Un hombre con la bandera de Italia. Ezra Shaw/Getty Images

¿Hasta cuándo el país seguirá aplazando los graves problemas que sufre?

El escenario preelectoral en que el se situó Italia tras la derrota de Matteo Renzi en el referéndum del 4 de diciembre pasado ha llevado a una nueva parálisis, situación que por otra parte entronca con una histórica tradición de los gobiernos italianos, que no es otro que el permanente aplazamiento de los problemas pendientes. Y no será porque Italia no los tenga: un aparato productivo cada vez más anquilosado; una permanente fuga de cerebros; una deuda nacional descomunal; un crecimiento de la economía sencillamente raquítico; una multitud de bancos en riesgo de quiebra y, en definitiva, una economía en abierto retroceso.

Italia había vivido una amplia etapa reformista entre febrero de 2014 y diciembre de 2016 bajo el Gobierno Renzi, pero, además de que muchas de esas reformas se quedaron a mitad de camino, la vuelta de Renzi a la primera línea política (será el candidato del Partido Democrático en las elecciones generales a celebrar antes de febrero de 2018) ha acentuado el escenario preelectoral del país y, de paso, ha paralizado al Gobierno Gentiloni, que por otra parte ya lo tenía difícil de por sí tras la escisión del PD acaecida hace unos meses, ya que le hizo perder 14 votos en el Senado, cámara donde sacar adelante leyes es, de por sí, muy difícil.

¿Qué problemas recientemente surgidos están a la espera de una solución? El más importante, el grave problema bancario, con muchos créditos morosos que cada día que transcurre resultan más complicados de cobrar. Aunque son no pocos los bancos que se encuentran en una situación crítica, el Ejecutivo presidido por Paolo Gentiloni se ha limitado a nacionalizar el Monte dei Paschi di Siena (MPS) además de inyectarle 5.000 millones de euros, dinero que viene de haber consignado en los presupuestos del Estado una partida adicional de 20.000 millones de euros. Fuera de eso, muy poco más, y lo peor es que está desaprovechándose el que sea precisamente un italiano (Mario Draghi) el que presida el Banco Central Europeo (BCE). Hay que recordar que Draghi cesa en su mandato en menos de dos años, y cada mes que se pierde sin acudir a la ayuda del BCE el coste del saneamiento está siendo mayor.

Otro problema sin afrontar es un clásico de la Historia reciente italiana: su compañía aérea de bandera, Alitalia, está de nuevo en la cuerda floja. ¿Cuáles eran las principales razones que explicaban la crítica situación de esta compañía aérea? En primer lugar, su tamaño: demasiado amplia para poder competir con las de low cost, pero también incapaz de hacerle la competencia a las de largo recorrido al haberse quedado anticuado su modelo de negocio. En segundo lugar, sus principales accionistas eran elementos ajenos al sector (bancos) que, en el caso de uno de ellos, UniCredit (propietario del 11% de las acciones) estaba en ese momento llevando a cabo un plan de saneamiento de su propia empresa (la otra propietaria  principal era el también banco Intesa San Paolo, dueño del 20,5% de las acciones de Alitalia). Ambos bancos tenían el mismo problema: consideraban un mal negocio inyectar constantemente dinero en una compañía que, no solo había dado 1.000 millones de pérdidas en los últimos tres años, sino que además no daba ningún motivo para creer en su posible recuperación. Y lo mismo sucedía con el tercer gran accionista, Etihad, una compañía (esta sí aérea) de los Emiratos Árabes Unidos, que, tras ver cómo tampoco ella lograba sanear la compañía, había anunciado que se marcharía de la empresa para mediados de 2017. Además de haber quebrado ya en el pasado dos veces, ahora ha vuelto a los número rojos que tantas veces ha visto en los últimos años, pero, ante esta realidad, el Gobierno se ha limitado a dar una cantidad de dinero (600 millones de euros que no pasan de mero parche) para que la compañía siga funcionando al menos unos meses más. Y eso que se ha tenido una ocasión única para sanearla, ya que sus principales propietarios (los bancos Intesa San Paolo y UniCredit, además de la compañía extranjera Etihad) presentaron un plan de viabilidad tumbado hace un mes por los trabajadores de la compañía.

Todo ello sin hablar de otras reformas, como la del sistema educativo, la de las pensiones (porque sigue sin incentivarse la natalidad e Italia envejece a marchas forzadas) o la reducción del enorme gasto público, o la necesidad de realizar una fuerte inversión en temas sísmicos tras lo sucedido en el último año, cuestión que puede volver a repetirse este verano, según sismólogos muy reputados. Mientras, la economía sigue creciendo por debajo de la media de la eurozona: aunque ha dejado atrás la recesión (el aumento de su PIB nacional ha sido del +0,7% en 2015, el +0,9% en 2016 y del +0,9% de nuevo +0,9% en 2017), la vecina España, con casi cuatro millones de parados, crece el triple de rápido que la nación transalpina.

Frente a ello, el Gobierno Gentiloni solo puede presentar realmente un logro que, además, está mostrando de momento poca efectividad. Nos estamos refiriendo al acuerdo firmado el pasado 2 de febrero con el Consejo Presidencial de Libia, por el que ambas partes que se comprometían a cooperar para atajar el flujo migratorio entre ambos países. Sin embargo, este primer paso era muy importante para Gentiloni, ya que Italia recibe un elevado flujo migratorio procedente del continente africano y muy particularmente de las costas libias: solo en 2016 habían desembarcado en Italia 181.000 inmigrantes. Y eso que la ruta migratoria del Mediterráneo central era una de las menos recomendables dentro del mundo marítimo (en ese mismo año habían perdido la vida unas 5.079 personas, según la Organización Mundial de las Migraciones. Y es que Italia necesita como agua de mayo este acuerdo porque, tras el acuerdo migratorio firmado por la Unión Europea y Turquía en marzo de 2016, Italia había reemplazado a Grecia como principal vía de entrada de inmigración en la UE.

Además, había cambiado el perfil de los que llegaban a las costas europeas: mientras antes la mayor parte de inmigrantes eran demandantes de asilo en Grecia, ahora aproximadamente un 60% de quienes llegaban a las costas italianas lo hacían por motivos económicos. A todo ello había que añadir la dificultad para devolver a su lugar de origen al inmigrante irregular, ya que se requería de un procedimiento muy complejo en el que había de producirse la identificación completa de la persona y, además, el consentimiento del Estado al que se le deportaba. Si tomamos como referencia los tres primeros meses del año, en total habían desembarcado en puertos italianos más de 24.000 personas, frente a las 18.000 de 2016 y a los 10.165 de 2015. El fin de semana de Pascua fue, en ese sentido, el peor de todos: otros 9.000 desembarcos. De hecho, en lo que va de año han llegado ya a las costas italianas 43.245 personas procedentes de Libia. La ruta representa el 90% del tráfico migratorio. Y el buen tiempo ha reactivado con virulencia un fenómeno que, según todas las ONG, ha alcanzado ya la categoría de industrialización del tráfico de seres humanos. La ruta libia, prácticamente la única posible para acceder al sur de Italia y a Europa (la balcánica, oriental y occidental ha disminuido en un 80%), está tomada por las milicias de un Estado fallido. Por eso, el ministro del Interior, Marco Minniti, tuvo que pedir recientemente una mayor implicación de Europa en un problema en el que Italia se encuentra muy sola. A lo que se añade otro asunto, que es la acogida de los migrantes que, en su mayoría, quieren seguir su camino hacia el norte de Europa: a comienzos de mayo había ya 179.000 registrados de forma estable, siendo Lombardia y Campania las regiones con mayor número. Y, como decimos, aún no han llegado los meses clave por su previsible buen tiempo, como es el caso de junio, julio, agosto e, incluso, parte de septiembre, en los que las cifras de personas que intenten alcanzar las costas de Italia crecerán de manera exponencial.

Ahora lo que importa es exclusivamente hacer una nueva ley electoral, y a partir de ahí entrar en campaña y forjar una casi segura nueva coalición de gobierno. Porque la realidad es que Gentiloni pudo ser Primer Ministro solo porque Renzi se lo permitió, y ahora éste, tras recuperar el control de su partido, no quiere que el Gobierno haga un solo movimiento que ponga en riesgo el éxito de sus posibilidad electorales. Y, así, una vez más, los problemas aplazados, aunque sea a costa de enfrentarse con la Unión Europea y de hartar, una vez más, a la ciudadanía italiana.