado contra soldados y colonos israelíes. Tel Aviv ha reaccionado atacándolos, matando a algunos de sus miembros y deteniendo a otros. Por su parte, la AP, la institución creada en virtud de los acuerdos de Oslo de 1993 para gobernar los territorios palestinos ocupados, también ha intentado debilitar a los grupos, sobre todo con actuaciones encubiertas. Los altos cargos de la AP e Israel los han calificado de "bandidos" y "terroristas", respectivamente, lo que indica que tienen motivos ligeramente distintos para presentarlos como una amenaza.

Una forma de desviar la atención de la crisis de gobernanza

No es ninguna casualidad que los primeros grupos de este tipo surgieran en mayo de 2021, cuando la AP canceló las elecciones legislativas y presidenciales que había anunciado para ese año y en pleno estallido de violencia en los territorios palestinos ocupados y en Israel. Los comicios debían haberse celebrado mucho tiempo antes (y todavía no se han hecho), por lo que su cancelación fue muy impopular. A muchos palestinos les indignó aún más la pasividad de la AP durante los derramamientos de sangre de esa primavera, que culminaron en una guerra de 11 días entre Israel y Hamás en Gaza. Ya antes de eso —pero aún más desde entonces—, la AP estaba sufriendo una grave crisis de legitimidad, fundamentalmente debido a tres factores: su estilo autoritario y corrupto; la sensación de que actúa como capataz de la ocupación israelí; y los recortes de las ayudas directas, sobre todo de sus dos principales donantes, Arabia Saudí y Estados Unidos, que han disminuido su capacidad de proveer los servicios básicos. Además, todos estos factores han perjudicado los intentos de la AP de reclutar, formar y equipar a las fuerzas de seguridad y de incorporar a la oposición, dos elementos cruciales de su estrategia para mantenerse en el poder.

Esta crisis puede alcanzar pronto un punto crítico. No está claro qué sucederá cuando el presidente Mahmud Abbas, de 88 años, desaparezca de la escena. Abbas ha socavado todas las vías constitucionales para la sucesión, entre otras cosas descartando las elecciones previstas para 2021. Mientras toda una serie de altos funcionarios y políticos de la AP maniobran para hacerse hueco en la era posterior a Abbas, que llegará tarde o temprano, el descontento popular no deja de aumentar. Una transición fallida podría desencadenar una ola de violencia o incluso el desmoronamiento de la AP por el descontento popular o las disputas entre las élites.

En esta situación, la AP ha aprovechado la sensación local e internacional de que Cisjordania puede sumirse en el caos (lo que la población local denomina falatan amni) y ha acusado a los nuevos grupos armados de ser unos "bandidos" que tratarían de ejercer funciones de Estado en Cisjordania. De esa manera intenta ganarse el apoyo de Israel y de los actores internacionales, así como de los propios palestinos, para luchar contra ellos. Y sus advertencias calan hondo en muchos residentes de Cisjordania, que tienen muy vivo el recuerdo del caos desatado durante la segunda Intifada, en los primeros años de este siglo, cuando unos hombres armados se dedicaban a extorsionar en varias ciudades. Las bandas improvisadas se aprovecharon de la extrema debilidad de la AP después de que Israel, para aplastar la intifada, demoliera casi todas las instalaciones de las fuerzas de seguridad palestinas, incluidos los centros administrativos, de formación y de detención, y detuviera a la mayoría de los agentes.

La muchedumbre lleva el cuerpo de uno de los diez palestinos que fueron asesinados por las balas del ejército israelí durante una incursión en la ciudad de Naplusa, en la Cisjordania ocupada. (Nasser Ishtayeh/Getty Images)

La AP utiliza diversas tácticas para debilitar a los grupos. En primer lugar, intenta mantener vivos los malos recuerdos de la segunda Intifada con sus acusaciones de que los miembros de los nuevos grupos tienen antecedentes delictivos (algunos habitantes de Cisjordania y algunos representantes de la AP aseguran también que varios personajes destacados de los grupos son conocidos traficantes ilegales de armas, pero es difícil corroborarlo). En el casco antiguo de Nablús, donde actúa un grupo armado llamado La Guarida del León, la AP ha llegado a enviar a sus propios partidarios a que se hagan pasar por miembros del grupo para extorsionar a los comerciantes en un intento de ensuciar la reputación del grupo. Asimismo, las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina también han interrumpido de forma violenta funerales de miembros de estos grupos que han muerto asesinados, y los funcionarios locales han hablado despectivamente de sus miembros y sus familiares. Además, la AP utiliza su conocida táctica de cooptar a quienes aceptan el desarme ofreciéndoles trabajo en los servicios de seguridad, coches y dinero para pagar el alquiler.

Por último, pero igualmente importante, hay que tener en cuenta que la AP ha utilizado la existencia de estos grupos para presionar a Israel, aunque en vano, con el fin de que deje de erosionar la credibilidad que aún pueda tener con las incursiones militares que lleva a cabo habitualmente en la zona A de Cisjordania, en teoría bajo el control exclusivo de la Autoridad. Ha amenazado en repetidas ocasiones con suspender o limitar la cooperación en materia de seguridad con Israel, aunque no lo ha hecho y es poco probable que lo haga en serio, puesto que de esa relación depende su propia existencia. El fin de las incursiones y el fin de la expansión de los asentamientos fueron las principales demandas de la AP en las cumbres patrocinadas por Estados Unidos y celebradas en Aqaba (Jordania) y Sharm el Sheikh (Egipto) el 26 de febrero y el 19 de marzo, respectivamente, pero Israel no las tuvo en cuenta. En lugar de ello, prometió devolver aproximadamente 78 millones de dólares de ingresos fiscales de la AP que retiene desde enero de 2023 en represalia por haber respaldado la petición de la Asamblea General de la ONU de que el Tribunal Internacional de Justicia emitiera una opinión no vinculante que calificara de ilegal la ocupación israelí. También prometió bajar los impuestos sobre la importación de combustible y otros bienes destinados a Cisjordania para aliviar la presión fiscal sobre la AP, aunque todavía no ha hecho efectiva ninguna de estas medidas.

Israel tiene sus propios motivos para perseguir a los nuevos grupos armados, a los que considera "terroristas". Han proporcionado al Ejército israelí, hoy a las órdenes de un gobierno de extrema derecha con objetivos anexionistas, otro pretexto para entrar en los centros de población palestinos de la zona A, con el pretexto de que está buscando a militantes que han cometido o que presuntamente están planeando atentados contra Israel. El Gobierno culpa a la Autoridad Palestina de no esforzarse en reprimir a los grupos, pasando por alto el hecho de que, según los acuerdos de Oslo, las fuerzas de seguridad palestinas, oficialmente, no controlan más que la zona A, mientras que los grupos armados pueden moverse por toda Cisjordania, igual que el Ejército israelí, por supuesto.

Un pararrayos para la frustración

En la situación actual, no parece que esta nueva generación de grupos armados constituya todavía una amenaza importante para la seguridad. Las entrevistas con residentes, miembros de Fatah y funcionarios de la AP en Nablús hacen pensar que los grupos son pequeños, desarticulados y dispersos y que no tienen unos líderes incontestables. Aparecieron por primera vez en el campo de refugiados de Yenín. Después surgieron algunos similares en la parte antigua de Nablús y en el vecino campo de refugiados de Balata y, más tarde, también en campos de Tulkarem, Tubas, Jericó y Hebrón. Los dos grupos más grandes son las Brigadas de Yenín —200 militantes como máximo, según los cálculos de los servicios de seguridad palestinos, en su mayoría antiguos miembros descontentos de Al Fatah (el partido gobernante de Abbas) y de la Yihad Islámica en Palestina, con la que aún mantienen una fuerte conexión— y La Guarida del León de Nablús, que tiene como mucho 100 miembros, en su mayoría disidentes de Al Fatah y también algunos elementos de Hamás (que no parece que hayan incorporado consigo el programa del movimiento del que proceden). Su composición refleja la composición sociopolítica de las cohortes de edad más jóvenes de cada localidad: la mayoría de los miembros tiene entre 18 y 30 años. En general no son abiertamente islamistas y la religión no influye en la estrategia ni el programa de los grupos, que, por otra parte, carecen sustancialmente de las dos cosas.

Tienen una postura en gran parte defensiva, puesto que casi a diario hay enfrentamientos a tiroteos con los soldados israelíes que entran en la zona A, una costumbre tradicional del Ejército que enfurece a la población. Sus operaciones ofensivas se limitan a pequeños ataques ocasionales contra puestos militares israelíes, controles y colonos. No parece que los grupos lleven a cabo acciones al otro lado de la Línea Verde en Israel, posiblemente porque tienen una capacidad limitada y también por miedo a provocar unas represalias aún más fuertes de los israelíes. Da la impresión de que son acciones muy performativas, alardes dirigidos a subrayar las victorias morales más que las militares, adornadas con entusiastas declaraciones en la red social Telegram. Muchos miembros dan a conocer sin reparos en Internet su nombre, y otros detalles de su vida, y las figuras más destacadas son muy conocidas en los lugares donde viven.

Esta forma de resistencia es producto de las peculiares circunstancias en las que ha nacido. Atrapados entre unos dirigentes palestinos desprestigiados e ineptos y una ocupación militar violenta e inflexible, estos nuevos grupos armados se han convertido en vehículos y pararrayos de la ira generalizada de los jóvenes palestinos contra el statu quo. No parece que tengan un programa, una organización ni una estrategia política: por ejemplo, no han dado a entender que quieran derrocar a la Autoridad Palestina ni enfrentarse seriamente a la ocupación.

Jóvenes palestinos arrojan mercancías y verduras a los vehículos del ejército israelí durante los enfrentamientos en el mercado de verduras de la ciudad vieja de Naplusa, en la Cisjordania ocupada. (Nasser Ishtayeh/Getty Images)

Hasta ahora, los grupos, separados geográficamente, han hecho todo lo posible por trascender los sectarismos y han evitado las rivalidades para desmarcarse de la fragmentación y la estrategia política de suma cero de las élites gobernantes. Aspiran a emular a los héroes pasados del movimiento nacional palestino. Los habitantes de Cisjordania, por ejemplo, comparan la Guarida del León con la Guardia Nocturna, un grupo que surgió durante la segunda Intifada y que era similar en su estructura descentralizada y su falta de programa aparte de la resistencia armada contra la ocupación. Pero parece que no todos los miembros se afilian a los nuevos grupos por razones especialmente nacionalistas: da la impresión de que algunos quieren participar simplemente para obtener favores personales de la AP.

Estos grupos son también una respuesta al vacío de dirección nacional. Muchos palestinos los consideran una alternativa local y genuina a la remota AP, un ejemplo comprometido de resistencia a la ocupación que contrasta con lo que ellos y muchos otros consideran la forma de gobernar cínica e interesada de ese organismo. Por esa misma razón, algunos de los propios agentes de seguridad de la AP están entablando relaciones con ellos como las Brigadas de Yenín y prestándoles apoyo logístico (aunque también intervienen otros factores como los lazos sociales comunes y la conveniencia política).

La evidente popularidad de los grupos contrasta con la indignación que muchos palestinos sienten respecto a la AP. El 19 de septiembre de 2022, cuando la Autoridad detuvo a Musab Shattayeh, dirigente de la Guarida del León y miembro de Hamás, estallaron protestas en Nablús, Yenín y varios campos de refugiados, que derivaron en enfrentamientos violentos con las fuerzas de seguridad de la AP. Las últimas encuestas muestran que la opinión pública apoya a estos grupos. Y que a la mayoría de los palestinos no les importaría que la Autoridad Palestina se hundiera.

Ese es el verdadero peligro de estos grupos tanto para la AP como para Israel: son la punta de un iceberg que se ha aprovechado de la desafección que ha arraigado en la sociedad palestina. Lo que han conseguido la AP y la campaña israelí contra la insurgencia, sin querer, ha sido provocar una rotación continua de los dirigentes y las bases. Aunque, por ahora, los grupos no parecen suponer una gran amenaza, eso podría cambiar, sobre todo si se mantienen las políticas actuales. Según las autoridades locales y los servicios de seguridad de la AP, los grupos actuales, en proceso constante de cambio, podrían convertirse en algo muy distinto, como bandas de delincuentes que aterrorizarían a sus vecinos, igual que a principios de este siglo, o insurgentes capaces de ser rivales serios de la Autoridad e Israel en los territorios.

La AP entre la espada y la pared

La Autoridad Palestina está intentando convertir su debilidad en virtud y habla sin parar de la supuesta amenaza que constituyen estos nuevos grupos armados con el fin de reafirmar su importancia ante quienes la apoyan: Israel y las potencias extranjeras. Desea obtener concesiones de los primeros y financiación de las segundas. Se le acusa de ser indulgente con los grupos, lo que significa que tiene que encontrar el equilibrio entre su limitada capacidad de coacción y cooptación y la acuciante necesidad de tener más ayuda política y económica.

Sin embargo, los patrocinadores de la AP ven su problema como una cuestión tecnocrática, una falta de capacidad operativa, no como un problema político inherente a la posición de la Autoridad que hace que tenga las manos atadas. Hace mucho que la AP perdió sus credenciales nacionalistas. Para los palestinos, una dirección que no consigue ni avanzar hacia el fin de la ocupación militar israelí ni prestar unos servicios básicos que hagan algo más soportable la vida de la gente no puede gobernar con eficacia. La población quiere desesperadamente un gobierno más competente y menos corrupto. Ahora bien, la mayor ventaja de la AP es que nadie —ni la oposición palestina, ni las organizaciones de la sociedad civil, ni la nueva generación de grupos armados— puede presentar una alternativa fuerte y viable al statu quo. Por muy furiosos que estén con la AP, el verdadero poder del gobierno es tal vez que los palestinos son incapaces de concebir un futuro más allá de ella.La versión original en inglés fue publicada con anterioridad en International Crisis Group. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia