La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso El euro
Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El Partido
Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La monarquía
inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La polio
Julie Gerberding

La soberanía

Richard Haass

El anonimato

Esther Dyson

Los subsidios
agrícolas

Enrique Iglesias

En el acelerado mundo de hoy estamos expuestos a cambios
que, durante la Edad Media, podrían haber tardado 200 o 300 años en
producirse. El tiempo y el espacio se han contraído, y ahora no
ocurre nada de manera aislada. A Japón le está resultando
difícil adaptarse a ese nuevo escenario. Se aferra a una Constitución
perdidamente idealista e históricamente ilegítima, impuesta
por las fuerzas de ocupación de EE UU hace casi sesenta años
para impedir su reaparición como potencia militar. El país
deja su supervivencia en manos de Washington, se ha olvidado del pensamiento
independiente y se ha vuelto débil.

Algunos afirman que Japón puede prosperar como una nación
de pacíficos comerciantes. Tal vez era posible cuando EE UU era
un guardián solvente. Hoy, cuando se observa su limitada capacidad
como superpotencia, esta dependencia es muy peligrosa para el imperio
nipón. Resulta irónico que la economía del país –sobre
todo, en el sector financiero– corra peligro de hundirse precisamente
debido a los estadounidenses, que se suponía que debían
avalarnos.

Las tensiones regionales
estimulan a Japón a salir de su pasividad inútil.
El ‘león dormido’ de Asia no es China, sino
Japón

Los japoneses tenían el ánimo y la fibra de los samuráis. ¿Cuándo
recuperaremos nuestra virtud nacional, tan bien descrita por la antropóloga
estadounidense Ruth Benedict en El crisantemo y
la espada
? En gran parte,
todo dependerá de la evolución del este asiático
durante la próxima década, sobre todo en el aspecto militar.
Un factor crítico será hacia dónde mire China –con
su Ejército en expansión y su obstinado Partido Comunista– y
que persiga, o no, sus ambiciones con el mismo tipo de intenciones hegemónicas
empleadas en Tíbet. También dependerá de que Pekín,
que ha proclamado repetidamente sus derechos sobre territorio nipón,
persista o no en sus provocaciones. Me pregunto cómo interpretará Washington
su tratado de seguridad con Japón si éste decide enfrentarse
a China, quizás incluso en el terreno militar, por la disputa
sobre las islas Senkaku, una parte de la prefectura de Okinawa con posibles
recursos marinos muy valiosos.

Existen muchas otras incertidumbres. La economía china, recalentada
en exceso, está a punto de la bancarrota. ¿Qué forma
adoptará la frustración del pueblo chino y cómo
estallará? El derrumbe económico del gigante puede desencadenar
una desintegración como la soviética que desemboque en
la disolución del régimen comunista. Y China no es la única
preocupación. Corea del Norte, con un régimen político
demencial, está desarrollando una capacidad nuclear y utilizándola
como arma de negociación. No olvidemos que se trata de un país
terrorista, que ha secuestrado a más de cien ciudadanos japoneses
y probablemente matado a la mayoría de ellos. Pyongyang ha advertido
que atacaría el territorio nipón con misiles si Tokio decide
imponer sanciones económicas, la única palanca con la que
cuenta. Dejando al margen la incertidumbre sobre la precisión
de los misiles norcoreanos, la cuestión de cómo reaccionarían
Japón y EE UU sigue siendo crucial. Estas tensiones e incertidumbres
en la región pueden estimular, por fin, al país del
sol naciente
para que salga de su pasividad inútil y se convierta
en una nación fuerte, dispuesta a aceptar sacrificios. Cuando
Japón vuelva a mostrar el espíritu que le ayudó a
ser el primer Estado no blanco que logró modernizarse, el equilibrio
de poder en la región cambiará de forma drástica.
El león dormido de Asia no es China, sino Japón.

 

La pasividad japonesa. Shintaro
Ishihara

La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso El
euro

Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La
monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El
Partido Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La
monarquía inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La
polio

Julie Gerberding

La
soberanía

Richard Haass

El
anonimato

Esther Dyson

Los
subsidios agrícolas

Enrique Iglesias

En el acelerado mundo de hoy estamos expuestos a cambios
que, durante la Edad Media, podrían haber tardado 200 o 300 años en
producirse. El tiempo y el espacio se han contraído, y ahora no
ocurre nada de manera aislada. A Japón le está resultando
difícil adaptarse a ese nuevo escenario. Se aferra a una Constitución
perdidamente idealista e históricamente ilegítima, impuesta
por las fuerzas de ocupación de EE UU hace casi sesenta años
para impedir su reaparición como potencia militar. El país
deja su supervivencia en manos de Washington, se ha olvidado del pensamiento
independiente y se ha vuelto débil.

Algunos afirman que Japón puede prosperar como una nación
de pacíficos comerciantes. Tal vez era posible cuando EE UU era
un guardián solvente. Hoy, cuando se observa su limitada capacidad
como superpotencia, esta dependencia es muy peligrosa para el imperio
nipón. Resulta irónico que la economía del país –sobre
todo, en el sector financiero– corra peligro de hundirse precisamente
debido a los estadounidenses, que se suponía que debían
avalarnos.

Las tensiones regionales
estimulan a Japón a salir de su pasividad inútil.
El ‘león dormido’ de Asia no es China, sino
Japón

Los japoneses tenían el ánimo y la fibra de los samuráis. ¿Cuándo
recuperaremos nuestra virtud nacional, tan bien descrita por la antropóloga
estadounidense Ruth Benedict en El crisantemo y
la espada
? En gran parte,
todo dependerá de la evolución del este asiático
durante la próxima década, sobre todo en el aspecto militar.
Un factor crítico será hacia dónde mire China –con
su Ejército en expansión y su obstinado Partido Comunista– y
que persiga, o no, sus ambiciones con el mismo tipo de intenciones hegemónicas
empleadas en Tíbet. También dependerá de que Pekín,
que ha proclamado repetidamente sus derechos sobre territorio nipón,
persista o no en sus provocaciones. Me pregunto cómo interpretará Washington
su tratado de seguridad con Japón si éste decide enfrentarse
a China, quizás incluso en el terreno militar, por la disputa
sobre las islas Senkaku, una parte de la prefectura de Okinawa con posibles
recursos marinos muy valiosos.

Existen muchas otras incertidumbres. La economía china, recalentada
en exceso, está a punto de la bancarrota. ¿Qué forma
adoptará la frustración del pueblo chino y cómo
estallará? El derrumbe económico del gigante puede desencadenar
una desintegración como la soviética que desemboque en
la disolución del régimen comunista. Y China no es la única
preocupación. Corea del Norte, con un régimen político
demencial, está desarrollando una capacidad nuclear y utilizándola
como arma de negociación. No olvidemos que se trata de un país
terrorista, que ha secuestrado a más de cien ciudadanos japoneses
y probablemente matado a la mayoría de ellos. Pyongyang ha advertido
que atacaría el territorio nipón con misiles si Tokio decide
imponer sanciones económicas, la única palanca con la que
cuenta. Dejando al margen la incertidumbre sobre la precisión
de los misiles norcoreanos, la cuestión de cómo reaccionarían
Japón y EE UU sigue siendo crucial. Estas tensiones e incertidumbres
en la región pueden estimular, por fin, al país del
sol naciente
para que salga de su pasividad inútil y se convierta
en una nación fuerte, dispuesta a aceptar sacrificios. Cuando
Japón vuelva a mostrar el espíritu que le ayudó a
ser el primer Estado no blanco que logró modernizarse, el equilibrio
de poder en la región cambiará de forma drástica.
El león dormido de Asia no es China, sino Japón.

 

Shintaro Ishihara es gobernador
de Tokio (Japón).