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El revuelo causado por un puerto de construcción china en el Mar Arábigo dice más sobre la desesperación de Islamabad que sobre las ambiciones imperiales de Pekín.
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AFP/Getty Images
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Las visitas de estado entre países que mantienen relaciones amigables rara vez producen sorpresas o momentos que se salgan del guión, pero el reciente viaje a China de altos funcionarios paquistaníes se las arregló para hacer precisamente eso.
Tras su regreso a Islamabad, el ministro de Defensa, Ahmed Mukhtar, realizó dos anuncios sorprendentes: primero, que Pekín había accedido a hacerse cargo de la operación del puerto de Gwadar en Baluchistán, y, segundo, que había invitado a los chinos a construir una base naval allí. Los líderes asiáticos, a los que al parecer estas declaraciones les cogieron desprevenidos, rápidamente lo negaron.
No obstante, los aparentemente improvisados comentarios de Mukhtar revivieron el debate sobre las ambiciones de China en el suroeste de Asia. Por ejemplo, la semana pasada, un artículo de opinión del periódico Wall Street Journal titulado provocadoramente “China crea el caos” afirmaba que “China quiere introducirse en el juego de la...
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