Activistas se manifiestan caracterizados como Angela Merkel y Sigmar Gabriel, ministro de Economía y Energía. Sean Gallup/Getty Images
Activistas se manifiestan caracterizados como Angela Merkel y Sigmar Gabriel, ministro de Economía y Energía. Sean Gallup/Getty Images

Alemania se sitúa en la encrucijada en el cambio de modelo para abastecerse de energía.

Uno de los puntos clave del acuerdo de la große Koalition ,la gran coalición entre los cristianodemócratas CDU/CSU y los socialdemócratas SPD, fue el cambio del modelo energético, un tema que ocupa un lugar destacado en la agenda política alemana desde la catástrofe atómica en Fukushima (Japón) en marzo de 2011. Desde hace tres años, la política energética de Angela Merkel ha dado un giro hacia postulados más propios de los Verdes y se ha tapado las orejas ante las presiones de los lobbies atómicos.

En la boda de la “Gran Coalición” después de los resultados en los últimos comicios federales hubo dos puntos que eran un sine qua non para los socialdemócratas: el salario mínimo interprofesional y la transformación del modelo energético. En ambos aspectos, los de Merkel cedieron, si bien consensuado los requisitos.

Los objetivos del actual Gobierno alemán son varios. Reducir, de forma progresiva, las emisiones de gases hasta disminuirlos entre el 80% y el 95% en 2050; al mismo tiempo, aminorar de forma progresiva el consumo energético en el uso primario de la energía (-50%), en el consumo de calor (-80%), en el de electricidad (-10%) y en el de transporte (-10%) para el 2050. A día de hoy, un 29% de la energía térmica la consume el sector industrial, un 28% el de transporte y un 22% es de electricidad (y de este porcentaje, la mitad, la actividad industrial).  Por otra parte, el apagón atómico total en Alemania está previsto para el 2022, si bien no está claro quien asumirá los costes de desplazamiento y almacenamiento de residuos: los consorcios atómicos tiran la pelota al Gobierno; el Gobierno, se desentiende.

Si Alemania consigue construir una red de suministro de energía verde según estas pautas, se convertiría en un ejemplo energético para el resto de países europeos y en un exportador de la tecnología de fuentes de energía renovable. Pero los analistas critican que más que Energiewende (un cambio en el modelo energético) se necesita una política de innovación que aporte soluciones tecnológicas.

No obstante, expertos del instituto de investigación Handelsblatt ya han alertado que éstos son retos muy ambiciosos para un país como Alemania: no es rico en materias primas y depende fuertemente de su industria. En relación a la posibilidad del uso de energía renovable y de forma comparativa con otros países del entorno, tiene pocas horas de sol y poco viento; a esto se suma la propia geografía: la energía eólica se concentra en el norte del país mientras que la solar lo hace en el sur.  Asimismo, el lobby del carbón presiona tanto a gobiernos como cámaras de comercio regionales para que el apagón de la energía fósil se dilate en el tiempo. Como consecuencia, se produce la paradoja del cambio de paradigma energético alemán: a pesar de ser uno de los objetivos clave del Gobierno y un puntal en la mentalidad ecológica de los alemanes, las emisiones de dioxodo de carbono siguen aumentando.

En los últimos cinco años, Alemania ha mostrado apenas dinamismo en la transformación de su infraestructura de renovables: en el ranking internacional del instituto Handelsblatt, el país cierra una lista de 24, que encabezan Dinamarca, EE UU, Italia y Hungría. Según las últimas estadísticas, de 2012, el 33,1% de la energía en Alemania proviene del petróleo, el 25,5% del carbón, el 22,2% del gas, el 10,8% de las energías renovables y el 8,5% de nuclear.

Las energías alternativas siguen requiriendo inversiones iniciales caras. Hasta ahora, el Gobierno alemán se había encargado de subvencionarlas, en especial, aquellas del sector solar. El resultado ha sido que la mayoría de estas empresas subvencionadas han fracasado en el mercado ante competidores que ofrecían precios mucho más baratos para el consumidor final.

Sigmar Gabriel, el actual “superministro” de Economía y Energía, ya ha cortado el grifo: a partir de enero de 2014 ha habido una reducción drástica de este tipo de ayudas. Además, las redes de energía se colapsan cuando hay un exceso de viento: es necesaria una flexibilización para que las plantas eólicas se desconecten y eviten el bloqueo. Los expertos insisten en la necesidad de mejorar el transporte porque la energía que se produce no se puede almacenar de forma óptima; por eso, inspirados en modelos escandinavos de transporte de renovables, recomiendan actualizar las redes, para que el norte suministre al sur, en caso de excesos de viento. Pero esta opción no cuenta con al apoyo de la región, por ejemplo, de Baviera, en el sur y una de las más ricas de Alemania. Su población está a favor del cambio de modelo, pero en contra de pagar más por la energía y de construir infraestructura en su patio trasero. Algunos ya le han puesto el apodo de “proyecto mamut”, equiparable incluso al de la reunificación.

El carbón y el lignito, más allá de coronar Alemania como productor mundial representa una cultura y una fuente de trabajo para amplias poblaciones en Alemania, en especial en las tres zonas mineras por excelencia: la Cuenca del Rin, Lusacia y Alemania Central. Desde los sesenta, se han desplazado poblaciones para poder construir explotaciones mineras al aire libre; parte de éstas fueron cerradas después de la reunificación del país y han pasado a ser pantanos artificales… que desde hace algunos años están siendo objeto de nuevos planes económicos para convertirlos en fuente de atracción turística.

A pesar de saber que la energía fósil tiene una fecha de caducidad, y como paradoja, mientras unas explotaciones (antes municipios) ahora se inundan, otras nuevas se crean y obligan a nuevas poblaciones a abandonar sus casas y sus negocios. Petra Rösch es una de los nuevos afectados: encabeza un negocio agrícola familiar que se abastece al 100% con energía eólica y solar. En un año como máximo tendrá que abandonar su pueblo, Proschim, que se convertirá en una nueva explotación minera: “Esta decisión no está en sintonía ni con la política climática ni con la moral. Pero Vatenfall es quien manda aquí”, asegura. Vatenfall es la empresa sueca que tiene el monopolio del carbón en Lusacia, región en el este de Alemania. Familias como los Rösch trabajan mano a mano con organizaciones como Greepeace para evitar que los destierren con unas indeminizaciones ínfimas y obligándoles a empezar el negocio de zero en otro lugar; pero las perspectivas son muy negras.

Una sentencia del Tribunal Constitucional alemán, de principios de 2014, da ahora más derechos a los desplazados para que, por ejemplo, puedan denunciar sus casos ante tribunales. En Brandeburgo, hasta el 2009 los partidos de la oposición, (die Linke y los Verdes) defendían las renovables y se oponían a ensanchar los dominios de la industria del lignito. Desde que están en el gobierno regional, el lobby del carbón también los ha convencido del papel que juegan como motor de económico en la zona.

Una visita a la más famosa de las centrales térmicas alemanas, la Schwarze Pumpe, que ahora gestiona Vatenfall, convence del poderío del sector. Su director, Wilfred Schreck, asegura que tienen reservas de lignito para los próximos 200 años aunque en el plan del Gobierno Merkel, el apagón del carbón sería en 2040. Pero no existen datos fiables que concreten a partir de qué fecha podremos prescindir de las energías convenciales; sin marco temporal claro, es difícil presionar. Schreck no ve ninguna contradicción entre el cambio energético y la ampliación de las explotaciones. “El lignito es una tecnología puente hasta que se pueda alcanzar los objetivos del 80-95% en renovables” añade “ y la solución es el almacenamiento del CO2, un proyecto piloto que se llevó a cabo aquí… pero que fracasó por motivos políticos”.

En Canadá, en Australia, en China y en Gran Bretaña sí que se está desarrollando el almacenamiento de CO2, con una técnica llamada CCS que evita el efecto invernadero, si bien los ecologistas argumentan como crítica que contamina las aguas subterráneas. En el caso de Alemania, ésta no se desarrolla porque se sostiene que no es económicamente rentable. Los representantes de la Cámara de Comercio de Brandeburgo, con sede en Cottbus, frontera con Polonia, insisten que sin la industria del lignito, la región quedaría desindustrializada e incrementaría exponencialmente el paro; comentan también que en Suecia han apostado por potenciar la energía nuclear, junto con las renovables.

Respecto a la situación de la Unión Europea y la energía alternativa, ésta suma el 13,3% del suministro (hidráulica 9,2%, eólica 2,7% y otras, como biomasa, 1,4%); en cuanto a las plantas convencionales, el porcentaje es del 58,7%. Andreas Jung, diputado del CDU en el Bundestag, el Parlamento alemán, esgrime que no es el sistema el que no funciona sino las reglas y que nunca ha habido un debate político sobre quién paga el cambio energético: “se deberían introducir multas para aquellas empresas que no alcancen los objetivos”.

A pesar de la boda política con el salario mínimo y el cambio del modelo energético como ajuar, en Alemania es necesaria una clara voluntad política que tome las riendas del Energiewende y que calcule en detalle los costes de su transición, en especial, en el sector industrial. De lo contrario, Alemania nunca se hará fuerte en el discurso “verde” en Europa. Si deja de ser el motor económico y exportador, “solo” por el cambio a las renovables, política y lobbies ganaran terreno a los ecologistas, que ya inciden con fuerza de forma transversal en la mayoría de partidos del espectro del Bundestag. Sin una Alemania fuerte en energías renovables, nadie en Europa escuchará las campanas del cambio hacia una política energética sostenible en la Unión.