El balance de ocho años de política exterior de
José María Aznar está sujeto a controversias. Las tres
visiones que aquí se presentan –una británica, una francesa
y una alemana–, probablemente, constituyen un espejo invertido de la valoración
de los Ejecutivos de sus respectivos países. Sea el próximo presidente
del Gobierno español Mariano Rajoy o José Luis Rodríguez
Zapatero, tendrá que tomar en este campo, en el que Aznar ha dado virajes
importantes, decisiones sobre el rumbo a seguir. Un experto analista y diplomático
español ha elaborado un memorándum con sus recomendaciones.

 

Personalización sin réditos
Shaun Riordan

En los últimos años, los dirigentes políticos han mostrado
una tendencia cada vez mayor a personalizar la política exterior (en
parte, debido a la facilidad para viajar y la existencia de mayores oportunidades
para conocer a sus homólogos). Cuando esa política exterior personalizada
coincide con las realidades geopolíticas y los intereses de un país,
puede ser un arma valiosa para el arsenal diplomático. Cuando contradice
o ignora dichos factores, los beneficios son, en el mejor de los casos, limitados
y de breve duración.

Foto de soldados subiendo una colina y en ésta la bandera española

La política exterior de Aznar, desde luego, ha estado dominada por las
relaciones personales, tanto buenas (al principio con Blair y posteriormente
con Bush) como malas (sobre todo, con Chirac y Schröder) o indiferentes
(Latinoamérica y Marruecos). Es difícil ver qué beneficios
concretos ha obtenido España de estas relaciones. Por ejemplo, la tan
cacareada amistad con Blair tenía un propósito interno: consolidar
la reputación centrista de Aznar y humillar al Partido Socialista español.
Ahora bien, no ha supuesto ningún avance respecto al contencioso de Gibraltar,
y su único logro europeo, la Estrategia de Lisboa sobre la reforma económica
europea, está muerto y enterrado, sin que haya habido intentos serios
de poner en práctica sus recomendaciones, ni siquiera, en España.
En el lado negativo, el distanciamiento entre Madrid, París y Berlín
ha dejado a España peligrosamente aislada en la UE, mientras que la pérdida
de influencia política en Marruecos (donde España tuvo que pedir
ayuda a Estados Unidos para resolver el conflicto de la isla de Perejil) y Latinoamérica
ha arrebatado a España sus justificaciones históricas para tener
voz en los debates internacionales.

En muchos aspectos, la decisión de Aznar de apoyar la guerra de Estados
Unidos en Irak, en contra de la inmensa mayoría de la opinión
pública y de tantos analistas de política exterior en España,
fue la culminación de esta política exterior de relaciones personales.
Aznar, a diferencia de casi todos los demás políticos españoles,
es un atlantista decidido. Está convencido de que el aumento de la población
hispana en Estados Unidos hace que España tenga un papel especial allí
(se olvida de que dicha población procede de Latinoamérica y la
pérdida de influencia política de España en aquella zona
limita su importancia para los hispanos estadounidenses). No obstante, lo que
impulsó, sobre todo, su postura sobre Irak fue el deseo de tener una
estrecha relación con Bush.

¿Qué ventajas cree Aznar que van a obtener España o él
de esta relación? Está claro ya que todos los beneficios económicos
sustanciales en Irak van a ir a parar a empresas estadounidenses. Aunque el
apoyo español y su voluntad de albergar la Conferencia de Donantes ayudaron
al Gobierno de Bush a la hora de cuidar la imagen, la reducida capacidad militar
de España limita su importancia y su influencia en Washington. Aznar
no tiene ninguna esperanza de sustituir a Gran Bretaña como gran aliado
europeo de Estados Unidos ni como puente transatlántico. Es posible que
Aznar, como Blair, se equivocara al valorar el carácter de la política
estadounidense y las perspectivas de futuro de los neoconservadores. La posguerra
en Irak y el incumplimiento de las predicciones tan optimistas que habían
expresado estos últimos han perjudicado seriamente su credibilidad incluso
dentro del Gobierno de Bush. A no ser que la situación en Irak sufra
un cambio drástico a corto plazo, su influencia podría terminarse
pronto. Tanto un Gobierno de Bush post-neoconservador como un Gobierno demócrata
intentarían mejorar las relaciones con París y Berlín y,
en tal caso, Gran Bretaña conservaría su posición, pero
España quedaría marginada.
Más grave es, no obstante, el hecho de que el apoyo de Aznar a la guerra
de Irak ha dañado aún más las relaciones de España
con el eje franco-alemán, que va a seguir dirigiendo el desarrollo de
la UE en todas sus facetas: las condiciones para la ampliación, la política
del Banco Central Europeo y los avances hacia la integración. Ahí,
y no en las fotos en el jardín de la Casa Blanca, es donde reside el
verdadero interés de España.

Una grande de Europa
Dominique Moisi

A finales de los años 70, justo antes de su muerte, le preguntaron al
primer ministro chino Chu En Lai qué pensaba de la Revolución
Francesa. Su famosa respuesta, "es demasiado pronto para decirlo",
resulta adecuada para una primera valoración de la actuación del
presidente del Gobierno, José María Aznar, en cuestiones de política
exterior. Más allá de su firme postura atlantista respecto a Irak
o su obstinada defensa de los intereses nacionales de España, es fácil
denunciar la falta de una visión clara basada en una "personalización"
excesiva de la política exterior y un aislamiento creciente de España
respecto a la Europa "dominante", un país demasiado cercano
a Washington y demasiado alejado del "espíritu de compromiso"
de Bruselas.

Foto de Colin Powell besando a una mujer

Ahora bien, esta idea negativa y bastante generalizada pasa por alto un elemento
importante. Con José María Aznar, España ha reforzado su
imagen nacional, europea e internacional. En otras palabras, hay más
presencia de España hoy que ayer, no sólo en Europa, sino en el
mundo. Quizá es consecuencia de un proceso competitivo de decadencia
dentro de Europa, y tiene poco que ver con las decisiones de Aznar. El caso
es que, con Italia cada vez más deslegitimizada por el carácter
tan original de su primer ministro, con Francia y Alemania unidas para bien
–como forma de protección contra los riesgos de fragmentación
de una Europa ampliada– y para mal –la violación de las normas
del pacto de estabilidad–, con Gran Bretaña incapaz de decidir
si pertenece verdaderamente a Europa o no, la España de Aznar sigue adelante,
impulsada por el dinamismo de su economía y su sociedad civil.

Tal vez, José María Aznar ha vuelto a descubrir la receta de la
irritación tan practicada por la Francia de De Gaulle hace 40 años.
Lo está haciendo con cierta coherencia y elegancia, siempre que no se
le vaya la mano. Los resultados de la guerra en Irak son, en el mejor de los
casos, inciertos, e incluso catastróficos; pero Aznar, como Tony Blair,
ha mostrado lo que debe ser la política: la capacidad de resistir a la
marea de la opinión pública cuando uno está convencido,
por razones éticas, de que su sitio tiene que estar junto a su aliado
tradicional. Los dos dirigentes que han tenido que sufrir el terrorismo en sus
respectivos países, a manos de los radicales vascos o de los irlandeses,
son los que de forma más natural se han mantenido junto a Estados Unidos.
No nos escandalicemos, porque, aunque es innegable que las respuestas de los
estadounidenses no son las debidas, sí lo son sus preguntas, unas preguntas
en las que muchos europeos no quieren ni pensar.

En conclusión, me atrevo a decir que con Aznar, en parte gracias a él
y, en parte, a pesar de él, el papel y la visibilidad de España
en el ámbito internacional han crecido en los últimos años.
Ayer, la expresión "grande de España" tenía una
connotación de pomposidad. Hoy, poco a poco pero con seguridad, España
está volviendo a ser una "grande de Europa". Y ésa es
una de las victorias más espectaculares del proceso democrático
de ampliación en Europa, y una de las mejores noticias posibles para
la causa europea.

Aznar y los gigantes Europeos
Leo Wieland

Imaginemos esta escena: hace un tiempo, durante una de las cumbres europeas
más aburridas, Aznar miró a su alrededor y no se quedó
impresionado. El primer ministro de una mediana potencia mediterránea
miró a los pesos pesados de la Unión y observó poco peso
y liderazgo. Vio a un canciller alemán que acababa de arruinar la principal
relación exterior de su país, con Estados Unidos, a causa de Irak;
no por motivos morales, sino para ganar inmerecidamente otras elecciones. Vio
a un presidente francés con viejas ideas de grandeur pero poca fuerza
para respaldarlas. Aznar acababa de visitar al presidente estadounidense y descubrió
que, a pesar de la retórica pavloviana de la izquierda europea, George
W. no era el hombre más estúpido del mundo.

Foto de Blair, Bush y Aznar

Así que tomó varias decisiones. Se alió con la hiperpotencia
que iba a seguir siéndolo. Desechó –¡qué alivio!–
la obsesión contra los gringos que todavía rige el pensamiento
de muchos (no todos) de sus amigos latinoamericanos. Pasó por alto, aunque
le dolió, el peñón de Gibraltar, y encontró un alma
gemela en Blair. Mientras tanto, vio que la economía española
iba bien, mientras que las locomotoras alemana y francesa estaban atascadas.
Recordó que, gracias a su terquedad, había aumentado la influencia
de España en Niza y ahora se encontraba en una posición bastante
buena para dar lecciones incluso a los gigantes. Ellos no tenían nada
de lo que presumir: ni crecimiento económico ni presupuesto ajustado.
En cambio, estaban malgastando sus energías en erosionar el pacto de
estabilidad. ¿Por qué –se preguntó– tenía
que ceder ahora, por el bien de la nueva Constitución europea, el poder
que tanto le había costado ganar a España, para devolvérselo
a los que claramente eran unos fracasados?

Quizá esta situación está un poco exagerada. Pero la verdad
es que Aznar se mantuvo en sus trece desde Irak hasta Bruselas. Ignoró
la opinión pública y a una oposición socialista que –por
desgracia– cada vez cuenta menos. Tiene cierta tendencia a plantear las
cosas "como digo yo y, si no, no vengan". Sin embargo, no le castigaron,
ni siquiera en las elecciones de mayo de 2003. ¿Por qué? Porque
en la opinión pública española hay un poco de todo. Por
supuesto que, como muestran las conclusiones del respetado Real Instituto Elcano,
hay un 85% que piensa que la guerra de Irak no mereció la pena. Esa cifra
convierte a España en el país más pacifista de la UE. Pero
también hay un 72% al que le gusta –como a Aznar– la idea
de que su país desempeñe un papel más activo en el escenario
internacional. Luego está la mayoría previsible (57%) que rechaza
el unilateralismo de Washington. Pero los que apoyan la presencia de España
en Irak son un poco más numerosos (38%) que los que no (37%). Por último,
cuando se pregunta qué país es el mejor amigo de España,
¿la respuesta es “Alemania" (6%), "Gran Bretaña"
(8%) o "Francia" (10%)? No. Es "Estados Unidos" (37%). Muchos
países de la UE ampliada, entre ellos Polonia, comparten esa opinión.
Aznar es perfectamente consciente de que pronto habrá una mayoría
naturalmente pro-americana alrededor del eje franco-alemán. Más
vale que su sucesor lo recuerde.

El balance de ocho años de política exterior de
José María Aznar está sujeto a controversias. Las tres
visiones que aquí se presentan –una británica, una francesa
y una alemana–, probablemente, constituyen un espejo invertido de la valoración
de los Ejecutivos de sus respectivos países. Sea el próximo presidente
del Gobierno español Mariano Rajoy o José Luis Rodríguez
Zapatero, tendrá que tomar en este campo, en el que Aznar ha dado virajes
importantes, decisiones sobre el rumbo a seguir. Un experto analista y diplomático
español ha elaborado un memorándum con sus recomendaciones.

LA POLÍTICA EXTERIOR DE AZNAR: TRES VISIONES EUROPEAS

Personalización sin réditos
Shaun Riordan

En los últimos años, los dirigentes políticos han mostrado
una tendencia cada vez mayor a personalizar la política exterior (en
parte, debido a la facilidad para viajar y la existencia de mayores oportunidades
para conocer a sus homólogos). Cuando esa política exterior personalizada
coincide con las realidades geopolíticas y los intereses de un país,
puede ser un arma valiosa para el arsenal diplomático. Cuando contradice
o ignora dichos factores, los beneficios son, en el mejor de los casos, limitados
y de breve duración.

Foto de soldados subiendo una colina y en ésta la bandera española

La política exterior de Aznar, desde luego, ha estado dominada por las
relaciones personales, tanto buenas (al principio con Blair y posteriormente
con Bush) como malas (sobre todo, con Chirac y Schröder) o indiferentes
(Latinoamérica y Marruecos). Es difícil ver qué beneficios
concretos ha obtenido España de estas relaciones. Por ejemplo, la tan
cacareada amistad con Blair tenía un propósito interno: consolidar
la reputación centrista de Aznar y humillar al Partido Socialista español.
Ahora bien, no ha supuesto ningún avance respecto al contencioso de Gibraltar,
y su único logro europeo, la Estrategia de Lisboa sobre la reforma económica
europea, está muerto y enterrado, sin que haya habido intentos serios
de poner en práctica sus recomendaciones, ni siquiera, en España.
En el lado negativo, el distanciamiento entre Madrid, París y Berlín
ha dejado a España peligrosamente aislada en la UE, mientras que la pérdida
de influencia política en Marruecos (donde España tuvo que pedir
ayuda a Estados Unidos para resolver el conflicto de la isla de Perejil) y Latinoamérica
ha arrebatado a España sus justificaciones históricas para tener
voz en los debates internacionales.

En muchos aspectos, la decisión de Aznar de apoyar la guerra de Estados
Unidos en Irak, en contra de la inmensa mayoría de la opinión
pública y de tantos analistas de política exterior en España,
fue la culminación de esta política exterior de relaciones personales.
Aznar, a diferencia de casi todos los demás políticos españoles,
es un atlantista decidido. Está convencido de que el aumento de la población
hispana en Estados Unidos hace que España tenga un papel especial allí
(se olvida de que dicha población procede de Latinoamérica y la
pérdida de influencia política de España en aquella zona
limita su importancia para los hispanos estadounidenses). No obstante, lo que
impulsó, sobre todo, su postura sobre Irak fue el deseo de tener una
estrecha relación con Bush.

¿Qué ventajas cree Aznar que van a obtener España o él
de esta relación? Está claro ya que todos los beneficios económicos
sustanciales en Irak van a ir a parar a empresas estadounidenses. Aunque el
apoyo español y su voluntad de albergar la Conferencia de Donantes ayudaron
al Gobierno de Bush a la hora de cuidar la imagen, la reducida capacidad militar
de España limita su importancia y su influencia en Washington. Aznar
no tiene ninguna esperanza de sustituir a Gran Bretaña como gran aliado
europeo de Estados Unidos ni como puente transatlántico. Es posible que
Aznar, como Blair, se equivocara al valorar el carácter de la política
estadounidense y las perspectivas de futuro de los neoconservadores. La posguerra
en Irak y el incumplimiento de las predicciones tan optimistas que habían
expresado estos últimos han perjudicado seriamente su credibilidad incluso
dentro del Gobierno de Bush. A no ser que la situación en Irak sufra
un cambio drástico a corto plazo, su influencia podría terminarse
pronto. Tanto un Gobierno de Bush post-neoconservador como un Gobierno demócrata
intentarían mejorar las relaciones con París y Berlín y,
en tal caso, Gran Bretaña conservaría su posición, pero
España quedaría marginada.
Más grave es, no obstante, el hecho de que el apoyo de Aznar a la guerra
de Irak ha dañado aún más las relaciones de España
con el eje franco-alemán, que va a seguir dirigiendo el desarrollo de
la UE en todas sus facetas: las condiciones para la ampliación, la política
del Banco Central Europeo y los avances hacia la integración. Ahí,
y no en las fotos en el jardín de la Casa Blanca, es donde reside el
verdadero interés de España.

UNA GRANDE DE EUROPA
Dominique Moisi

A finales de los años 70, justo antes de su muerte, le preguntaron al
primer ministro chino Chu En Lai qué pensaba de la Revolución
Francesa. Su famosa respuesta, "es demasiado pronto para decirlo",
resulta adecuada para una primera valoración de la actuación del
presidente del Gobierno, José María Aznar, en cuestiones de política
exterior. Más allá de su firme postura atlantista respecto a Irak
o su obstinada defensa de los intereses nacionales de España, es fácil
denunciar la falta de una visión clara basada en una "personalización"
excesiva de la política exterior y un aislamiento creciente de España
respecto a la Europa "dominante", un país demasiado cercano
a Washington y demasiado alejado del "espíritu de compromiso"
de Bruselas.

Foto de Colin Powell besando a una mujer

Ahora bien, esta idea negativa y bastante generalizada pasa por alto un elemento
importante. Con José María Aznar, España ha reforzado su
imagen nacional, europea e internacional. En otras palabras, hay más
presencia de España hoy que ayer, no sólo en Europa, sino en el
mundo. Quizá es consecuencia de un proceso competitivo de decadencia
dentro de Europa, y tiene poco que ver con las decisiones de Aznar. El caso
es que, con Italia cada vez más deslegitimizada por el carácter
tan original de su primer ministro, con Francia y Alemania unidas para bien
–como forma de protección contra los riesgos de fragmentación
de una Europa ampliada– y para mal –la violación de las normas
del pacto de estabilidad–, con Gran Bretaña incapaz de decidir
si pertenece verdaderamente a Europa o no, la España de Aznar sigue adelante,
impulsada por el dinamismo de su economía y su sociedad civil.

Tal vez, José María Aznar ha vuelto a descubrir la receta de la
irritación tan practicada por la Francia de De Gaulle hace 40 años.
Lo está haciendo con cierta coherencia y elegancia, siempre que no se
le vaya la mano. Los resultados de la guerra en Irak son, en el mejor de los
casos, inciertos, e incluso catastróficos; pero Aznar, como Tony Blair,
ha mostrado lo que debe ser la política: la capacidad de resistir a la
marea de la opinión pública cuando uno está convencido,
por razones éticas, de que su sitio tiene que estar junto a su aliado
tradicional. Los dos dirigentes que han tenido que sufrir el terrorismo en sus
respectivos países, a manos de los radicales vascos o de los irlandeses,
son los que de forma más natural se han mantenido junto a Estados Unidos.
No nos escandalicemos, porque, aunque es innegable que las respuestas de los
estadounidenses no son las debidas, sí lo son sus preguntas, unas preguntas
en las que muchos europeos no quieren ni pensar.

En conclusión, me atrevo a decir que con Aznar, en parte gracias a él
y, en parte, a pesar de él, el papel y la visibilidad de España
en el ámbito internacional han crecido en los últimos años.
Ayer, la expresión "grande de España" tenía una
connotación de pomposidad. Hoy, poco a poco pero con seguridad, España
está volviendo a ser una "grande de Europa". Y ésa es
una de las victorias más espectaculares del proceso democrático
de ampliación en Europa, y una de las mejores noticias posibles para
la causa europea.

AZNAR Y LOS GIGANTES Europeos
Leo Wieland

Imaginemos esta escena: hace un tiempo, durante una de las cumbres europeas
más aburridas, Aznar miró a su alrededor y no se quedó
impresionado. El primer ministro de una mediana potencia mediterránea
miró a los pesos pesados de la Unión y observó poco peso
y liderazgo. Vio a un canciller alemán que acababa de arruinar la principal
relación exterior de su país, con Estados Unidos, a causa de Irak;
no por motivos morales, sino para ganar inmerecidamente otras elecciones. Vio
a un presidente francés con viejas ideas de grandeur pero poca fuerza
para respaldarlas. Aznar acababa de visitar al presidente estadounidense y descubrió
que, a pesar de la retórica pavloviana de la izquierda europea, George
W. no era el hombre más estúpido del mundo.

Foto de Blair, Bush y Aznar

Así que tomó varias decisiones. Se alió con la hiperpotencia
que iba a seguir siéndolo. Desechó –¡qué alivio!–
la obsesión contra los gringos que todavía rige el pensamiento
de muchos (no todos) de sus amigos latinoamericanos. Pasó por alto, aunque
le dolió, el peñón de Gibraltar, y encontró un alma
gemela en Blair. Mientras tanto, vio que la economía española
iba bien, mientras que las locomotoras alemana y francesa estaban atascadas.
Recordó que, gracias a su terquedad, había aumentado la influencia
de España en Niza y ahora se encontraba en una posición bastante
buena para dar lecciones incluso a los gigantes. Ellos no tenían nada
de lo que presumir: ni crecimiento económico ni presupuesto ajustado.
En cambio, estaban malgastando sus energías en erosionar el pacto de
estabilidad. ¿Por qué –se preguntó– tenía
que ceder ahora, por el bien de la nueva Constitución europea, el poder
que tanto le había costado ganar a España, para devolvérselo
a los que claramente eran unos fracasados?

Quizá esta situación está un poco exagerada. Pero la verdad
es que Aznar se mantuvo en sus trece desde Irak hasta Bruselas. Ignoró
la opinión pública y a una oposición socialista que –por
desgracia– cada vez cuenta menos. Tiene cierta tendencia a plantear las
cosas "como digo yo y, si no, no vengan". Sin embargo, no le castigaron,
ni siquiera en las elecciones de mayo de 2003. ¿Por qué? Porque
en la opinión pública española hay un poco de todo. Por
supuesto que, como muestran las conclusiones del respetado Real Instituto Elcano,
hay un 85% que piensa que la guerra de Irak no mereció la pena. Esa cifra
convierte a España en el país más pacifista de la UE. Pero
también hay un 72% al que le gusta –como a Aznar– la idea
de que su país desempeñe un papel más activo en el escenario
internacional. Luego está la mayoría previsible (57%) que rechaza
el unilateralismo de Washington. Pero los que apoyan la presencia de España
en Irak son un poco más numerosos (38%) que los que no (37%). Por último,
cuando se pregunta qué país es el mejor amigo de España,
¿la respuesta es “Alemania" (6%), "Gran Bretaña"
(8%) o "Francia" (10%)? No. Es "Estados Unidos" (37%). Muchos
países de la UE ampliada, entre ellos Polonia, comparten esa opinión.
Aznar es perfectamente consciente de que pronto habrá una mayoría
naturalmente pro-americana alrededor del eje franco-alemán. Más
vale que su sucesor lo recuerde.

Shaun Riordan ha sido diplomático
británico durante 16 años, y es autor de The New Diplomacy (Polity
Press, 2002). Dominique Moisi es director adjunto del Instituto Francés
de Relaciones Internacionales (IFRI). Leo Wieland es corresponsal en España
del Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ).