En el acelerado mundo de hoy estamos expuestos a cambios que, durante la Edad Media, podrían haber tardado 200 o 300 años en producirse. El tiempo y el espacio se han contraído, y ahora no ocurre nada de manera aislada. A Japón le está resultando difícil adaptarse a ese nuevo escenario. Se aferra a una Constitución perdidamente idealista e históricamente ilegítima, impuesta por las fuerzas de ocupación de EE UU hace casi sesenta años para impedir su reaparición como potencia militar. El país deja su supervivencia en manos de Washington, se ha olvidado del pensamiento independiente y se ha vuelto débil. Algunos afirman que Japón puede prosperar como una nación de pacíficos comerciantes. Tal vez era posible cuando EE UU era un guardián solvente. Hoy, cuando se observa su limitada capacidad como superpotencia, esta dependencia es muy peligrosa para el imperio nipón. Resulta irónico que la economía del país –sobre todo, en el sector financiero– corra peligro de hundirse precisamente debido a los estadounidenses, que se suponía que debían avalarnos.
Los japoneses tenían el ánimo y la fibra de los samuráis. ¿Cuándo recuperaremos nuestra virtud nacional, tan bien descrita por la antropóloga estadounidense Ruth Benedict en El crisantemo y la espada? En gran parte, todo dependerá de la evolución del este asiático durante la próxima década, sobre todo en el aspecto militar. Un factor crítico será hacia dónde mire China –con su Ejército en expansión y su obstinado Partido Comunista– y que persiga, o no, sus ambiciones con el mismo tipo de intenciones hegemónicas empleadas en Tíbet. También dependerá de que Pekín, que ha proclamado repetidamente sus derechos sobre territorio nipón, persista o no en sus provocaciones. Me pregunto cómo interpretará Washington su tratado de seguridad con Japón si éste decide enfrentarse a China, quizás incluso en el terreno militar, por la disputa sobre las islas Senkaku, una parte de la prefectura de Okinawa con posibles recursos marinos muy valiosos. Existen muchas otras incertidumbres. La economía china, recalentada en exceso, está a punto de la bancarrota. ¿Qué forma adoptará la frustración del pueblo chino y cómo estallará? El derrumbe económico del gigante puede desencadenar una desintegración como la soviética que desemboque en la disolución del régimen comunista. Y China no es la única preocupación. Corea del Norte, con un régimen político demencial, está desarrollando una capacidad nuclear ... |
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