El factor crítico para la seguridad y el crecimiento en el siglo XXI no será la democracia, sino la demografía. Las poblaciones con un crecimiento excesivo son una rémora para los países en desarrollo, y los bajos índices de fecundidad están retrasando el avance en las sociedades ricas. Los pobres lo son cada vez más debido a unas tasas de natalidad en aumento, y los ricos van a tener sociedades menos dinámicas porque no se renuevan a suficiente velocidad. El crecimiento de la población sobrepasa la capacidad de los gobiernos para proporcionar servicios básicos en Oriente Medio y África, lo cual facilita la existencia de caldos de cultivo para movimientos extremistas y terroristas. Por su parte, las sociedades más favorecidas considerarán la inmigración procedente de esos países como una amenaza, y la rechazarán. Es posible que el sexo, el matrimonio y la procreación no aguanten mucho tiempo más fuera del alcance de los gobiernos. Las autoridades que se enfrentan a explosiones e implosiones de población no tendrán más remedio que abordar cuestiones que suelen considerarse privadas. Los esfuerzos para convencer y educar a las poblaciones hacia unas tendencias de procreación más positivas no han tenido más que un éxito limitado. Los Estados europeos, por ejemplo, han hecho esfuerzos hercúleos para invertir los índices de natalidad en descenso, con resultados decepcionantes. A pesar de ser, como Italia, un país muy católico, España tiene una tasa de fertilidad tremendamente baja (1,29 hijos por mujer). El baremo de fertilidad de Singapur es de un peligroso 1,25%. Las políticas de natalidad han mejorado la situación muy ligeramente. Sin una inmigración que, con frecuencia, supera el crecimiento anual natural, el índice de crecimiento económico de ese país sería tan lento como el de Japón. Cuando las campañas públicas han obtenido éxitos parciales, como en algunos países escandinavos y en Francia, han obligado a la sociedad a revisar el papel del matrimonio y de la familia, y el padre ha asumido más aspectos del rol de la madre, una transformación que a las familias asiáticas les resulta difícil de realizar. Aún así, no parece probable que esos países alcancen índices de fecundidad superiores a los niveles de sustitución. Si no se produce un cambio drástico, necesitarán a los inmigrantes para mantener el vigor de sus economías.
Los países que dan mejor acogida a los extranjeros disponen de una ventaja económica, pero las políticas de inmigración abiertas también implican riesgos. Los nuevos ... |
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