En el acelerado mundo de hoy estamos expuestos a cambios que, durante la Edad Media, podrían haber tardado 200 o 300 años en producirse. El tiempo y el espacio se han contraído, y ahora no ocurre nada de manera aislada. A Japón le está resultando difícil adaptarse a ese nuevo escenario. Se aferra a una Constitución perdidamente idealista e históricamente ilegítima, impuesta por las fuerzas de ocupación de EE UU hace casi sesenta años para impedir su reaparición como potencia militar. El país deja su supervivencia en manos de Washington, se ha olvidado del pensamiento independiente y se ha vuelto débil. Algunos afirman que Japón puede prosperar como una nación de pacíficos comerciantes. Tal vez era posible cuando EE UU era un guardián solvente. Hoy, cuando se observa su limitada capacidad como superpotencia, esta dependencia es muy peligrosa para el imperio nipón. Resulta irónico que la economía del país –sobre todo, en el sector financiero– corra peligro de hundirse precisamente debido a los estadounidenses, que se suponía que debían avalarnos.
Los japoneses tenían el ánimo y la fibra de los samuráis. ¿Cuándo recuperaremos nuestra virtud nacional, tan bien ... |
Artículo
para suscriptores
por tan solo