A: Ban Ki-Moon

DE: James Traub

RE: La ONU necesita una enérgica diplomacia

Siento decirle, señor secretario general, que hereda unas Naciones Unidas que no viven una situación de euforia y que tampoco gozan de buena salud, pese a la creciente demanda de sus servicios. La reserva de tolerancia y buena voluntad, tanto entre el personal como entre los Estados miembros, es peligrosamente escasa. Para ser justos, en realidad, la organización no está bien desde 1993, cuando finalizó ese breve periodo entre la primera guerra del Golfo y el fracaso repentino de las misiones de paz en Somalia, Bosnia y Haití. La fragilidad y la división son los males que aquejan a la ONU. Por su propia salud mental, lo mejor es no pensar que su labor es lograr que la organización funcione como lo hacen las cosas en países sumamente eficientes como el suyo, Corea del Sur. Su tarea es convencer a los miembros de que tienen algo en común, y lograr que la ONU trabaje lo suficientemente bien como para que sigan recurriendo a ella. Aquí tiene algunos consejos.

Deshágase de quienes no le sirvan y reduzca la burocracia. Pekín y Washington –las capitales más responsables de que usted consiguiera el cargo– esperan que sea más secretario y menos general. Se le ha elegido por sus dotes como gestor, y ha manifestado sin rodeos que el secretario general necesita "una mayor flexibilidad aparejada a una mayor responsabilidad". En efecto, así es, pero no puede esperar a que los miembros le concedan esto. Comience por lo que pueda hacer usted mismo: acabe con el sistema arcaico por el que cada documento tiene que deambular por las más altas instancias de la burocracia antes de ser firmado por su jefe de personal; asciende a los jóvenes con talento y sitúeles en puestos importantes, independientemente de su nivel funcionarial; y aproveche las nuevas disposiciones sobre retiro voluntario para deshacerse de aquellos que no le sirvan en puestos importantes como en el Departamento de Asuntos Políticos. Debe impulsar los cambios necesarios ahora mismo, y eso supondrá insistir de manera pública en lo absurdo que es un sistema que le priva de control sobre el presupuesto y el personal.

Hable con los chinos. Existe un poderoso grupo de Estados en la ONU que pronto le saldrá al paso: el bloque de países en desarrollo conocido como el Grupo de los 77 (el G-77). Tiene que decirles sin rodeos que la organización no puede funcionar mientras se nieguen a conceder una autonomía real a su cargo. Tal vez le sorprenderá descubrir que, en realidad, a muchos de los miembros no les importa: consideran al secretario general y a la secretaría como instrumentos de Occidente, y preferirían enredarlo en trámites burocráticos antes que ceder más autoridad a Estados Unidos y sus aliados. A largo plazo, por supuesto, tendrá que contribuir a poner fin a ese pulso lleno de rencor. A corto plazo, hable con los chinos. Pekín no quiere poner en peligro su armoniosa relación con los países del G-77, pero podría aflojar las esposas que han llevado sus predecesores. Diga a China que pida a Egipto, Pakistán, Suráfrica y a los otros miembros líderes del grupo que le liberen de un poco de tensión.

UNA FIRME DIPLOMACIA
Adule, intimide y avergüence. Todo lo que importa de verdad en Naciones Unidas, incluidos los temas de procedimiento y administración, es cuestión de opciones y poder político. Usted ha declarado que el nuevo Consejo de Derechos Humanos tiene que "cumplir las elevadas expectativas de la comunidad internacional". Tiene toda la razón. Su antecesora, la Comisión de Derechos Humanos, no logró ni siquiera cumplir unas expectativas modestas porque los peores violadores de los derechos humanos no tuvieron dificultad en conseguir una plaza en ella, y entonces se aprovecharon de su posición para bloquear resoluciones que criticaban su comportamiento. Kofi Annan se propuso reformar la comisión, y otras naciones industrializadas se sumaron a la campaña. Sin embargo, China, Rusia y varios Estados autoritarios del mundo en vías de desarrollo se las arreglaron para suavizar los cambios propuestos y el nuevo órgano no ha logrado hasta ahora condenar las prácticas que vulneran los derechos humanos en ningún país, excepto en Israel.

No puede arreglar el Consejo de Derechos Humanos, el Consejo de Seguridad o la Asamblea General de la misma manera que un director general lo haría con una empresa que está perdiendo cuota de mercado. Usted es mucho menos poderoso que un director general de una compañía, y la mayoría de esos problemas tienen su origen en diferencias de opinión fundamentales entre los Estados. La diplomacia tranquila, que es la que ha puesto en práctica a lo largo de su carrera, no le llevará lejos ante problemas como estos. Si tiene algún tipo de influencia en cuestiones donde existen profundas y duraderas discrepancias entre los países miembros, ésta se materializará a través de su capacidad para moldear el clima de debate adulando e intimidando públicamente e incluso repartiendo culpas de vez en cuando. Annan desafió a los jefes de Estado africanos para que dejaran de considerar el respeto a los derechos humanos como una imposición occidental y vivió para contarlo. Si abusa de esto, por supuesto, se convertirá en un gruñón moralista como Butros-Butros Gali, quien disfrutó de la satisfacción de decir lo que pensaba, pero consiguió poco. El truco es criticar a sus propios defensores antes de atacar a otros. Además, hágalo pronto. Los Secretarios Generales tienden a agotar su capital político muy rápido. Aunque sienta que el mundo necesita de un segundo mandato suyo, y seguro que lo siente, enfréntese a los Estados miembros mientras hacerlo sirva todavía de algo.

ATENCIÓN PARA TODOS Y CADA UNO
Celebre reuniones y reciba visitas. Se trata de un cargo público y tendrá que recordárselo a sí mismo una y otra vez. Algunos de sus predecesores, como Javier Pérez de Cuéllar o incluso Kurt Waldheim, fueron extraordinarios diplomáticos consumados, pero prefirieron trabajar de puertas para adentro. Es evidente, si nos atenemos a la estudiada tibieza de sus intervenciones públicas, que usted está hecho de la misma pasta. Eso no servirá. Ha declarado que el trabajo de la ONU sobre el terreno debe estar más firmemente basado en los "principios humanitarios" de lo que está ahora. La manera de lograr que esto ocurra es hablar sobre ello de forma apasionada y persistente. Y no de modo abstracto, por cierto: tiene que estar dispuesto a señalar fracasos reales, tanto por parte de la ONU como incluso, de vez en cuando, por parte de un miembro concreto (bueno, tal vez esto sea ir demasiado lejos). Sus discursos son muy importantes, porque son analizados de forma minuciosa en todo el mundo. Mi pálpito es que usted sería su peor redactor de discursos. Kofi Annan era consciente también de este problema y contrató a unos escritores con gran talento. Debe hacer lo mismo o conservar los que tenía el señor Annan.

La baja moral de su propio personal es menos importante, y una cuestión más soluble, que la grosería de los Estados miembros. Ha manifestado que los empleados necesitan "una orientación práctica" y "un sentido claro de misión". Eso es cierto, pero también necesitan sentir que se preocupa por ellos. Entre el majestuoso Butros Gali y el Annan que se retira, los secretarios generales no han sido muy accesibles para la plantilla en los últimos años. Almuerce en la cafetería del personal de vez en cuando, converse con pequeños grupos de empleados, no se limite a infundirles ánimo, hable con sinceridad sobre los defectos de la organización –aunque no con demasiada franqueza, dado que cualquier sílaba que pronuncie se publicará en la prensa. Existe toda una generación de funcionarios más jóvenes que han sido puestos a prueba en difíciles y peligrosas misiones, ellos son el futuro de Naciones Unidas, y necesitan reconocimiento, promoción y que se les confíen tareas importantes.

Encuentre algo para todo el mundo. Pero, ¿cómo creará "armonía" –su palabra favorita– entre los miembros díscolos? De nuevo, tenga en cuenta que esto no es, en el fondo, un problema de mal genio sino de lucha de intereses. La ONU significa algo muy diferente para Kenia que para Canadá. Algunos miembros, como Cuba o Irán, boicotean, mientras que otros, como China, simplemente están a la defensiva. Los verdaderos ciudadanos nobles, los daneses, son contados. Olvídese de la armonía, ya que sería suficiente si pudiera restaurar el statu quo de junio de 2002 o algo similar. En los meses siguientes, la Administración Bush abrió una clara brecha en la organización con su campaña para aprobar una resolución que autorizara la guerra en Irak. Annan trató de suturar la herida con su imponente documento de reforma, que fue diseñado tanto para convencer a la Administración Bush de que podía hacer negocios en Turtle Bay (distrito de Manhattan donde está la sede de la ONU) como crear una nueva ética de responsabilidad compartida. Sin embargo, aunque Annan logró un puñado de verdaderas reformas, el enconado debate sólo puso de manifiesto las profundas divisiones entre el Primer y el Tercer Mundo, y entre EE UU y el resto de países.

Su propia agenda presupone que los miembros del G-77 cambiarán de opinión sobre la reforma de la dirección, los derechos humanos y las operaciones de mantenimiento de la paz. ¿Qué piensa ofrecerles a cambio? A la mayoría de los países más empobrecidos del mundo les preocupa mucho más el desarrollo económico y social que las operaciones de mantenimiento de la paz y construcción nacional. Kofi Annan dio a la ONU un papel significativo en las cuestiones de desarrollo cuando introdujo los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Usted ha prometido un avance tangible en estas medidas. Sería excelente si pudiera persuadir a los donantes principales, sobre todo a Estados Unidos, para que aumenten su ayuda en el extranjero, así como convencer a los países receptores para que eliminen la corrupción y gasten sus propios recursos de una forma más prudente. Utilice la intimidatoria tribuna para demostrar a los escépticos Estados del Tercer Mundo que está de su lado. Sin embargo, no olvide que el secretario general tiene menos influencia en estos asuntos que, digamos, el presidente del Banco Mundial.

EL COMIENZO DE UNA BUENA AMISTAD
Gánese a Washington. ¿Qué puede ofrecer al mundo en vías de desarrollo? La respuesta es sencilla: influencia con la superpotencia. Estados Unidos puede, hasta un punto extraordinario, determinar el clima de Naciones Unidas. Cuando EE UU actúa intimidando, los intimidados, dolidos pero indefensos, dirigen su ira hacia el órgano global. Fustigan a voz en grito a Washington y bloquean la agenda estadounidense, que equivale prácticamente a la occidental. Cuando Estados Unidos se comporta de manera respetable, suele llevarse el gato al agua, incluso en situación de minoría. En realidad, a muy pocos países les hace gracia estar enfrentado a la superpotencia, y esas diferencias pueden ser de sobra superadas. La Administración Bush parece haber reconocido con retraso esta verdad, y está canalizando cada vez más una parte de su política exterior a través del Consejo de Seguridad. Usted tiene influencia en la Casa Blanca, por lo menos ahora mismo, así que utilícela para fomentar esta tendencia. No sería mala idea asistir a un partido de rugby de los Washington Redskins con la secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice, y no haga caso de las críticas que le lloverán por hacer la corte al presidente Bush.

Aquí está, pues, la ironía de su nuevo cargo: ha llegado a dirigir una de las organizaciones más prestigiosas del mundo, su rostro aparecerá en la portada de todos los semanarios, la señora Ban y usted se sentarán en la mesa presidencial de todos los eventos importantes, pero tiene que rendir cuentas a un comité de 192 miembros, muchos de los cuales no se dirigen la palabra, y donde casi todos tienen celos de su autoridad. Usted ya está haciendo referencia a un viaje de paz a Corea del Norte, una situación sin salida si es que alguna vez ha habido alguna. Recuerde: en este cargo, es fácil fracasar y casi imposible tener éxito.