palestinamani
Un grupo de personas se manifiestan en Londres frente a la Embajada americana en señal de protesta por el ‘Acuerdo del siglo’ alcanzado. (Mairo Cinquetti/NurPhoto via Getty Images)

¿Podría ser la sociedad civil internacional la que propiciara un cambio transformador referido al contexto palestino-israelí?  

Uno de los adagios más extendidos en lo que se refiere a la causa palestina reza que ésta cuenta con el apoyo de una gran mayoría de las poblaciones del mundo árabe y musulmán, también de los Estados que forman parte de estos conjuntos de países. Este imaginario colectivo ayuda a entender la sorpresa con la que generalmente fue recibida la noticia de la normalización de relaciones entre Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, y recientemente, aunque sin un acuerdo definitivo, Sudán. A pesar de que algunas cancillerías occidentales hayan mostrado un cierto entusiasmo ante el acercamiento de sus aliados, son mayoría las opiniones que ponen en duda las posibilidades de que esto lleve a un acuerdo de paz (todo indicaría que sería en el marco del ‘Acuerdo del Siglo’ que concede como máximo autonomía, no independencia, a los palestinos), o incluso a la suspensión de una posible anexión de territorio ocupado en Cisjordania por parte de Israel.

A este último respecto resulta importante tener en cuenta, como en muchos otros aspectos relacionados con la situación en Israel/Palestina, la diferencia entre el de facto y el de iure. En el caso de la posible anexión, por ejemplo, ésta ya se ha producido sobre el terreno sobre la base de una política continua de hechos consumados, e Israel ejerce hoy su soberanía sobre la totalidad del territorio de la Palestina histórica.

La diferencia entre el de iure y el de facto podría también representar la clave para entender la postura del nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, frente al conflicto palestino-israelí. Tanto el antiguo vicepresidente como su vicepresidenta han afirmado ser fieles aliados del Estado de Israel, apoyo que han demostrado con actos y discursos a lo largo de su trayectoria. Muchos palestinos se muestran escépticos hacia la posibilidad de que Biden contribuya al cumplimiento del derecho internacional, conscientes de que protagonizará un retorno al consenso estadounidense en la materia: no decisiones improductivas, pero tampoco pasos reales hacia la autodeterminación.

 

El comportamiento de los regímenes árabes a lo largo de las décadas… y en la actualidad

La postura de los países árabes hacia el conflicto ha experimentado una notable evolución: de la Cumbre de la Liga Árabe celebrada en Jartum en agosto de 1967, semanas después de la derrota en la Guerra de los Seis Días, en la que se comprometieron a los ‘tres noes’ -No a la paz con Israel, no al reconocimiento de Israel, no a las negociaciones con Israel-, a la Iniciativa Árabe de Paz (IAP) de 2002, que aceptaba el reconocimiento del Estado de Israel siempre y cuando estuviera precedido por un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos en virtud del cual fuera creado un Estado palestino en parte de la Palestina histórica.

La anunciada normalización automáticamente invalida la IAP. Pocos dudan de que las recientes decisiones cuentan con la bendición de Arabia Saudí. El país impulsó en 2002 la posición común árabe, y su liderazgo e influencia regionales son hoy indiscutibles. Ha sido visto durante mucho tiempo como un partidario inquebrantable de los palestinos. Pero, de nuevo con énfasis en la diferencia entre el de iure y el de facto, al igual que ha hecho Israel, Riad y otros países han abrazado progresivamente la idea de normalización sin con ello velar por que se satisfagan demandas de mínimos por parte del pueblo palestino. Un análisis cuidadoso de su comportamiento a lo largo de las décadas muestra, en primer lugar, una profundización en sus relaciones con Israel, principalmente de la mano de su partenariado con Estados Unidos, pero también en atención a sus intereses regionales: Riad, principalmente preocupado por el simbolismo de Jerusalén, percibía (si es que alguna vez lo hizo) cada vez menos a los israelíes como colonizadores de tierras árabes que como contrapartes valiosas en ámbitos geopolíticos y económicos. La oportunidad definitiva de consolidación llegó con un proceso multilateral euro-árabe tras los Acuerdos de Oslo. En esta apertura progresiva y al igual que hoy, Arabia Saudí involucró a terceros Estados.

El acercamiento entre los países del Golfo e Israel no sólo bebe de percepciones compartidas de amenazas. También ha contribuido un hastío en aumento hacia el estancamiento de la situación y el papel de los palestinos, que encontró como principal símbolo cuando Yasser Arafat apoyó a Saddam Hussein en 1990. Una mirada al pasado permite comprobar que las acciones de los países del Golfo han sido limitadas, más allá de lo simbólico. Se han visto por ejemplo materializadas en apoyo a la facción palestina más acomodaticia (Fatah), y en una ayuda humanitaria a los palestinos en línea con sus intereses regionales. Los países del Golfo, y otros países árabes, han utilizado en numerosas ocasiones el apoyo a la causa palestina con fines propagandísticos, muchas veces demonizando la existencia y comportamientos del Estado de Israel en público, pero tejiendo relaciones con Tel Aviv entre bambalinas.

El doble discurso ha sido el ejemplo, entre otros, de Egipto, el primer país árabe en normalizar relaciones con Israel tras los Acuerdos de Camp David. Las autoridades egipcias se han mostrado a lo largo de las décadas críticas con la postura israelí, pero aún así, en respeto de la línea roja marcada por la multimillonaria ayuda que Estados Unidos le concede con el fin declarado de contribuir a garantizar la seguridad de Israel en la región. Durante las revueltas de 2011, pero también en 2012, fue común encontrar banderas palestinas en las manifestaciones, y se produjeron altercados frente a la Embajada de Israel. La narrativa del golpe que derrocó a Mohammed Morsi en 2013 le acusaba también de ser un aliado no sólo de Hamas, sino del ‘Eje de la Resistencia’ encabezado por Irán del que la organización forma parte. El régimen de Abdel Fatah al Sisi se ha mostrado públicamente fiel a la causa palestina e incluso lideró esfuerzos en pro de la reconciliación palestina, pero no sólo ha reforzado las relaciones con Tel Aviv, sino que ha reprimido duramente críticas contra la normalización, represión de la que es símbolo el encarcelamiento del activista Ramy Shaath (hijo de un histórico dirigente palestino). El Cairo también ha apoyado públicamente los acuerdos EAU-Israel como un paso optimista hacia la paz.

Estos últimos años, algunos países del Golfo han sido testigos de una desescalada de la violencia retórica contra Israel. Ésta ha ido de la mano de otros discursos de carácter marcadamente nacionalista e individualista, en donde representantes del régimen, como el Príncipe Bandar bin Sultan e incluso el propio Príncipe Heredero Mohammed bin Salman, y medios han replicado progresivamente una parte de la narrativa que acusa a los palestinos de que no se haya alcanzado la paz, ensalza el carácter moderno y occidental de Israel y enmarca las respectivas políticas exteriores en un discurso de tolerancia entre religiones que ignora los orígenes políticos del conflicto palestino-israelí.

 

palestinatrumpagreement
Carteles contra los líderes de EE UU, Bahrain, Israel y Emiratos en señal de protesta por la normalización de relaciones. (Majdi Fathi/NurPhoto via Getty Images)

El apoyo de las ciudadanías árabes a la causa palestina

El establecimiento del Estado de Israel en 1948, así como las acciones previas a éste, fueron percibidos como tareas de colonización, tanto en la Palestina histórica como en el conjunto del mundo árabe. Habían sido permitidos por las potencias occidentales, como ejemplificaba la contradicción entre la Declaración Balfour y otras promesas incumplidas hechas a los árabes en el marco de la Primera Guerra Mundial. La causa palestina se convirtió en la común predilecta del panarabismo y así se plasmaba en la creación de la Liga Árabe y las guerras árabe-israelíes. La Naksa, o derrota de 1967, representó no sólo un duro golpe para la causa palestina y el panarabismo, sino para el mundo árabe en su conjunto, sentando las bases de una reconfiguración regional en la que los países del Golfo eran cada vez más centrales.

Antes y después de 1967, la carga simbólica de la causa palestina iba mucho más del apoyo de las poblaciones árabes en un contexto global de internacionalismo y anticolonialismo. La situación mundial cambió, y este apoyo a la resistencia palestina fue disminuyendo en intensidad, traducido en muchas ocasiones en esperanzas puestas en los ‘Acuerdos de Oslo’. Aún así, y sobre todo como consecuencia del estancamiento de unas negociaciones de paz que no han contribuido a transformar la desposesión de los palestinos, el apoyo a sus derechos siguió representando un pilar del imaginario social árabe.

El apoyo popular se ha visto enfrentado a un número de obstáculos. Uno de ellos es la represión feroz, en casos como Egipto, Jordania, Bahréin y EAU. Otro es el fenómeno de los llamados ‘musulmanes sionistas’ (en línea con los ‘cristianos sionistas’), que presentan el conflicto como uno eminentemente entre religiones y rechazan atender a sus fundamentos coloniales. Se añaden asimismo tanto el tedio como el individualismo exacerbado, en parte como consecuencia de los mensajes transmitidos por sus líderes y parte de la narrativa internacional. Aún así se mantiene. Algunas muestras recientes de esta defensa fueron la presencia de banderas palestinas y críticas contra la colonización israelí en el marco de las revueltas antiautoritarias de 2011/2012 o la postura vocal propalestina del presidente tunecino Kais Saied antes de su elección. También han sido patentes las críticas en varios países contra la normalización árabe-israelí, como la condena del Parlamento tunecino o el rechazo de Kuwait a seguir los pasos de sus vecinos.

Los ciudadanos del Golfo han hablado públicamente contra la anexión (también aquí). A la hora de medir la opinión pública árabe hacia la cuestión, es importante señalar que resulta difícil disponer de datos fidedignos, en lo que respecta tanto al acceso a muestras genuinamente representativas como al miedo de las poblaciones a expresar opiniones sobre sujetos delicados, como es en la actualidad la causa palestina. Esto no quiere decir que no existan encuestas, pero éstas no parecen dibujar los contornos de una postura homogénea. Por una parte, en línea con las opiniones mayoritarias expresadas y con el estereotipo compartido, los datos más recientes de la encuesta Arab Opinion Index del Arab Center for Research and Policy Studies sito en Doha apuntan a que muchos árabes están en desacuerdo con sus gobiernos sobre la posibilidad de establecer relaciones con Israel y expresan un alto grado de apoyo a los derechos y la condición del Estado palestino. Por otra, la última encuesta de Zogby Research Services arroja luz sobre una evolución notable a lo largo de los últimos años, en forma de no rechazo de plano al establecimiento de relaciones diplomáticas, aunque con la esperanza de que esto equivalga a una mayor posibilidad de estatalidad palestina.

 

Frente a la violación de derechos, una ventana de oportunidad

El contexto actual se traduce en términos de geopolítica, pero también de un abismo entre regímenes y sus poblaciones… en referencia a la causa palestina, pero en muchas otras dimensiones. Israel se ha presentado durante años como ‘la única democracia de Oriente Medio’. Irónicamente, hoy se regodea de una alianza de países y gobiernos con tendencias antidemocráticas e iliberales. Se trate de regímenes que abrazan principios contrarrevolucionarios, muy particularmente tras las revueltas en el marco de la mal llamada Primavera Árabe. En este sentido, no es desdeñable el que una gran parte de la relación se base en la compraventa de armamento y tecnología para sofisticar el control y represión de las respectivas poblaciones. A esto se suman las dinámicas de dominación entre países del mundo árabe, como evidencian las presiones a las que ha sido sometido el régimen transicional de Sudán, pero también la delicada situación de Bahréin respecto de sus vecinos, caracterizada por la dependencia.

Con este trasfondo, se refuerza la idea de Israel como ‘Emperador desnudo’. El apoyo internacional con el que hoy cuentan la estrategia de Israel en general, Benjamín Netanyahu en particular, está profundamente basado en el no respeto del derecho internacional. Todo ello ante la impotencia de una Unión Europea dividida e incapaz de plantearse tanto acciones contundentes como nuevos paradigmas. Cabe preguntarse, al igual que ocurre con el principio de estabilización que inspira gran parte de las actuaciones y posturas de la Unión frente a los países del Mediterráneo Sur, cuán sostenible es un contexto que reposa sobre falsos dilemas, en ambos casos ignorando las demandas, expectativas y anhelos de las respectivas poblaciones. Poblaciones que en un futuro más o menos lejano volverán a tomar las calles entonando llamadas a la justicia y la dignidad. Tal y como ha ocurrido en ocasiones anteriores, es muy probable que lo hagan ondeando banderas palestinas en solidaridad con una causa que siempre han considerado íntimamente relacionada con las suyas.

Algunos argumentan que los acuerdos de normalización deberían ser aprovechados por los palestinos para negociar una paz a partir de mínimos….Un argumento parecido que el ofrecido a las sociedades árabes a lo largo de estas últimas décadas. Quizás haya llegado el momento de rejuvenecer el íntimo vínculo entre la dignidad de los palestinos y de todos los ciudadanos árabes, e incluso de las sociedades a lo largo y ancho del planeta. Tradicionalmente, se ha considerado que cualquier cambio transformador referido al contexto palestino-israelí vendría de la mano de un cambio de comportamiento en el seno de la comunidad de naciones. Hoy la esperanza reposa sobre la sociedad civil internacional.