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La nueva geopolítica de la tecnología que cada región del mundo adopte definirá el equilibrio entre conveniencia y seguridad, eficiencia y control, y personalización y vigilancia que moldeará nuestras sociedades. ¿Cuál es la visión y las posibles acciones desde España?

Si algún efecto está causando una crisis derivada de los excesos de la globalización, y acelerada por la pandemia y la creciente presencia internacional del modelo político de China, es el de obligarnos a repensar nuestras estrategias de relación con terceros países en todo aquello que tiene que ver con la tecnología, la innovación y las nuevas industrias. Y de aquí, incluso, la conveniencia de reexaminar cómo la tecnología conforma nuestras sociedades y si es compatible con lo que nos hace europeos. Es a esto a lo que llamamos (nueva) geopolítica de la tecnología.

Todo ha sucedido en un mundo hiperconectado en múltiples niveles —científicos, tecnológicos, comerciales y financieros— que ya empezaba a mostrar síntomas de disfunción y fragmentación, y en el que ha aparecido una nueva tecnología, la inteligencia artificial (IA), capaz de cambiar radicalmente —para mejor, para peor— nuestras vidas, nuestra relación con el trabajo y con los poderes públicos.

La IA, a pesar de una considerable burbuja de expectativas que aún tiene que explotar y dar paso a realidades más sólidas, es una tecnología facilitadora y transversal que puede encontrarse en la base de los avances de casi cualquier sector económico o industrial. Pero, también, puede ser la responsable última de posibles y profundos cambios económicos y sociales. La consecución de los beneficios que la IA puede traernos, y la evitación de los peores presagios sobre sus efectos, va a requerir respuestas —de alcance y consecuencias internacionales— particularmente acertadas y novedosas de muchos de los agentes involucrados.

La nueva geopolítica de la tecnología que cada región del mundo adopte, llámese soberanía digital, independencia estratégica o diplomacia tecnológica, va a definir —con sus componentes institucionales, económicas, políticas y culturales— cuál va a ser la inevitable combinación entre conveniencia y seguridad, entre eficiencia y control, y entre personalización y vigilancia que, IA mediante, va a gobernar nuestras vidas futuras.

 

La segunda mejor opción

Muchos expertos y líderes mundiales creen —esperan, desean, temen— que el ganador de la carrera por la implantación de la IA dominará el mundo económica, geopolítica y, quizá, militarmente a lo largo del siglo XXI. El mero hecho de la existencia de este posible escenario hace que muchos países sientan una considerable presión para proteger sus intereses o su propia estabilidad política ante usos maliciosos o ventajistas de las IA. Son caminos con unas direcciones cada vez más preponderantes: hacia el proteccionismo y el (tecno)nacionalismo.

La consecuencia principal, que ya hemos comenzado a experimentar, es la fragmentación de lo que podríamos denominar recursos tecnológicos comunes. Resulta obvio que una coordinación profunda entre Estados —con base en la utilización de las nuevas tecnologías— es la mejor respuesta posible frente a desafíos globales como el calentamiento global, la sostenibilidad de los recursos naturales o las ...