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Ganadores y perdedores de la nueva geometría comercial.

La crisis financiera de 2008 impulsó la configuración de dos grandes espacios geopolíticos: el Atlántico Norte y el Pacífico. Dos siglas similares, el Tratado de Libre Comercio Transatlántico (TTIP, en inglés) y el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico (TTP, en inglés), representan las paralelas negociaciones de acuerdos de libre comercio Transatlántico –entre Estados Unidos y la Unión Europea– y Transpacífico –entre 12 naciones conectadas por el Océano Pacífico, entre ellas EE UU, Canadá y Japón. A diferencia de la negociación multilateral en la Organización Mundial del Comercio (OMC), son procesos excluyentes: muchos países, entre ellos los BRICS y el continente africano no participan en las negociaciones que, si son exitosas, podrían generar dos bloques comerciales cuya principal conexión sería Estados Unidos, el único país que participa en ambos. Podría ser el fin de la idea de la liberalización global del comercio y el comienzo de una nueva hegemonía (económica) estadounidense, contradiciendo la hipótesis del predominio chino.

Cabe recordar que comercio y finanzas globales están estrechamente ligadas. Fue el fracaso de la Ronda Doha de la OMC que antecedió a la crisis financiera global. Fue en junio de 2007 en una reunión en Potsdam, cuando posiciones irreconciliables de Brasil, India, EE UU y la UE impidieron ese gran acuerdo global que quizás podría haber amortiguado los efectos negativos que tuvo la crisis sobre la economía estadounidense y, sobre todo, la mayoría de los Estados miembros de la Unión Europea.

Una fórmula mágica para salir del estancamiento económico en la Unión y acelerar las tasas de crecimiento en Estados Unidos es firmar el Tratado de Libre Comercio Transatlántico (TTIP) que ambos socios negocian desde 2013. El acuerdo generaría 119.000 millones de euros adicionales al año en la UE y 95.000 millones de euros en EE UU, aparte de estimular la creación de empleo, según la Comisión Europea. Ya se han llevado a cabo cinco rondas de negociación que se concentran en la compleja armonización de reglas, normas y estándares comerciales, propiedad intelectual y otras cuestiones no tarifarias.

A diferencia de la Unión Europea, Washington apuesta tanto por el Atlántico Norte como el Pacífico. Dos años antes, Estados Unidos y sus socios del NAFTA se sumaron a la negociación del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico (TPP) con Australia, Japón, Nueva Zelanda, Chile, Perú y seis países del Sureste Asiático. Las negociaciones están más avanzadas que las del TTIP, pero el número de socios al igual que las divergencias de intereses son mayores que en el proceso Atlántico.

Independientemente del desenlace de ambos procesos, Estados Unidos se perfila como el puente entre Atlántico y Pacífico, un papel que también podrían asumir países latinoamericanos como Colombia, Costa Rica, Honduras, México, Nicaragua y Panamá. Asimismo, Centroamérica, Colombia, Chile, México y Perú han firmado acuerdos de libre comercio con Washington y Bruselas, por lo cual tendrían un acceso privilegiado al futuro mercado transatlántico.

Todos estos países podrían ser los ganadores de una nueva geometría comercial Atlántico -Pacífico, mientras que algunas de las nuevas potencias, como los BRICS, incluyendo Brasil y China, podrían convertirse en claros perdedores. Este sería un inesperado escenario postcrisis y post-BRICS, siempre y cuando las negociaciones en curso sean exitosas y siguen siendo excluyentes.