
¿Cuáles son las principales líneas de acción de la estrategia estadounidense hacia China en plena intensificación de la rivalidad hegemónica entre ambas potencias? ¿Y cómo son percibidas desde Japón y Taiwán?
Ahora que el ruido de sables de China está intensificándose, el mundo empieza a prestar mucha atención a la seguridad del este de Asia. Sin embargo, el Gobierno del presidente estadounidense Joe Biden ha adoptado una posición tibia respecto a Pekín, sin emprender un nuevo rumbo más audaz ni aclarar si la política firmemente antichina adoptada por el gobierno anterior del ex presidente Donald Trump va a seguir definiendo la posición de EE UU en asunto tan crucial. Es necesario un análisis integral desde una perspectiva político-económica global para determinar cómo está en estos momentos la cuestión de la seguridad de la región y por qué Biden se muestra tan indeciso en la cuestión de China.
Biden sustituyó a Trump en pleno agravamiento de la rivalidad hegemónica entre ambos países, después de que el presidente anterior adoptara una estrategia de confrontación total frente al comportamiento agresivo de Pekín. Pero el nuevo gobierno no ha elaborado una visión estratégica coherente para tratar con la República Popular de China (RPC). El resultado es una gran incertidumbre sobre si continuará o no la posición dura de Trump respecto a Pekín, así como serios problemas políticos para los Estados en primera línea, como Japón y Taiwán, que tienen a EE UU como único garante de su seguridad.
La cuestión de China es fundamental para la política interna y la seguridad nacional estadounidense porque EE UU ha prosperado en las dos últimas décadas gracias al crecimiento del país asiático, convirtiéndose Pekín a la vez en su rival. Estados Unidos empezó a ser hegemónico en la región al final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a medida que su sector productivo perdía competitividad internacional, su superioridad económica disminuyó, empezando por la cancelación unilateral de la convertibilidad internacional directa del dólar estadounidense en oro —el shock de Nixon de 1971— y empeorando gradualmente a partir de entonces.
La crisis de la deuda latinoamericana de principios de los 80 puso de manifiesto una grave escasez de oportunidades para la inversión de capital nacional en el sector de la fabricación industrial, lo que llevó a los principales bancos comerciales estadounidenses a conceder créditos excesivos a los prestatarios soberanos de la región, pensando, equivocadamente, que nunca serían insolventes. Eso significa que, como empresas, los bancos estadounidenses no podían ampliar sus negocios ni aumentar sus beneficios sin invertir en sectores de fabricación pujantes. Desde el punto de vista estructural, era inevitable que la hegemonía de Estados Unidos como potencia industrial ...
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