La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso El euro
Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El Partido
Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La monarquía
inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La polio
Julie Gerberding

La soberanía

Richard Haass

El anonimato

Esther Dyson

Los subsidios
agrícolas

Enrique Iglesias

El factor crítico para la seguridad y el crecimiento
en el siglo XXI no será la democracia, sino la demografía.
Las poblaciones con un crecimiento excesivo son una rémora para
los países
en desarrollo, y los bajos índices de fecundidad están
retrasando el avance en las sociedades ricas. Los pobres lo son cada
vez más debido a unas tasas de natalidad en aumento, y los ricos
van a tener sociedades menos dinámicas porque no se renuevan a
suficiente velocidad. El crecimiento de la población sobrepasa
la capacidad de los gobiernos para proporcionar servicios básicos
en Oriente Medio y África, lo cual facilita la existencia de caldos
de cultivo para movimientos extremistas y terroristas. Por su parte,
las sociedades más favorecidas considerarán la inmigración
procedente de esos países como una amenaza, y la rechazarán.

Es posible que el sexo, el matrimonio y la procreación no aguanten
mucho tiempo más fuera del alcance de los gobiernos. Las autoridades
que se enfrentan a explosiones e implosiones de población no tendrán
más remedio que abordar cuestiones que suelen considerarse privadas.

Los esfuerzos para convencer y educar a las poblaciones hacia unas tendencias
de procreación más positivas no han tenido más que
un éxito limitado. Los Estados europeos, por ejemplo, han hecho
esfuerzos hercúleos para invertir los índices de natalidad
en descenso, con resultados decepcionantes. A pesar de ser, como Italia,
un país muy católico, España tiene una tasa de fertilidad
tremendamente baja (1,29 hijos por mujer). El baremo de fertilidad de
Singapur es de un peligroso 1,25%. Las políticas de natalidad
han mejorado la situación muy ligeramente. Sin una inmigración
que, con frecuencia, supera el crecimiento anual natural, el índice
de crecimiento económico de ese país sería tan lento
como el de Japón.

Cuando las campañas públicas han obtenido éxitos
parciales, como en algunos países escandinavos y en Francia, han
obligado a la sociedad a revisar el papel del matrimonio y de la familia,
y el padre ha asumido más aspectos del rol de la madre, una transformación
que a las familias asiáticas les resulta difícil de realizar.
Aún así, no parece probable que esos países alcancen índices
de fecundidad superiores a los niveles de sustitución. Si no se
produce un cambio drástico, necesitarán a los inmigrantes
para mantener el vigor de sus economías.


ILUSTRACIONES: NENAD JAKESEVIC
PARA FP

Los países que dan mejor acogida a los extranjeros disponen de
una ventaja económica, pero las políticas de inmigración
abiertas también implican riesgos. Los nuevos habitantes serán étnicamente
distintos, menos educados y, en ocasiones, sin ningún oficio.
A menudo formarán minorías muy religiosas en el interior
de sociedades laicas. Muchos se desplazarán de forma ilegal. La
diversidad creada por ellos puede provocar tensiones y tendrá profundas
repercusiones sobre la identidad cultural y la cohesión social.

Japón es quizá el mejor ejemplo de un Estado que, al mismo
tiempo, teme y necesita a la inmigración. Tiene un índice
de reproducción inferior al 1,3% y una población que envejece
rápidamente, pero se muestra relativamente reacio a acoger extranjeros.
Este dilema es aún más complejo en el caso de Europa, donde
la mayoría de los recién llegados son musulmanes procedentes
del norte de África y Oriente Medio. No parece probable que vayan
a asimilarse en una sociedad cristiana mayoritariamente laica, y su aislamiento
social podría obstaculizar la lucha contra el terrorismo islámico.

Gradualmente, los gobiernos se darán cuenta de que la inmigración,
por sí sola, no puede resolver sus problemas demográficos,
y que podría necesitarse una intervención mucho mayor de
las autoridades a la hora de fomentar o desaconsejar la procreación.
Los gobiernos que sean más capaces de dar soluciones imaginativas
a estos problemas ahorrarán a sus sociedades y a sus vecinos mucho
dolor y sufrimiento.

 

La procreación natural. Lee
Kuan Yew

La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso El
euro

Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La
monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El
Partido Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La
monarquía inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La
polio

Julie Gerberding

La
soberanía

Richard Haass

El
anonimato

Esther Dyson

Los
subsidios agrícolas

Enrique Iglesias

El factor crítico para la seguridad y el crecimiento
en el siglo XXI no será la democracia, sino la demografía.
Las poblaciones con un crecimiento excesivo son una rémora para
los países
en desarrollo, y los bajos índices de fecundidad están
retrasando el avance en las sociedades ricas. Los pobres lo son cada
vez más debido a unas tasas de natalidad en aumento, y los ricos
van a tener sociedades menos dinámicas porque no se renuevan a
suficiente velocidad. El crecimiento de la población sobrepasa
la capacidad de los gobiernos para proporcionar servicios básicos
en Oriente Medio y África, lo cual facilita la existencia de caldos
de cultivo para movimientos extremistas y terroristas. Por su parte,
las sociedades más favorecidas considerarán la inmigración
procedente de esos países como una amenaza, y la rechazarán.

Es posible que el sexo, el matrimonio y la procreación no aguanten
mucho tiempo más fuera del alcance de los gobiernos. Las autoridades
que se enfrentan a explosiones e implosiones de población no tendrán
más remedio que abordar cuestiones que suelen considerarse privadas.

Los esfuerzos para convencer y educar a las poblaciones hacia unas tendencias
de procreación más positivas no han tenido más que
un éxito limitado. Los Estados europeos, por ejemplo, han hecho
esfuerzos hercúleos para invertir los índices de natalidad
en descenso, con resultados decepcionantes. A pesar de ser, como Italia,
un país muy católico, España tiene una tasa de fertilidad
tremendamente baja (1,29 hijos por mujer). El baremo de fertilidad de
Singapur es de un peligroso 1,25%. Las políticas de natalidad
han mejorado la situación muy ligeramente. Sin una inmigración
que, con frecuencia, supera el crecimiento anual natural, el índice
de crecimiento económico de ese país sería tan lento
como el de Japón.

Cuando las campañas públicas han obtenido éxitos
parciales, como en algunos países escandinavos y en Francia, han
obligado a la sociedad a revisar el papel del matrimonio y de la familia,
y el padre ha asumido más aspectos del rol de la madre, una transformación
que a las familias asiáticas les resulta difícil de realizar.
Aún así, no parece probable que esos países alcancen índices
de fecundidad superiores a los niveles de sustitución. Si no se
produce un cambio drástico, necesitarán a los inmigrantes
para mantener el vigor de sus economías.


ILUSTRACIONES: NENAD JAKESEVIC
PARA FP

Los países que dan mejor acogida a los extranjeros disponen de
una ventaja económica, pero las políticas de inmigración
abiertas también implican riesgos. Los nuevos habitantes serán étnicamente
distintos, menos educados y, en ocasiones, sin ningún oficio.
A menudo formarán minorías muy religiosas en el interior
de sociedades laicas. Muchos se desplazarán de forma ilegal. La
diversidad creada por ellos puede provocar tensiones y tendrá profundas
repercusiones sobre la identidad cultural y la cohesión social.

Japón es quizá el mejor ejemplo de un Estado que, al mismo
tiempo, teme y necesita a la inmigración. Tiene un índice
de reproducción inferior al 1,3% y una población que envejece
rápidamente, pero se muestra relativamente reacio a acoger extranjeros.
Este dilema es aún más complejo en el caso de Europa, donde
la mayoría de los recién llegados son musulmanes procedentes
del norte de África y Oriente Medio. No parece probable que vayan
a asimilarse en una sociedad cristiana mayoritariamente laica, y su aislamiento
social podría obstaculizar la lucha contra el terrorismo islámico.

Gradualmente, los gobiernos se darán cuenta de que la inmigración,
por sí sola, no puede resolver sus problemas demográficos,
y que podría necesitarse una intervención mucho mayor de
las autoridades a la hora de fomentar o desaconsejar la procreación.
Los gobiernos que sean más capaces de dar soluciones imaginativas
a estos problemas ahorrarán a sus sociedades y a sus vecinos mucho
dolor y sufrimiento.

 

Lee Kuan Yew fue primer ministro
de Singapur entre 1959 y 1990 y es, en la actualidad, ministro emérito.