The White Man’s burden
(La carga del hombre blanco)

William Easterly
436 páginas, Penguin Press,
Nueva York, 2006 (en inglés)


El angloindio Rudyard Kipling escribió en 1899 el poema que da título a este libro. Las posibles interpretaciones de dicho texto suscitaron en su día un agitado debate sobre el colonialismo imperante y su razón de ser. ¿Es responsabilidad del hombre blanco llevar la civilización a los pueblos salvajes? ¿Es el modelo de desarrollo occidental el mejor para todos los lugares del mundo? No cabe duda de que el profesor de Economía en la Universidad de Nueva York y, anteriormente, economista investigador del Banco Mundial durante 16 años, William Easterly, pretende generar un debate que busque hoy respuestas a estas mismas preguntas, planteadas hace más de un siglo.

El autor describe y analiza la historia de los esfuerzos que los países ricos han dedicado en los últimos cincuenta años a ayudar a las naciones pobres a salir del subdesarrollo, llegando a conclusiones demoledoras. Sus investigaciones, basadas en evidencias estadísticas aderezadas con numerosas anécdotas de su experiencia personal, le llevan a afirmar que los programas de ayuda son, en muchos casos, negativos para el progreso de los países pobres. Incluso, a menudo generan efectos no deseables como un aumento de las desigualdades, dependencia de la ayuda o incrementos de la corrupción y el desgobierno.

El autor plantea las dos grandes tragedias de la pobreza. La primera, sabida por todos, es el sufrimiento y la muerte que asolan los países subdesarrollados por falta de recursos. La segunda es quizá menos conocida: el Norte ha gastado 2,3 billones de dólares durante los últimos cincuenta años en programas de lucha contra la pobreza, sin lograr erradicarla. Ante este panorama, Easterly considera que los proyectos para combatir el subdesarrollo han salido siempre de mentes occidentales, de los llamados planificadores, es decir, burócratas que anuncian las mejores intenciones y generan grandes expectativas a la vez que diseñan desde sus despachos grandes planes de desarrollo con especial énfasis en la cantidad, pero de los que nadie se hace responsable ni se les dota de mecanismos adecuados de rendición de cuentas.


El Norte debe abandonar la idea de convertir a cada país pobre en un espejo de Occidente y favorecer que los individuos y no los gobiernos dirijan los cambios


Pese a la ristra de ejemplos de fracaso de la ayuda internacional que se detallan, ésta no deja de ser un elemento fundamental para asegurar el bienestar inmediato de la gente a lo largo del proceso de desarrollo. Sin embargo, según Easterly —que rebate la existencia de la llamada trampa de la pobreza, entendida como el círculo vicioso en el que se ven atrapados los países pobres y que les impide salir de la miseria—, la única forma de poner fin a estas tragedias es revisar profunda y conceptualmente los planteamientos que han convertido el sistema de ayuda internacional en un mecanismo impositivo, asistencial e ineficaz.

Frente a esta situación, propone invertir mayores esfuerzos en identificar a buscadores, que son aquellos que se concentran en hallar soluciones imaginativas, tomando en consideración tanto los contextos locales como a los destinatarios finales de sus esfuerzos. En este sentido, las ideas de Easterly coinciden con la necesidad de buscar emprendedores sociales —término creado por el escritor canadiense David Bornstein— para averiguar lo que realmente genera desarrollo. Es una llamada a un uso racional de las bondades del sistema de libre mercado, pero apartado de cualquier tesis neoliberal, encerrado en el sonoro y provocador eslogan de "el buen plan es no tener plan".

Easterly no se queda ahí y propone una profunda revisión del sistema de ayuda internacional. La vía de la imposición, ya sea de planes económicos de ajuste estructural, de programas de democratización o las intervenciones militares en aras de la seguridad, no funciona. No hay recetas universales que generen desarrollo a escala nacional ni está científicamente demostrado que la ayuda sea un motor de crecimiento.

La alternativa sugerida es abogar por una mayor participación de los receptores finales de la ayuda, transfiriendo el poder que tienen los planificadores hacia los buscadores, para que, en cada contexto y respetando la cultura local, sean los encargados de hacer surgir un desarrollo económico y una mejora de las instituciones democráticas. Por otro lado, insistir en la necesidad de una rendición de cuentas efectiva que obligue a que la ayuda sea más eficiente. Para esto, propone desde la reforma de las instituciones hasta la creación de una agencia internacional de evaluación independiente que mida el éxito de los programas y aprenda de los errores del pasado.

En resumen, abandonar la idea de que el Norte sabe mejor lo que le conviene a los Estados pobres. No intentar convertir a cada país en vías de desarrollo en un espejo de Occidente y favorecer que sean los individuos y no los gobiernos los que dirijan los cambios económicos y sociales. Además, apuesta por medidas concretas y factibles sin caer en la inocencia de pensar que sea un camino fácil. Es consciente de la dificultad de introducir cambios en instituciones y sistemas tan arraigados.

Se echa en falta una mayor profundidad en el análisis de las causas por las que el Primer Mundo se obstina en grandes planes de desarrollo. Se podría emplear su argumento, sobre la responsabilidad individual de los buscadores frente a la ausencia de mecanismos de rendición de cuentas aplicados a los planificadores, para vincular la responsabilidad de la ciudadanía de los países ricos en la consecución de resultados en la lucha contra la pobreza. En estos Estados ya existen los mecanismos para que los políticos actúen según la voluntad de sus pueblos. Entonces, ¿será que el Primer Mundo no tiene verdadera voluntad para erradicar la pobreza?

Ayuda activa: la cooperante Bettina Klinger en el pueblo indio de Indira Nagar, junto con niños afectados por el tsunami que asoló el sureste asiático.
Ayuda activa: la cooperante Bettina Klinger en el pueblo indio de Indira Nagar, junto con niños afectados por el tsunami que asoló el sureste asiático.

La pobreza, asunto ciudadano.
Agustín Moya


The White Man’s burden
(La carga del hombre blanco)

William Easterly
436 páginas, Penguin Press,
Nueva York, 2006 (en inglés)


El angloindio Rudyard Kipling escribió en 1899 el poema que da título a este libro. Las posibles interpretaciones de dicho texto suscitaron en su día un agitado debate sobre el colonialismo imperante y su razón de ser. ¿Es responsabilidad del hombre blanco llevar la civilización a los pueblos salvajes? ¿Es el modelo de desarrollo occidental el mejor para todos los lugares del mundo? No cabe duda de que el profesor de Economía en la Universidad de Nueva York y, anteriormente, economista investigador del Banco Mundial durante 16 años, William Easterly, pretende generar un debate que busque hoy respuestas a estas mismas preguntas, planteadas hace más de un siglo.

El autor describe y analiza la historia de los esfuerzos que los países ricos han dedicado en los últimos cincuenta años a ayudar a las naciones pobres a salir del subdesarrollo, llegando a conclusiones demoledoras. Sus investigaciones, basadas en evidencias estadísticas aderezadas con numerosas anécdotas de su experiencia personal, le llevan a afirmar que los programas de ayuda son, en muchos casos, negativos para el progreso de los países pobres. Incluso, a menudo generan efectos no deseables como un aumento de las desigualdades, dependencia de la ayuda o incrementos de la corrupción y el desgobierno.

El autor plantea las dos grandes tragedias de la pobreza. La primera, sabida por todos, es el sufrimiento y la muerte que asolan los países subdesarrollados por falta de recursos. La segunda es quizá menos conocida: el Norte ha gastado 2,3 billones de dólares durante los últimos cincuenta años en programas de lucha contra la pobreza, sin lograr erradicarla. Ante este panorama, Easterly considera que los proyectos para combatir el subdesarrollo han salido siempre de mentes occidentales, de los llamados planificadores, es decir, burócratas que anuncian las mejores intenciones y generan grandes expectativas a la vez que diseñan desde sus despachos grandes planes de desarrollo con especial énfasis en la cantidad, pero de los que nadie se hace responsable ni se les dota de mecanismos adecuados de rendición de cuentas.


El Norte debe abandonar la idea de convertir a cada país pobre en un espejo de Occidente y favorecer que los individuos y no los gobiernos dirijan los cambios


Pese a la ristra de ejemplos de fracaso de la ayuda internacional que se detallan, ésta no deja de ser un elemento fundamental para asegurar el bienestar inmediato de la gente a lo largo del proceso de desarrollo. Sin embargo, según Easterly —que rebate la existencia de la llamada trampa de la pobreza, entendida como el círculo vicioso en el que se ven atrapados los países pobres y que les impide salir de la miseria—, la única forma de poner fin a estas tragedias es revisar profunda y conceptualmente los planteamientos que han convertido el sistema de ayuda internacional en un mecanismo impositivo, asistencial e ineficaz.

Frente a esta situación, propone invertir mayores esfuerzos en identificar a buscadores, que son aquellos que se concentran en hallar soluciones imaginativas, tomando en consideración tanto los contextos locales como a los destinatarios finales de sus esfuerzos. En este sentido, las ideas de Easterly coinciden con la necesidad de buscar emprendedores sociales —término creado por el escritor canadiense David Bornstein— para averiguar lo que realmente genera desarrollo. Es una llamada a un uso racional de las bondades del sistema de libre mercado, pero apartado de cualquier tesis neoliberal, encerrado en el sonoro y provocador eslogan de "el buen plan es no tener plan".

Easterly no se queda ahí y propone una profunda revisión del sistema de ayuda internacional. La vía de la imposición, ya sea de planes económicos de ajuste estructural, de programas de democratización o las intervenciones militares en aras de la seguridad, no funciona. No hay recetas universales que generen desarrollo a escala nacional ni está científicamente demostrado que la ayuda sea un motor de crecimiento.

La alternativa sugerida es abogar por una mayor participación de los receptores finales de la ayuda, transfiriendo el poder que tienen los planificadores hacia los buscadores, para que, en cada contexto y respetando la cultura local, sean los encargados de hacer surgir un desarrollo económico y una mejora de las instituciones democráticas. Por otro lado, insistir en la necesidad de una rendición de cuentas efectiva que obligue a que la ayuda sea más eficiente. Para esto, propone desde la reforma de las instituciones hasta la creación de una agencia internacional de evaluación independiente que mida el éxito de los programas y aprenda de los errores del pasado.

En resumen, abandonar la idea de que el Norte sabe mejor lo que le conviene a los Estados pobres. No intentar convertir a cada país en vías de desarrollo en un espejo de Occidente y favorecer que sean los individuos y no los gobiernos los que dirijan los cambios económicos y sociales. Además, apuesta por medidas concretas y factibles sin caer en la inocencia de pensar que sea un camino fácil. Es consciente de la dificultad de introducir cambios en instituciones y sistemas tan arraigados.

Se echa en falta una mayor profundidad en el análisis de las causas por las que el Primer Mundo se obstina en grandes planes de desarrollo. Se podría emplear su argumento, sobre la responsabilidad individual de los buscadores frente a la ausencia de mecanismos de rendición de cuentas aplicados a los planificadores, para vincular la responsabilidad de la ciudadanía de los países ricos en la consecución de resultados en la lucha contra la pobreza. En estos Estados ya existen los mecanismos para que los políticos actúen según la voluntad de sus pueblos. Entonces, ¿será que el Primer Mundo no tiene verdadera voluntad para erradicar la pobreza?

Ayuda activa: la cooperante Bettina Klinger en el pueblo indio de Indira Nagar, junto con niños afectados por el tsunami que asoló el sureste asiático.
Ayuda activa: la cooperante Bettina Klinger en el pueblo indio de Indira Nagar, junto con niños afectados por el tsunami que asoló el sureste asiático.

Agustín Moya es coordinador del área de Evaluación y Estudios de DARA (www.daraint.org).