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La batalla de configurar el mundo digital con unas reglas u otras.
Las sociedades son lentas. Tardan en reaccionar y solucionar sus problemas. A posteriori, cualquier avance social parece obvio, pero en el momento del cambio resulta inimaginable y el movimiento, inapreciable.
Así pasó con la lucha contra la discriminación racial, o la de las mujeres, o más recientemente con la del matrimonio gay. Siempre hay primero unos pocos que dan un paso adelante, y son considerados unos excéntricos. En 1955, Rosa Park se negó a ceder su asiento de la zona para negros a un blanco, una vez que la clase preferente se había llenado. Fue detenida.
Seis décadas después, Edward Snowden, el informante que ha destapado un escándalo de vigilancia masiva que deja en un simple juego de niños el Watergate de Richard Nixon, ha tenido que exiliarse en Rusia, acusado de espionaje y de robo de la propiedad del Estado. El periodista que reveló el caso, Glenn Greenwald, ha sido presionado por el Gobierno estadounidense, que ha ordenado interrogar a su pareja durante nueve horas en base al Terrorist Act; y los medios conservadores le consideran un traidor.
Mientras, la organización de derechos civiles más importante de Estados Unidos, la ACLU, se prepara para intensificar sus acciones porque “ha llegado el momento de frenar el Estado vigilante (surveillance state)”.
Julian Assange permanece refugiado en la embajada de Ecuador para evitar ser extraditado por un presunto delito sexual que él considera una excusa para hacerle pagar por haber facilitado la mayor filtración de d...
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