La polémica imbricación del poder y la empresa. ¿El que paga manda?

 









AFP/Getty Images

 

¿Qué puede llevar a un republicano como Rick Santorum a pedir fondos extra para la sanidad pública en Puerto Rico? Ideológicamente más bien poco para un político de un partido que proclama la reducción del gasto público y vilipendia la medicina socializada. Y sin embargo el actual candidato en las primarias republicanas impulsó hace unos años dos leyes que ampliaban la partida para la sanidad de los mayores, Medicare, en el Estado Libre Asociado estadounidense. En principio, aunque obviando su ideología, Santorum hacía lo que debe hacer un Senador, es decir, barrer para casa. Una de las empresas que se iba a beneficiar era Universal Health Services, con sede en Pensilvania, Estado al que él representaba. Hasta ahí nada que no sea habitual y esté bien visto en la cámara alta de EE UU. El tufo surgió cuando, tan sólo unos meses después de perder su puesto en las elecciones de 2006, Santorum fue premiado con un puesto en el consejo de dirección de Universal Health Services. Allí ganó 395.000 dólares (300.000 euros) hasta 2010, según el diario New York Times.

A lo que ha hecho Santorum, y a lo que hicieron centenares antes de él y probablemente harán miles después, en Washington se le llama “pasar por la puerta giratoria”. Una puerta ficticia que conecta el Congreso con las empresas privadas o sus grupos de presión (lobbies). Un acceso imaginario que atraviesan cada año centenares de personas que pasan de trabajar en la calle K -emplazamiento de los principales lobbies, como Podesta o la Cámara de Comecio-  a hacerlo en Capitol Hill -sede del Senado y de la Cámara de Representantes-. Y a la inversa. Una puerta que, alertan muchos analistas, está girando últimamente demasiado rápido y con ello está corrompiendo la eficacia de las leyes que sacan adelante los legisladores y la honestidad de los representantes populares. “El Congreso es un prostíbulo bipartidista con una puerta giratoria a la entrada donde se ha legalizado el soborno”, en palabras del comentarista del Huffington Post David Sirota.

¿Cómo de habituales son esos movimientos? Casi 400 congresistas y al menos 5.400 antiguos trabajadores del Congreso han abandonado Capitol Hill para convertirse en cabilderos registrados en los últimos diez años, según la organización por una mayor transparencia pública LegiStorm. A la inversa también funciona: 605 ex cabilderos se han pasado al Congreso. “Por cada persona que los estadounidenses han elegido para sacar leyes en aras del interés público, los grupos de interés tienen al menos a un antiguo legislador trabajando dentro del Congreso”, afirma la organización.

“La percepción de que el servicio público evoluciona naturalmente en un lucrativo tráfico de influencias está teniendo un efecto corrosivo en la opinión que tiene el pueblo estadounidense del Congreso. No es de extrañar que éste tenga el nivel más ...