Ahora que el general más famoso de Estados Unidos, David Petraeus, se dispone a exportar sus ideas sobre la guerra de Irak al campo de batalla de Afganistán, presumiblemente más duro, la directora ejecutiva de FP, Susan Glasser, habló con él en el Pentágono, días después de que asumiera su nuevo cargo.

 

Chris Hondros/AFP/Getty Images

General David Petraeus: Al examinar qué lecciones de Irak pueden valer para Afganistán, es importante recordar un principio básico de las operaciones de contrainsurgencia: cada caso es único. Desde luego, es así en Afganistán (y fue así, por supuesto, en Irak). Aunque los conceptos generales que han demostrado su importancia en Irak pueden ser válidos para Afganistán -como proporcionar seguridad y servir a la población y la necesidad de vivir entre la gente para darle esa protección-, la aplicación de esas grandes ideas tiene que adaptarse a este país. La forma de operar será inevitablemente distinta, porque Afganistán tiene una historia muy diferente y una memoria muy distinta respecto al Gobierno central (o a la falta de Gobierno). Además, carece de los recursos naturales de Irak y es más rural. Posee un territorio y un clima muy diferentes (y muy extremos). Y cuenta con menos capital humano educado -porque el índice de analfabetismo es mayor-, además de un paro significativo, una economía cuya principal exportación es ilegal y enormes problemas de corrupción. Por último, no tiene suficientemente cubiertos servicios básicos como la electricidad, el agua potable y la educación, si bien ha habido ciertos avances en algunas de estas áreas y otras muchas desde 2001.

No es posible abordar como es debido los problemas de Afganistán sin incluir a Pakistán en la ecuación. Es más, quienes pretendan ayudar a estos dos países deben abrir aún más su objetivo, para abarcar por lo menos los Estados de Asia central, India, Irán e incluso China y Rusia.

FP: El secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, ha dicho que los esfuerzos de EE UU en Afganistán estaban al borde del fracaso. ¿Cuál es su valoración en este momento?

DP: En septiembre de 2005 dije al [entonces] secretario Donald Rumsfeld que Afganistán iba a ser la campaña más larga en la llamada larga guerra. Era una conclusión apoyada en una valoración realizada sobre el terreno, en Afganistán, cuando volvía a casa después de mi segunda estancia en Irak. Y, después de haber regresado a este país centroasiático dos veces en los últimos meses, sigo pensando lo mismo. Para progresar allí será necesario un compromiso sostenido y sustancial. Un compromiso que hay que extender asimismo a Pakistán, aunque éste posee unas instituciones de seguridad sólidas y bien desarrolladas y sus dirigentes están decididos a emplear sus propias fuerzas para hacer frente a los extremistas que amenazan su país.

FP: Hace poco releí el relato de un afgano veterano de la guerra contra los soviéticos. Después de cada ataque en represalia, decía, “quizá mataban a un muyahidín. Los demás eran inocentes. Los supervivientes nos odiaban y sólo tenían una idea: la venganza”. Está claro que la intervención [de Estados Unidos] en Afganistán no comenzó como la de los soviéticos, pero una de las preguntas sin contestar es si todas estas ocupaciones, al cabo de siete años, acaban igual.

DP: Varias personas han subrayado las enormes diferencias entre el carácter de la intervención soviética en Afganistán y la de las fuerzas de la Coalición, sobre todo por las circunstancias que llevaron a cada una de ellas y el comportamiento de las fuerzas en cada caso.

La primera diferencia la constituyen los objetivos de la Coalición: no sólo el deseo de ayudar a los afganos a instaurar la seguridad y evitar el establecimiento de santuarios extremistas, sino también apoyar el desarrollo económico, las instituciones democráticas, el imperio de la ley, las infraestructuras y la educación. Por supuesto, la Coalición se enfrentan a algunos retos que ya tuvieron que afrontar otras fuerzas anteriores en Afganistán: lo extremo del terreno y el clima, los elementos tribales que se enorgullecen de luchar, la falta de infraestructuras… En una situación así, es muy importante que vean que servimos a la población, además de darle seguridad. Y por eso estamos llevando a cabo actividades de contrainsurgencia, y no sólo de antiterrorismo.

FP: Dígame qué lecciones de Irak le parece que quizá no puedan aplicarse en Afganistán, y cuáles sí va a exportar.

DP: No podemos tomar por las buenas las tácticas, las técnicas, los procedimientos que han funcionado en Irak y utilizarlos en Afganistán. Por ejemplo, ¿cómo nos comunicamos con el pueblo afgano? Respuesta: de forma muy distinta a cómo lo haciamos con el iraquí porque hay un número muy inferior de televisores y el índice de analfabetismo alcanza, a veces, el 70% u 80%.

Fuera de Kabul y otras grandes ciudades, los afganos no ven mucho la televisión, no tienen aparatos. En Irak, uno vuela sobre zonas remotas y ve antenas parabólicas en muchos tejados. En Afganistán, no sólo no se ven parabólicas, sino que tampoco hay tendidos eléctricos y quizá no exista ni un aparato de radio. Además, no es posible obtener los mismos resultados con panfletos o a través de los periódicos locales porque muchos no saben leer.

¿Cómo nos comunicamos con ellos, entonces? La respuesta es que a través de los ancianos de las tribus, mediante radios de manivela que reciben transmisiones de las emisoras locales, a través de los consejos shura y así sucesivamente.

FP: Lo que quiere saber la gente, por supuesto, es: ¿dónde acabará todo esto? Los principios de la contrainsurgencia, y sus propias declaraciones, se han centrado en la idea de que las guerras de este tipo acaban con soluciones políticas, que no es posible ganarlas a base de muertos.

DP: Una de las cosas que reconocimos en Irak fue que no es posible vencer a una insurgencia compleja y de capacidad industrial a base de matar o capturar al enemigo. El reto en Afganistán, como lo fue en Irak, es cómo reducir de manera sustancial el número de personas a las que hay que matar o capturar. Para ello es preciso crear unas condiciones en las que sea posible lograr una reconciliación con algunos de los elementos que luchan contra nosotros. Y esa reconciliación es más fácil cuando uno está en una posición de fuerza y cuando existen razones convincentes para que los grupos pasen de ser parte del problema a parte de la solución.

En Irak, contribuyó a ello el hecho de que poco a poco se fuera comprendiendo que Al Qaeda no aportaba nada más que violencia indiscriminada, unas prácticas opresoras y una ideología extremista con la que la gente, en realidad, no comulgaba. Además, se crearon incentivos para convencer a los insurgentes de que tenía más sentido apoyar al nuevo Irak. En Afganistán, desde luego, lo difícil es saber cómo crear las condiciones que permitan la reconciliación, siendo conscientes de que éstas serán seguramente distintas de las que creamos en Irak.

FP: ¿Cree que para ello habrá que hablar con los caudillos, gente como [Gulbuddin] Hekmatyar, cosa que, hasta ahora, ha sido completamente implanteable?

DP: Cualquier mano tendida de ese tipo tiene que ser una iniciativa afgana, no de la Coalición. En Irak, francamente, fue necesario que la Coalición tomara la iniciativa en zonas en las que no había presencia del Gobierno ni de las fuerzas de seguridad iraquíes.

FP: ¿Cree que hay algún aspecto cualitativo o cuantitativamente nuevo que distinga a los insurgentes que ha encontrado el Ejército estadounidense en Afganistán de los de Irak?

DP: Examinamos este asunto con detalle cuando estábamos redactando el manual de contrainsurgencia. Y llegamos a la conclusión de que algunos aspectos de las tácticas extremistas contemporáneas son verdaderamente nuevos. Si se fija, como hicimos nosotros, en lo que [el oficial militar francés] David Galula afrontó en Argelia, verá, por supuesto, que sus colegas y él no tuvieron que luchar con una red extremista internacional con capacidad de acceso a Internet.

Hoy, las células extremistas reclutan, exhortan, entrenan, comparten conocimientos y recaudan fondos en el ciberespacio. Los casos de atentados suicidas mucho más letales y coches bomba de enorme tamaño son mucho más numerosos. Es como si los ataques con coches bomba se hubieran convertido en la munición de precisión de los insurgentes y extremistas actuales. Y, aunque muchas insurgencias poseen un componente religioso, el carácter extremista del enemigo concreto al que nos enfrentamos no parece tener precedentes en la historia reciente.

Deberíamos evitar las ideas de que podemos escoger las clases de guerras que preferimos librar

FP: El manual de contrainsurgencia, objeto de grandes elogios, parece un momento clave en la revisión que alteró el rumbo de la guerra de Irak. Pero no ha estado libre de polémicas. Hay gente en la izquierda que lo considera una forma de neocolonialismo; los conservadores se muestran escépticos ante cualquier cosa que les huela a construcción nacional, y otros creen que, al organizarse para combatir este tipo de guerra, Estados Unidos se arriesga a no estar preparado para un conflicto más convencional en el futuro. ¿Hasta qué punto estos principios han suscitado un debate intelectual? ¿Qué puede decirles a esos críticos?

DP: Es importante reconocer el concepto doctrinario general más importante que ha adoptado nuestro Ejército, que es el de operaciones de espectro total.

Este concepto sostiene que todas las operaciones militares son una mezcla de labores ofensivas, defensivas y de estabilidad y apoyo. En otras palabras, siempre hay que pensar, no sólo en las formas de combate convencionales -operaciones ofensivas y defensivas-, sino también en el componente de estabilidad y apoyo. Si no, los triunfos en la lucha convencional pueden verse anulados por la falta de preparación para las operaciones tantas veces necesarias con posterioridad.

Ha sido un debate saludable, pero debemos tener cuidado con los argumentos que implican que tenemos que escoger -o deberíamos elegir- entre unas fuerzas centradas en las operaciones de estabilidad y otras centradas en el combate convencional. No sólo es posible prepararse para una mezcla, sino que es necesario.

Un ensayo magnífico que leí cuando era estudiante expresa en esencia lo que opino al respecto. El ensayo trataba de las diferentes escuelas de pensamiento sobre las relaciones internacionales y su conclusión era que “la verdad no se encuentra en ninguna de estas escuelas de pensamiento, sino en el debate entre ellas”. Eso es lo que ocurre en este debate particular. Más nos valdría evitar las ideas de que podemos escoger las clases de guerras que preferimos librar y prepararnos sólo para ellas.

FP: Dice [que] ya en 2005, cuando estaba en Afganistán, le advirtió a Donald Rumsfeld que ésta podía ser la parte más larga de la larga guerra.

DP: No dije que podía serlo. Dije que iba a serlo. Mi conclusión fue que Afganistán iba a ser la campaña más larga de la larga guerra. Y creo que esa conclusión se ha visto confirmada por los acontecimientos de los últimos meses en el país.

FP: ¿En cuánto tiempo pensaba?

DP: Ésas son predicciones que uno no se arriesga a hacer.

 

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