Ya es hora de repensar la solución y buscar alternativas.

Karen Roach/Fotolia

 

La convivencia transatlántica lleva años soportando a un elefante debajo de la alfombra. Mientras se incrementan las relaciones económicas y políticas, el negocio del narcotráfico y sus múltiples ramificaciones continúan calcinando la seguridad en varios países latinoamericanos. Además, la amenaza lleva años merodeando la costa atlántica africana, punto de tránsito y distribución de la droga producida en América Latina  que tiene como destino Europa.

Los efectos benévolos de la cooperación al desarrollo y de una mayor actividad económica entre los cuatro costados del Atlántico se ven disminuidos por la pujanza de un negocio que devora recursos y vidas. Hace tiempo que se sabe que el narcotráfico, fenómeno transnacional, sólo puede combatirse mediante medidas coordinadas entre países productores, de tránsito y consumidores. Dado que las introducidas hasta ahora están lejos de acabar con la criminalidad, se impone un nuevo planteamiento en la lucha contra este problema.

El caso de Estados Unidos, principal mercado de la droga latinoamericana, es bien conocido. Muchos han sido los llamamientos para la adopción de políticas de consumo menos restrictivas que resten cuota de mercado y poder a los narcotraficantes al sur del Río Grande. El año pasado, el ex presidente mexicano Felipe Calderón pidió alternativas en las políticas de consumo para menguar los exorbitantes beneficios amasados por el narco. Mario Vargas Llosa ha ido más lejos, al defender explícitamente la legalización de la droga como única solución para acabar con el tráfico de drogas en América Latina.

Menos se habla de lo que ocurre en Europa, el otro gran mercado de las estupefacientes. Un estudio del Parlamento Europeo concluye que décadas de cooperación europeo-latinoamericana contra el narcotráfico no se han traducido en un mayor control de las redes criminales. Desde los 90, los programas de cooperación contra la droga entre la UE y América Latina se han centrado en la sustitución de cultivos de coca por otros productos agrícolas. Sin embargo, un enfoque aún más valioso podría consistir en profundizar la laxitud que algunas legislaciones nacionales europeas han adoptado respecto al consumo de sustancias ilícitas, llegando incluso a la legalización de algunas o todas las drogas.

Las medidas relativamente laxas aplicadas en algunos países europeos han conseguido reducir el consumo, por lo que ahora podrían intensificarse y generalizarse, de tal forma que se prive a las redes criminales de una parte sustanciosa de su negocio. Ante la visión prohibicionista de Estados Unidos, que domina el debate internacional, y las políticas de Naciones Unidas en la materia, Europa y América Latina deberían unir fuerzas para introducir una visión no prohibicionista en las medidas globales para abordar el narcotráfico. La negociación debería incluir también al África occidental, donde opera una red criminal cada vez más asertiva y autónoma respecto a sus patrones latinoamericanos.

Las razones para replantearse las relaciones transatlánticas en materia de narcotráfico son aplastantes. A lo largo de la última década, la UE ha destinado más de 2.700 millones de euros a luchar contra la pobreza en América Latina, mientras que Estados Unidos se ha dejado más de 20.000 millones de dólares en su guerra contra los narcos. Sin embargo, los beneficios de tales desembolsos se ven superados y revertidos por el señuelo voraz del negocio de las drogas.

La gravedad de la situación impide apartar el narcotráfico de un replanteamiento honesto de las relaciones transatlánticas. Cambiar la política referente a las drogas a ambos lados del oceáno puede requerir medidas en apariencia temerarias, excesivamente permisivas o incluso libertinas. No obstante, si seguimos la estela de uno de los pioneros en el acercamiento transatlántico, Alexis De Tocqueville, encontraremos motivos para hacerlo. Él dijo que los excesos cometidos en nombre de la libertad pueden hacerla odiosa, pero no son obstáculo para que sea bella y necesaria. En el caso del narco, la liberalización no es necesariamente bella, pero merece la pena reflexionar sobre si es necesaria.

 

 

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